091 en el Weekend Beach: 'Un Rólex en la playa'
Hay diferencias importantes entre ver a tu equipo en un partido de liga en casa o en un torneo de pretemporada: cuando bajas por el paseo de Carlos V, te mimetizas con la gente, que espera goles de Al-Arabi, temiendo un arbitraje que beneficie al equipo forastero y embutido en una camiseta rojiblanca cuyas rayas horizontales se asemejan a las oficiales según el poder adquisitivo del parroquiano.
Si vas a verlo al Carranza, por ejemplo, te encontrarás con aficionados de otros equipos, no siempre fáciles de distinguir, entre una maraña de gaditanos y visitantes que acuden al estadio como acontecimiento del momento.
Algo parecido ocurre si te desplazas a un concierto que abre y cierra tu grupo favorito o si tu presbicia te deja distinguirlo en el magro cartel de un festival de verano. De entrada, es posible que la historia se deshaga de buena parte de esos grupos tirando de la cadena en unos años, o con algunos puede que necesite tirar de escobilla. Y también es muy posible que la mayor parte de los asistentes esté en la edad de los granos. De todas formas, dejo este análisis al gran Guillermo Ortega, porque yo he venido a hablar de mi libro, y este es el concierto que los 091 dieron ayer en el Weekend Beach de Torre del Mar, amable localidad de la costa malagueña que en verano se llena de familias enteras que disfrutan de su tranquilidad, sus playas y su gastronomía y desde hace tres años, de jóvenes de toda España que añaden este acontecimiento a sus iphones.
Ahí va José Antonio García y la banda como un reloj. P.V.M.
Y no les falta razón: una maravillosa situación, al lado de la playa, con posibilidad de acampada, una perfecta organización y un heterogéneo cartel con una amplia oferta estatal que abarca propuestas como Love of Lesbian, Nach, Obús o Medina Azahara con sabrosas ofertas internacionales como Alpha Blondy o Whiz Khalifa, en hasta cuatro escenarios.
Es posible que si uno ha nacido en el año 6 a.C. (antes de los Clash, se entiende), le cueste conocer a muchos más grupos, a no ser que sigas suscrito a Rock de Lux. Pero también puede ocurrir lo contrario, y es que a alguien le pase como a Patxi, que salió a buscar setas y se encontró un rolex. Hace muchos, muchos años, conocí así a los Enemigos para toda la vida
Un minuto antes de las diez menos cuarto, un presentador anunciaba la parada de los ceronoveintayuno en el escenario Brugal: un breve pasaje morriconiano y ahí están los tíos, atacando El baile de la desesperación y Este es nuestro tiempo, dos fogonazos que pillan desprevenidos a sus fieles, a los de rayas horizontales en el corazón, que apenas suman unos pocos cientos pero se han reivindicado con el indispensable grito de “ceroooo, cerooo”, esperando el palo cortao que no ha llegado.
En la tercera, Pitos parece cantarle a los chicos y chicas que se apilan en las ofertas musicales de los escenarios vecinos: la letra de Zapatos de piel de caimán parece hecha ex profeso. Pero ya Camus sostenía que tener éxito es fácil, lo difícil es merecerlo. De hecho, el primer intento de Pitos de que cante el público no encuentra la respuesta esperada. Hoy no es un día para hacerse un stage diving. Pero cuando suenan los acordes de Tormentas imaginarias, ya no me cabe duda: mi monitor de balonmano tenía razón y con el entrenamiento duro llegan los éxitos: el grupo suena mejor que nunca y los conciertos anteriores no han hecho más que engrasar una perfecta ecuación de la que estamos disfrutando unos pocos privilegiados. Van sonando egregias: Nada es real, En el laberinto, Huellas, Para impresionarte, La noche en que la luna salió tarde, Otros como yo, Sigue estando dios de nuestro lado, Si hay tormenta… Se hace patente que la musa de Lapido se diferencia de la de Virgilio en que huye de las escenas puras de la naturaleza, cruda contradicción encontrándonos donde nos encontramos. Y me evoca estos loables intentos municipales de acercar la poesía a la playa.
Terminan con La vida qué mala es, sin bises; diecisiete píldoras directas a la mandíbula en una hora y cuarto, Nunca antes sonaron tanto a los Ramones (Rockaway Beach en el recuerdo), sin ni siquiera dar tiempo al número de las maracas. Energía pura.
Puede que en ocasiones parezcan un claustro de profesores que se hablan de usted entre ellos. A veces Pitos se puede ir de escala (como en Siglo XX, aunque a cambio bordó el difícil estribillo de La torre de la Vela). Algún problema tuvo Víctor con la electricidad (en Esta noche). Y las voces dobladas no siempre encajan. Se les perdona como se le perdona al campeón de decatlón que flojea en alguna prueba. Rubinstein decía que en el mundo había cien pianistas que tocaban mejor que él, pero era el más grande. Los cero lo son. Punto.
Rock elegante junto al mar Mediterráneo. P.V.M
Se encienden las luces y suena Jim Croce. Se me pone cara de empate a cero: estoy satisfecho pero quiero prórroga y penaltis que no llegan. Veo las riadas de muchachada apilándose en otros escenarios. Fantaseo con que alguno habrá encontrado el rolex para toda la vida. Pregunto a alguno y noto que la música le ha entrado por un oído y salido por otro, sin hacer morada en su corazón. Llego a la conclusión de que no todas las opiniones son respetables, lo que hay que respetar es que cada uno dé su opinión. Carl Jüng desconfiaba de las personas con pupilas dilatadas.
Después tocaba Loquillo y me entró un fuerte dolor de memoria. Lo siento, Loco, espero que no te pase como al coronel: ya alguien escribirá por ti.
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