Víctimas somos todos
¡Qué difícil es ser original ante un problema del que se ha escrito tanto cuando sabes que es solo una décima parte de lo que queda por contar! Me propuse no hablar del tema catalán, porque me parece controvertido, complejo y difícil de analizar, pero uno tampoco se puede abstraer de la realidad en la que vive. Está claro que las víctimas están distribuidas entre los dos bandos que se han formado, que las razones para estar a favor de unos o en contra de otros están al alcance de cualquiera y que todos tenemos nuestra parte de responsabilidad. Se podría culpar al gobierno catalán de haber cultivado durante años un sentimiento nacionalista que ha sembrado a la vez el odio hacia lo español, pero también podríamos recordar que los políticos españoles llevan años dando la espalda a esa realidad. Se habla de cientos de víctimas civiles por ir a votar y también de parecido número de fuerzas de seguridad del estado que han sido igualmente agredidas. Unos apoyan el diálogo entre gobierno autonómico catalán y español y otros apuestan por la aplicación del artículo 155 para reinstaurar la democracia supuestamente secuestrada en esta, todavía, autonomía de España. Y ambos encontrarán motivos para defender sus posturas, pero en el fondo todos ellos están condicionados por los principales medios de comunicación que nos lo están contando en directo, cada cual a su manera y siguiendo directrices interesadas, un conflicto en el que estamos más preocupados de acusar a los otros que de hallar puntos de encuentro.
Y uno, que es vasco, y que se pasó 30 años inmerso en una sociedad amedrentada por el terrorismo que pretendía imponer por medio de la fuerza sus ideas, empieza a recordar que se trata de la misma canción con otra letra
Y uno, que es vasco, y que se pasó 30 años inmerso en una sociedad amedrentada por el terrorismo que pretendía imponer por medio de la fuerza sus ideas, empieza a recordar que se trata de la misma canción con otra letra.
Yo tenía 16 años y estudiaba en el instituto de mi pueblo, Ordizia. Era domingo por la tarde, un 1 de noviembre de 1987, y disfrutaba de una película de acción dentro del cine, mientras en el exterior un terrorista disparaba 2 veces a la cabeza de un cabo de la Guardia Civil de paisano que paseaba por un centro abarrotado de gente. Una vez en el suelo, el mismo pistolero remató su faena con otro disparo. Su esposa era de Ordizia y él simplemente disfrutaba del fin de semana cerca de la familia. Lo trasladaron al hospital más cercano pero ingresó sin vida. A la salida del cine, ajeno a lo que había sucedido, entré con mis amigos en un bar, donde nos enteramos de la tragedia. Algunos radicales, por las calles, celebraban el atentado. Al día siguiente, nos reunimos los delegados de cada clase en mi instituto y tomamos la determinación de parar como acto de respecto a algún familiar que estudiaba en el centro, pese a las protestas de los delegados independentistas, que pusieron trabas para que se llevara a cabo. Esa misma tarde, una manifestación organizada por el Ayuntamiento en pleno y encabezada por el entonces Director General de la Guardia Civil y el delegado del gobierno, así como varios mandos militares, recorrió las calles de la localidad. Habría unas 200 personas, en un municipio de 10.000 habitantes. Ningún estudiante, pocos ordiziarras y algunos políticos. En un balcón desde donde se veía a los asistentes estaba apostado un grupo de chavales y otros jóvenes mayores que trataban de identificar a los manifestantes. Al día siguiente, los delegados más radicales independentistas convocaron otra reunión para reprocharnos que se hubiera hecho un día de paro por el atentado y que no hubiera aparecido ninguno de los estudiantes por la marcha. Como si les molestara no haber podido señalar a los alumnos que estaban contra ETA, como si el miedo no existiera, como si se pidiera a chavales de 15 ó 16 años que fueran héroes y arriesgaran su vida o la de sus familias en un ambiente de terror.
Crecí en una sociedad dividida entre víctimas y verdugos donde un sonido atronador era casi siempre una bomba o un disparo y significaba que alguien moría a continuación
Crecí en una sociedad dividida entre víctimas y verdugos donde un sonido atronador era casi siempre una bomba o un disparo y significaba que alguien moría a continuación. He tenido que abandonar con mi familia la casa, siendo un chaval, después de que estallara un artefacto en el concesionario de coches francés frente a nuestro edificio, porque se temía que hubiera un incendio. He participado en discusiones acaloradas contra independentistas vascos que acusaban al pueblo español de reprimir a Euskadi, que defendían que extremeños o andaluces como mis padres habían llegado para quitarles el pan y después he sentido miedo de haber hablado demasiado. He visto cómo ponían bombas a amigos o conocidos por ser de un partido político, por pensar de una forma determinada, por no pagar el impuesto revolucionario y también he asistido a la expulsión obligada de pequeños empresarios amenazados que cogían sus bártulos y sus familias para emprender una nueva vida fuera del País Vasco. He sido testigo de cómo encarcelaban a compañeros de colegio por pertenencia a banda armada, cómo las familias dejaban de hablarse, cómo sufrían las madres de los presos y cómo se aplicaban leyes que atentaban contra los derechos humanos a personas cuya vinculación con ETA no estaba constatada, en un territorio donde una minoría sometía a la mayoría. Mis padres nos obligaban a cerrar las persianas cuando era un niño mientras en la misma calle agentes de la Guardia Civil y jóvenes radicales se enfrentaban en una batalla campal que atemorizaba a la población. Los agentes de las fuerzas de seguridad del Estado llegaban aterrados a un territorio hostil donde debían ocultar su identidad y la de sus familias por su propia seguridad y veían caer a compañeros cuyo único delito era tratar de labrarse un futuro.
Y entonces salimos a la calle y dijimos “Basta ya” tantas veces que finalmente la banda armada se vio obligada a dar un paso atrás
Ikastolas donde se enseñaba euskara, la cultura de bertsolaris y txalapartas, la geografía vasca, los personajes mitológicos y se hablaba de las 7 provincias de Euskal Herria como si conformaran un todo ajeno a los dos países a los que pertenecían, sin apenas dar cabida a la historia de España, a su cultura, a su literatura, porque lo que no se cuenta es como si no existiera. Y de una forma natural, el amor a lo tuyo puede acercarte al odio por lo de al lado.
Más de 40 años de terrorismo por una causa con la que solo una parte de la población estaba de acuerdo y que fue ganando adeptos gracias a esa particular educación y a que muchos consideraban la lucha, Borroka, como un movimiento romántico y que transformaba a chicos normales en héroes. Y a pesar de esa insistencia para que nos sintiéramos dentro de una identidad nacional distinta de la española, la sufrimos también todos aquellos que no pensábamos como ellos, hasta que el miedo fue tan grande que traspasó el límite y despareció. Y entonces salimos a la calle y dijimos “Basta ya” tantas veces que finalmente la banda armada se vio obligada a dar un paso atrás.
Y pienso que en Cataluña habrá tantas personas reprimidas por sentirse catalanas como por sentirse españolas. Y todas ellas tienen motivos para ello. Esta panda de políticos que han demostrado reiteradamente su ineptitud, tanto en Madrid como en Cataluña, muchos de los cuales nos han robado a todos y no han pagado por ello, tienen que solucionar un conflicto que ellos mismos han generado
Y estos días, en los que tantos comentarios mediatizados por los políticos, las cadenas de televisión y los periódicos estoy escuchando, solo me acuerdo de las víctimas de todo aquello, esas que se levantarían de sus tumbas para convencernos de que la paz es el único camino posible, esas familias de asesinados que estarían encantadas de estar al principio del proceso y evitar todo lo que vino después. Un pueblo fracturado que trata de salir adelante mirando con curiosidad lo que ocurre en Cataluña y sin dar un paso al frente para imitarle porque ni hay ganas ni fuerzas después de una batalla tan larga contra el terrorismo.
Y pienso que en Cataluña habrá tantas personas reprimidas por sentirse catalanas como por sentirse españolas. Y todas ellas tienen motivos para ello. Esta panda de políticos que han demostrado reiteradamente su ineptitud, tanto en Madrid como en Cataluña, muchos de los cuales nos han robado a todos y no han pagado por ello, tienen que solucionar un conflicto que ellos mismos han generado. Y si vale de algo la experiencia de alguien que ha crecido en un territorio en continua violencia, el único camino para el entendimiento es la paz, el diálogo, todo lo demás seguirá conduciendo al caos y creando radicales de una y otra facción que verán la paja en el ojo ajeno y nunca la viga en el suyo. Ya se encargarán los medios de comunicación de ambos bandos de potenciarlo.