Ser o no ser de izquierdas
No hay que estar todo el día diciendo que se es de izquierdas. Puede. Tampoco hay que estar a todas horas señalando que nadie se siente o se considera más de izquierdas que el resto. Posiblemente deba ser así, si nos quedamos en el enunciado. Pero si profundizamos, llegaremos a la conclusión que el debate (el de verdad, no el impostado) hoy, en los partidos socialdemócratas de todo el mundo es, justamente, ese y no otro. Y no es casual. En Alemania, el candidato socialista Schultz parece avanzar en las encuestas, precisamente por defender unas propuestas más a la izquierda que el que fuera canciller Schroeder. Lo cual no es denigrante ni vejatorio respecto al que fuera canciller, simplemente, el nuevo candidato viene a corregir algunos postulados y a matizar determinadas políticas sociales y económicas que el SPD desarrolló en sus años de mandato en Alemania. Y lo hace situando al partido más a la izquierda, con un programa más social, y con una perspectiva quizá menos complaciente de cuáles son las cosas que hay que cambiar en nuestra sociedad para disminuir las desigualdades y mejorar las oportunidades.
En Inglaterra, ha triunfado en el seno del Partido Laborista, la opción más a la izquierda, Jeremy Corbin representa los postulados más radicales en lo social y lo económico, así como en la prestación de los servicios públicos, y está volviendo al socialismo clásico. Pese a determinados malos augurios, seguramente interesados, está por demostrar que, más allá de algún revés electoral muy localizado, su opción política global para todo el país sea la menos solvente en términos electorales.
Claro que hay que estar hablando y debatiendo sobre la izquierda y sobre la política de la izquierda, porque eso es lo que importa, lo que interesa, lo que nos define y lo que nos impulsará electoralmente
En los Estados Unidos de Norteamérica, hemos asistido al curioso episodio del triunfo de las ideas y el candidato más ultraconservador, Donald Trump, precisamente (y en este aspecto coinciden multitud de estudios) porque enfrente no se hallaba la opción más progresista, que era Sanders, sino alguien que, encuadrado también en el Partido Demócrata, no aparecía a los ojos de la ciudadanía, y desde luego la que vota demócrata, como una opción diferenciada, de verdadero cambio, y de izquierdas.
En Francia, las primarias del Partido Socialista, las ha ganado Hamon, de nuevo, el candidato más a la izquierda, quien venía a romper con determinadas inercias y con algunas prácticas no bien entendidas por el electorado progresista, que ha vuelto la espalda, democráticamente, a la opción más moderada y, de nuevo, más complaciente y menos combativa con el status quo.
Quizá la ciudadanía de izquierdas (militante o no de los partidos socialistas), ha llegado a la conclusión de que una sociedad no cabe ni puede caber dentro de los estrechos márgenes uniformadores que delimitan el centro-derecha y el centro-izquierda. Que la pluralidad y la diversidad de las sociedades; las necesidades y anhelos de la población no se pueden constreñir a la elección entre lo malo y lo apenas regular. Y que realidades como el reparto de la riqueza, la supervivencia del planeta, la cobertura de las necesidades de los más desfavorecidos o el acceso en condiciones de igualdad a los servicios públicos, merecen abordarse con mayor amplitud de miras y con perspectivas más transformadoras y radicales, que la mera, y a veces sumisa, asunción acrítica de la realidad.
En España, por tanto, claro que hay que estar todo el día (y mucho más ahora que es cuando hay Congreso, es decir, cuando toca) hablando y debatiendo sobre la izquierda y sobre la política de la izquierda, porque eso es lo que importa, lo que interesa, lo que nos define y lo que nos impulsará electoralmente. Y desde luego, ese debate es el que nos situará en el auténtico camino de descifrar la razón por la cual debe subsistir el PSOE como instrumento de cambio y transformación social. Porque ese es el verdadero debate.