APUNTES PARA LA HISTORIA DE UN ARTE QUE DESAPARECE

La taracea milenaria granadina se muere

Cultura - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 13 de Octubre de 2024
¿Quién no tiene una pieza de taracea o la ha regalado como recuerdo de la ciudad? Un extraordinario reportaje de Gabriel Pozo Felguera sobre la historia de un arte, tan granadino como la Alhambra, pero también es un SOS porque está al borde de la desaparición, si las instituciones no deciden apoyar un milenario oficio, que debería estar presente en la candidatura de Granada a la Capitalidad Cultural Europea de 2031.
Cama hecha completamente de taracea por el maestro Inocencio Molero a principios del siglo XX.
ARCHIVO V. MOLERO
Cama hecha completamente de taracea por el maestro Inocencio Molero a principios del siglo XX.
  • Esta artesanía tan característica de Granada es de origen sirio-musulmán, con momentos de esplendor en los siglos XIV-V, el Barroco y resurgimiento en el XX

  • La fabricación de grandes muebles para clases adineradas ha quedado reducida a piezas medianas-pequeñas que se venden a turistas en un 99%

  • La saga de Artesanía Molero −desde mediados del XIX− dejará pronto de existir; el prestigio del Artesano Molero dio nombre a una calle de Granada

Venir de turismo a Granada y no llevarse una pieza de taracea de recuerdo era pecado. No se era nadie en Granada si no tenías un bargueño o una mesa de taracea en el salón. No había iglesia ni cofradía que no luciera cajonera o cruz de taracea. Siempre fue así hasta prácticamente finales del siglo XX. La taracea granadina hunde sus raíces en la época zirí, por lo menos. Es una artesanía traída de Siria en el siglo VIII. Este arte, casi circunscrito y característico de Granada, tuvo tres momentos de esplendor: en los siglos XIV-XV, en el Barroco granadino y un fuerte resurgimiento a principios del siglo XX. Precisamente de la mano de Inocencio Molero Puche y su escuela en el Hospital Real; de él aprendieron casi todos los maestros del siglo XX. Pero la crisis económica de 2008 empezó a hacer mella en este importante negocio granadino, del que llegaron a vivir casi dos mil familias en sus mejores tiempos. La prestigiosa y potente saga de los Molero −150 años como líderes del sector− cierra por falta de continuadores. En los últimos años han ido desapareciendo otros talleres más pequeños. Sólo se salvan de la quema los Laguna de la Alhambra y pocos más. El mobiliario de taracea ha dejado de venderse, apenas tiene demanda, sólo se compran piezas menores; el 99% del mercado de taracea granadina sale de España. Este arte milenario de la cultura local enfila su rampa hacia la desaparición… a no ser que alguna administración pública acuda en su ayuda.

La taracea es un trabajo de ebanistería en madera consistente en insertar o engastar piezas de otras maderas nobles, marfil, hueso, nácar, etc. sobre una base previamente rebajada. Es un sistema parecido al mosaico romano que permite adornar muebles, puertas, zócalos y techos con dibujos de todo tipo. Se trata de una técnica originaria de la zona de Siria y extendida posteriormente por Europa. A la Península Ibérica se cree que llegó de la mano de las invasiones de pueblos musulmanes en el siglo VIII. Muy pronto aparecen grandes piezas taraceadas en la Mezquita de Córdoba y en la cultura califal. Su uso se irradió por buena parte de Al-Andalus, asociada a la cultura musulmana. Sobresalieron los artesanos taraceadores en Toledo, Sevilla y Córdoba.

En la 'cora' emiral granadina se establecieron precisamente varias tribus damascenas que fueron las importadoras del 'tarsí', un término sirio que da origen a la palabra taracea. Viene a significar incrustación o inserción

Se trata de una técnica milenaria en estas tierras. En el caso de Granada no han sobrevivido vestigios de taracea anteriores al siglo XIV. Pero es lógico pensar que debió practicarse esta técnica de manera más o menos contemporánea a Córdoba, donde en el siglo XI ya había en el mercado muebles y tableros fabricados con taracea. En la cora emiral granadina se establecieron precisamente varias tribus damascenas que fueron las importadoras del tarsí, un término sirio que da origen a la palabra taracea. Viene a significar incrustación o inserción.

La sofisticación de las piezas que se exhiben en la colección del Museo de la Alhambra indica con toda claridad que los talleres granadinos de engaste de maderas y materiales nobles (incluso oro y plata) tenían una larga trayectoria, de por lo menos la dinastía zirí (1013-91)

Las piezas más antiguas de taracea que se conservan en Granada están datadas en el siglo XIV. Corresponden al periodo nazarí, ya con una sociedad muy sofisticada y residiendo en grandes palacios y ciudadelas, como eran la Alhambra y la Alcazaba vieja del Albayzín. La sofisticación de las piezas que se exhiben en la colección del Museo de la Alhambra indica con toda claridad que los talleres granadinos de engaste de maderas y materiales nobles (incluso oro y plata) tenían una larga trayectoria, de por lo menos la dinastía zirí (1013-91). Por tanto, el primer gran periodo de máximo esplendor de la taracea acaeció en época nazarí, desde finales del XIII hasta 1492.

Quedaron muchos artesanos y talleres de taraceadores en territorio cristiano a medida que lo iban conquistando los monarcas de Castilla y Aragón, pero fue Granada el reino que se conformó como el epicentro de este tipo de marquetería en madera. Por eso, a partir del siglo XVI se llamó a la taracea de motivos geométricos “a la granadina”.

Tablero de ajedrez nazarita. Siglo XIV-XV, en maderas de nogal, abedul y hueso. El marco contiene estrellas entrelazadas de ocho, en tonos verdes. MUSEO DE LA ALHAMBRA.
Jamuga o silla plegable completamente forrada de taracea. Siglo XV. MUSEO DE LA ALHAMBRA.
Anverso y reverso de una puerta procedente del palacio de los Infantes, desmontada de la calle de la Cárcel baja en el siglo XIX. Cerraba una alhacena. Es muy similar a otras de la mezquita de Córdoba, periodo califal. Está datada en el siglo XV. MUSEO DE LA ALHAMBRA.

La taracea granadina hasta el siglo XV se caracterizaba por presentar dibujos trazados exclusivamente con escuadra, cartabón y compás. Era todo pura geometría sobre carpintería de lo prieto; una variante de los mocárabes y carpintería de lo blanco para construir complicados taujeles

En Italia, Centroeuropa e incluso en Inglaterra también existió una modalidad de taracear muebles. Pero se trató de técnicas y motivos diferentes, sobre todo referido a los materiales utilizados y los dibujos. La taracea granadina hasta el siglo XV se caracterizaba por presentar dibujos trazados exclusivamente con escuadra, cartabón y compás. Era todo pura geometría sobre carpintería de lo prieto; una variante de los mocárabes y carpintería de lo blanco para construir complicados taujeles.

Fusión de la taracea musulmana con la cartujana

A partir de la Toma de 1492 los carpinteros granadinos que trabajaban la taracea geométrica empezaron a fusionar poco a poco el estilo cartujano. Se llamó así precisamente porque fueron los monjes cartujos los que empezaron a introducir el nuevo estilo. El cartujano yo no se limita a representar dibujos a escuadra y cartabón, sino que incluye la inserción de dibujos vegetales, figuras de animales y humanas. También utiliza el grabado o pintado sobre marfil, hueso y nácar.

Pero existieron en cantidad y calidad a partir del barroco granadino en que se dedicaron a suministrar trabajos de adornos para edificios religiosos y cofradías. No existe ningún convento, iglesia o cofradía que desde el siglo XVII no atesore una cajonera de sacristía forrada de taracea, una cruz de guía, un bargueño, una mesa, un atril e incluso una cruz de paso

En los siglos XVI y principios del XVII granadinos, con la desaparición de mudéjares y moriscos, se detecta un bajón en las piezas y técnicas utilizadas. Hay bastante limitación de materiales más nobles, de manera que las mesas, puertas y mobiliario presentan combinación de varios tipos de madera, pero no se utilizan otros materiales de procedencia ósea. No sería hasta finales del XVII cuando se volvió a recuperar la utilización de mayor variedad de placas de nogal, abedul, haya, ébano, panferro, palosanto, hueso, madreperla y alguna madera noble más incorporada desde las Indias. Hubo incluso importantes tallistas y escultores que también se adentraron en la técnica de la taracea..

La artesanía en taracea no gozó nunca de un perfil propio como actividad definida y acotada, independiente como gremio profesional. Hubo muchos vasos comunicantes entre sectores de la construcción; había alarifes que también eran carpinteros y en los inviernos se dedicaban a taracear. Los taraceadores no tuvieron nunca un gremio propio reconocido por el Concejo de Granada; de hecho, su trabajo como tal no es mencionado por las Ordenanzas de oficios de Granada (1552); los trabajadores de la taracea eran casi un apéndice dentro de la carpintería de lo prieto, de los tallistas o entalladores.

Pero existieron en cantidad y calidad a partir del barroco granadino en que se dedicaron a suministrar trabajos de adornos para edificios religiosos y cofradías. No existe ningún convento, iglesia o cofradía que desde el siglo XVII no atesore una cajonera de sacristía forrada de taracea, una cruz de guía, un bargueño, una mesa, un atril e incluso una cruz de paso.

Atril procedente de la capilla de San Onofre (Cuesta de Gomérez), datado en el siglo XVII. COLECCIÓN PARTICULAR.
Mesa y cofre de taracea procedentes del Monasterio de Santa Paula, siglos XVII y XVIII. COLECCIÓN PARTICULAR.

En 1752, cuando la taracea granadina y cartujana vivían otro momento de esplendor, el Catastro del Marqués de la Ensenada contabilizó 65 talleres repartidos por toda Granada, en los que había 69 maestros habilitados con título y 142 oficiales

En 1752, cuando la taracea granadina y cartujana vivían otro momento de esplendor, el Catastro del Marqués de la Ensenada contabilizó 65 talleres repartidos por toda Granada, en los que había 69 maestros habilitados con título y 142 oficiales. Se puede concluir que la carpintería de la taracea debían practicarla en torno a unas 1.500 personas, ya que cada oficial solía tener a su cargo a una media de diez aprendices.

Proceso totalmente manual y minucioso

El proceso de fabricación de taracea granadina ha evolucionado muy poco desde que los sirios la trajeron hace ya más de mil años. Solamente se han incorporado maquinaria, herramientas, colas y barnices modernos, pero el principio sigue siendo el mismo. Aunque al tratarse de un trabajo manual, cada maestrillo tiene su propio librillo. El encaje de la taracea requiere de un tiempo muy largo de aprendizaje e implica grandes dosis de habilidad, pulso, precisión y paciencia. Máxime cuando median inserciones diminutas que hay que hacerlas con pinzas y lupa.

La taracea se caracteriza por presentar una superficie suave y muy brillante, como si estuviera plastificada o recubierta de una capa de metacrilato

Se empieza por diseñar el patrón sobre la base de madera, generalmente un mueble o tablero ya prefabricado; se continúa vaciando las superficies que posteriormente se quieren rellenar con incrustaciones de otros materiales; paralelamente, se han ido cortando pequeñas piezas con la forma y contorno que tienen que encajar en el rebaje; después sigue el ensamblado y pegado con colas especiales; el proceso de ajuste se hace por presión hasta secar; después sigue el lijado, pulido y acabado con aceites o barnices para resaltar los colores. La taracea se caracteriza por presentar una superficie suave y muy brillante, como si estuviera plastificada o recubierta de una capa de metacrilato. En los procesos finales de prensado, lijado y pulido sí se ha introducido maquinaria especializada en el siglo XX. Todo lo demás continúa siendo a base de paciencia y maña.

El convulso siglo XIX supuso una involución en la artesanía de la taracea. El encargo de muebles y piezas para regalo siempre ha estado asociado a épocas de bonanza económica. Regalar taracea o tener muebles forrados de taracea en una casa fue siempre signo de distinción. No había boda de aristócratas o burgueses que no recibieran como dote algunos muebles taraceados. Pero las profundas crisis sociales y económicas del XIX hicieron que menguara bastante la actividad; hasta el punto de que el XIX fue la centuria que menos muestras de taracea han dejado en Granada.

Una anécdota: los bargueños eran la oficina de las casas pudientes; sus cajones servían para clasificar papeles importantes, joyero, guardar misales y rosarios. Y lo más importante, todos tienen un cajón secreto donde se guardaba el dinero

No fue hasta la década de los años 1880-90 cuando empezó a recuperarse esta artesanía, propiciada por el boom económico que se estaba experimentando con la introducción del negocio del azúcar. La vieja nobleza granadina y los nuevos ricos pusieron de moda recibir a sus invitados en casa con uno o dos bargueños; un dicho rezaba: taracea en la visión, dinero en el cajón.

Una anécdota: los bargueños eran la oficina de las casas pudientes; sus cajones servían para clasificar papeles importantes, joyero, guardar misales y rosarios. Y lo más importante, todos tienen un cajón secreto donde se guardaba el dinero. La habilidad del maestro carpintero consistía en saber colocarlo y disimularlo, para que sólo el propietario pudiese dar con él.

Puertas de taracea de la Cartuja de Granada.

El gusto por lo neomudéjar del XIX impulsó el negocio de reproducciones de la Alhambra en todos los rincones del mundo y España. Por supuesto, también en Granada. Con su consiguiente mobiliario. Comenzaba otra época dorada de la taracea

El gusto por lo neomudéjar del XIX impulsó el negocio de reproducciones de la Alhambra en todos los rincones del mundo y España. Por supuesto, también en Granada. Con su consiguiente mobiliario. Comenzaba otra época dorada de la taracea. A finales del XIX empezó a recuperarse el viejo oficio, con nuevos diseños y ampliación a variedad muebles y decorados de interiores. Faltaban maestros y un gremio formado. Ahí intervinieron la Sociedad Económica de Amigos del País y la Diputación Provincial; la primera abrió un aula para formar alumnos en diseño y traza del arte musulmán y cartujano; la Diputación, como titular de la Inclusa, tenía la obligación de formar a los niños huérfanos que se apiñaban en el Hospital Real. Los preparaba para cuando los sacara al mercado laboral a partir de los dieciséis años.

Generaciones formadas por Inocencio Molero

Uno de los talleres que montó la Corporación en el Hospital Real fue para aprendizaje del oficio de carpintería y taraceador. Como maestro y director del taller de taracea contrató al joven Inocencio Molero Puche; era hijo de un alarife, tabernero, carpintero y taraceador que tenía taller en la Carrera del Darro. Inocencio estuvo muchos años enseñando la taracea en el Hospital Real y San Juan de Dios; de las decenas de aprendices y oficiales que formó salieron infinidad de talleres que fueron proliferando por Granada a partir de los años veinte. Y de aquellas primeras hornadas de taraceadores formadas por Inocencio Molero volvieron a ramificarse las generaciones que abundaron como setas en el casi centenar de talleres que llegó a haber en Granada cuando el turismo empezó a llegar en masa.

La mayoría de los talleres ubicados en la zona céntrica también llevaban aparejadas tiendas para la venta de piezas a turistas. El souvenir más habitual para un turista que recalaba en Granada era llevarse una caja, una mesita o un tablero de típica taracea

Entre los años cincuenta y ochenta llegó a haber más de 2.000 taraceadores en los talleres. Y muchos que tenían un simple banco de trabajo en sus casas y recibían encargos o destajos para los talleres con nombre. La mayoría de los talleres ubicados en la zona céntrica también llevaban aparejadas tiendas para la venta de piezas a turistas. El souvenir más habitual para un turista que recalaba en Granada era llevarse una caja, una mesita o un tablero de típica taracea.

En el sector de la taracea ocurría como en el de la caza: había taracea mayor, taracea menor y de furtivos. Es decir, talleres que hacían bargueños, puertas, camas, armarios, etc. Eran los de primera división. Les seguían los que hacían mesitas, jamugas y arcones; luego estaban los que sólo hacían tableros y cajas pequeñas. En un tercer escalafón estuvieron los que dedicaban muchas horas en sus casas a trabajar para otros que los vendían con su sello. También hubo vendedores ambulantes de taracea por la Costa del Sol.

Como tampoco se materializaron los intentos de normalizar la formación y enseñanza de esta artesanía en la Escuela de Artes y Oficios, en enseñanza de FP e incluso en la Universidad

Ha sido un sector muy atomizado, desorganizado y, por lo general, no remunerado suficientemente. Hubo intentos en los años de los sindicatos verticales por organizar una patronal, gremio o sindicato específico. Lo intentó José Luis Pérez-Serrabona cuando ocupaba la vicesecretaría provincial de la Obra Sindical (antes de ser alcalde). Pero ninguna iniciativa cuajó. Como tampoco se materializaron los intentos de normalizar la formación y enseñanza de esta artesanía en la Escuela de Artes y Oficios, en enseñanza de FP e incluso en la Universidad. La única realidad palpable fue la de la Diputación de principios del XX, que duró hasta los años de la II República.

Siglo y medio de taraceadores Molero

Quizás sea la saga familiar de los Molero la que más ha contribuido a mantener y evolucionar el arte de taracear los muebles desde por lo menos un siglo y medio atrás. En sus talleres aprendieron infinidad de artesanos que después se fueron estableciendo por su cuenta, hasta alcanzar el cénit que la taracea experimentó entre 1945 y 1980 en Granada.

Fue José Molero quien inició, hacia mediado el siglo XIX, el primer taller de carpintería de la familia. Se trató de un emigrante alpujarreño, de Juviles para más señas, que decidió trasladarse a la capital en busca de mejor futuro

Fue José Molero quien inició, hacia mediado el siglo XIX, el primer taller de carpintería de la familia. Se trató de un emigrante alpujarreño, de Juviles para más señas, que decidió trasladarse a la capital en busca de mejor futuro. Se estableció en una casilla al principio en la zona del camino del Avellano y comienzo de la Cuesta de los Chinos, adonde se accedía a través del puente del Rey Chico. Abrió una tasca en la que tan pronto servía vinos a los transeúntes, como arreglaba una rueda de carro o un mueble. A José Molero le apodaron pronto el tallista Rey Chico. No debió dársele mal el arreglo de muebles y la fabricación de piezas porque ya para 1888 figuraban trabajando su mujer y sus dos hijos pequeños con él, especializados en ebanistería, marquetería y taracea.

Exposición de Víctor Molero cuando la tenía en la Carrera del Darro, años sesenta.

Eran las décadas finales del siglo XIX en la que el negocio azucarero y alcoholero hizo ricos de pronto a bastantes familias de Granada. Aquella riqueza demandó mobiliario de calidad y allí estaba Inocencio para proporcionárselo

La siguiente generación de taraceadores de esta familia la encabezó Inocencio Molero Puche. Nació en 1879. Eran las décadas finales del siglo XIX en la que el negocio azucarero y alcoholero hizo ricos de pronto a bastantes familias de Granada. Aquella riqueza demandó mobiliario de calidad y allí estaba Inocencio para proporcionárselo. El neomudejarismo se puso de moda en la arquitectura; los talleres de moldes de la Alhambra de los Contreras funcionaban a todo vapor; la demanda de adornos y mobiliario tanto para Granada como para fueraestaban en boga. La Sociedad Económica abrió un aula de dibujo de motivos geométricos inspirados en los azulejos y la carpintería mudéjar. Aquellas trazas eran las mismas que los artesanos de taracea venían reproduciendo desde varios siglos atrás.

Fue la mencionada Diputación provincial la institución que se interesó por formar maestros en la artesanía de la taracea. La demanda era mucha y la formación escasa. Echó mano de Inocencio Molero para que montase un taller-escuela en el Hospital Real; sus destinatarios eran los niños expósitos que recibían formación de tipo profesional. La inmensa mayoría de los talleres que fueron surgiendo en Granada durante el primer tercio del siglo XX procedían de alumnos del maestro Inocencio Molero. Y las siguientes generaciones fueron hijos o aprendices de los niños de la inclusa.

Inocencio Molero tuvo visión empresarial. Cuando empezó a llegar el turismo masivo a Granada decidió establecerse más en el centro, en la calle Jardines. Fabricaba piezas como souvenirs de turistas que se vendían como rosquillas

Inocencio Molero tuvo visión empresarial. Cuando empezó a llegar el turismo masivo a Granada decidió establecerse más en el centro, en la calle Jardines. Fabricaba piezas como souvenirs de turistas que se vendían como rosquillas: joyeros, tableros de ajedrez, espejos, cajas con pañuelos, etc. Esto en cuanto a productos menudos típicamente turísticos granadinos; pero paralelamente la burguesía mantenía también una importante demanda de taracea como signo de distinción. Si había que hacer un regalo, lo habitual era que fuese envuelto en una caja de taracea. El Ayuntamiento obsequiaba a sus visitas con cajas de taracea; cualquier pergamino iba envuelto en taracea; la mayoría de regalos de empresa iban con funda de taracea.

Estuche encargado por la Obra Sindical a Víctor Molero con que le obsequiaron a Eva Perón durante su visita a Granada en el año 1947. Tiene grabadas las caras de los Reyes Católicos.
Logotipo utilizado por Artesanía Molero desde los años 60 y placa de la calle que le dedicó la ciudad al abuelo Inocencio (1879-1949), el creador de la Escuela de Taracea en el Hospicio.

Fue tanto el éxito y la representatividad de la taracea como el souvenir más importante de Granada, e Inocencio el maestro más reconocido, que el Ayuntamiento decidió dedicarle una calle con el nombre de Artesano Molero (1973)

Fue tanto el éxito y la representatividad de la taracea como el souvenir más importante de Granada, e Inocencio el maestro más reconocido, que el Ayuntamiento decidió dedicarle una calle con el nombre de Artesano Molero (1973). Entre sus piezas y reparaciones más importantes figuran las cajoneras del Monasterio de Cartuja, las cruces de la Cofradía del Silencio y del Vía Crucis. E infinidad de los mejores bargueños, trípticos y mesas para las familias pudientes de Granada. Inocencio Molero diseñó y puso de moda la fabricación de bargueños pareados, a los que llamaba el positivo y el negativo; con los recortes de las placas de materiales óseos hacía un mueble en el que predominaba los tonos claros y el mismo predominando los tonos oscuros. Importaba marfil de elefante y de hipopótamo, hueso de vaca y nácar de Filipinas. De esta manera aprovechaba mejor el caro material de nácar, marfil o hueso. Hizo bastantes juegos gemelos de este tipo, siempre a partir de diseños suyos con láminas trazadas por su propio personal o por él mismo. Para la familia Müller, propietaria del palacete de la Gran Vía (actual Subdelegación del Gobierno) armó una pareja de estos bargueños con decoración de escenas del Quijote, que tomó de la colección de dibujos de Gustavo Doré.

Bargueños gemelos de Inocencio Molero, hacia 1916, con los dibujos en positivo y en negativo. COLECCIÓN DE HEREDEROS DE JUAN MÜLLER.
Armario de dormitorio y jamuga con espejo al estilo nazarí fabricados por Inocencio en su taller de la calle Jardines en los años veinte. ARCHIVO V. MOLERO.

Continuó la saga su hijo Víctor Molero Martínez, a quien pronto se sumó su esposa Estrella Sabador Roldán como tracista y tallista. Pronto se trasladaron a la calle Lavadero de las Tablas, con algún aprendiz más y ya incorporando también los hijos que les fueron naciendo

El maestro Inocencio falleció en el año 1949. Dejó abierto otro nuevo taller en la calle Jardines, siempre de pequeñas dimensiones. Continuó la saga su hijo Víctor Molero Martínez, a quien pronto se sumó su esposa Estrella Sabador Roldán como tracista y tallista. Pronto se trasladaron a la calle Lavadero de las Tablas, con algún aprendiz más y ya incorporando también los hijos que les fueron naciendo (Víctor, José y Jesús). Tanto turismo moviéndose por la Carrera del Darro, Albayzín y Sacromonte le llevó a establecerse en el barrio de San Pedro, donde abrieron tres pequeños talleres y una pequeña tienda para la venta directa por debajo del Convento de Zafra. Eran las décadas de los años cincuenta/sesenta en las que el régimen franquista fomentaba mucho los trabajos de artesanía a través de Artespaña e infinidad de ferias nacionales. También varios premios. Víctor, que fue quien se afianzó como continuador de Artesanía Molero, empezó a recibir galardones nacionales a su labor ya desde 1949. Esta casa atesora desde entonces más de una treintena de distinciones de calidad de tipo nacional e internacional.

Víctor Molero recibe el máximo galardón como artesano español de manos del general Francisco Franco, en 1953.
Estrella y Víctor visitando las pirámides de Egipto durante uno de sus viajes a Siria a enseñar la técnica de la taracea tradicional granadina.
Víctor Molero en su taller de la calle Lavadero de las Tablas.
Dos grabados sobre hueso burilados por Estrella, a través de estampas de las Angustias y de un óleo de la Virgen con el Niño y San Juan Bautista. El marco es de taracea hecho por Víctor.
Grabando un ave en una feria del mueble de Madrid ante el Mariano Fortuny hijo. Derecha, haciendo una demostración en su tienda.
Retratos de Víctor Molero y Estrella Sabador grabados por Estrella cuando ya eran casi ancianos.

Los trabajos de Víctor y Estrella alcanzaron tal nivel de calidad que el gobierno de Siria decidió contratarlos durante seis meses para que se fueran a Damasco

Los trabajos de Víctor y Estrella alcanzaron tal nivel de calidad que el gobierno de Siria decidió contratarlos durante seis meses para que se fueran a Damasco. El país de dónde vino la tarsí hace más de un milenio recurría a dos granadinos para que devolviesen la pureza a la forma de trabajar la taracea, enseñaran a los sirios la fusión de la variante cartujana y abriesen una escuela de formación profesional.

En los años setenta estaba muy de moda la compra de taracea granadina. Llegó a haber más de setenta talleres funcionando por la capital y algunos pueblos de los alrededores. También había talleres en muchos lugares de Andalucía, sobre todo Córdoba, Lucena; y principalmente en Valencia. A Artesanía Molero se le quedaron pequeños los talleres de la Carrera del Darro, donde ya trabajaban 48 personas, y decidió buscar un local más grande en el Zaidín, concretamente en la calle Santa Rosalía. Pocos años más tarde (1998) decidieron dar el salto al polígono Juncaril, donde permanecen desde entonces.

Cambio de concepto, éxito y crisis

Artesanía Víctor Molero la continuó el hijo pequeño, Jesús, a partir de los años ochenta del siglo XX. Empezaba la cuarta generación con este apellido. Él y su mujer, María de los Ángeles Oscáriz, como encargada de la administración, estudios de mercado y ventas, comprendieron que el negocio de fabricar taracea no podía quedar limitado a armar bargueños, mesas y regalos de pequeño formato. Ampliaron sus miras a la especialidad de interiorismo, es decir, decorar espacios completos con la técnica de la taracea. Salones enteros, zócalos, trípticos, puertas, techos, complementos. Incluso también muebles de cocina y fundas para electrodomésticos.

Los Molero empezaron a abrir mercado en países árabes, donde todavía se apreciaba mucho la técnica de la taracea, y encargos más puntuales para Estados Unidos y varios países europeos

El mercado hubo que ampliarlo enormemente puesto que España se quedaba pequeña. Los Molero empezaron a abrir mercado en países árabes, donde todavía se apreciaba mucho la técnica de la taracea, y encargos más puntuales para Estados Unidos y varios países europeos. El mercado español se limitó prácticamente al 2% de su negocio.

Para aquella internacionalización de su taracea granadina tuvieron la enorme suerte de contar con la colaboración del prestigioso decorador Alberto Pinto (1945-2012). Este hombre les ayudó mucho con sus revistas, sus exposiciones y la tupida red de relaciones con gente pudiente del mundo árabe y norteamericano. Colaboró en el diseño de nuevo mobiliario, amoldado a las necesidades de mansiones de ricos; hicieron grandes bibliotecas, decoraron hoteles y palacios. Los Molero se acostumbraron a asistir cada año a las ferias del mundo árabe y a pasar varios meses montando muebles en esos países.

Los diseños modernos y los encargos a través de arquitectos obligaron a dejar el compás, la escuadra y el cartabón tradicionales para tener que utilizar el programa Autocad

Los diseños modernos y los encargos a través de arquitectos obligaron a dejar el compás, la escuadra y el cartabón tradicionales para tener que utilizar el programa Autocad. Esto ha permitido atesorar un completo catálogo de nuevas plantillas que se han sumado a las tradicionales a regla y compás. Si el abuelo Inocencio y el padre Víctor dibujaban a mano las figuras del Quijote, después Jesús ha seguido ofreciendo la posibilidad de decorar bargueños y mobiliario con los dibujos exigidos por los compradores: a un cliente cazador le decoró sus marfiles con rehalas de perros en plena montería; a un navegante le grabó veleros; a otro cliente, una colección de elefantes en su ambiente; a otro, diversas láminas del Taj Mahal; incluso hubo un intento (fallido) de decorar los muebles de un dormitorio con posturas del Kama Sutra.

Jesús Molero Sabador trabajando en una mesa de taracea en miniatura.
Posando delante de un bargueño rematado en hueso, nácar y marfil para un palacio real de Marruecos.
Bargueño decorado con escenas de caza para un aficionado a este deporte.
Muebles de interior en un palacio de Qatar.
Salones de un hotel del Golfo Pérsico decorados con muebles de taracea granadina.
Tapa de una cajita con imágenes del Cristo del Perdón y Virgen de la Aurora del Albayzín talladas sobre marfil.

Todavía en los primeros años del siglo XXI la artesanía de la taracea granadina era un negocio boyante

Todavía en los primeros años del siglo XXI la artesanía de la taracea granadina era un negocio boyante. Jesús Molero Sabador estaba de enhorabuena, la Junta de Andalucía le reconoció por ley (Artículo 18 de la Ley de Artesanía de Andalucía,15/2005) el único de Andalucía capacitado como maestro artesano de la taracea. Para ello había que tener más de quince años de trayectoria continuada y someterse a un proceso de homologación. Había muchos artesanos más en Granada, pero no se sometieron a ese examen.

Hasta el año 2008 todavía se encargaban bargueños en España. Pero la crisis económica de aquel año supuso el principio del fin para la demanda de grandes piezas

Hasta el año 2008 todavía se encargaban bargueños en España. Pero la crisis económica de aquel año supuso el principio del fin para la demanda de grandes piezas. El mercado se quedó enfocado al extranjero. Seguían llegando pedidos masivos para Disney World de Orlando, para regalos masivos de grandes compañías, pero se detectaba que el gusto por la taracea empezaba a decaer. El sector de la taracea española empezó a hacer aguas; en Lucena (Córdoba) había varias fábricas importantes, también en Valencia; todas ellas cerraron o se reconvirtieron a otro tipo de mueble. La demanda cayó en picado.

Paralelamente a la crisis de demanda se registró una drástica retirada de la taracea manual de las nuevas generaciones de aprendices. La gente joven no quiere este trabajo artesanal. Es prácticamente imposible que un aprendiz continúe hasta hacerse maestro taraceador.

Y, por si fuera poco, la actual guerra en Oriente Próximo ha acabado por perjudicar al negocio de Artesanía Molero

Y, por si fuera poco, la actual guerra en Oriente Próximo ha acabado por perjudicar al negocio de Artesanía Molero. Los costes de enviar las grandes piezas a países del Golfo Pérsico se han duplicado porque los barcos ya no pasan por el Canal de Suez; y remitirlas en avión hace inviables los precios finales. Las últimas semanas, Jesús Molero −sin hijos que le sigan y trabajadores que se hagan cargo de la actividad− está embalando dos grandes bargueños para el rey de Marruecos y media docena de grandes piezas para otros jeques árabes. Ya no está cogiendo grandes encargos a futuro; su próxima jubilación por edad va a suponer también el cese escalonado de la que ha sido la empresa de artesanía más potente de Granada. Aquí va a finalizar la saga de los Molero, con más de 150 años de trayectoria artesanal en la taracea granadina. Sólo le quedarán las piezas de la exposición para ir vendiéndolas los próximos meses.

Una escuela que no cuajó

Los taraceadores realmente siempre han sido considerados un sector aparte dentro del grupo de trabajos en madera. De hecho, como artesanos reconocidos no lo fueron oficialmente, con catálogo oficial, hasta la ley 5/2005, hace cuatro días. En los años sesenta, en el momento de esplendor de ventas, Víctor Molero formó parte de los delegados de los sindicatos verticales franquistas. Por entonces se intentó organizar un gremio que estaba muy atomizado en Granada, pero que entre talleres reconocidos fiscalmente y economía sumergida daba empleo a más de dos millares de granadinos. El sector estaba desorganizado y un tanto enfrentado por competencia desleal y trabajos en negro; se hacían la competencia entre ellos. Quedaba claro que el sector nunca estuvo unido.

Piezas de los años sesenta con la inserción de motivos cartujanos mezclados con trazos musulmanes.

Tampoco las autoridades educativas hicieron caso a propuestas de abrir una especialidad en los institutos de formación profesiona

La formación de una patronal o sindicato de taraceadores no llegó a cuajar en la etapa franquista. Incluso se llegó a dibujar sobre plano un recinto o polígono donde concentrar los talleres y compartir maquinaria y sinergias. Un rotundo fracaso. Se llegó a plantear la necesidad de incluir el diseño y trabajo de la taracea musulmana y cartujana en la Escuela de Artes y Oficios. Con idéntico resultado negativo. Tampoco las autoridades educativas hicieron caso a propuestas de abrir una especialidad en los institutos de formación profesional. Así es que la única manera de aprender y continuar esta tradición milenaria quedó reducida a empezar de aprendiz en uno de los talleres.

Los pocos intentos que hubo por preservar esta artesanía tan granadina fueron contemplados por la Cámara de Comercio, pero en un encuentro de artesanía hispano-marroquí. Aquella colaboración no llegó a cuajar

Los pocos intentos que hubo por preservar esta artesanía tan granadina fueron contemplados por la Cámara de Comercio, pero en un encuentro de artesanía hispano-marroquí. Aquella colaboración no llegó a cuajar. Tampoco la Diputación supo revivir su iniciativa para formar una escuela taller o un taller de empleo hace poco más de una década. Menos aún la Consejería de Empleo de la Junta. Las administraciones y sus políticos de paso han sido protagonistas de muchas promesas y ninguna realidad. El último intento de Jesús Molero por dar a conocer, enseñar y preservar la esencia de esta artesanía milenaria fue montar un máster con la Universidad de Granada, concretamente en la Facultad de Bellas Artes. Pero también se frustró porque le exigieron que él, como director del curso, debía tener formación universitaria para impartirlo. Todo un despropósito. Todo el patrimonio artístico de los taraceadores Molero se perderá en cuanto se jubile el último de la saga.

El optimismo de los Laguna de la Alhambra

El taller de Miguel Laguna goza de una ventaja competitiva con relación a los demás talleres y tiendas de taracea: su taller central y su exposición están ubicados en la calle Real de la Alhambra. Diríase que forman parte del monumento. A tan solo unas decenas de metros del museo donde se exponen la jamuga y el ajedrez nazarita de los siglos XIV-XV, el turista puede contemplar in situ cómo los artesanos de la casa Laguna trazan una pieza y la van componiendo. Exclusivamente en estilo musulmán granadino, no trabajan lo cartujano.

Esta situación tan privilegiada hace que tengan siempre llena la tienda y vendan muchas piezas pequeñas y medianas, a precios asequibles comerciales, en muchos casos hechos en serie y mediante planchas seriadas. Pero también piezas de verdadero arte

Esta situación tan privilegiada hace que tengan siempre llena la tienda y vendan muchas piezas pequeñas y medianas, a precios asequibles comerciales, en muchos casos hechos en serie y mediante planchas seriadas. Pero también piezas de verdadero arte. Ya con precios menos asequibles para todos los bolsillos. Son en la actualidad nueve los empleados de esta empresa, repartidos en el taller de la Alhambra y otro auxiliar para operaciones más penosas que precisan más espacio; el barnizado, lijado y prensa los tienen en Juncaril. Porque no sólo hacen tableros y estuches como los que abundan en la exposición; también elaboran mesas de mayor formato, taquillones y algunos arcones de mayor tamaño. Por ahora, auguran futuro a la taracea que ellos elaboran. Incluso admitirían más empleados ya formados. Porque lo de formar aprendices es otro cantar, los quieren ya con experiencia. Pero no los hay. Esta casa de siempre ha tenido a gala pagar sueldos justos y tener a todos sus empleados legales, nada de trabajadores en negro.

El mercado de Laguna Taracea está copado en un 82% por turistas extranjeros; el 17% de fuera de Granada; y sólo el 1% del entorno granadino

El mercado de Laguna Taracea está copado en un 82% por turistas extranjeros; el 17% de fuera de Granada; y sólo el 1% del entorno granadino. Las piezas las preparan de manera que se las puedan llevan en coches particulares, en maletas o sean fáciles de remitir por mensajería. No ofrecen piezas grandes debido al excesivo coste de repartirlas por medio mundo. Y porque no tienen demanda.

Por ahora no se quejan de que el negocio artesano de la taracea musulmana les vaya mal. Varios de sus trabajadores tienen menos de cuarenta años. La buena venta por su excelente escaparate dentro de la Alhambra y la juventud de la plantilla les hacen ver el futuro con optimismo. Están abiertos a contratar a gente con mediana formación.

Dos empleados de Laguna Taracea, dentro de la Alhambra. Trabajan exclusivamente diseños musulmanes de cara al público.
Exposición de la planta superior de Laguna, con mesas y muebles de medio porte (desmontadas para su transporte).

Los tres de la Cuesta Gomérez

La realidad del resto de talleres de taracea granadina es para llorar. En la Cuesta de Gomérez quedan tres de los cinco talleres que había hace una década. Manuel Morillo tiene 82 años; se dedica exclusivamente a fabricar y vender tableros y cajas de taracea, que elabora ante el público con la tradicional cola de pescado. No vende otra cosa más en su tienda, esquina a calle Ánimas. Dice que les ayudan sus hijos a ratos. Pero el futuro de su actividad no es muy halagüeño por su edad provecta.

Hasta que se jubiló tuvo seis empleados en su taller del barrio de la Churra. Hoy está él solo, con un brazo semiparalizado y aguantando hasta que la salud se lo permita

Más arriba tiene un pequeño taller Emilio Valdivieso, también con 82 años. Vende lo que fabrica y lo que compra a otros artesanos en sus dos tiendecillas de souvenirs diversos. Hasta que se jubiló tuvo seis empleados en su taller del barrio de la Churra. Hoy está él solo, con un brazo semiparalizado y aguantando hasta que la salud se lo permita. Recuerda que se vendía más taracea cuando la Cuesta de Gomérez estaba abierta al tráfico rodado. Ahora la artesanía granadina no es el principal souvenir que compran los turistas.

Manuel Morillo forrando cajitas con placas de taracea y cola caliente.
Emilio Valdivieso, compás en mano, trazando unas ataujías nazaritas. Los dos tienen ya 82 años y se mantienen activos en la Cuesta de Gomérez.

La terna de tiendas de taracea de este acceso a la Alhambra la cierran las generaciones tercera y cuarta de Antonio González Gil (abierta en 1920). Ya más dedicadas a tienda en general que a la taracea.

Para empeorar la situación, no todo es taracea lo que reluce en la tienda del Señor. Están empezando a proliferar las supuestas taraceas hechas en China o a saber dónde; se trata de papel impreso sobre soporte de madera, al que luego se aplica una gruesa capa de metacrilato y da el pego

Fuera de esta calle tan turística hay que mencionar a los artesanos taraceadores procedentes de la casa Beas Bimbela (en el Zaidín) y la firma Pimentel. Quedan unos poquitos más por libre en sus casas.

Para empeorar la situación, no todo es taracea lo que reluce en la tienda del Señor. Están empezando a proliferar las supuestas taraceas hechas en China o a saber dónde; se trata de papel impreso sobre soporte de madera, al que luego se aplica una gruesa capa de metacrilato y da el pego. Los turistas se van tan contentos con una caja por menos de 30 euros o un tablero de ajedrez por 50. Pero eso ya no es taracea tradicional milenaria granadina.

Tienda de taracea menuda para turistas en la Plaza de Bibarrambla.