Las películas que nos destrozaron los censores en la recta final del franquismo
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Más del 50% de películas proyectadas eran de destape o landistas, que un cura censor recortaba sin piedad antes de sus estrenos
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Los pechos y piernas de las actrices en los cartelones y programas de mano solían ser tapados con ropas e incluso con pegatinas negras
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El primer cuerpo desnudo completo que se vio en un cine de Granada fue el de María José Cantudo, en La Trastienda (Cine Regio, 1976); permaneció 43 días en cartel, a cuatro pases por jornada
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En aquella década hubo unos 200 cines repartidos por la provincia, más de 20 en la capital; en diez años y medio fueron proyectadas 4.602 películas
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La primera película de que se tiene noticia que fuera rodada en Granada, de las casi 250, es, curiosamente, Muerte en Sevilla (1913)
La censura previa institucional hizo su aparición en España en 1912. Se convirtió en un arma de control del franquismo desde la ley de guerra de 1938 hasta la ley 14/1966 de prensa e imprenta, conocida como Ley Fraga. España comenzaba a despegar económicamente; el turismo llenaba nuestras playas de extranjeras en bikini. No había, pues, motivo para que continuase tanta represión en el cine, el principal espectáculo y medio de trasmisión cultural. A partir de los años cincuenta, los cines atrajeron la atención de millones de españoles. Por aquella primera época había un consejo nacional de censura que, desde Madrid, arreglaba las películas antes de ser rodadas y distribuidas.
Pero a partir de la Ley Fraga se inició una tímida apertura. Ya no existiría la censura cinematográfica previa y centralizada en Madrid. Ahora se permitiría exhibir todo filme, español o extranjero, con unas condiciones: respeto a la verdad y la moral; acatamiento de los principios del Movimiento Nacional. Es decir, nada sería igual pero todo seguiría siendo lo mismo. A partir de ese momento, la censura tendría en la vigilancia de la moral su arma más poderosa.
Había otro problema nada desdeñable a tener en cuenta: ahora no censuraban previamente las películas en Madrid para toda España, sino que se dejaba libertad para que lo hiciesen las llamadas juntas provinciales de censura. ¿Qué era aquello? Pues una amalgama de funcionarios del gobierno civil, del Ejército y de la Iglesia. La realidad es que los militares casi no llegaron a participar, los funcionarios se centraron en prensa y publicaciones (que se mantuvo activa hasta 1983 comandada por los funcionarios Gonzalo Gallas Encinas–hijo del catedrático- y Alejandro Parra); y dejaron a los curas la vigilancia de la moralidad de las películas. Lo curioso del asunto es que la censura variaba por provincias, en función del criterio del cura de turno. Los sacerdotes (había varios) que actuaron de censores de cine en Granada fueron, sin duda, de los más incisivos de toda España.
Entre 1967 y 1977, más del 50% de películas que se exhibieron en Granada se encuadraron en el género de destape. Tras muchos años sin que los hombres viesen más pierna que la que bajaba de la rodilla y más escote que el comienzo del canalillo, el machismo estaba ansioso de ver algo más. Y las tijeras del cura dispuestas a cortar todo lo que se excediera. Claro que, en su celo, cortó a placer y se pasó tres metros de celuloide en muchos casos.
Como los operadores de cines de Granada no eran montadores, la solución más rápida era darle un corte a la cinta y eliminar el plano o secuencia. El resultado inmediato, cuando se proyectaba, eran saltos aterradores, omisiones captadas por el público. Con lo cual, las pitadas, pataleos y silbidos que se producían en las salas eran monumentales
Nos ha quedado completo el fichero de la actuación que ejerció en aquella década el cura censor de Granada. Está depositado en los fondos del antiguo Gobierno Civil (fondo del Ministerio de Información y Turismo, Archivo Histórico Provincial). Toda película que llegaba a Granada –y eran varias semanalmente- debía ser visionada por el cura censor; iba anotando en su ficha aquellos planos, músicas y diálogos que había que modificar. No obstante, como los operadores de cines de Granada no eran montadores, la solución más rápida era darle un corte a la cinta y eliminar el plano o secuencia. El resultado inmediato, cuando se proyectaba, eran saltos aterradores, omisiones captadas por el público. Con lo cual, las pitadas, pataleos y silbidos que se producían en las salas eran monumentales. En cierto modo, los espectadores fuimos ninguneados y despreciados.
Nada escapaba al ojo vigía del cura censor. Las órdenes orales que recibían de sus superiores consideraban intocables tres principios: la patria, la religión y la familia. Se cebaron con el sexo, los censores no tenían piedad, fuese de la nacionalidad que quisiera. Cualquier beso lascivo, mirada insinuante, sexo desviado (gay, lesbianismo, animalismo), alusión al divorcio, adulterio, amancebamiento, etc. eran cortados de un tijeretazo. Se llegó a tal extremo que veían pecado donde no lo había; por ejemplo, en una reposición de El último cuplé (ya estrenado en 1957 sin ningún problema), el censor granadino quiso eliminar posteriormente un plano de la boca de Sara Montiel porque decía que ponía los labios arqueados y se le veían unas amígdalas de garganta profunda… El lector ya me entiende.
Fuera carteles provocadores
Los enormes cartelones que colgaban de las fachadas de los cines, los carteles medianos para colocar en las esquinas de las calles y los pasquines de mano fueron el segundo objetivo del cura censor. O quizás el primero, ya que era lo más visible por todo el mundo que, sin entrar en la sala, ya podía participar del morbo de la película. Si el cartelón era demasiado explícito, lo inmediato era exigir al pintor que corrigiera lo lascivo. Un pecho descubierto o un hombro insinuante de mujer debían ser tapados con una manga, un encaje, un abanico o lo que viniese bien; el bikini se reconvertía en pantalón y camiseta; los labios rojos y carnosos había que rebajarlos de tono, etc.
Si por premura no daba tiempo a rehacer los cartelones, el censor ordenaba colocar una pegatina negra o un cuadro negro tapando lo que, a su juicio, no estaba permitido. Igual había que proceder con los carteles de las esquinas y reimprimir los cartelillos que los niños iban repartiendo a los granadinos por las calles. Cuando esto ocurría, el censor conseguía el efecto contrario: la gente, sobre todo hombres, corrían a llenar los cines en cuyos carteles habían colocado la típica franja censora negra, porque imaginaban que cuando la tapaban algo habría escapado al ojo del cura.
En lo que también los censores de la moral del momento fueron muy rigurosos fue en vigilar que no viesen aquellas películas los menores de edad. Por supuesto, todas las películas landistas o de destape que consiguieron su autorización lo hicieron con calificación para mayores de 18 años. Los porteros de los cines exigían el DNI a aquellos jóvenes de cuya edad tenían duda; para sortear este problema, los adolescentes del momento solían ir al cine con un carné prestado de algún hermano o amigo que ya tuviese los años cumplidos. Las discusiones con los porteros eran frecuentísimas.
Casos extremos de censura; incluso cortaron películas del Oeste
En Granada se registraron casos muy extremos de censura. No sólo de tipo sexual. De toda especie. Los ficheros conservados del censor en el Archivo Histórico Provincial son para reír sin parar. O para llorar.
Llama mucho la atención de que bastantes películas encuadradas en el género spaguetti-wester acabaran siendo cortadas. El cura cortó una escena muy importante de La muerte tenía un precio, uno de los grandes éxitos de Sergio Leone. En uno de los pases de verano en el cine Apolo del Zaidín la exhibieron con la secuencia cortada correspondiente a cuando el Indio viola a la hija del Coronel Dauglas Mortiner (Lee Van Clif) y ésta se suicida mientras su violador abusa de ella. Se trata de una escena vital para entender la película; esta fue la causa de que quienes vieron aquella película cortada tardaran muchos años en entenderla, hasta que después la han visto completa.
Con Un hombre llamado caballo (1970), ocurrió algo parecido. Aquí el censor entendió que eso de que los indios americanos y el rubio yanqui fuesen medio en cueros, no venía a cuento. En su informe de censura exigió suprimir todos los planos de desnudo del protagonista (Richard Harris), dejando sólo los lejanos en los que apenas tiene relieve la imagen. Pero había más: se suprimiría un indio desnudo que aparecía de espaldas en primer plano y también los planos de indias desnudas; la escena amorosa final del protagonista con la india sólo la dejó en un beso de amigos.
Otra del Oeste. En el pase de Le llamaban Trinidad (1972) ordenó que se suprimiera la expresión “tu madre es una zorra vieja”, más una cita al profeta Ezequiel y otra referida a la fe de un Sheriff que decía “sobre todo si la metes en el cañón de un fusil”.
Por supuesto, todas las palabras malsonantes de que hacían gala este tipo de películas de vaqueros (puta, hijos de puta, castrado, maldito, etc.) debían de ser suprimidas.
De nuevo, el censor volvió a tener ante su tijera otra magnífica película de Sergio Leone: Hasta que llegó su hora (1968). La copia de autor era de 190 minutos, de una lentitud exasperante; la distribuidora española la recortó 53 minutos para ajustarla a las sesiones de los cines patrios. La cinta con Claudia Cardinale brillando en pantalla fue estrenada el 27 de noviembre de 1969 en el cine Aliatar. Y allí estaba la mano del censor para cortarle íntegra la escena de Henry Fonda con Claudia en la cama. Ahí no quedó la cosa, pues el 21 de noviembre de 1972 fue reestrenada en el cine Victoria; en esta segunda ocasión, de la escena de la cama sólo dejaron el primer plano con las dos caras verticales, pero cortaron todo a partir del momento en que el plano gira a horizontal y el hombre queda tendido sobre la mujer. Además, le mutilaron un plano-detalle característico de Leone referente a la cara sudorosa de Claudia Cardinale; resultaba un sudor sumamente pornográfico. Sin embargo, el pecho cuando acude al pozo a dar agua a los obreros lo respetaron.
La versión actual de esta película con excelente música de Morricone ha quedado en 165 minutos.
Nuestro cura censor llegó a suprimir una escena en la que, al fondo de la secuencia principal con los protagonistas, se les colaron dos perros montándose en Central Park. Ocurrió con La gatita y el búho (1971), de Barbra Streisand. Aunque también recortó un par de escenas donde a ella se la veía ligera de ropa.
Entre 1969 a 1973 se volvió a recrudecer la censura de tipo sexual debido a que el nuevo ministro era Alfredo Sánchez Bella, muy relacionado con sectores más extremistas del catolicismo. En esos años, el censor pasaba directamente a ordenar en sus informes que se suprimieran “todos los planos de desnudo”. Las cintas quedaban en ocasiones convertidas en una sucesión de secuencias incompresibles para el espectador
Y es que estos años de 1969 a 1973 se volvió a recrudecer la censura de tipo sexual debido a que el nuevo ministro era Alfredo Sánchez Bella, muy relacionado con sectores más extremistas del catolicismo. En esos años, el censor pasaba directamente a ordenar en sus informes que se suprimieran “todos los planos de desnudo” (como ocurrió con El Gato, 1971). Las cintas quedaban en ocasiones convertidas en una sucesión de secuencias incompresibles para el espectador.
La censura granadina afectó incluso a una de las versiones de Tarzán (1972); era una película de la factoría Hollywood –ya de por sí pacata-, pero nuestro cura ordenó recortar cuatro de sus diez rollos. Y eso que venía calificada para todos los públicos. Suprimió el plano de la mano de un hombre que se hunde en arenas movedizas, para no perturbar el sueño de los niños; eliminó a un hombre amarrado a una estaca; y cuando el enemigo pisa a Tarzán con su pie en el cuello.
Leve censura política
La realidad es que en el cine de finales de los 60 y principios de los 70 no había demasiados problemas con los contenidos políticos de las películas. Los directores ya venían acostumbrados de etapas anteriores, ya que se autocensuraban si querían conseguir que sus películas llegaran a las salas de exhibición. ¡Cuántos guiones o cintas quedaron en la papelera por supuesto tufillo político¡ Pero aun así, el censor granadino nos dejó verdaderas perlas de su manera de entender la presencia de la política en el cine.
Uno de los casos más graciosos ocurrió en julio de 1970 con la película El gato con botas, que había sido calificada para menores. Pero al censor no le gustó que dijeran “el Príncipe heredero de España, Don Florencio”, por lo que exigió que el personaje debería decir “el Príncipe heredero de Granada, Don Florencio”. Se trataba de una película de animación japonesa cuyos autores seguramente no sabían nada de la historia de España.
En Teresa la ladrona fueron cortadas imágenes donde había fotos de los tres dictadores y presos cantando La Internacional.
Uno de los casos más graciosos ocurrió en julio de 1970 con la película El gato con botas, que había sido calificada para menores. Pero al censor no le gustó que dijeran “el Príncipe heredero de España, Don Florencio”, por lo que exigió que el personaje debería decir “el Príncipe heredero de Granada, Don Florencio”
En enero de 1975 (cuando Franco ya estaba presto a irse de este mundo) se exhibió en el cine Regio de Granada (que siempre fue el más lanzado de los de Granada) la película italiana Teresa la ladrona, llegada con dos años de retraso a España. Pues el censor de Granada entendió había que cortar el plano en el que aparecen en la pared de la oficina del jefe de estación, las fotos de los tres dictadores del momento, Mussolini, Hítler y Franco; también ordenó que en el diálogo se cambiara la palabra España por ejército. La segunda secuencia a cortar de esta película fue donde aparecen unas monjas que van a reducir a las reclusas y de fondo de oyen varias veces a los presos cantando La Internacional. El cura dijo que “pongan otro himno que no tenga la misma significación”. El montador puso el Himno a la alegría. Todas las banderas rojas de la película fueron borradas. Finalmente, hay una escena en la que una presa aparece con llagas en las manos y dice que está hecha un cristo; pues también hubo que suprimirla.
Levantar el puño en público era considerado un delito político todavía en marzo de 1976. En esa fecha se estrenó en Granada (en Cinema Palacio) la cinta Pubertad y adolescencia. La censura no permitía su exhibición en tanto no le fuese suprimida la escena donde unos niños protestan ante el director de colegio con el puño en alto. En esta misma película hubo que suprimir a un médico que sujetaba en sus manos a un niño naciendo.
La única película que consiguió burlar a la censura de los curas fue Las Melancólicas (1972)… pero no en Granada. Ocurrió en Santiago de Compostela, con el pretexto de que la distribuidora cinematográfica la confundió con Santiago de Chile; cambió las versiones nacional por la internacional. Es que las productoras españolas solían hacer dos versiones de las películas, una para el extranjero y la otra autocensurada para España. A pesar de ello, el censor granadino estuvo al tanto y cortó cuatro escenas importantes para su comprensión: suprimió dos veces “soy un general y vengo a imponer orden”; cortó al sacerdote cuando decía “yo busco a Dios por otro camino”; hubo que cortar toda referencia política, planos de manifestaciones con antorchas, incitaciones a la violencia; y, “en general, deberán suprimirse en la película los enfrentamientos de orden, libertad y disciplina”. La película de Rafael Moreno Alba sí que quedó hecha un cristo. Destrozaron el trabajo de Espartaco Santoni, Francisco Rabal, Analía Gadé y María Asquerino.
Finalmente, también la institución vaticana estaba protegida, aunque no viniese a cuento. En la norteamericana Pacto con el diablo (1973) se ordenó quitar un plano en el que aparecía de fondo el Papa.
… Hasta que llegó María José Cantudo
Hasta que no falleció Franco no hubo forma de que se viera en un cine de España el desnudo integral de una mujer; menos aún de un hombre. Los planos finales de las secuencias debían imaginarlos los espectadores en sus mentes calenturientas. Donde se daba un salto de sonido o una incongruencia, todos sabían que había actuado la tijera censora.
El 27 de febrero de 1976 llegó al cine Regio la cinta de La Trastienda. Venía precedida de gran expectación porque había sido estrenada cuatro días antes en cines de Madrid y Barcelona. Decían que en ella salía completamente desnuda ante un espejo una joven y bellísima actriz llamada María José Cantudo. El rumor corrió de boca en boca, después a través del teléfono y por algún titular de prensa, que calificó la escena como el “felpudo de la Cantudo”. El censor de Granada intentó cortar aquella secuencia; pero recibió órdenes de más arriba que se lo impidieron. Su salida fue informar que la película era de “interés especial con doble cuota de pantalla”.
La verdad es que esta película es un bodrio inaguantable, ubicado en Pamplona durante los Sanfermines; pero su gran atractivo era ver por vez primera a una mujer completamente desnuda reflejada ante un espejo
Todos los varones granadinos –y escasísimas mujeres- corrieron a llenar el cine Regio en las sesiones de 4, 6, 8 y 10 de la tarde para verla. La verdad es que esta película es un bodrio inaguantable, ubicado en Pamplona durante los Sanfermines; pero su gran atractivo era ver por vez primera a una mujer completamente desnuda reflejada ante un espejo. Y con un pubis parecido al mocho de una fregona. Ha sido una de las películas más vistas y que más ha durado en un cine de Granada: fue estrenada el 27 de febrero de 1976 y permaneció en cartel de manera ininterrumpida hasta el 9 de abril siguiente, viernes de Dolores para más señas (Muchos cines solían cerrar los días grandes de la Semana Santa).
A partir del experimento del “felpudo de la Cantudo”, la consigna del Gobierno fue aplacar los ánimos en España con colaboración del cine. “Sexo sí, política no” fue el lema. Es decir, que si la gente se entretenía viendo un poco de erotismo no pensaría en política en un momento tan delicado para el país. Los responsables políticos vinieron a decir que se toleraría el desnudo en el cine, siempre que estuviese exigido por la unidad total del film. En suma, aquello abrió la puerta para que crecieran como hongos las películas de destape total; todas las actrices de medio pelo (y algunas consagradas) vieron un filón en enseñar su pelo entero en pantalla. Se justificaban diciendo que lo hacían por exigencia del guión. Incluso la recatada Carmen Sevilla cayó en esa práctica a sus 45 años (aunque se conservaba estupendamente); lo hizo en Terapia al Desnudo (estrenada en Granada en marzo de 1976); hacía el papel de una enfermera casada que se revolcaba con su amante, José María Íñigo. En realidad mostraba fugazmente sus encantos. Pero esta película fue la que utilizó el cura censor de Granada para resarcirse del caso del “felpudo”; se ensañó de tal manera con Carmen Sevilla que le cortó el plano donde aparecía desnuda ante el espejo, a una negra que aparecía quitándose el sostén le cortó el plano para que no se vieran sus pechos y, en general, seccionó todos los planos de pectorales femeninos que había en la película.
La época del desnudo total en el cine español duró unos tres años (1976-79). La gente –sobre todo hombres- se cansó pronto de ver pechos y traseros sin ton ni son. Lo prohibido atraía, lo abundante aburría
La época del desnudo total en el cine español duró unos tres años (1976-79). La gente –sobre todo hombres- se cansó pronto de ver pechos y traseros sin ton ni son. Lo prohibido atraía, lo abundante aburría. De por medio, el 1 de abril de 1977, el presidente Adolfo Suárez había actuado inteligentemente al autorizar el cine de destape total. Nos dimos cuenta muy pronto de que aquello era pura bazofia. El cine de sexo quedó encerrado en salas especiales S, que muy pronto se convirtieron en X, donde los mayores de edad podían ir a ver películas realmente fuertes desde el punto de vista sexual.
Con aquel real decreto 24/1977 las tijeras de los curas censores de cine quedaron sin trabajo. Los cines comenzaron a cerrar a un ritmo elevado; de los 200 de una década atrás en Granada, iban a quedar muy poquitos. Ahora tocaba el turno al cine más político-histórico y al cine que cuenta historias bien armadas. Al cine normal. Empezaron a aparecen en escena directores de la talla de Querejeta, Saura, Barden, Pilar Miró. Ésta fue la primera cineasta sometida a un consejo de guerra por su película El crimen de Cuenca (1979), por contar una historia vetusta en la que se relataba un grave error de guardias civiles. Y siguieron las películas de directores españoles que habían rodado en otros países y obtenido premios en festivales.
Hasta que en 1984 llegó el Caso Almería al cine Regio, la sala más atrevida del final del franquismo y la transición. Una noche de febrero alguien dijo a una emisora de radio que le había pegado fuego por proyectar esta película; la realidad es que ya no estaba siendo proyectada en esta sala. Quizás fuesen otros los intereses por vaciar el solar. Para esa fecha, la televisión se había hecho fuerte y la época dorada del cine en Granada daba sus estertores.
Dos centenares de salas repartidas por la provincia
Los años sesenta y principios de los setenta fue la segunda gran época dorada de las salas de cine en Granada. Primero hacían furor las películas del Oeste, especialmente los spaguetti western; después tomó el relevo el landismo (de Alfredo Landa) y continuó con el comienzo del destape. El cine fue el gran medio de entretenimiento –y de comunicación-, ya que todavía la prensa estaba muy vigilada políticamente, la televisión existía en muy pocas casas y la radio era sólo para entretenimiento y radionovelas eternas (sobre todo las de Sautier Casaseca).
En la capital coincidieron en esa época más de veinte cines, algunos de ellos con varias salas. Eran de enormes aforos y proyectaban la misma película en cuatro sesiones seguidas de tarde
En la capital coincidieron en esa época más de veinte cines, algunos de ellos con varias salas. Eran de enormes aforos y proyectaban la misma película en cuatro sesiones seguidas de tarde. Se podía decir que todo el mundo en Granada iba al cine de al lado varias veces por semana. Los había por todos los barrios de la ciudad y sus entradas no eran caras.
Algo parecido ocurría en los pueblos: casi todos, por muy pequeños que fuesen, contaban con su cine; incluso los pueblos grandes tenían varios. En resumen, en aquel periodo glorioso del cine coincidieron más de 200 cines en la provincia de Granada. Esto sin contar los cines ambulantes que recorrían anejos y cortijadas con viejas cintas. Entre las censuras de los curas y las quemaduras del arco voltaico, a los pueblos pequeños llegaban las cintas sumamente mutiladas.
En la capital existieron los siguientes cines entre 1967 y comienzos de la década los años 80:
Alameda (sala de verano), 900 butacas, situado en Camino de Ronda, esquina a Martínez de la Rosa, pervivió hasta 1983; Albéniz (verano), en la calle Alhamar, 900 butacas, abierto hasta 1975; Alcazaba (verano) 350 butacas, situado en la Cuesta Marañas; Alcázar (verano), 800 butacas, continuador del cine San Isidro, en la calle del mismo nombre, reabierto en 1967 hasta 1973 en que desapareció definitivamente; Alhambra (cine y sala especial), 500 butacas, fue cerrado como cine en agosto de 1989, en la actualidad continúa como teatro de la Junta; Aliatar, 582 butacas, cerrado en 1989 y reabierto con tres salas en 1994, después pasó a galería comercial y discoteca (2008); Apolo, situado en la Avenida de Dílar, número 29, 791 butacas, estuvo abierto hasta 1980; Astoria, 514 butacas, en el número 96 de la actual Avenida de la Constitución, reconvertido en salas S y X, cerró en 1991 ; Azul, situado en calle Hermanos Carazo, Zaidín, 890, desapareció en agosto de 1975; Capitol, calle Recogidas, 998 butacas, cerró en 1979; Cartuja o también Maravillas, 577 butacas, cerrado el 27 de enero de 1974; Central, 629, situado en la Avenida de Dílar, 93, estuvo abierto hasta 1978; Central Verano, 577, precedente del anterior; Goya Cinema, 600; Granada, Generalife o Granada 10, 700, situado en la calle de la Cárcel, evolucionó hasta ser sala de cine y de fiestas al mismo tiempo; Gran Vía, 638, en calle Almona del Boquerón, perduró hasta 1989; Madrigal, 596, el único que sobrevive todavía; Olympia, cerró el 28 de mayo de 1968; Pagés, en el Albayzín, 500 asientos, abierto hasta finales de la década de los setenta; Palacio del Cine, 978+761, en 1983 fue transformado en Multicines Centro, con 8 salas más pequeñas; Príncipe (sala especial), 395; Regio, sobrevivió hasta que fue incendiado en 1984, 828 asientos en sus tres espacios; Isabel la Católica, 655 butacas+218+171 en los palcos, sobrevive como teatro municipal de usos múltiples; Tívoli (verano), 584; Tívoli (en la Colonia de San Conrado), 584 asientos, cerró en septiembre de 1970, aunque volvió a reaparecer momentáneamente en 1977, con 700 butacas; Victoria (en la calle Húescar, único del barrio de La Chana), 610+294 asientos, también abrió como sala de verano, con 800 sillas.
En la provincia voy a recordar sólo algunos:
Albolote, cine Colón (360 butacas), cerrado el 16 de junio de 1968; y el Diamante, 500 butacas; Albuñol, cine Diezmo, 480 butacas; Alfacar, Avenida, 360, cerrado en 1970; Alhama, Pérezcine o Cinema Pérez, 480; Alhendíncinema, 375 asientos, cerrado en julio de 1969; Almuñécar, Auditórium (1.000), Bikini verano, 500; Coliseo, 520; Galiardo, 870, cerró en septiembre de 1970; San Cristóbal, verano, 490; y Terraza Taramay, 325; Alquife, Kenia, 250; Armilla, cine Arenas, 500; Atarfe, Ideal, 500, cerró en 1976; Baza, Dengrá, 656+palcos; las Conchas, 310; y Salón Ideal, 500, cerró en 1973; Campocámara, Barrero, 200, cerró en 1970; Cogollos, Club Emilio Muñoz; Dúrcal, Lecrín Cinema, 425; Fuente Vaqueros, Victoria, 430; Guadix, Acci, 563+200; Huéscar, Nuevo, 200+300; Paz; y Sagra Cinema; Loja, Aliatar, 648; Aliatar verano, 500; e Imperial; Motril, Coliseo Viñas, 700+400; Motril Cinema, 720, cerrado en junio de 1975; y Teatro Cine Calderón, 288+150+84; Santa Fe, Coliseo Fernando e Isabel, 750 butacas; Colón, 672; Ugíjar, Salón Parroquial Club, 200; Imperial, 416; La Zubia, Imperial, 500; y Liszt, 480.
Los cineclubs supusieron una válvula de escape en la que se podía ver buen cine, alejado del destape imperante. En la mayoría de casos estuvieron relacionados con órdenes religiosas, parroquias con curas progresistas/obreros o colegios universitarios. Con el pretexto de que se utilizaban como medio educativo, muchas veces consiguieron proyectar películas españolas y extranjeras en versión original y, lo más importante, sin que la tijera de la censura les alcanzara. Había sesiones de cine fórum en las que los asistentes participaban en tertulias.
Casi 250 películas rodadas en Granada
La primera película de que se tiene noticia que fuera rodada en Granada es Muerte en Sevilla (1913). Se trató de una especie de planos de paisajes y escenas típicas de cante, baile y gitanos. Aparece una actriz bailando con el fondo de las cuevas del cerro de San Miguel y del Sacromonte. Estuvo dirigida por Urban God para una productora alemana de nombre impronunciable.
Sólo un año después (1914), el francés Louis Feuillade se desplazó a España con su familia y un pequeño equipo técnico para rodar cinco películas en otras tantas ciudades –que bautizó como Serie España-, con temática local. En Granada desarrolló una historia de gitanos bajo el título Pepita la Gitana (o también La gitanilla). Rodó por el Sacromonte, la Alhambra y varios pueblos de la Vega. El fotógrafo local Martínez Rioboó nos dejó algunas instantáneas del rodaje, sobre todo en el Camino del Monte y Pinos Genil. La mujer del director cuenta en sus memorias que su esposo escribió el guión cuando venían en el tren desde Madrid a Granada.
En 1915, le tocó el turno a una superproducción americana titulada La vida de Cristóbal Colón y su descubrimiento de América. Constó de cinco capítulos, con un enorme presupuesto para la época, nada menos que un millón de pesetas. Esta fue la primera película que obtuvo ayuda económica del Gobierno español. En la fotografía de abajo –también de Rioboó- se recoge el momento del rodaje que simula la entrada de las tropas cristianas a Granada. Estaban situados en el Mirador de San Nicolás, con la Alhambra al fondo-derecha.
Las grandes películas que tuvieron una parte de su rodaje en Granada tuvieron su momento esplendor en la década de los sesenta, con Doctor Zhivago (1965). Casi todo el rodaje se hizo en Madrid y Castilla, pero también se desplazaron a Sierra Nevada a filmar su impresionante manto blanco y simular que se trataba de la cadena rusa de los Urales.
Las grandes películas que tuvieron una parte de su rodaje en Granada tuvieron su momento esplendor en la década de los sesenta, con Doctor Zhivago (1965). Casi todo el rodaje se hizo en Madrid y Castilla, pero también se desplazaron a Sierra Nevada a filmar su impresionante manto blanco y simular que se trataba de la cadena rusa de los Urales
El mismo año fue rodada en los llanos de La Calahorra una parte de La muerte tenía un precio, de Sergio Leone (comentada arriba). Leone vio un filón en el paisaje de esta comarca, con grandes espacios abiertos, sin apenas estorbos y, sobre todo, tendidos de ferrocarril que no estaban (ni están) electrificados. Llegó a construir un plató inmenso para los rodajes de sus películas. En el caso de La muerte…, reconvirtió la línea de las minas de hierro en estación de Tucumcari, simulando el paisaje de Nuevo México. Utilizaron un viejo vagón de carga de madera para la escena donde el coronel Mortimer (Lee van Cleef) para el tren con el tiro de emergencia y sale con su caballo; ante la puerta de corredera construyeron una rampa. Cuando desciende con el caballo por la rampa se ve al fondo el castillo de La Calahorra.
El bueno, el feo y el malo (1966), otra de la trilogía de Leone, tuvo los mismos escenarios en lo referido a escenas de ferrocarril y desierto.
Por tercera vez, Leone eligió la comarca de Guadix-La Calahorra para rodar la que es, para mí, su obra cumbre: Hasta que llegó su hora (1968). El plató que construyó en aquel lugar simulaba la ciudad de Flagstone, a pocas millas de donde el irlandés pelirrojo planeaba construir su estación de Sweetwater (Aguadulce). Utilizó profusamente material ferroviario de la zona, pero también importó de fuera de España: el vagón de lujo del lisiado Morton lo construyó en Italia y lo hizo traer por barco; los vagones de mercancías pertenecían a la estación de Guadix; construyó un tramo de más de un kilómetro de vía para rodar los planos de la locomotora perseguida por los bandidos. La mayoría de extras “mexicanos” de la trilogía fueron gitanos de la comarca. Entabló el entorno de la estación con traviesas de madera, donde tiene lugar el duelo de Harmónica (Charles Bronson) con los tres de la banda de Henry Fonda.
El rodaje de estas escenas coincidió con las fiestas del Corpus de Granada. Hasta aquí se desplazaron algunos actores (Claudia Cardinale, Henry Fonda, Charles Bronson…) Se fueron a cenar al restaurante Sevilla, que estuvo en la Alcaicería; Claudia venía con un vestido descotado y sin sujetador debajo, de tal forma que en un brusco movimiento se le salió un pecho.
Lee van Cleef regresaría años después a rodar varias películas del Oeste, casi su único papel como actor. En 1971 estuvo en la comarca participando en la película Capitán apache, donde tuvo un papel destacado la granadina Elisa Montés (hija de Enma Penella y Terele Pávez).
También la saga de Indiana Jones tiene unas cuantas escenas rodadas en Granada. Spielberg negoció personalmente rodar dentro de la Alhambra, incluso quiso meter un Rolls Roice en el Patio de los Leones colgado de un helicóptero. Al final, se conformó con convertir Guadix en la estación de Iskerum y grabar escenas para La última cruzada (1988) en la Sierra de Huétor; sus caminos fueron escenario de la persecución de motoristas alemanes a Indiana y su padre (Sean Connery) en la moto-sidecar. La secuencia donde paran en un cruce de carreteras (supuesta vía Venecia-Berlín) es la entrada a la Fuente de los Potros, con la caseta actual a la izquierda.
Tras la muerte de Franco, tocó el turno a películas que trataban la temática lorquiana o relacionada con temas granadinos. La primera de ellas fue Lorca, muerte de un poeta (1986), de Bardem. Le siguieron, Muerte en Granada (1996), con el actor americano Andy García haciendo de Federico; La balsa de piedra (2001), basada en el libro de nuestro medio paisano José Saramago; Al Sur de Granada (2002), sobre la vida de Gerald Brenan; y La luz prodigiosa (2002), del director granadino Miguel Hermoso y con un Alfredo Landa ya maduro.
Entre las más recientes rodadas en la provincia que recuerdo a vuelapluma, Caníbal (2013), de Manuel Martín Cuenca, con escenas en la Acera del Darro y Sierra Nevada e Intemperie (2019), de Benito Zambrano, que recrea la novela del mimso nombre de Jesús Carrasco.