'¿Todo lo que necesitas es amor?'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 15 de Mayo de 2022
'Amor en la carretera' de Ron Hicks.
Pinterest
'Amor en la carretera' de Ron Hicks.
'El amor es una emoción del alma causada por el movimiento de los espíritus que la incita a unirse de voluntad a los objetos que parecen ser convenientes'. René Descartes, Las pasiones del alma.

All you need is love decían los Beatles, y todos cantamos al unísono ese pegadizo estribillo como si fuera la solución a todos los males del mundo. Haz el amor y no la guerra, otro lema que se hizo famoso a finales de los sesenta y se convirtió en el himno de una generación harta de que las superpotencias jugaran al Risk con las vidas ajenas, como si fueran fichas desechables del tablero de juego. Y no hay nada que objetar a todos esos mantras, ¿quién no prefiere amar a matar salvo los psicópatas que de vez en cuando dirigen naciones? El problema es que donde hay amor suele haber asociadas íntimamente otras emociones, difíciles de desligar de la obsesión compulsiva que sentimos los seres humanos hacía el objeto o persona que decimos amar; celos por si no somos los únicos poseedores, envidia si otros lo poseen, odio si no somos correspondidos, y toda una ristra de pasiones destructivas que acompañan ineludiblemente a eso que llamamos amor.

Si a estas alturas de la vida supiéramos lo que es el amor, probablemente tendríamos las cosas claras, pero al igual que ocurre con otro concepto tan escurridizo como es el de la felicidad, por cada pregunta que hiciéramos a cada persona obtendríamos una respuesta con algún matiz diferente

Si a estas alturas de la vida supiéramos lo que es el amor, probablemente tendríamos las cosas claras, pero al igual que ocurre con otro concepto tan escurridizo como es el de la felicidad, por cada pregunta que hiciéramos a cada persona obtendríamos una respuesta con algún matiz diferente. Todos creemos saber qué es el amor como creemos saber qué es la felicidad, en abstracto, porque lo concreto del asunto se vuelve mucho más complejo a medida que descendemos a cada caso particular. Usamos la palabra amor con frecuencia, cuando en realidad queremos decir cosas muy diferentes; deseo, anhelo, nostalgia, posesión, cariño, y muchas otras adjetivaciones a nuestra motivación para querer estar cerca, o en posesión, de algo o de alguien.

No existía una diferencia esencial para los griegos, antes de que vinieran las religiones absolutistas con su desaforado deseo de controlar el cuerpo humano, entre el apetito sexual y el apetito que nos desborda al ver nuestra comida favorita

Los antiguos griegos que eran plenamente conscientes del juego de espejos que significa amar, trataron de diseccionar aquello que queremos decir en verdad cuando empleamos ese verbo mágico, que viene a justificar aparentemente todo; ya decía Nietzsche un poco desbordado por su propia pasión fracasada a Lou Salomé: todo lo que se hace por amor está más allá del bien y del mal. Los griegos dividían aquello que llamamos amor en tres términos: éros, filos y agápē. Asociados a aquellas partes en las que solían dividir el alma humana; la que acoge lo más animal que hay en nosotros, las entrañas, aquella que se refiere a la mente y la parte más racional, y la que acompaña al corazón, a nuestras emociones. El termino erótico hoy día queda limitado a las apetencias sexuales, pero en su origen abarcaba cualquier tipo de apetito, sea comida, bebida o carnal. No existía una diferencia esencial para los griegos, antes de que vinieran las religiones absolutistas con su desaforado deseo de controlar el cuerpo humano, entre el apetito sexual y el apetito que nos desborda al ver nuestra comida favorita. De hecho, químicamente, en lo que concierne a las sustancias segregadas por nuestro cerebro ante estos apetitos y la posibilidad de saciarlos, no hay significativas diferencias. Freud al respecto nos avisaba que el sentimiento de felicidad que proporciona la satisfacción de un impulso instintivo y no reprimido del yo es incomparablemente más intenso que el que proporciona un instinto reprimido. El amor erótico, los apetitos que sentimos, son algo natural, el problema se encuentra cuando ni sabemos controlarlos ni encauzarlos de manera adecuada. Negarlos no hará que dejen de existir, por muy estoicos que nos volvamos, y sino que se lo digan a aquellos que presuntamente célibes abusan de otros por la fuerza, al ser incapaces de convivir con tales impulsos reprimidos. Como con todo en la vida, es cuestión de educar tales impulsos, aprender que forman parte de nuestra vida y que hay momentos adecuados para saciarlos, y momentos, vitales o éticos, que lo desaconsejan.

La parte más racional del ser humano también es capaz de sentir amor, sino de dónde vendría ese amor al saber que llamamos filosofía. El termino filos expresa ese amor que no tiene que ver con la satisfacción de un apetito, no posee connotaciones sexuales. Sientes ese tipo de amor hacia personas que conoces e incluso que no, puedes amar un paisaje, un libro o ideas que se convierten en guías de tu vida. Ambos maneras de amar pueden interactuar, a veces se comienza por un amor más racional a una persona que se convierte en un amor erótico, o todo lo contrario, se comienza por un mero apetito hacía esa persona y se transforma en algo más profundo, amamos mucho más que lo que procede del deseo sexual. El problema es el exceso apego, porque como decía Epicuro; en cuestiones derivadas de la diosa Afrodita siempre hay más riesgo de perder que de ganar. El amor entendido en el sentido de filos puede fácilmente convertirse en su contrario, en una aversión, en una fobia. Cuando la pasión se enreda en los asuntos racionales siempre hay un riesgo máximo, y ni el equilibrista más avezado está libre del peligro de terminar por caerse de ese fino alambre por el que pretendía deambular.

Significa un abandono del ego al que tan implacablemente nos encontramos encadenados y darnos al otro. Sin necesidad de control. Por así decirlo en términos espirituales, entendamos este término más allá de servidumbres religiosas, es una experiencia de abandono que no suele darse con frecuencia

La tercera manera que tenían los griegos de entender el amor es la más elevada, agápē viene a hablarnos de un amor en el que el egoísmo está excluido, es incondicional el amor que sentimos hacía el objeto, idea o persona amados. Amar desinteresadamente no es común, pero suele ser así el amor que una madre o un padre sienten por sus hijos. Menos común, pero también puede suceder entre dos personas que establecen una relación. Si el éros posibilita que dos personas que se sienten físicamente atraídas se relacionen, y filos posibilita la amistad y una vida social sin estridencias, el amor entendido como agápē fortalece y dignifica a las anteriores maneras de amar, incluyendo lo más puro que puede haber en el amor; el desinterés como principio y corazón de esta delicada materia en la que tanto nos jugamos. Amar desinteresadamente implica no desear poseer a la persona amada, y por tanto no controlarla. Significa un abandono del ego al que tan implacablemente nos encontramos encadenados y darnos al otro. Sin necesidad de control. Por así decirlo en términos espirituales, entendamos este término más allá de servidumbres religiosas, es una experiencia de abandono que no suele darse con frecuencia.

Puedes sacrificarte por una persona o darte generosamente, pero tendemos a confundir el amor incondicional con un amor romántico idealizado que rara vez termina en algo bueno

Antes de que comencemos a levitar al hablar de este tipo de amor, habría que ponerle claros límites a su aplicación. Puedes sacrificarte por una persona o darte generosamente, pero tendemos a confundir el amor incondicional con un amor romántico idealizado que rara vez termina en algo bueno. Convivir con una persona que amas, donde se superponen el éros y el filos e, incluso, en algún momento podamos experimentar el agápē, es una camino de heridas conjuntas que se aceptan como inevitables, no una absurda idealización de la persona amada que tarde o temprano lleva a terribles decepciones. Y como rara vez estamos sincronizados los seres humanos en deseos, intereses, anhelos, ideas o lo que se nos ocurra, aunque las personas que establezcan una relación romántica se adoren, tarde o temprano el equilibrio se rompe, y la idealización desaparece, al menos en una de las partes. Si el amor no se ha construido sobre otras bases más sólidas que absurdas ideas románticas de pasiones desbordadas, no es que se produzcan las inevitables heridas de una vida conjunta, sino que suele derivar hacia las pasiones más peligrosas y destructivas del ser humano; celos, odio, posesión, y demás.

Necesitas aprender a vincular el amor pasional a otras emociones más serenas, como la amistad entendida como un vínculo de respeto y ayuda mutua...

¿Todo lo que necesitas es amor? La respuesta es tan compleja como suelen ser las emociones humanas, pero para simplificar, no. Necesitas en tu vida, de una manera u otra los tres tipos de amor que supieron con perspicacia ver los antiguos griegos. Pero además necesitas mucho más. Necesitas aprender a vincular el amor pasional a otras emociones más serenas, como la amistad entendida como un vínculo de respeto y ayuda mutua, de placeres sencillos compartidos, más allá de pasiones que te desborden. Necesitas aplicar ese amor no solo a lo ajeno, sino a ti mismo. Por muy desinteresado que uno pueda aprender a ser, sin pensar en sí mismo, y sin quererse a sí mismo tal y como uno es, no como los demás, incluido la persona que amamos o nos ama, quisieran que fuéramos, todo es en balde. En cuestiones de amor entre parejas la suma nunca es cuantitativa, ni debe serlo. Amar no implica que uno se anule, todo lo contrario, implica que la suma sea cualitativamente significativa para todos los implicados, ya hablemos de un amor entre padre e hijos, un amor entre parejas, o cualquier combinación que se pueda dar en el caleidoscópico mundo de los amoríos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”