SEMBLANZA ILUSTRADA DE UN POLIÉDRICO ARTISTA (1921-2001)

Los secretos del guarda-monumentos y “espía” Enrique Villar Yebra

Cultura - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 29 de Septiembre de 2024
Gabriel Pozo Felguera nos ofrece esta magnífica semblanza, con aspectos desconocidos, del pintor, escritor y vigilante de monumentos de Granada que tanta huella dejó con sus obras y tanto contribuyó a frenar la desaparición de edificios históricos de Granada en el periodo final del franquismo, transición y primeros años de democracia.
Estudio y óleo de Villar Yebra, retratado por Juan García Pedraza.
COLECCIÓN CENTRO ARTÍSTICO
Estudio y óleo de Villar Yebra, retratado por Juan García Pedraza.
El Independiente de Granada se suma al homenaje recordatorio del Centro Artístico a su socio destacado Enrique Villar Yebra. El ciclo lo han abierto su albacea, Juan García Pedraza, y su jefe en el Gabinete Pedagógico de Bellas Artes, Manuel Ruiz Ruiz; lo continuará el profesor Luis Ruiz Rodríguez, especialista en su obra. 
  • Dos delegados de Bellas Artes confiaron a su criterio el derribo de edificios, su protección o declaración como monumentos nacionales durante quince años

Hace tiempo llegué a la conclusión de que Enrique Villar Yebra fue el consejero, en la sombra, in pectore, de Bellas Artes y Patrimonio de Granada durante los últimos años del franquismo y primeros de la transición (1970-84). Desde su puesto de guarda de monumentos y patrimonio histórico-artístico se dedicó a vigilar, espiar e informar de lo que se hacía o se dejaba de hacer en los edificios de Granada. De sus informes de cuidada caligrafía y de sus dibujos dependió el que monumentos vivieran o murieran durante casi tres lustros. Sus pulgares hacia arriba o hacia abajo actuaron como los de un césar: salvaron o condenaron edificios o piezas históricas. Lo que él recomendaba a los dos delegados para los que trabajó se trascribía a las actas de la Comisión Provincial de Bellas Artes, casi de manera textual. La confianza que Pita Andrade y González Barberán depositaron en él fue absoluta. En este artículo me centro en el perfil menos conocido de quien fue uno de los pintores/escritores más populares de Granada y en sus sonadas anécdotas.

Enrique Villar Yebra fue hombre poliédrico: pintor, músico, especialista en trenes, ávido lector de novelas policíacas, guía de la Alhambra, escritor, etc. Pero sobre todo fue un gran conocedor de todos los rincones de la ciudad de Granada. Andorreaba todos los barrios a paso ligero. Plantaba su caballete o se sentaba con su cuaderno de apuntes a dibujar los detalles que más le gustaban. De formación autodidacta en historia y arte de Granada, adquirió profundos conocimientos del pasado granadino.

Aquella formación dual como dibujante y erudito en el pasado granadino le llevó pronto a ligarse a la prensa local como cronista de la ciudad. Muchos lectores conocieron los rincones y la historia de Granada a través de los dibujos y escritos que publicaba en los periódicos

Aquella formación dual como dibujante y erudito en el pasado granadino le llevó pronto a ligarse a la prensa local como cronista de la ciudad. Muchos lectores conocieron los rincones y la historia de Granada a través de los dibujos y escritos que publicaba en los periódicos. Con unas trazas muy sencillas, realistas, casi fotográficas, y textos divulgativos de gran interés.

En los años sesenta, Granada había entrado en la vorágine del desarrollismo. La ciudad crecía desmesurada y desordenadamente por la periferia. Al tiempo que se acometían infinidad de reformas interiores puntuales; el resultado del nuevo arreón destructivo del patrimonio histórico granadino se estaba llevando por delante mucho de lo que había pasado desapercibido en otros ciclos destructores desde principios del XIX: primero, el de los franceses de 1810-12; después las desamortizaciones continuadas a partir de 1835; y más tarde las calas de la Gran Vía y Ganivet.

Villar Yebra ponía el dedo en la llaga con sus dibujos y sus escritos sobre el patrimonio histórico, su deterioro y el riesgo de desaparición

Villar Yebra ponía el dedo en la llaga con sus dibujos y sus escritos sobre el patrimonio histórico, su deterioro y el riesgo de desaparición. Eran los años sesenta, bajo una dictadura, pero con mayor valentía y libertad que muestran en la actualidad los medios de papel locales. Alertó de infinidad de obras ilegales que estaban haciendo desaparecer patrimonio, algunas consiguió pararlas, pero la mayoría se perdieron para siempre. No usaba cámara fotográfica, sus dibujos a línea son el único vestigio que nos ha quedado de su existencia.

Otras muchas veces ni su esfuerzo ni sus informes contribuyeron a preservar edificaciones; bien porque no los tuvieron en cuenta bien porque los intereses políticos y empresariales pesaron más

La colaboración de Enrique Villar Yebra con la Delegación de Bellas Artes y Patrimonio no sólo contribuyó a alertar de peligros, también sirvió para que se incoaran expedientes de declaración de monumentos nacionales y salvaguardarlos de la piqueta. Otras muchas veces ni su esfuerzo ni sus informes contribuyeron a preservar edificaciones; bien porque no los tuvieron en cuenta bien porque los intereses políticos y empresariales pesaron más. Fue el caso concreto de los derribos de nueve edificios de la Gran Vía (de segunda generación), que el Ayuntamiento permitió fulminar haciendo caso omiso a la opinión del guarda de monumentos y de la Delegación de Bellas Artes (Ver: Los diez edificios originales derribados en la Gran Vía de Colón). Otras veces también se detecta cierta minusvaloración de edificios o piezas por Villar Yebra, sobre todo si no aparecían en las guías histórico-artísticas de Gómez-Moreno y Gallego Burín. Informó favorablemente sobre su desaparición o, a lo sumo, recomendó que se fotografiaran, dibujaran y acopiaran en la iglesia de San Nicolás o en terrenos del Monasterio de San Jerónimo, lugares donde la Delegación de Bellas Artes solía acumular piezas de derribos. (Después se fueron esfumando).

Dibujos de las piezas que iba recuperando de edificios demolidos y el lugar donde los amontonaba la Delegación de Bellas Artes en 1984. También llevaba una relación de las piezas depositadas en los almacenes de San Nicolás, Casa de Castril y Alhambra, indicando su procedencia.

El guarda de Bellas Artes

El gobernador civil de Granada decidió nombrar al catedrático de Historia del Arte José Manuel Pita Andrade como Consejero Provincial de Bellas Artes y Patrimonio. Era 28 de junio de 1969. Por primera vez se conferían a este cargo altas atribuciones en la vigilancia de obras y concesión de licencias de edificios históricos. Por entonces era el Gobierno Civil el que tenía que informar de la infinidad de obras que se estaban haciendo y que afectaban al patrimonio. Salvo los grandes monumentos de la ciudad, la inmensa mayoría no contaban con una figura legal de protección. Los propietarios derribaban a placer, desmontaban para vender sin que nadie pusiera la más mínima objeción. Enfrente, empezaban a surgir pequeños escándalos en el ámbito de colectivos ciudadanos conservacionistas.

Pronto fijó su interés en la afamada trayectoria de Villar Yebra divulgando, criticando y avisando en prensa lo que ocurría en construcciones que deberían protegerse como piezas artísticas o históricas. Decidió contratar a Villar Yebra como “espía” del patrimonio granadino

El gallego Pita Andrade llevaba ya instalado ocho años como profesor de la Universidad, pero no conocía Granada a fondo. Pronto fijó su interés en la afamada trayectoria de Villar Yebra divulgando, criticando y avisando en prensa lo que ocurría en construcciones que deberían protegerse como piezas artísticas o históricas. Decidió contratar a Villar Yebra como “espía” del patrimonio granadino, con la categoría y nómina de guarda del patrimonio de la ciudad.

El dibujante tenía como misión recorrerse la urbe escudriñando obras ilegales o desmontaje de edificios que tuviesen algún valor artístico. Pasaba informes escritos, acompañados de sus correspondientes dibujos, planteando la situación creada. También atendía denuncias de vecinos o informes de peticiones de derribo que acababan en el Gobierno Civil (El consejero de Bellas Artes dependía directamente del gobernador de la provincia).

Con este segundo delegado de Bellas Artes y Patrimonio permaneció colaborando hasta 1984, en que las competencias en materia de patrimonio y cultura fueron transferidas a la Junta de Andalucía y sus nuevos responsables organizaron una estructura diferente

Villar Yebra estuvo trabajando como guarda de monumentos de la capital a las órdenes de Pita Andrada hasta el 25 de marzo de 1972 en que fue relevado por Vicente González Barberán. Con este segundo delegado de Bellas Artes y Patrimonio permaneció colaborando hasta 1984, en que las competencias en materia de patrimonio y cultura fueron transferidas a la Junta de Andalucía y sus nuevos responsables organizaron una estructura diferente. Villar Yebra dejó de actuar como vigilante de monumentos y pasó al Gabinete Pedagógico de Bellas Artes a las órdenes de Manuel Ruiz Ruiz. Hasta que le llegó la hora de su jubilación.

La mayoría del fondo de la Comisión de Bellas Artes fue arrojada a un contenedor de basuras en el traspaso de competencias del Estado a la Junta

Enrique elaboró alrededor de 2.500 informes sobre edificios o piezas de monumentos durante los años que desarrolló su misión de guardería, entre 1970 y 1984. De esos expedientes se guardan bastantes en la actualidad; están conformados con fotocopias y bastantes originales de Villar Yebra. Nos ha quedado un puñado en el Archivo Histórico Provincial −los duplicados que guardó González Barberán a título personal− y unos cuantos repartidos por otros archivos públicos; la mayoría del fondo de la Comisión de Bellas Artes fue arrojada a un contenedor de basuras en el traspaso de competencias del Estado a la Junta. No siguieron la ruta de los archivos de Falange y Sección Femenina desde los sótanos del Paseó de la Bomba hasta un horno de ladrillos de Churriana.

A través de los informes y dibujos de Villar Yebra conocemos algunas irregularidades de obras que se estaban haciendo de tapadillo; el destino de piezas que se acopiaban en San Nicolás o la Alhambra; la infinidad de detalles en fachadas y patios de casas señoriales que desaparecieron en los barrios de la Magdalena y Realejo...

A través de los informes y dibujos de Villar Yebra conocemos algunas irregularidades de obras que se estaban haciendo de tapadillo; el destino de piezas que se acopiaban en San Nicolás o la Alhambra; la infinidad de detalles en fachadas y patios de casas señoriales que desaparecieron en los barrios de la Magdalena y Realejo; algunas zapatas y artesonados desmontados de casas moriscas del Albayzín. También conocemos los persistentes intentos de propietarios de edificios por arruinarlos para levantar bloques nuevos; estos podrían ser los casos del Palacio de los Vargas o de la Casa de la Música de San Jerónimo, ambos salvados de su desaparición por Villar Yebra. Pero también a través de sus dibujos podemos concluir que el dibujante informó favorablemente de la desaparición de otros que hoy gozarían de catalogación: por ejemplo, la casa de los Siete Moros de la calle Molinos, la esquina de Carnicería,1, del siglo XVII; y bastantes casas-patio y corralas de los barrios de la Virgen y la Magdalena.

Dibujo de la escalera de mármol de la Casa de la Música, cuya demolición frenó Villar Yebra con sus informes. El 14 de marzo de 1975 fue declarado Monumento Nacional, cuando estaba a punto de convertirse en una torre de apartamentos (ya había desaparecido más de la mitad del claustro alto). Es un edificio construido en el primer tercio del siglo XVII para la Escolanía del Monasterio de San Jerónimo, con traza de Francisco de Potes. Tiene un claustro cuadrado de dos plantas de arcos de medio punto en el bajo y rebajados en la alta. Tiene un tejado de terraza corrida con dos torrecillas en los corneros. Todo de estilo neomudéjar. Destaca su escalera de piedra y remates con pináculos barrocos, cubierta por una cúpula semiesférica. Fue desamortizado en 1835 y vendido a particulares, que cegaron los arcos para convertir las galerías en habitaciones.

Debajo aparece el informe de Villar Yebra, del verano de 1972, justificando el valor de la Casa de la Música para que no se demoliese y lo declarasen monumento nacional.
Comparación de la casa tradicional del XVII-XVIII que ocupaba la esquina de la calle Carnicería, frente a la iglesia de Santo Domingo, que la defendió con portada adintelada de piedra, típica galería de arcos en la tercera planta y fuente en el patio central… y el resultado de la actual construcción, hace ahora medio siglo.
Lo que quedó de la Magdalena antigua. En septiembre de 1971, el propietario de los almacenes La Magdalena (Agustín Gil de Antuñano) solicitó demoler lo que quedaba de la Magdalena en la esquina de Mesones con Arco de las Cucharas. Un mes más tarde, la Comisión de Bellas Artes no le puso grandes reparos; solamente le exigió que se hicieran fotos y dibujos de lo más destacable que quedaba, es decir, en cimborrio; la portada ya había sido vendida al Padre Manjón para reinstalarla en su casa madre del Sacromonte. (La colección de fotografías no está en el expediente).

La mayoría de los informes que hacía se trasladaban tal cual a las actas que después levantaba la Delegación de Bellas Artes

Villar Yebra mostraba especial predilección y ahínco por defender todo lo anterior al siglo XVII. Pero fue más condescendiente con las construcciones de épocas posteriores.

La mayoría de los informes que hacía se trasladaban tal cual a las actas que después levantaba la Delegación de Bellas Artes. Para conceder o denegar licencias de derribo. En casi ningún caso se solicitaban por entonces licencias para reformas y rehabilitación conservando lo antiguo.

En estos informes de Villar Yebra informaba al consejero si se podía o no conceder licencia de demolición de edificios. En esta escueta nota hay algunos cuyo derriba desaconseja (palacete de calle Arandas, 8), otros que recomienda reconstruirlos según la tipología de la zona (San Juan de los Reyes/Horno de Oro) y algunos que fue claramente una metedura de pata su desaparición (Acera del Casino, 3). En el barrio de la Virgen prácticamente todas las informaba a favor de su demolición.
El desaparecido Cobertizo de Gadeo. Villar Yebra nos dejó este dibujo de cómo era el Cobertizo de Gadeo, situado junto a la casa número 56 de la calle Elvira. Denunció el derribo sin licencia y el peligro de hundimiento del pasaje, que al final hubo que tirar por elel riesgo. La casa lindra era del siglo XVIII y también acabó cayendo sin que nadie hiciera nada desde las administraciones. El solar duerme el sueño de los justos desde hace medio siglo (es propiedad de la Junta de Andalucía).
Informe sobre las murallas del Albayzín. Está firmado ya en 1981. En él describe su historia y los peligros que corría. Incluso en el expediente denunció una obra ilegal que estaban haciendo a escondidas en la Vereda de Enmedio.
En el año 1983, Villar Yebra todavía seguía insistiendo en que la Cerca de Don Gonzalo se estaba desmoronando. A su alrededor estaban creciendo como setas urbanizaciones de cármenes modernos, entre la Cuesta de San Antonio y la Carrera de Murcia. Este hundimiento se registró a pocos metros del Postigo de San Lorenzo, recién redescubierto tras siglos cegado de escombros (Ilustración de abajo, de 1983).
Palacio de los Vargas, en Horno de Marina, todavía en pie, objeto de infinidad de proyectos de rehabilitación que no han cuajado. Villar Yebra frenó su intento de demolición en 1974. Arriba, foto actual; debajo, el informe firmado por el vigilante de monumentos.

Pronto se conoció en ambientes de corretaje de edificios, promotores y albañiles la labor que ejercía Villar Yebra como vigilante y “espía” de obras. Empezaron a temerle y a esconder los trabajos de derribo. Procuraban por todos los medios que no accediera al interior de los edificios

Pronto se conoció en ambientes de corretaje de edificios, promotores y albañiles la labor que ejercía Villar Yebra como vigilante y “espía” de obras. Empezaron a temerle y a esconder los trabajos de derribo. Procuraban por todos los medios que no accediera al interior de los edificios. Lejos quedaba ya el tiempo en que Enrique montaba su caballete en la Manigua o San Juan de los Reyes para pintar una acuarela y controlar quién entraba o salía de las casas de prostitución para detectar trata de blancas; porque en ocasiones colaboró con la Policía en estas tareas.

Su trabajo le reportó insultos, peleas, pedradas y algún que otro ladrillo caído a su paso desde un balcón. Se decía que el secreto de su herida en el ojo izquierdo había tenido como origen el puñetazo de un albañil. Y, como era homeópata, no quiso ir al médico y se ponía emplastos de arcilla; hasta que acabó por quedarse tuerto.

Recordatorio biobibliográfico

Enrique Villar Yebra nació el 9 de noviembre de 1921 en la casa número ocho de la albayzinera Plaza de Carvajales. Pero de muy niño se lo llevaron al Carmen del Maurón, habitado por su abuelo paterno que trabajaba como maestro de obras en la Alhambra.

Cuando cumplió los veinte años expuso por vez primera sus dibujos y pinturas en la sala del Centro Artístico, una institución a la que quedaría ligado ya de por vida y sería su institución cultural preferida

Empezó el bachillerato en el Instituto Padre Suárez a los diez años, pero con doce, en 1933, cambió los estudios por la pintura con Rafael Latorre; continuaría después en la Academia de Juan Miravete. En 1937 decidió que lo que le gustaba era la música y a ella se dedicó; formó parte de la banda de la Escuela del Ave María. En 1940 volvió a atraerle la pintura al natural y se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios con el profesor Joaquín Capulino. Cuando cumplió los veinte años expuso por vez primera sus dibujos y pinturas en la sala del Centro Artístico, una institución a la que quedaría ligado ya de por vida y sería su institución cultural preferida.

En el año 1949 decidió buscar nuevos horizontes en Barcelona. Allí permaneció menos de un año pintando por libre y trabajando como ilustrador. Pero no le gustó y regresó a Granada para no salir de ella nunca más en su vida. Ya por entonces hacía dibujos que salieron publicados en la prensa local en forma de chistes o ilustrando artículos literarios de otros autores.

Debut como “chistoso” en Ideal, 1955, junto a los que hacía Miranda para la última.
Ilustraciones de relatos que publicaba Andrés Calderón en las páginas de Artes y Letras de Ideal, que alternaba con estampas turísticas de Granada (En el dibujo de la derecha aparece él pintando en un caballete al pie de la Torre de la Vela; en la atalaya, su jefe González Barberán señalando el Albayzín a un turista).
Le gustaba frecuentar con sus pinceles las calles de La Manigua y San Juan de los Reyes, repletas de mujeres exhibiendo sus encantos en las puertas en busca de clientela.
También se atrevió con la modalidad del relato ilustrado de misterio, trenes y valentía, protagonizado en su ambiente preferido de la estación de ferrocarril.
Ideal, 1963, dibujos y comentario de la historia del barrio del Zenete, en el bajo Albayzín. Aparecían semanalmente.

Su interés por conocer la historia y el arte de los monumentos de Granada le permitió alcanzar una formación bastante profunda del patrimonio local. En 1953 consiguió plaza como guía de la Alhambra para extranjeros que la visitaban, especialidad en francés

Su interés por conocer la historia y el arte de los monumentos de Granada le permitió alcanzar una formación bastante profunda del patrimonio local. En 1953 consiguió plaza como guía de la Alhambra para extranjeros que la visitaban, especialidad en francés.

En 1955 inició una colaboración especial en el diario falangista Patria consistente en un dibujo hecho en línea que lo acompañaba de un texto histórico, artístico y etnográfico. Eran pinceladas similares a las de las guías histórico-artísticas, pero complementadas con datos actualizados y comentarios críticos sobre el abandono o deterioro de lo que dibujaba. El éxito de lectores hizo que el diario católico de la competencia, mucho más potente y de mayor difusión, se lo llevara como colaborador en 1957. En Ideal mantuvo aquella interesante sección semanal hasta 1971, cuando denunció la barbaridad del edificio del Banco de Granada en la Gran Vía; el resultado fue que el periódico prescindió de sus colaboraciones. Al año siguiente volvió a Patria de manera temporal; para, por segunda vez, ser repescado por el nuevo director del diario (Ver: El verano que el Banco de Granada destrozó las vistas de la Catedral) Estas secciones se publicaban bajo los epígrafes “Granada, pasado y presente”, “Bocetos granadinos”, “Restauraciones y reconstrucciones”, “Estampas de Granada”, etc.

Ya el resto de su vida como escritor-dibujante en prensa lo desarrolló en Ideal hasta la década de los años noventa

Ya el resto de su vida como escritor-dibujante en prensa lo desarrolló en Ideal hasta la década de los años noventa. Existe una buena biografía de Francisco Gil Craviotto que explica perfectamente su obra pictórica y literaria; se titula Enrique Villar Yebra, su vida, su obra (2007). No voy a redundar en este aspecto, sino en destacar algunas de las curiosidades y rarezas que contaba a sus más cercanos, o que observamos quienes le tratamos con más distancia. Villar Yebra era una persona complicada en su madurez, no depositaba su confianza en mucha gente.

Se calcula que dibujó y pintó unas 15.000 obras a lo largo de su vida, y escribió unos cuantos libros, incluida una novela ambientada en el mundo ferroviario que tanto le atraía

Se calcula que dibujó y pintó unas 15.000 obras a lo largo de su vida, y escribió unos cuantos libros, incluida una novela ambientada en el mundo ferroviario que tanto le atraía. Son las siguientes: Albaicín (1958, con varias ediciones posteriores); Atención al tren (1983); Las Murallas (1983); La torre de los siete suelos (1985); El último viaje (1986); El casco antiguo de Granada (1989); Impresiones de Granada (1991); Una vista a Granada (1992); Recuerdos granadinos. La ciudad y la gente, Granada (1993); El Albaicín, Granada; Granada insólita (1998).

Anecdotario del pintor que habita en los semáforos

Las mujeres. Enrique fue, desde muy joven, un hombre enamoradizo de toda la que se le cruzaba. Contaba que pasó muchos años paseando por el Tontódromo de Puerta Real persiguiendo muchachas que salían en busca de novio, generalmente acompañadas por sus madres. Pero nunca acabó por decidirse a pretender a ninguna. En los años cincuenta se matriculó en las clases de pintura al natural del Centro Artístico porque el gran atractivo era dibujar el cuerpo de una mujer desnuda; a las clases de hombres no asistía. Desde sus inicios incluyó en sus dibujos a mujeres que paseaban, estaban en sus puertas o haciendo sus labores; parecía que Granada era una ciudad sólo de amazonas. Retrató a infinidad de mujeres desconocidas o relacionadas con su vida; uno de sus mejores óleos es el retrato de dos mujeres del Realejo (1951).

Autorretrato de Villar Yebra durante una de sus clases de dibujo al natural en el Centro Artístico. FONDO C. ARTÍSTICO.
Retrato de dos mozas del Realejo (1952), regalado por su padre el director de la Azucarera de San Isidro, donde trabajaba de contable. COLECCIÓN F. G. Y.
Mujer pintada en una de las puertas de su casa (hoy depositada en la Biblioteca del Salón) y dibujo de la hija del guardabarrera de La Chana.

Ya en su madurez, solterón empedernido, protagonizó sonados enamoramientos platónicos que rozaban lo cómico

Ya en su madurez, solterón empedernido, protagonizó sonados enamoramientos platónicos que rozaban lo cómico. En la calle Mano de Hierro había una tienda atendida por la hija del dueño; entraba continuamente a comprar pequeños productos con el fin de verla y poder charlar con ella. En la zapatería Segarra tuvo otro enamoramiento con una dependienta; iba cada día a mirar zapatos; compraba unas zapatillas, pero al día siguiente iba a descambiarlas. Así durante meses, hasta que tuvo que intervenir el propietario. Ya sobrepasaba los sesenta años cuando se encandiló por una secretaria en el periódico Ideal; iba cada tarde y se sentaba en su despacho durante horas. Más sonados eran los conciertos que daba a una compañera de trabajo en la Delegación del Cultura; la joven no salía a desayunar con las compañeras, se comía una manzana en el jardín; y allí que aparecía Villar Yebra con su saxofón a darle cada mañana la serenata. Y cerca de su casa, en un supermercado de Guerrero de Plaza de los Campos, también se enamoró de una cajera y la frecuentaba a horas de poca concurrencia a comprar pequeños detalles diciendo que es que no tenía memoria para hacer la compra de una vez.

En la redacción del periódico Ideal y con uno dos sus dos saxos. C. C. ARTÍSTICO.

Contaba que la única mujer con la que empezó noviazgo fue con una muy aficionada a la playa. Se lo llevó a Salobreña en su coche. Pero cuando lo vio en bañador, tan esquelético de figura, le dijo que tenía que ponerse más fornido para ella. Enrique, ni corto ni perezoso, tomó la Alsina de regreso y la dejó plantada en la arena.

Homeópata. Era hombre que comía poco y rápido. Eso sí, siempre a su hora en punto. Dejaba plantada a cualquier autoridad para salir corriendo a comer a Los Manueles, al Sota, Casa Paquito o a alguno de los restaurantes de su preferencia en la zona de Plaza Nueva. Tenía una figura fibrosa, casi en los huesos. Incluso se autocaricaturizó como un esqueleto andante.

Bebía batidos de arcilla y se curaba la herida de su ojo con emplastos de esta tierra; hasta que acabó por perderlo

Practicaba la alimentación y la medicina naturalista. Consumía los ajos por kilos, decía que eran el mejor antibiótico, por eso nunca se resfriaba. Cuando falleció (11 de diciembre de 2001), sus albaceas hallaron montones de cáscaras en su piso de la plaza de Fortuny. Regía su alimentación y su salud a través de un vademécum antiguo: oscilaba de obstrucciones intestinales por exceso de tanagel a las diarreas por los abundantes zumos de zanahoria. Bebía batidos de arcilla y se curaba la herida de su ojo con emplastos de esta tierra; hasta que acabó por perderlo.

El guía “ciego”. Contaba algunas de sus anécdotas acaecidas durante su trabajo como guía en la Alhambra. Empezó explicando el monumento en francés; pero pronto se percató de que los turistas suecos eran más generosos con las propinas. Consiguió aprender la lengua sueca para hacer menos recorridos y ganar más dinero.

“Mirá, pibe, todo lo tienen muy bien pensado en Granada, hasta los ciegos ponen su cartel poético para mendigar.” Y le dieron abundante plata de propina

Bautizó la explanada de la puerta de los Carros como “los Palos”. Eso fue debido a que aquí esperaban los guías la llegada de los grupos de turistas. Se los repartían entre ellos echando palos (pajillas), el que sacaba el más largo se los llevaba.

Ya cansado de tanto subir y bajar a la torre de la Vela y de recorrer los Adarves, una vez se sentó a esperar a los turistas bajo la leyenda de Icaza: “Dale limosna mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”. Pasaron por allí unos argentinos y vieron a Villar Yebra, con gafas oscuras y aparentemente famélico. “Mirá, pibe, todo lo tienen muy bien pensado en Granada, hasta los ciegos ponen su cartel poético para mendigar.” Y le dieron abundante plata de propina.

En su juventud y ya con más de 75 años, cuando había perdido el ojo por completo.

Sus últimos meses los pasó en hospitales y en la residencia de los Pisa. Aquí, en pijama, se dedicaba a ejercer de guía para enfermos y personal sanitario por la zona de Plaza Nueva

Sus albaceas y testamento. Era un poco gato, no dejaba que la gente entrase fácilmente a su círculo. En la recta final de su vida nombró albaceas a su editor, José Antonio Mesa Segura, y al pintor Juan García Pedraza. Los últimos años de su vida dejó de vivir solo en su piso y se mudó a un hostal de la Plaza del Carmen. Le entró miedo. Sus últimos meses los pasó en hospitales y en la residencia de los Pisa. Aquí, en pijama, se dedicaba a ejercer de guía para enfermos y personal sanitario por la zona de Plaza Nueva.

Cuando falleció, su piso mostró una imagen desolada: no había usado la cocina ni el fregadero (además de los restos de ajos), tenía sólo una mesa y una silla, de su obra quedaba poco porque había ido repartiendo lo que le quedaba entre instituciones y conocidos. Recordemos que fue un acuarelista y dibujante muy cotizado, su galerista-agente Elvira Pertíñez se lo vendía todo; de ahí que media Granada tenga en su casa algo de Villar Yebra.

Acuarela del paso del tren por Bobadilla, al lado de donde trabajaba su padre (San Isidro al fondo y en primer término un carro con remolacha). C. C. ARTÍSTICO.

Dejó todo su patrimonio en herencia al Ayuntamiento de Granada, algo más de 22 millones de pesetas, con el mandato expreso de que se dedicara el dinero a abrir la biblioteca por las tardes y hacer algunas mejoras

Las puertas de las habitaciones las tenía pintadas con figuras femeninas. Una de esas puertas queda como muestra en la biblioteca del Salón. Dejó todo su patrimonio en herencia al Ayuntamiento de Granada, algo más de 22 millones de pesetas, con el mandato expreso de que se dedicara el dinero a abrir la biblioteca por las tardes y hacer algunas mejoras. Sus saxofones se los legó a Juventudes Musicales, de la que había sido cofundador y miembro destacado.

Se conocía la gran ligazón que le unía con su Centro Artístico. Tanto, que siempre tuvo ahí su dirección postal. Estudió en los salones de la Acera del Casino, expuso, dio conferencias sobre pintura y trenes, y pasó buena parte de su tiempo. Los albaceas encontraron infinidad de facturas del Centro Artístico pagadas con los ahorros de Villar Yebra. Pero ni así consiguió frenar la ruina económica de la institución que tanto amó.

Cuando recayó en su enfermedad y presentía su final, pidió que lo trasladaran al hospital en una ambulancia con cristales

Cuando recayó en su enfermedad y presentía su final, pidió que lo trasladaran al hospital en una ambulancia con cristales. Le organizaron un recorrido por varios puntos miradores de la ciudad. Cuando subía por la Cuesta del Chapiz, miró hacia atrás y se despidió llorando de la Alhambra. Fue la última vez que la vio en vida. Desde el Tambor echó se llevó la última panorámica del crepúsculo granadino.

El hombre del semáforo. Enrique se fue siendo uno de los personajes más populares de la ciudad debido a sus continuos recorridos por todos los rincones. Se le veía pintando y dibujando por todos sitios. Por sus exposiciones y, sobre todo, por sus publicaciones en la prensa local. Llamaba la atención su figura y su forma tan característica de andar, siempre vestido con pantalones vaqueros anchos, gabardina cuando llegaba septiembre y pipa en la boca.

Desde el día de la muerte de Villar Yebra hay programada en algunos semáforos de Granada la figura de un hombrecillo verde, andando a toda prisa, exactamente igual que lo hacía Villar Yebra. Parecía que el diseñador del muñeco se había inspirado en el pintor. ¿O no fue así?

Los amigos que le enterraron decían que fue un hombre que había dejado huella en Granada y seguiría presente entre nosotros durante muchos años. “Efectivamente −comentó uno de quien me guardo el nombre− el Ayuntamiento quiere que todo el mundo le recuerde. Lo ha colocado en los semáforos de Puerta Real”. Desde el día de la muerte de Villar Yebra hay programada en algunos semáforos de Granada la figura de un hombrecillo verde, andando a toda prisa, exactamente igual que lo hacía Villar Yebra. Parecía que el diseñador del muñeco se había inspirado en el pintor. ¿O no fue así?

EL ALBAYZÍN DE VILLAR YEBRA

En la década de los años cuarenta del siglo pasado, el joven dibujante Enrique Villar Yebra acompañó a varios dibujantes catalanes que llegaron al Albayín y pintaron sus rincones. Él siguió su ejemplo y durante las siguientes décadas se dedicó a hacer dibujos a mano alzada o para sus colaboraciones en periódicos y revistas.

En el año 1966 decidió publicar un libro con textos sobre los rincones e historia del barrio, acompañados de algunos de sus dibujos. El libro se llamó 'El Albaicín'

En el año 1966 decidió publicar un libro con textos sobre los rincones e historia del barrio, acompañados de algunos de sus dibujos. El libro se llamó El Albaicín. Después se hicieron bastantes reediciones, la mayoría en la editorial Albaida que dirigía José Antonio Mesa. Con este librito, engrosado a cada edición, Villar Yebra quiso rendir homenaje “A la memoria de don Francisco de Paula Valladar y de don Antonio Almagro Cárdenas que, con ejemplar cariño, dedicaron su mejor labor a la divulgaciión del tesoro monumental de Granada”. Villar Yebra se consideraba sucesor de ambos cronistas de Granada.

Ya se avanzaba en su actitud crítica la importante labor que, como vigilante del patrimonio, iba a desarrollar durante quince años de su vida. En el prólogo plasmó sus lamentos de lo que estaba ocurriendo en el barrio de origen morisco

Ya se avanzaba en su actitud crítica la importante labor que, como vigilante del patrimonio, iba a desarrollar durante quince años de su vida. En el prólogo plasmó sus lamentos de lo que estaba ocurriendo en el barrio de origen morisco: “La belleza pintoresca de buena ley de aquellos barrios castizos, unidos en su historia y carácter, emprendió un declinar imparable desde hace más de cuarenta años, entre el abandono de viviendas por los vecinos que se iban a vivir a los nuevos pisos de las nacientes urbanizaciones periféricas, y por los negocios de la explotación del suelo.

Este diario digital ha recorrido algunos de los rincones de El Albaicín de Villar Yebra −su obra más conocida− para, siete décadas más tarde, comparar su aspecto. El resultado es lo que sigue. El lector juzgará los cambios

El Albaicín y la Alcazaba Vieja han sufrido y siguen padeciendo atentados urbanísticos irreparables, por la inanidad de leyes confusas de protección detentadas por organismos inoperantes. Y cuando también, para mayor ironía, los destrozos en su patrimonio han sido culpa de restauraciones de muy mal gusto, de lo que puedo señalar unos cuantos ejemplos…”

Este diario digital ha recorrido algunos de los rincones de El Albaicín de Villar Yebra −su obra más conocida− para, siete décadas más tarde, comparar su aspecto. El resultado es lo que sigue. El lector juzgará los cambios.

Alminar pre-nazarí. La torre de campanas de la iglesia de San José es una de las construcciones más antiguas de Granada, levantada entre los siglos IX y XI, en épocas del emirato, califato o zirí. Tiene, por tanto, el arco de herradura más viejo de Granada. Fue alminar exento de la mezquita de los Morabitos. Cuando Villar Yebra lo dibujó ya estaba desfigurado con un revoco moderno de cemento. La parte original solamente llega al cuerpo de campanas, añadido en época cristiana. Tuvo una casa aneja que lo unía al ábside de la iglesia; fue demolida y su espacio se dedicó a jardín rodeado de una verja. El aljibe ya no está activo y permanece cerrado, como los del resto de la ciudad.
Hornacina de Aljibe de Trillo. Esta típica hornacina es uno de los paisajes del bajo Albayzín que todavía permanece de manera muy similar a cómo la dibujó Villar Yebra. Sólo han aumentado su volumen las casas del fondo, las fachadas se han llenado de cables y la maleza que desborda el aljibe chorrea, da sombra al callejón. Las flores tradicionales que adornaban la balconada ciega se han marchitado. Abajo, en mitad de la placeta, tomaban el fresco del atardecer las vecinas sentadas en sillas de anea. Hoy las tienen tomadas los turistas que saltan por los empedrados recién renovados de estas callejuelas.
Cuesta de las Cabras. Desde el Callejón de las Tomasas parte la Cuesta de las Cabras, que nos deja en el Mirador de San Nicolás. Las construcciones del frontal se han levantado hasta tapar por completo las vistas que se debieron tener desde este punto de la torre de la iglesia de San Nicolás. Pero da la sensación de que Villar Yebra, en su costumbre de acercar y dar relevancia a algunos elementos en sus primeros planos, en este caso acercó demasiado la torre.
Carmen de las Tres Estrellas. Esta es una de las fachadas más desconocidas del Albayzín que queda fuera de los recorridos de turistas. Está situado en la calle de la Estrella, casi a punto de comenzar la ladera del cerro del Aceytuno. Hace siete décadas el Carmen estaba habitado, con ropa tendida en sus balcones. La fachada ya había sido rehabilitada con molduras neomudéjares, pastiches, tan del gusto del XIX. Estaba pintada en bermellón. Sigue casi igual, pero cerrada, sin habitantes y desmoronándose por falta de cuidados. En la parte derecha de la fachada pervive la enorme placa en recuerdo del escritor decimonónico Fernando Fernández y González, que habitó aquí y escribió varias novelas y tradiciones sobre el barrio y Granada.
Hornacina de Placeta del Conde. Muy cerca está la placeta del Conde, donde ha mejorado sensiblemente este típico rincón del siglo XVIII. La hornacina con su Virgen y su inscripción de 1770 están impolutas; pero los balcones preñados de claveles y verdura se echan a faltar. Es de las pocas fachadas del Albayzín que no tienen ningún cable grapado. Lugar todavía casi virgen para los rebaños de turistas.
Placeta de San Bartolomé. Desde la calle del Mataderillo contemplamos al fondo la iglesia de San Bartolomé. Dejó de tener uso en 1842, pero recientemente ha sido cedida a una iglesia ortodoxa. Asoma una de las torres-campanario más armoniosas de toda Granada. El rincón se conserva en excelentes condiciones, si bien con viviendas algo recrecidas y con algún tejado y terraza descontextualizados. Por la izquierda no vemos la cruz que preside la plaza porque sobre un corral surgió una casa de dos plantas que se integró y da el pego.
Santa Isabel la Real. Bajando por Santa Isabel la Real nos topamos con el rincón (derecha) que da acceso al arco de entrada al compás del convento e iglesia de Santa Isabel la Real y Palacio de Daralhorra. Cuando lo pintó Villar Yebra todavía no había sido abierta la puerta y el balcón del fondo; la casa de la derecha estaba ocupada por varias familias (hoy es hotel); el Huerto del Carlos (se nos escapa por la derecha) estaba cultivado y vendía sus frutas y verduras a los vecinos (hoy es un aparcamiento y una plaza encima). Y por la izquierda todavía no habían aparecidos las instalaciones del centro de menores. Y los pintores y fotógrafos no tenían delante una fila de coches aparcados que empuercan sus obras.
Arco de las Monjas. Este de los pocos paisajes que quedan intactos del Albayzín dibujado por Villar Yebra. Destacan algunos aspectos entre el ayer y el hoy: el dibujante acercó −y de qué manera− el volumen de la iglesia de San Cristóbal, quizás con la intención de darle mayor presencia; se ve que la acequia que corre por encima del arco (entre el Aljibe del Rey y Daralhorra) llevaba agua y propiciaba el crecimiento de vegetación en sus bordes. Hoy, la vegetación que se ve proviene del Carmen anejo y de un ciprés inoportuno que empieza a tapar la iglesia.