La vuelta al calcetín
Te despiertas, miras al despertador, son las 8.35 y te das cuenta de que es tarde, te has dormido; así que te levantas precipitadamente, medio grogui, y te tropiezas descalzo contra la pata de una silla. Sueltas un “Me cago en…”, ves las estrellas y recuerdas que no tienes tiempo para victimizarte, así que coges los primeros pantalones que encuentras y la camiseta que está más a mano y te la colocas lo más rápido que puedes, son las 8.37; vas después al servicio a asearte y al mirarte al espejo te encuentras ojeroso, envejecido, con varias espinillas emergentes que te hacen preguntarte: “¿Si tengo ya más de 40 años por qué me siguen saliendo estos granos asquerosos que un día me dijeron que terminaban con la pubertad?”. Te lavas la cara, te aseas y te peinas rápido pensando que tu imagen ya no tiene arreglo por más que la intentes componer. Son las 8.41. Sales de casa y en el espejo del ascensor ves inmediatamente dos lamparones que te saludan brillantes desde la parte más alta del pantalón. Tratas de respirar hondo y recuerdas esas teorías de que como pienses en negativo el día será horrible… aunque no encuentras alrededor motivos para ser positivo. Cuando el ascensor llega al garaje vuelves a echar una última mirada al espejo y no das crédito a lo que ves: llevas la camiseta al revés y ni siquiera te habías percatado, -menos mal que casi es verano y no has tenido que buscar un abrigo ni un jersey-, le das la vuelta y cuando llegas al coche ves que son las 8.45. Normalmente el atasco matinal por la zona que lleva a tu trabajo termina a las 8 y media de la mañana, pero tal vez para que no lo eches de menos, pese a que son las 8.52, está más vivo que nunca. Estás a punto de atropellar a una abuela con bastón que te mira con ojos de asesina y desistes por miedo a que, tal y como va el día, falles y ella acabe contigo en un ataque de ira.
Llegas al trabajo a las 9.15 de la mañana y te espera tu jefe, te disculpas una y otra vez por el retraso pero ante tu nerviosismo apenas te entiende y ni te responde; no es de eso de lo que quiere hablar contigo: por necesidades de la empresa es necesario reducir personal y dado que tú llevas 6 meses menos que el resto de trabajadores, estás despedido. No te lo puedes creer. Te permiten incluso que te tomes el día libre para asimilar la noticia, pero lo único que quieres hacer es volverte a acostar, dormir y olvidarte de que este día existió alguna vez. Llegas a casa a las 10.00 de la mañana y te quedas dormido pensando en cómo se lo dirás a tu mujer, cómo te verán tus amigos y tus vecinos, quién te va a dar trabajo ahora, cómo te puede ocurrir esto a ti a tu edad…Te desprecias y de alguna forma incluso piensas que te lo mereces porque ya no estabas a gusto en tu puesto de trabajo y no te has volcado últimamente como unos años atrás. Cuando tu mujer vuelve a comer, se asusta y te pregunta: ¿Qué ha pasado? Y tú respondes: “Ha sido el peor día de mi vida”.
Demos ahora la vuelta al mismo calcetín:
Te despiertas. Miras al reloj y te das cuenta de que te has dormido. Vuelves a mirar al reloj. Son las 8.35 y entras a las 9, teniendo en cuenta que tardas media hora en llegar con atascos y 20 minutos sin atascos y que has de vestirte y lavarte, asumes que llegarás al menos 15 ó 20 minutos tarde. Es la primera vez que ocurre en los 5 años que llevas en la empresa, así que piensas que para compensarlo te quedarás un rato más por la tarde. Te levantas sin agobio y buscas la ropa y eliges el pantalón que más te gusta hoy y la camiseta que va a juego con él. Son las 8.40. Te diriges al cuarto de baño y te aseas tranquilamente, miras al espejo y te ríes de tus ojeras: “Menos mal que me he dormido porque si llego a despertarme como cada día estas ojeras me llegarían hasta la boca”. A pesar de tus más de 40 años no te sientes mal, te ves incluso atractivo, excepto por un par de incipientes espinillas que reduces sin piedad a la nada después de apretar con energía. Piensas: “Afortunadamente estas no se van a hacer adultas”.
Son las 8.45. Sales del baño y te calientas el café con leche que dejó hecho tu mujer antes de irse al trabajo. Tomas una magdalena y te sientes más enérgico. Te lavas los dientes y sales hacia el ascensor. Son las 8.51. Te subes al coche y el atasco que habitualmente te encuentras hacia las 8.30 para las 8.57 ha desaparecido.
Entras en el trabajo y el reloj marca las 9.10. Tu jefe te espera. Te disculpas y comunicas que te quedarás más tiempo en tu puesto esa tarde. Él acepta las disculpas y te explica que por necesidades de la empresa tiene que reducir personal y que eres tú el que debe marcharse por haber llegado el último. Te sorprendes e incluso por un instante te hundes. Después, él añade que te puedes tomar el día libre para asumirlo, de manera que eliges salir de allí y llorar con toda tu amargura en el coche. Unos minutos después empiezas a pensar: “Mi trabajo ya no me hacía feliz; sólo era una forma de ganarme un sueldo. La empresa me va a soltar un pequeño capital de indemnización, tengo dos años de paro y mi mujer está fija. Puedo valorar otras opciones. Aquí sólo se acaba la vida que he conocido hasta ahora. Empieza una nueva”. Dejas de llorar y te acuerdas de que siempre has tenido ganas de comer chocolate con churros entre semana y que no lo haces por falta de tiempo. Así que te desplazas hasta tu cafetería favorita y pides una ración. Mientras estás disfrutando de ellos llega tu amigo Antonio, te ve y se sienta contigo. Le extraña verte a esas horas, pero tú le explicas lo que te ha pasado haciendo más hincapié en lo positivo que en lo negativo, porque al fin y al cabo ya no lo ves tan grave. Antonio no se lo puede creer: “Llevo días pensando en llamarte para ofrecerte un negocio. He heredado un pequeño capital y creo que entre los dos podríamos montar una agencia de viajes”. Los ojos se te encienden…es justo lo que siempre has querido: viajar por todo el mundo, dedicarte al ocio de los demás, contribuir con tu granito de arena para hacer feliz a la gente. Durante toda la mañana perfiláis el proyecto y cuando llegas a casa tu mujer te espera y te pregunta: “¿Cómo te ha ido hoy?”. Y tú emocionado, le respondes: “Ha sido uno de los mejores días de mi vida”.
¿Con cuál de las dos opciones te quedas? ¿Con la segunda? Por supuesto, yo también. Y si es así, teniendo en cuenta que es una cuestión de elección, ¿por qué la mayoría de las mañanas muchos de nosotros elegimos cabrearnos y ver en todo momento el vaso medio vacío? Todavía estamos a tiempo de cambiarlo. Sólo hay que darle la vuelta al calcetín y enfocarse en lo positivo de cada situación. Todas, sin excepción, lo tienen.