Vidriera
Prensa Ayuntamiento
Sebastián Pérez y Juan Antonio Fuentes.
Sebastián Pérez se ha propuesto un reto medio cervantino: convertirse de repente en el Concejal Vidriera. No en un imitador del estudiante Tomás Rodaja -el personaje del memorable relato de las Novelas Ejemplares que por culpa de una pócima de amor pierde el juicio y se cree que está hecho de vidrio y puede romperse al menor golpe en mil pedazos- sino en el paladín de la Transparencia. Él y José Antonio Fuentes, los adalides de la opacidad durante tantos años, han formado un dúo “colegiado” para que, en apenas unos meses, el Ayuntamiento de Granada pase, de ocupar el último puesto nacional en transparencia, a encabezar la liga mundial de la nitidez. Los turistas vendrán a Granada a ver la Alhambra a través del cuerpo de sus concejales y los niños se harán fotos poniéndose a sus espaldas y diciendo patata.
Sebastián quiere que el ayuntamiento no sólo muestre a la ciudadanía los contratos, los gastos, los secretos económicos inconfesables, sino que además los exhiba como si fueran una clase a anatomía: aquí el tendón del urbanismo, la apófisis de las concesiones, el nervio vago de las contrataciones reservadas.
Todos los secretos estarán al aire pero, eso sí, con el aspecto de una radiografía: cúmulos de grises desgarrados, cirros hepáticos, manchas de bordes redondeados o blancuzcos, lamparones cenicientos... Los acuerdos reservados estarán tan expuestos que adquirirán el aspecto de cuerpos cavernosos, mientras los convenios de privatización parecerán formas globulosas o renales.
Los adalides de la transparencia ha tenido muchos años para impulsar la luminosidad de las cuentas públicas en las instituciones donde han mandado, pero en vez de aclararlas las han enturbiado. Sebastián, por ejemplo, se fue sin aclarar los secretos de la privatización del servicios de tratamiento de residuos urbanos. Y Fuentes no sólo se ha dedicado a enterrar secretos sino a algo mucho más escandaloso, a tergiversar la realidad a través de la televisión municipal.
No está de más recordar que el verdadero monarca de la transparencia fue aquel rey que se paseaba desnudo ante una masa de súbditos que, por un raro efecto de vasallaje, lo imaginaban vestido.