Todos somos el uno por ciento
'También somos conscientes de que si queremos tener una inmunidad de rebaño lo más pronto posible, no hay mal que por bien no venga'. Luis Salvador, Alcalde de Granada ante los contagios del Coronavirus SARS-CoV-2
Las declaraciones de Isabel Díaz Ayuso, o de Luis Salvador, no son una novedad, son un síntoma más de la ingenuidad que se apoderó de nosotros, deslumbrándonos con un espejismo que nos hizo creer que de la pandemia saldríamos unidos, y convertidos en mejores personas. Aplausos a diario a todos aquellos que velaban por nuestro bienestar, seguridad y salud, los mismos que meses después, insultamos o ignoramos, cuando nos dicen que hemos dado positivo y tenemos que guardar cuarentena, o nos avisan de que debemos llevar la mascarilla, o respetar los aforos permitidos. Es desesperante el comportamiento de algunos políticos actuando tan irresponsablemente, tan reticentes a actuar para proteger la salud, que da vergüenza ajena. Como lo es, la actitud de un número considerable de ciudadanos, que hacen de su capa un sayo. El egoísmo campa por sus anchas, y ni el penoso conteo de infectados, ni las consecuencias derivadas del incremento de hospitalizaciones, enfermos en UCI, ni fallecimientos diarios, hace mella en ese porcentaje de egoístas a los que lo único que les preocupa es volver a hacer la vida que les da la gana. Es difícil creer que estos dos adalides de la libertad y la economía, que pidieron acabar con las restricciones en la primera oleada del coronavirus, con fuertes golpes de pecho y estrambóticas y patrióticas proclamas, que no parecen haber hecho el más mínimo esfuerzo para ayudar a prevenir la segunda, asuman su cuota de responsabilidad, en lugar de echar balones fuera o tratar de cegarnos con cortinas de humo. Ahí siguen sus territorios hundiéndose en la pandemia, ellos ajenos, viviendo en una realidad paralela donde la gente parece no morir ni enfermar.
La ignorancia de las declaraciones de ambos gobernantes, o su inacción, las comentadas u otras con las que tratan de confundirnos cada día, eludiendo su responsabilidad, es terrible, presidenta y alcalde, alcalde y presidenta
La ignorancia de las declaraciones de ambos gobernantes, o su inacción, las comentadas u otras con las que tratan de confundirnos cada día, eludiendo su responsabilidad, es terrible, presidenta y alcalde, alcalde y presidenta. Asumimos que es ignorancia, porque sería para asustarse que de verdad fueran conscientes de las vidas que hay en juego, del dolor que hay en juego, y lo considerasen un precio asumible que pagar, en caso de dejar a ese uno por ciento a su albur, mientras el resto, que tampoco sabríamos si están contagiados o no, sigue su vida como si nada. Y qué decir de alcanzar la denominada inmunidad de rebaño. Ambas opciones serían una catástrofe de tal magnitud que tardaríamos no años, sino décadas en recuperarnos. Excusan su ignorancia o absoluta falta de empatía en la economía o en la libertad (para contagiar).
Y si alguien trata de reflexionar sobre la tragedia que supone tanta muerte, tanto dolor que cae pesadamente, a diario, en forma de losas de cementerio a tantas familias, la necesidad de dejar demagogias, trabajar conjuntamente, tomar medidas que nos duelen a todos pero son necesarias, basta con envolverse en una bandera y alegar honor madrileño o granadino, y gritar libertad a lo Juana de Arco, ponerse en plan mártir, o si se ha perdido totalmente la vergüenza política, decir como la ínclita presidenta madrileña, que hay una conspiración comunista que pretende arrebatar las libertades a los desamparados madrileños, y llevarnos a un estado bolchevique, según sus esquizofrénicas declaraciones al diario ABC. No muy diferentes de las declaraciones de Luis Salvador en la primera ola acusando al gobierno de querer perjudicar a Granada, y pidiendo que pasásemos de fase sí o sí, o que no tuviéramos ninguna, que ya parecía estar todo solucionado. Visto lo visto, lo mismo no lo estaba.
En Granada, el fin de semana pasado, volvimos a ser centro de la atención nacional, portada de todos los telediarios, con la juerga salvaje vivida en pleno centro de la ciudad, con un Alcalde que hace pocos meses hablaba con un desparpajo trumpiano que no hay mal que por bien no venga, ante el índice de contagios, porque ante todo hay que salvar la economía, y el turismo, que en resumidas cuentas viene a ser el mismo mensaje lanzado por Ayuso, qué importa ese tanto por ciento que se va a infectar. No olvidemos el silencio o la ineptitud del PP, partido que sostiene al Alcalde, y cuyo concejal de seguridad ciudadana se dedicó a echar balones fuera. O la esquizofrenia de la Junta de Andalucía, máxima responsable en un estado autonómico, sin apenas rastreadores, un sistema de salud en mínimos, y con menos pruebas diagnósticas que otras comunidades, que responsabiliza a todo el mundo menos a ella.
La gota que colma el vaso de la ineptitud de la Junta de Andalucía ha sido cerrar la universidad diez días, en lugar de atreverse con medidas valientes que de verdad fueran al corazón de los contagios, para revisarlas dos días después, y decretar cambios en horarios y aforos de la hostelería
La gota que colma el vaso de la ineptitud de la Junta de Andalucía ha sido cerrar la universidad diez días, en lugar de atreverse con medidas valientes que de verdad fueran al corazón de los contagios, para revisarlas dos días después, y decretar cambios en horarios y aforos de la hostelería. Una muestra de la parálisis de la administración autonómica, que lleva meses con la responsabilidad de tomar medidas, diciéndonos, hasta hace bien poco, que íbamos bien; ineptitud, pésima gestión, estar en las nubes, indiferencia, temor a perder votos de los suyos, hay donde elegir. Los casos en las facultades, bibliotecas o centros universitarios como tales, son ínfimos, los hay en residencias universitarios o colegios mayores, la mayoría sin dependencia directa de la universidad, y dejar cerrada la universidad que cumplía escrupulosamente con las normas sanitaria, y no tomar restricciones a la circulación, la hostelería, las reuniones familiares, y dejar sin vigilar y sancionar las aglomeraciones de los bares de copas que han causado el escándalo. Y ahí estamos, teniendo que revisar a las 48 horas las medidas, que ya llegaban tarde porque esto hacía semanas que se veía venir.
Con el perjuicio de hacer temer a los hosteleros que cumplen escrupulosamente con las medidas de protección y aforos, que los hay, que de seguir así, pagarán justos por pecadores y terminen por cerrarlos a todos sin distinción, por haber establecido las restricciones cuando ya la pandemia era un tsunami. En la primera oleada muchos cerraron por responsabilidad sin ni siquiera estar el estado de alarma. Y muchos lo aceptarían de ser necesario. Es de esperar que las administraciones desde la nacional a la local, se movilicen para ayudar a uno de los ámbitos, al igual que el cultural, con consecuencias devastadoras para muchas familias. Las administraciones han de tener primero responsabilidad política, para que no tiemble la mano con las medidas para proteger la salud, y luego en consecuencia, poner todos sus recursos para proteger socialmente a los sectores más afectados, si estos han de paralizar su actividad.
Sabiendo las aglomeraciones que vienen sucediendo en determinadas zonas y en determinados locales, no era tan complicado una presencia policial disuasoria, ante un puente donde ya se preveía un lleno. Y fuera de esas horas de restricciones, en esas zonas, a no ser que se tomen en serio multar y dispersar, se van a seguir produciendo. Significativas son las declaraciones de Pilar Aranda, la rectora de la Universidad de Granada: Dejan los bares abiertos y cierran las aulas, las bibliotecas y los laboratorios. La economía (de unos pocos) por encima de la salud (de unos muchos).
No era tan difícil saber lo que iba a pasar, ni predecir lo que viene; durante semanas el crecimiento exponencial del Coronavirus ha sido alarmante en Granada, hasta llegar a más de seiscientos casos por cien mil habitantes, en los últimos 14 días.
No era tan difícil saber lo que iba a pasar, ni predecir lo que viene; durante semanas el crecimiento exponencial del Coronavirus ha sido alarmante en Granada, hasta llegar a más de seiscientos casos por cien mil habitantes, en los últimos 14 días. Recordemos que en Europa, y en general, la Organización Mundial de la Salud, recomienda tomar medidas restrictivas serias cuando se alcanza un contagio de cincuenta por cien mil habitantes. Un desmadre que no solo sucedió en la calle Ganivet, sino en otros barrios históricos de la ciudad. Ganivet, que de ser ejemplo de calle de comercios, ha pasado a ser ejemplo de locales de copas, será que esa es la modernidad prometida por el PP, Cs y sus colegas que les apoyaron, Vox. Eso y gastarse cantidades industriales de dinero para simular olores y ruidos en máquinas en el Albaicín. Sería una noticia propia de un medio de comunicación satírico, si no fuera la dura realidad de la política turística de este ayuntamiento. Los vecinos de barrios históricos de Granada como el Albaicín, el Sacromonte, o el Realejo, asisten perplejos a la paulatina conversión de sus barrios en parques temáticos para un turismo más de arrasar, que de convivir, desmantelando la cultura y comercio de barrio que tanto les ha enriquecido. Ahora son meros recipientes para un turismo salvaje, al que poco le importan los que viven allí. Ni siquiera una pandemia parece haber acabado con esta política, sino exacerbarla.
Granada, que una vez fue conocida en toda España por la persistencia de un gran botellodromo, llamando a los jóvenes a venir a intoxicarse de alcohol en público sin restricciones, ahora ha pasado a ser la ciudad del coronadromo, donde se puede venir de fiesta e infectar sin temor alguno. Cualquiera puede ver los videos virales al respecto. Qué triste este réquiem por Granada, antes ciudad ejemplo de lo que se debe ser, ahora ejemplo de lo que nunca deberíamos ser.
Parece habérsenos olvidado lo grave que esta pandemia es, el daño que causa, con esa ceguera egocéntrica incapaz de no pensar en los miles de personas que en caso de contagiarse terminarán con terribles trastornos durante un tiempo angustioso, en el hospital, sin olvidar que otro número de casos, independientemente de la dureza con la que hayas pasado la enfermedad, pueden tener graves y quién sabe si permanentes secuelas. O el angustioso conteo de muertes diarias. No sabemos cuáles hubieran podido ser evitables, si no hubiera tanta irresponsabilidad colectiva, pero con que hubiera un puñado de ellas, merecería la pena tomar medidas, nos duelan lo que nos duelan. Parece que nada nos afecta, si no nos aflige personalmente. Parece que olvidamos que esto es una lotería, que ni los médicos son capaces de descifrar porque personas jóvenes y sanas terminan falleciendo, o con graves secuelas, o en la UCI.
Puede que la única opción sea una llamada a la rebelión, de ese tanto por ciento al que algunos parecen querer abandonar a su suerte, que se extienda más allá, porque nadie nos libra de caer en ese porcentaje. Ese tanto por ciento somos todos, al menos todos los que tenemos conciencia moral.
Puede que la única opción sea una llamada a la rebelión, de ese tanto por ciento al que algunos parecen querer abandonar a su suerte, que se extienda más allá, porque nadie nos libra de caer en ese porcentaje. Ese tanto por ciento somos todos, al menos todos los que tenemos conciencia moral. Debería importarnos cada persona que enferma, cada fallecido. Esa bandera, la de la dignidad moral de los que sufren por la COVID-19, es la única bandera en la que envolvernos en esta rebelión ante el egocentrismo de políticos incapaces de tomar medidas por temor a perder un voto, o de esa ciudadanía a la que le da igual, mientras proclama a gritos su libertad, con tal de que no les quiten sus placeres favoritos durante unos meses.
Cuál es el número de fallecidos que estamos dispuestos a aceptar para seguir con esos placeres que tan irresistibles nos resultan, cuánta presión estamos dispuestos a ejercer en un sistema de salud desbordado. Cuánta presión estamos dispuestos a añadir a esas médicas, médicos, enfermeros y enfermeras, que cada día han de encerrarse en trajes EPIS, para hacer pruebas, cuidar a los enfermos, al borde del colapso mental y físico, agotados y desesperados al ver cómo nos comportamos, como en lugar de manifestarnos para que les den medios suficientes, nos manifestamos para que nos dejen irnos de copas, nos quiten esas mascarillas tan molestas, o salir de viaje, a disfrutar de un descanso que ellos no pueden.