El viaje a Ítaca
ÍTACA de Constantino Cavafis, Alejandría 1863- 1933
Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de conocimiento.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguardar a que Itaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.
Cuenta Homero en la Odisea que Ítaca era la patria de Ulises, una isla del Mar Jónico, pequeña, árida y pobre. Estuvo Ulises veinte años lejos de su patria, diez años que duró la Guerra de Troya y otros diez años que duró su viaje de vuelta a la isla una vez finalizada la guerra. El larguísimo viaje fue un periplo por el Mediterráneo hasta llegar a las playas de Ítaca, una travesía por un ponto rojo como el vino, llena de aventuras y de experiencias. Conoció Ulises muchas ciudades y a muchos hombres, como los lotófagos, comedores de loto, dulce como la miel, pero quien lo comía sufría el olvido; supo cegar el ojo del cíclope Polifemo y así salvar su vida y la de sus compañeros; sorteó los peligros de monstruos como Escila y Caribdis; padeció la ira de Poseidón, pero también la protección y la ayuda de Atenea; conoció el amor de diosas como Calipso o de la maga Circe; atado al mástil de su navío escuchó el canto de las Sirenas, que nadie antes había escuchado sin enloquecer; descendió al Hades, al mundo de los muertos, donde pudo hablar con los espíritus de algunos de sus compañeros, con Aquiles y Agamenón, o con su madre Anticlea, fue así como supo que habían muerto. Hemos referido solo algunas de sus aventuras.
Muchos siglos después, Cavafis, poeta alejandrino y uno de los mejores autores del renacimiento de la lengua griega moderna, escribe un precioso poema con el nombre de la mítica isla de Ulises como título, poema inspirado en la Odisea de Homero, donde el viaje de Ulises se trata de forma metafórica, el viaje metáfora del periplo vital, la vida como un viaje, cuyo destino y horizonte es Ítaca. Conviene, pues, que el camino sea largo, lleno de aventuras y lleno de conocimiento.
Cavafis advierte al viajero de que no tenga miedo de encontrarse en su camino con enemigos o peligros como los que representan los lestrigones, el Cíclope o el airado Poseidón, porque no los encontraremos en nuestro camino si no los llevamos en nuestra mente, si nuestro pensamiento es elevado. Esto es, los peligros o las dificultades que vamos a encontrar a lo largo de la travesía son los que nosotros mismos llevamos dentro, nuestras propias limitaciones y nuestro corto pensar.
Hemos de pedir que sean muchos los días de verano (días de buen tiempo) que entremos a nuevos puertos, a puertos hasta ahora desconocidos donde con alegría y gozo apreciemos las buenas cosas que el lugar nos ofrece, la belleza, el arte, la cultura, que busquemos aprender de los que saben, que ganemos en conocimiento.
Para Cavafis lo importante no es llegar a Ítaca, sino la travesía, el camino es lo verdaderamente importante. El camino nos hace sabios con lo que vamos aprendido mientras lo recorremos, con las experiencias y conocimientos adquiridos a lo largo de esa travesía. Teniendo siempre presente hacia donde nos dirigimos, pero ese destino es tan solo la excusa por la cual empezamos un camino siempre incierto. Por eso conviene no apresurar el viaje, sino que dure muchos años para llegar a la isla enriquecidos, pues las riquezas que vamos adquiriendo en el viaje las llevamos consigo, las llevamos en nuestra mente, sin esperar que Ítaca nos dé más riquezas. Y entenderemos entonces qué significan las Ítacas.
Viajando o viviendo conocemos el mundo, conocemos a otras personas, otras formas de vivir, otras formas de pensar y de interpretar la realidad, otras miradas, en definitiva, otras culturas. Y en ese diálogo y a través de esas diferencias y contrastes, también nos descubrimos y nos conocemos mejor a nosotros mismos.
Cuando haya terminado la travesía, habrán terminado también nuestros días, habrá huido el tiempo del que disponíamos (tempus irreparabile fugit), ninguna otra riqueza debemos acumular si no es la que da el conocimiento, sin ella, además, no habrá nuevos puertos.
Son muchas las personas que han recitado y que han cantado este poema, y muchas más las que hemos vivido teniendo siempre a Ítaca en la mente y también en el corazón.
Si ha habido un poema presente a lo largo de mi vida, un poema que haya inspirado mi vida, ese ha sido Ítaca. He hecho algunos viajes a Grecia, tengo pendientes hacer algunos más, quisiera visitar Amphípolis, Lesbos, las isla de Safo, y ahora también destino hostil de refugiados, la vecina Quíos, patria de Homero, la isla de Afrodita, la sagrada ciudadela de Troya, donde reinaba Príamo y Hécuba, y recalar en algún que otro puerto más, un día también llegaré a Ítaca, esa será mi última visita y mi último destino.
Acabo de llegar a un nuevo puerto, “El Independiente de Granada”, donde empiezo a vivir una aventura nueva relacionada con la palabra, con la escritura, con el diálogo, y de la que espero aprender y enriquecerme un poco más. Cuando me preguntaron por el título que llevaría el blog, no se me ocurrió otro que “El viaje a Ítaca”. No quiero acabar sin darle las gracias especialmente a María Andrade y Juan I. Pérez por haberme alentado a iniciar este venturoso viaje.