Con este título —habrá pensado usted con sagacidad— la cosa irá del gallo, gallinas y ovejas de ‹‹Rebelión en la Granja››, animales que personifican en la sátira de Georges Orwell a la parte de la humanidad menos crítica con el poder del gran verraco. Como eran necios, les dieron consignas que coreaban sin parar (“Cuatro patas sí, dos pies no”). Sin embargo, se equivoca usted: en estas fechas lo que cabe es aparcar la malafollá y no andarse con segundas.

 

Es cierto que para Navidad me he comprado un capón de sesenta y dos euros; es decir, un gallo castrado quirúrgicamente a los cuatro meses, engordado con maíz, centeno y hierbas halladas por la bandada en libertad en los prados y el sotobosque de un convento gallego. Este régimen de vida, unido a la ausencia de competitividad, ruidos y furia, ha producido la excelencia en pollo. Una persona mezquindera –como es el caso— tiene carne exquisita, congelada o frita en orza con su propia grasa, para meses. No hay que abusar de nada, ni siquiera de los poliinsaturados omega tres, no vaya el cerebro a funcionar demasiado bien y nos dé un disgusto.