Usted es un niño de dos años
La muerte es inevitable pero su causa eficiente es un encadenamiento de azares y una suma más o menos evidente de errores y consentimientos. Pongámonos en lo peor. Ponerse en lo peor significa aceptar que nos sobrevenga la más diabólica, dañina y peligrosa concatenación de circunstancias que baraja dios, la suerte o la ventura.
Usted, por ejemplo, es un niño de dos años (bendito sea, si ya ha superado esa edad) y sufre crisis asmáticas frecuentes desde que nació. De pronto usted pierde el aliento, boquea como un pececillo fuera del agua, se pone rojo, luego cárdeno mientras busca aire a bocanadas. Usted vive, por ejemplo, en Güéjar Sierra. El día del ataque -son las seis de la tarde de una radiante jornada de verano- sus padres, como están prevenidos, lo arrancan del sofá, lo meten como un fardo delicado en el coche y enfilan a las urgencias del flamante hospital del Parque de la Salud. El camino se hace eterno pero cuando por fin llegan suspiran de alivio. Sale a su encuentro un laborioso grupo de enfermeros y celadores y un médico joven que reconoce al pequeño con eficacia y articula un diagnóstico preciso. El problema, sin embargo, es otro: en el nuevo hospital no hay pediatra porque la distribución de especialidades ha confinado a esos especialistas al hospital norte, a diez kilómetros de allí.
Les ahorro el final del caso, pero en correspondencia le haré vivir otra eventualidad desgraciada. Ahora usted tiene ochenta años, ha superado cada una de la acechanzas que le han salido al paso con una puntualidad demoníaca y vive con su hija en el Zaidín. Un domingo se siente indispuesto. Los achaques se manifiestan esa mañana con una virulencia desmedida. El abdomen es un clamor doloroso. Parece que allí, en el vientre, se hubieran concentrado todas las alimañas de los cuadros del Bosco. Cuando llega al nuevo hospital es recibido con competencia por los sanitarios de urgencias. Varias horas después, los médicos detectan una perforación intestinal con peritonitis que precisa una intervención quirúrgica. El único inconveniente es que no hay cirujano, porque esos facultativos han sido destinados, como los pediatras, a los hospitales del norte. La solución es relativamente fácil: o lo trasladan a la otra punta (como si la circunvalación fuera una especie de autopista a la eternidad) o los médicos harán el camino inverso. Usted puede morir o salvarse, claro, pero en este caso la eficiencia del servicio tiene un protagonismo culpable.
Usted también puede ser un accidentado de tráfico con politraumatismo y un órgano roto que no ha encontrado en el centro la ayuda inmediata de un cirujano, o una parturienta de La Zubia cuyo hijo nace con una vuelta del cordón umbilical en ese mismo hospital reciente pero sin los especialistas necesarios. Se puede pensar que las circunstancias descritas son fantásticas, tremendamente pesimistas, ideadas con el único fin de dramatizar este artículo.
Es verdad pero no es menos cierto que esos encadenamientos (y otros miles más) son perfectamente posibles por dos hechos irrebatibles: los hospitales de Granada, con la entrada en funcionamiento del flamante complejo sanitario del campus de la Salud, son dispares y están desequilibrados y la combinación de circunstancias adversas es infinita.
Los estrategas sanitarios, en vez de duplicar los servicios para atender a la población de la zona sur con la misma eficacia que a la del área norte, han decidido repartir las especialidades (es decir, la suerte de los pacientes) con la misma frialdad con que dios o el azar reparte la fatalidad o lanza sus dados.
Este raro modelo sanitario, que tienta la suerte de una manera alarmante, como si no fuera ya suficiente con la serie infinita de contingencias que rige la vida, es insólito en la red pública de Andalucía. Ochocientos profesionales suscribieron el viernes un manifiesto para subrayar los defectos de la fusión hospitalaria. La Consejería de Salud, sin embargo, cree que son una exagerados, unos agoreros e incluso uno derrotistas.
Ya se verá, me temo, quién lleva razón a partir de la semana que viene. Y no olviden llevar, si van a urgencias, junto con la cartilla sanitaria, una vela roja para que los proteja de los accidentes y las coincidencias fatales.