Vivir sin corazón
¿Es posible vivir sin que el corazón te palpite en el pecho? Aparentemente, todos diríamos que no, al menos si este órgano vital se nos detiene durante más de unos minutos; sin embargo, la realidad viene a demostrarnos lo contrario. Audrey es una inglesa de treinta y cuatro años que hace un mes caminaba con su marido por el Vall de Núria en el Pirineo de Gerona. Ambos se vieron envueltos en una tormenta de nieve que a ella le provocó una hipotermia severa que acabó con parada cardiorrespiratoria. No fue hasta las 15.40 horas cuando los bomberos consiguieron dar con su cuerpo, para ese momento la temperatura corporal no excedía de 18 grados centígrados. Fue trasladada en un helicóptero al hospital Vall d´Hebron de Barcelona sin constantes vitales, sin actividad eléctrica en el corazón y con unos riñones y pulmones que no funcionaban. Después de conectarla a una máquina, realizarle un tratamiento y darle una descarga eléctrica consiguieron reanimarla y su corazón volvió a palpitar, cuando eran las 21.46 de la noche, seis horas sin actividad que no parecen haberle dejado secuelas posteriores.
Lo cierto es que hay miles de casos en el mundo de pacientes con una afección en los que los propios médicos no encuentran explicación plausible a su recuperación. No es que no la haya, es que aún la ciencia no ha llegado a ella. O eso al menos es lo que nos dicen
Dicen que es un caso único, que no se conoce otro en el que alguien haya permanecido tanto tiempo en España sin latirle el corazón y tanto el personal sanitario del hospital, como los servicios de emergencias pertinentes y los bomberos han sido acertadamente aplaudidos por este enorme éxito.
¿Y ahora qué? ¿Consideramos que es posible vivir sin que el corazón palpite? ¿Lo vemos como la excepción que confirma la regla? ¿Miramos a otro lado? ¿Entendemos que podemos congelarnos durante años y volvernos a despertar con vida? Pues, cada uno interpretará la noticia a su gusto. Aunque, lo cierto es que hay miles de casos en el mundo de pacientes con una afección en los que los propios médicos no encuentran explicación plausible a su recuperación. No es que no la haya, es que aún la ciencia no ha llegado a ella. O eso al menos es lo que nos dicen.
El hecho es que aunque los científicos estipulan que no se puede resistir más allá de cinco o siete días sin beber nada de agua, se han conocido casos de algunas personas que han aguantado mucho más tiempo, igual que ha ocurrido con la comida. La realidad se empeña muchas veces en demostrar que las condiciones inevitables para la vida pueden cambiar contra pronóstico.
¿Cuál es la variable que permite que de cinco personas con una misma enfermedad mortal, igual tratamiento médico y corpulencia física, edad semejante y en el mismo estadio haya alguna que sobreviva? Evidentemente, y en eso los profesionales de la salud están de acuerdo, se trata del propio ser humano. Cada uno tiene una serie de resistencias, una forma de acomodarse o luchar contra las adversidades y algo que, ante nuestro desconocimiento, llamamos suerte o casualidad.
A veces creemos que mantener una actitud positiva es negar la evidencia, hacer oídos sordos a lo que los profesionales médicos nos dicen: hago como si no existiese la enfermedad. Y no funciona. Porque la seguimos viendo delante, por mucho que la tratemos de obviar, y nos continúa haciendo sufrir. No obstante, también podemos mirar cara a cara a esa dolencia y decidir que vamos a combatirla y que queremos vencer
Por lo tanto, es obvio que la curación solo puede proceder de uno mismo. Somos nosotros los que nos ponemos enfermos y los que nos sanamos. Y eso nos concede un poder del que ni siquiera somos conscientes.
Los especialistas coinciden en que la actitud positiva ante cualquier mal nos ayuda a superarlo mejor, más fácilmente, con mayor rapidez. ¿Y entonces por qué no lo hacemos todos? En parte porque nuestros cuerpos tienen fecha de caducidad, y eso significa que un día u otro hemos de morir, de una causa o de otra; en parte, también, porque nos creemos tan poco importantes, con tantas limitaciones, que no somos capaces de hallar nuestra grandeza, nuestro enorme poder, para desarrollarlo.
A veces creemos que mantener una actitud positiva es negar la evidencia, hacer oídos sordos a lo que los profesionales médicos nos dicen: hago como si no existiese la enfermedad. Y no funciona. Porque la seguimos viendo delante, por mucho que la tratemos de obviar, y nos continúa haciendo sufrir. No obstante, también podemos mirar cara a cara a esa dolencia y decidir que vamos a combatirla y que queremos vencer. Eso es lo que hacen los valientes, ganen o no la guerra, porque la lucha, en sí misma, ya es una demostración de poder.
Audrey se ha superado a sí misma, ha combatido con uñas y dientes para revertir un diagnóstico que a todas luces se veía muy negro. Ella permanecía inconsciente y parece que se mantuvo al margen de esa batalla, pero lo cierto es que una fuerza interior la ayudó a superarlo. Los médicos le darán las explicaciones que quieran, pero yo sigo viéndolo como algo parecido a un milagro y si los milagros existen, es solo cuestión de aceptarlos para que aparezcan en nuestra realidad.