Sierra Nevada, Ahora y siempre.
HOMENAJE A LAS DAMAS QUE PROTAGONIZARON UN CAPÍTULO TRASCENDENTAL DE LA HISTORIA DE ESPAÑA

Las mujeres olvidadas que también conquistaron Granada en 1492

Cultura - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 24 de Septiembre de 2017
Homenaje del escritor y periodista Gabriel Pozo Felguera a las mujeres que la historia relegó pero que contribuyeron decisivamente a la Toma de Granada. Imprescindible darlas a conocer. No te lo pierdas.
Mujeres en la Toma. Pradilla sí quiso rendir un mínimo homenaje a la mujer en la toma de Granada al pintar su famoso cuadro. Incluyó a la reina Isabel (que no asistió a la entrega de llaves), acompañada por su hija Isabel (a su derecha, de negro por su reciente viudez); tras ella, aparecen cuatro damas de su séquito que parecen charlar con el Gran Capitán (con gorro negro). Pradillo no quiso ponerles nombres, pero seguro que se refería a Beatriz de Bobadilla, Teresa Galindo, etc.
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Mujeres en la Toma. Pradilla sí quiso rendir un mínimo homenaje a la mujer en la toma de Granada al pintar su famoso cuadro. Incluyó a la reina Isabel (que no asistió a la entrega de llaves), acompañada por su hija Isabel (a su derecha, de negro por su reciente viudez); tras ella, aparecen cuatro damas de su séquito que parecen charlar con el Gran Capitán (con gorro negro). Pradillo no quiso ponerles nombres, pero seguro que se refería a Beatriz de Bobadilla, Teresa Galindo, etc.
  • La Historia olvida a las miles de mujeres anónimas de Castilla, León y Aragón que mantenían familias y campos mientras sus maridos iban cada año a la guerra de Granada

  • Beatriz de Bobadilla, Teresa Galindo la Latina, Teresa Enríquez, María Manrique, Francisca Monte de Isla, etc... fueron mujeres que acompañaron a la reina Isabel I durante la Toma

Ya tiene mala pata que entre los 51 firmantes de las Capitulaciones para la rendición de Granada en 1492, por la parte cristiana, no se encuentren nada más que las firmas de dos mujeres: la reina Isabel y su hija del mismo nombre. El resto de rúbricas son de nobles y obispos. Toda esa nómina masculina ha pasado a la Historia como únicos protagonistas de uno de los hechos más relevantes de Granada, y también de España ¿Es que las mujeres de entonces no contribuyeron en nada? ¿Es que no existían? Lo niego rotundamente; tras los guerreros que se quedaron con todo el mérito hubo un colectivo femenino, anónimo e invisible a ojos de los cronistas, que jugaron un papel quizás más importante.

El empuje final para acabar con el reino islámico de Granada fue dado por Isabel y Fernando a partir de 1482. Pero desde mucho tiempo atrás, la sociedad cristiana de los reinos castellanos había hecho de la guerra un oficio y una manera de vivir. Tanto los hombres pertenecientes a señoríos medievales como buena parte de ciudadanos libres, solían dedicarse medio año a sus oficios y otro medio a la guerra contra Granada. Incluso durante algunas campañas se alargó el tiempo de guerra y se acortó la tregua invernal.

El hombre castellano de finales del siglo XVI en edad de guerrear se convirtió en una especie de emigrante temporero que bajaba a la frontera a completar sus ingresos. Durante el invierno, apenas había tenido tiempo de preparar la sementera antes de volver a tomar los caminos del Sur; y eso si no se cernían los largos temporales de entonces, que apenas dejaban hacer tareas agrícolas.

La Historia se ha olvidado del justo reconocimiento a aquellos millares de mujeres que tan indispensable papel jugaron en la Toma de Granada de 1492. Ellas fueron quienes realmente posibilitaron la conquista del último reino moro de la Península

¿Quién se encargaba de hacer crecer la cosecha, sembrar huertos, acopiar leña, arreglar animales y atender casas y castillos? La respuesta en bien sencilla: sus mujeres y los hijos menores, que todavía no habían entrado en edad empuñar armas. Las mujeres castellanas de la retaguardia fueron las verdaderas protagonistas y sufridoras de la guerra de Granada entre 1482 y 1492. Se convirtieron en una fuerza de trabajo y provisión en retaguardia, tanto para asegurar la alimentación de sus familias, como para continuar proveyendo a los cientos de mercaderes que recorrían aldeas y ciudades acopiando alimentos, vestuario y animales para los contendientes. Sin la existencia del colectivo femenino castellano, los contendientes en la frontera de Granada jamás hubieran conseguido acabar la conquista en sólo una década. Es cierto que la maquinaria productiva castellana no fue suficiente y hubo que recurrir a comerciantes italianos y catalanes para reforzar los suministros; pero la mayor parte del peso lo soportaron las mujeres de los reinos castellanos, en primer lugar, y de Aragón en segundo plano.

Los hombres del pueblo llano que servían en el ejército de Isabel y Fernando solían regresar a sus orígenes con las lluvias del otoño. Iban cansados, famélicos y heridos. Si es que llegaban, porque un elevado porcentaje quedaba en el campo de batalla y convertía en viuda a su pareja y en huérfana a su prole. Entonces comenzaba otro calvario de por vida para infinidad de viudas de Castilla. En los censo de muchas poblaciones se observa la gran cantidad de viudas existentes y los pocos hombres que morían a edades superiores a cincuenta años; el resto habían dejado sus vidas en la conquista de Granada.

De aquella época de continuas guerras mantenidas contra el Reino de Granada viene la costumbre tan arraigada entre las mujeres de Galicia, León y Castilla de sobrellevar la organización y el peso de las tareas agrícolas de la propiedad. La guerra convirtió a la tierra castellano-leonesa y manchega en una sociedad matriarcal.

Después, la Historia se ha olvidado del justo reconocimiento a aquellos millares de mujeres que tan indispensable papel jugaron en la Toma de Granada de 1492. Ellas fueron quienes realmente posibilitaron la conquista del último reino moro de la Península.

Pero no fue éste el caso de las mujeres consideradas de clase pudiente, esposas de capitanes y nobleza que rodeó a los futuros Reyes Católicos en la cruzada contra el reino islámico de Granada. Las grandes casas nobiliarias y las órdenes militares se aprestaron a aportar lanzas (hombres) y pertrechos a la guerra; cuantos más, mejor. La participación en el botín sería directamente proporcional a los soldados aportados y a los méritos contraídos en el campo de batalla. Los caballeros, capitanes y nobles acudieron todos con sus respectivas mujeres, casas y sirvientes. Ellos y sus pequeñas guarniciones eran quienes se quedaban a invernar en las ciudades y castillos conquistados en las campañas de primavera-verano. Su política fue la de acercar sus casas a ciudades relativamente cercanas al frente de combate: Córdoba, Sevilla, Écija, Lucena, Jaén, Alcalá, etc. Mientras los esposos cabalgaban cerca de Granada, las mujeres se convertían en cuidadoras y proveedoras desde ciudades próximas a la frontera. Se fueron acercando a Granada a medida que se estrechaba el cerco a la última ciudad islámica.

Algunas de aquellas esposas de capitanes y nobles guerreros también jugaron papeles importantes o al menos curiosos. Incluso varias de ellas estuvieron muy implicadas en el mismo frente de guerra. Vamos a recordar unas cuantas; por muy altas de cuna que fueron, también la Historia ha olvidado su papel como conquistadoras del Reino de Granada.

Beatriz de Bobadilla: la guardaespaldas de la Reina

A Beatriz de Bobadilla y Maldonado (1440-1510) la podemos considerar como la más fiel consejera y guardaespaldas de la reina Isabel I de Castilla. No provenía de la alta nobleza castellana, sino de un militar (Pedro de Bobadilla) que era el encargado de la guarda del castillo de Arévalo. A esa fortaleza fue confinada la infanta Isabel, y su hermano Alfonso, por su hermanastro el rey Enrique IV. Durante el cautiverio entabló tan estrecha amistad con Beatriz que, una vez nombrada princesa, se la llevó como consejera y camarera mayor.

Se achaca a Beatriz de Bobadilla el protagonismo en la muerte del primer pretendiente de la infanta Isabel. Se trató de Pedro Girón de Acuña Pacheco, uno de los nobles más poderosos del siglo XV; murió envenenado en Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real), cuando se dirigía con su ejército a Segovia a desposarse con Isabel. Oficialmente, murió de un ataque de apendicitis, extraoficialmente se achaca a un envenenamiento orquestado por Beatriz de Bobadilla para cumplir los deseos de Isabel de no contraer matrimonio con el partido ordenado por su hermano Enrique IV el Impotente.

Beatriz de Bobadilla contrajo matrimonio con el financiero, político, militar y noble Andrés Cabrera (1430-1511). Este hombre fue contador (administrador) y consejero mayordomo de los Reyes Católicos. Se encontró entre las 49 personas que cofirmaron las Capitulaciones de Granada junto a los Reyes.  Su esposa y él estuvieron presentes durante los diez años que duró la guerra contra el Reino de Granada.



Andrés Cabrera y Beatriz de Bobadilla. Retratos correspondientes a una publicación de Francisco Pinel y Montroy (1677), titulada “Retrato del buen vasallo”.

Beatriz de Bobadilla era bastante mayor que la reina Isabel. En el cerco de Baza fue acuchillada por un enemigo que la confundió con la Reina, pero las heridas no fueron de gravedad. El matrimonio fue distinguido con el Marquesado de Moya por sus servicios a la corona. Isabel de Bobadilla estuvo presente en las principales audiencias y negociaciones en las que participó su reina; se apunta a ella como la que aconsejó a Isabel de Castilla que empeñase sus joyas para financiar la empresa de Cristóbal Colón hacia las Indias occidentales, ya que la reina no estaba convencida del proyecto.

Cuando murió Isabel I en 1504, tanto Beatriz como su esposo Andrés Cabrera se retiraron de la Corte. Los dos fallecieron muy mayores en Madrid y fueron enterrados en Carboneras de Guadazaón (Cuenca).

Beatriz Galindo, La Latina: la intelectual

Beatriz Galindo (1465-1534) fue de las pocas mujeres castellanas, no religiosas, a la que su familia formó en el espíritu humanista. Desde muy joven dominaba el latín a la perfección, además de poseer una cultura vastísima. Fue llamada por la reina para que le enseñara a leer y escribir latín y la acompañase como dama de honor en su corte ambulante y guerrera.

Pero antes he de referirme a quien mucho tiempo después se convirtiera en su esposo: Francisco Ramírez de Madrid. Este hombre había tomado partido por Isabel mucho tiempo antes de ser reina; ya en la batalla de Zamora (1476) se distinguió por sus capacidades militares. Consiguió ser uno de los principales secretarios de la Corte, regidor de Toledo y alcaide de la puerta de Jerez en Sevilla. En esta ocupación se encontraba en 1482 cuando se presentaron los reyes para iniciar la guerra de Granada. Lo nombraron capitán general de la artillería real. Ahí comenzó una meteórica carrera militar plagada de éxitos por la toma de fortalezas hasta entonces inexpugnables y ciudades, ayudado por sus batallones de artillería. También comenzó a hacer su fabulosa fortuna: con su artillería movía a miles de cavadores, hacheros, carreteros, bestias, carretas e incluso barcos (para la toma de Málaga). Tuvo éxito en todos los asedios y defensas que organizó: castillos de Cambil, Alhabar, Málaga, Vélez-Málaga, Salobreña, etc. Fue uno de los hombres más premiados y afortunados en los repartos posteriores a la conquista; hasta el siglo XIX, sus descendientes fueron los mayores propietarios de Motril, Salobreña, Deifontes, Cambil… incluso grandes extensiones de tierras de la zona sur de Madrid y los molinos del Manzanares pertenecieron a su familia.

Francisco Ramírez estuvo casado hasta 1484 con Teresa de Haro; esta mujer se encargaba del depósito general de artillería fijado en Écija. Tras enviudar, la propia reina Isabel casó a Isabel Galindo con su jefe de artillería Francisco Ramírez; le entregó 500.000 maravedíes como dote. El casamiento tuvo lugar en Sevilla, el 26 de febrero de 1491.

La participación de Beatriz Galindo en la toma de Granada se limitó a ser la maestra de latín de la reina y sus hijos, además de traductora de cartas al Vaticano y otras embajadas. Por este motivo la apodaron La Latina. No obstante, siempre se movió al lado de la corte. Estuvo presente el día del atentado al rey Fernando en Barcelona; también en 1501 en Granada, en los momentos en que Cisneros inició su ofensiva contra los mudéjares.



Beatriz Galindo la Latina. Relieve del cenotafio guardado en el Monasterio de la Concepción Jerónima de Madrid que representa a la dama y profesora de latín de la reina Católica. El monasterio fue fundado por esta mujer y, con el tiempo, dio su nombre a un barrio de Madrid.Pero en 1504 abandonó la corte tras la muerte de Isabel. Su esposo El Artillero había muerto precisamente en su estancia en Granada en 1501, en una escaramuza contra los moriscos levantados en las sierras de Málaga. La Latina se quedó a vivir en Madrid, disfrutando de las heredades acumuladas por el artillero que llegó a ser uno de los más ricos de la futura capital del reino.

Entre 1504 y 1534 en que falleció, Beatriz Galindo se dedicó a hacer obras de caridad, a fundar conventos y hospitales. En Madrid fundó el Convento de la Concepción; pero el pueblo llano comenzó a llamarlo Convento de La Latina, y posteriormente sólo La Latina. El convento desapareció a comienzos del siglo XX, pero el pueblo de Madrid continuó llamando La Latina a este populoso barrio que se extendía en torno al Convento-Hospital. Y así continúa conociéndosele por mor de aquella mujer que durante diez años permaneció en el cerco de Granada como profesora de latín de la casa real.

Teresa Enríquez: la loca del Sacramento

Las crónicas achacan la excesiva religiosidad de la reina Isabel I a la influencia de Teresa Enríquez de Alvarado (¿-1529). Era hija del Almirante de Castilla, Alonso Enríquez de Quiñones y María Alvarado Villagrán, por tanto, descendiente del rey Alfonso XI. También desde muy joven (1474) pasó a la corte al servicio de la princesa Isabel. De profunda formación religiosa, siempre estuvo al lado de su reina en el cerco de Granada, donde se encargaba de dirigir los rezos y plegarias.

Pero su labor trascendió la mera compañía de su señora y los rezos diarios: en varias ocasiones es mencionada como encargada de coordinar el Hospital de la Reina que atendía a heridos y enfermos en retaguardia, así como de su visita diaria a moribundos. También se menciona su presencia en varios cercos a ciudades en los diez años de guerra, especialmente en Baza, Álora, Málaga, Guadix, Almería y Granada.

Siempre acompañaba a su marido a las campañas. Su esposo fue Gutierre de Cárdenas, primer militar que entró a la Alhambra la madrugada del 2 de enero de 1492.



Teresa Enríquez, en un retrato conservado en Torrijos.

Teresa Enríquez enviudó en 1503. A partir de ese momento se dedicó a fundar conventos, hospitales, ejercer la caridad y a defender la Eucaristía; esta obsesión religiosa  le granjeó el apodo papal de Loca del Sacramento. Jamás regresó a su ciudad natal de Medina de Rioseco (Valladolid), sino que se quedó a vivir en su señorío de Torrijos (Toledo). En esta localidad manchega fundó un convento; en la catedral de Toledo, su familia sufragó la capilla de la Virgen de la Antigua, donde está representado el matrimonio y sus dos hijos.

Actualmente, Teresa Enríquez se encuentra en proceso de beatificación.

Y María Manrique, Francisca Monte de la Isla…

Fueron muchas más las mujeres de capitanes y militares de alto rango al servicio de los reyes que contribuyeron a la organización de campamentos, hospitales, acopio de vituallas, etc. y que apenas han dejado rastro en la Historia.

María Manrique de Lara y Espinosa quizás haya sido de las que mayor huella han dejado en la ciudad de Granada, pero por sus hechos protagonizados después de la guerra de Granada. Fue la esposa de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. Desde muy pequeña se incorporó a la retahíla de damas de Isabel I y le acompañó en todo su deambular por sus reinos. Hacia 1484, Gonzalo Fernández de Córdoba, viudo de su primer matrimonio, se casó con ella; él también había compartido la corte como paje del hermano de la infanta Isabel.

Estuvo presente en primera línea de retaguardia del cerco de Granada, primero como dama de compañía de la reina y, a partir de 1486, como gobernadora de las plazas de Íllora y Montefrío, recién conquistadas y en ausencia de su esposo. María Manrique sería la encargada de proveer de ropas y muebles a las tiendas reales incendiadas en el campamento de El Gozco, donde ya se encontraba Isabel I para dar el arreón final a la toma de la ciudad.

El resto de su historia es bien conocida por su presencia en el reino de Nápoles junto al Gran Capitán y su proyecto de construir la iglesia de San Jerónimo como panteón familiar del Duque de Sessa y sus descendientes.



María Manrique, representada en una estatua orante, en madera policromada. Altar de la iglesia de San Jerónimo de Granada.

Francisca Monte de Isla fue segunda esposa de valeroso Hernán Pérez del Pulgar (tras morir Elvira de Sandoval), aquel que penetró en Granada para clavar el Ave María en la puerta de la mezquita mayor. Nació en Alcalá, la ciudad que posteriormente adoptaría el apellido de Real por haber acogido durante un tiempo a la reina Isabel. Sirvió a la corte durante ese tiempo y la mismísima reina se la recomendó a Pérez del Pulgar para aliviar su soledad (1485); con ella estaba casado cuando la hazaña de la mezquita. El matrimonio Hernán-Francisca establecieron su casa en Granada tras la conquista; él acompañaría al Gran Capitán a sus campañas italianas, mientras ella falleció en esta ciudad en 1508. Hernán Pérez del Pulgar volvió a casar por tercera vez (con Elvira Pérez del Arco); en 1526 todavía vivía en Granada cuando llegó el emperador Carlos V. Le contó las batallas en que participó a lo largo de su vida; el primer rey Austria le encargó que escribiera esas historias para generaciones venideras. Falleció a los 80 años y le enterraron en la transición de la Capilla Real al Sagrario.

Finalizo este homenaje a las mujeres olvidadas de la toma de Granada con Francisca Pacheco y Portocarrero. Era hija del primer Marqués de Villena, Juan Pacheco, y esposa de Íñigo López de Mendoza y Quiñones. Se había casado con el capitán de los ejércitos y diplomático unos años antes de comenzar la guerra de Granada, concretamente en 1479. Desplazó su casa a ciudades cercanas a la frontera y comenzó a darle hijos a Don Íñigo, mientras él hacía la guerra a los musulmanes. En cuanto tuvieron asegurada la plaza de Alhama, desplazó su casa a esta ciudad para continuar proveyendo a las tropas cristianas de su marido.

Fue la primera virreina de la Alhambra y del reino de Granada cristiano, ya que Íñigo de Mendoza fue nombrado gobernador de la Alhambra y Capitán General del Reino de Granada aquel 2 de enero de 1492. Fue madre de una larga prole de ilustres, entre los que destacan Diego Hurtado de Mendoza (guerrero, escritor y diplomático), María Pacheco (mujer del comunero Juan Padilla), Antonio de Mendoza (virrey de México), Francisco Mendoza (obispo), etc. Sus descendientes heredaron la gobernanza de la Alhambra hasta el año 1718 en que les fue arrebatada por el primer rey de la dinastía borbónica.