'Telmo el putero'
Aludir a la pena siempre resulta rentable. Ver a una persona joven en silla de ruedas nos ayuda a empatizar con ella y parece que nos obliga a pasar por alto acciones que censuraríamos en cualquier otra que se desplaza sin dificultad sobre sus dos piernas funcionales. Esto es lo que ha pasado con Telmo Irureta quien recibió el Premio Goya al mejor actor revelación por su papel en la película La consagración de la primavera (que no voy a ver). La cinta se esfuerza en presentar la asistencia sexual (prostitución) a personas con discapacidad como una necesidad. No señor Telmo, se equivoca. El sexo no es una necesidad, es un deseo que puede ser satisfecho o no, como muchos otros anhelos en la vida de cada ser humano. Usted, como millones de hombres en todo el planeta, es un putero más pero en silla de ruedas.
Con su perfecto smoking y la amplia sonrisa que acompaña siempre a los ganadores, reconoció tras recoger su premio que paga para tener sexo. Es decir, se aprovecha de la vulnerabilidad de mujeres prostituidas para satisfacer sus deseos
Con su perfecto smoking y la amplia sonrisa que acompaña siempre a los ganadores, reconoció tras recoger su premio que paga para tener sexo. Es decir, se aprovecha de la vulnerabilidad de mujeres prostituidas para satisfacer sus deseos. Porque, estar en una silla de ruedas no le impide ver la sociedad patriarcal que le da ese privilegio masculino de utilizar el cuerpo de otros seres humanos –mujeres, claro- para conseguir sus fines. Nada que no veamos desde hace miles de años. La perspectiva desde una silla de ruedas sólo le dificulta ver algunas cosas en el horizonte, otras, en cambio, se observan con una claridad meridiana. Mi deseo por encima de la dignidad de las mujeres. Lo mismo de siempre.
Hace ya tiempo que el debate sobre la denominada ‘asistencia sexual’ para personas discapacitadas está abierto y lo están intentando vender como la urgencia imperiosa de cubrir esta ‘necesidad’ incluso como un servicio más prestado con fondos públicos. Es decir, prostitución –este es su nombre correcto aunque suene mucho menos cool- pagada por toda la ciudadanía, principalmente para los hombres, que parece ser que no pueden vivir sin sexo. Rotundamente, no. Aún no se ha certificado ninguna muerte por no follar.
Le recomiendo que lea a la maravillosa investigadora Ana Pollán –discapacitada a consecuencia de una parálisis cerebral infantil mixta- quien considera un “insulto” pensar que la única opción para este colectivo es recurrir a la prostitución
Si el señor Telmo, y quienes aplauden este discurso, reflexionaran un poquito se darían cuenta del flaco favor que se hacen a sí mismos. Le recomiendo que lea a la maravillosa investigadora Ana Pollán –discapacitada a consecuencia de una parálisis cerebral infantil mixta- quien considera un “insulto” pensar que la única opción para este colectivo es recurrir a la prostitución. Supone recibir continuamente el mensaje que dice “dais tanto asco, sois tan inútiles, que nadie, si no es por dinero o por compasión, tendría sexo con vosotros”. Demoledor. “Ni quiero que nadie se sienta con el deber de satisfacerme sexualmente ni quiero que nadie me demande, a mí ni a nadie, esa tarea. El sexo, o es mutuo, libre y recíproco o no es”, explica.
Sabemos que el negocio de la prostitución es muy lucrativo, que la materia prima –principalmente, mujeres- está siempre disponible y es inagotable y, sospechamos, que introducir estos servicios en la cartera de prestaciones públicas hará que los ojos de los proxenetas se abran de par en par porque supone, de facto, la legalización de una actividad sustentada sobre la base de la explotación y la negación de los derechos humanos de la mitad de la población mundial.
En esa amalgama de derechos que reivindica la posmodernidad, resulta que ahora nos encontramos con el derecho a tener sexo y es necesario ‘ayudar’ a esas personas discapacitadas que no pueden autocomplacerse ni encontrar pareja
En esa amalgama de derechos que reivindica la posmodernidad, resulta que ahora nos encontramos con el derecho a tener sexo y es necesario ‘ayudar’ a esas personas discapacitadas que no pueden autocomplacerse ni encontrar pareja. Y, por supuesto, pagado por el Estado como una prestación social más. La hipocresía no puede alcanzar niveles más vergonzosos cuando nos encontramos ante un colectivo cuyos cuidados dependen en su mayoría de mujeres que se están dejando la vida para mantener a sus seres queridos en las condiciones de salubridad necesarias sin ninguna ayuda, que carecen de mobiliario adaptado a sus necesidades, que no tienen a su disposición fisioterapeutas o que no pueden ingresar en centros especializados por falta de plazas.