Turismofobia a la vista
Hace unos días, mi amiga Josefina, que vive en el centro de Granada, me reconocía que en este puente de la Inmaculada evitaría al máximo salir con sus hijos porque hay tal cantidad de turistas alrededor de su casa que se hace difícil hasta andar por las calles. No es la única persona que piensa así y nadie puede objetar nada al respecto, porque es cierto. La capital, cada vez que un fin de semana es más largo de lo habitual por algún festivo se abarrota de madrileños, catalanes, norteamericanos o chinos. ¿Nos podemos quejar? Sí, pero es algo que estamos conformando entre todos.
Tenemos una de las ciudades más maravillosas del mundo, donde se puede comer o cenar de tapas por poco más de 5 euros, con alicientes como Sierra Nevada, La Alhambra, el Albaicín, la Alcaicería o Calderería. Con un clima seco que nos permite disfrutar de un mediodía soleado en una terraza y una juventud que llega atraída por una de las Universidades con más solera de todo el país, donde conviven estudiantes vascos con andaluces, valencianos o extremeños.
Y con todo este compendio de alicientes del que nos vanagloriamos con razón, solo hay un punto negro: el alto porcentaje de paro y por tanto el menor poder adquisitivo de los granadinos comparados con los de otras ciudades como Madrid o Santander. Eso significa que estamos obligados a explotar nuestros recursos y, obviamente, el turismo es uno de los principales sectores que nos da de comer.
Y con todo este compendio de alicientes del que nos vanagloriamos con razón, solo hay un punto negro: el alto porcentaje de paro y por tanto el menor poder adquisitivo de los granadinos comparados con los de otras ciudades como Madrid o Santander. Eso significa que estamos obligados a explotar nuestros recursos y, obviamente, el turismo es uno de los principales sectores que nos da de comer.
Esta tarde, los granadinos saben que no deben ir al mirador de San Nicolás, que es mejor que no circulen por el Paseo de los Tristes o por Calderería porque la cantidad de gente que abarrota esas zonas las convierten en intransitables.
Lo hemos hecho bastante bien en este sentido. Granada recibe una media de 27.376 viajeros diarios y tiene una presión turística de un 11,7%, la tasa más alta de entre todas las principales ciudades del país. Eso significa que el 11,7% de la población de Granada, cada día, son turistas. Eso sin contar con las despedidas de solteros, que han transformado a la provincia en uno de los destinos de moda, lo cual ha llegado a tal punto que hay ya establecimientos hoteleros que rechazan a aquellos que vienen para una fiesta de este tipo.
¿Cuál es entonces el problema? Resulta que el 55% de esas personas ya no contratan su estancia en establecimientos oficiales sino en pisos particulares, a través de plataformas P2P de internet que bajan los precios y atraen a turistas con menor poder adquisitivo. Los apartamentos del centro se saturan de viajeros, algunos de los cuales duermen de día y viven de noche y olvidan las normas de convivencia que mantienen en su lugar de residencia, lo cual lleva a los vecinos al enfado y la confrontación. Eso sin contar con los dueños de establecimientos hoteleros que se quejan de competencia desleal.
Los apartamentos del centro se saturan de viajeros, algunos de los cuales duermen de día y viven de noche y olvidan las normas de convivencia que mantienen en su lugar de residencia, lo cual lleva a los vecinos al enfado y la confrontación. Eso sin contar con los dueños de establecimientos hoteleros que se quejan de competencia desleal.
Y luego está el resto de ciudadanos de Granada, que ve cómo suben los precios, cómo se reduce el tamaño de las tapas, cómo empeora el servicio porque no hay tiempo de nada con tal afluencia de personas.
Y visto esto, ahora empezamos a recular, sentimos que queremos el dinero de los turistas pero no a ellos, y es así como surge la turismofobia. Barcelona se ha convertido en la ciudad abanderada, donde los residentes en el centro llevan tiempo clamando por lo que consideran que es una convivencia insoportable con quienes vienen a pasar unos días en la ciudad. Y lo que empieza como un enfrentamiento dialéctico, en ocasiones, puede acabar desgraciadamente en las manos.
Afortunadamente, en Granada, pese a tener un porcentaje mayor de presión turística que en Barcelona, aun la sangre no ha llegado al río. Estamos a tiempo de atajarlo. Es necesario ser conscientes de que hay un problema en ciernes y no vale mirar a otro lado. Ahora que estamos a tiempo es momento de encontrar soluciones que eviten males mayores. No es fácil porque hay que conjugar la importancia del sector turístico con la necesidad de que los habitantes de la ciudad vivan tranquilos y cómodos.
Hay que tener en cuenta que podemos morir de éxito; quiero decir que el hecho de no hacer nada no supondrá inevitablemente mayor aumento del sector
Asimismo, hay que tener en cuenta que podemos morir de éxito; quiero decir que el hecho de no hacer nada no supondrá inevitablemente mayor aumento del sector. Pensemos que un lugar lleno de gente, donde los precios no son tan competitivos, donde los jóvenes buscan la fiesta o que sea muy ruidoso puede dejar de atraer como destino ideal de vacaciones para otros.
Son las autoridades quienes deben coger al toro por los cuernos, porque como ya decía Manolo Escobar, todo es posible en Granada. Aquí hay espacio para despedidas de solteros cívicamente organizadas, para apartamentos alquilados por días bajo una legislación que los equipare al resto de establecimientos hoteleros, para tapas originales y otras para llenar el estómago, de distintos precios, sin ser abusivos, para turistas de lujo y otros mochileros…solo es necesario organizarlo todo, anticiparse al futuro, evitar que la turismofobia se instale entre nosotros porque aquí somos expertos en turismo, lo hemos demostrado siempre y eso nos ha generado grandes alegrías y beneficios.