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El sufrimiento de un toro

Blog - El ojo distraído - Jesús Toral - Viernes, 4 de Septiembre de 2020
E.P.

Si algo bueno ha traído la pandemia es la reducción del número de corridas de toros. En este mes de setiembre, cuando todavía debería ser temporada alta, solo van a celebrarse una veintena, ocho de ellas en Andalucía, un 94 % menos que el año pasado; aun así, demasiadas me parecen a mí. Lo siento por los taurinos, pero en pleno siglo XXI no hay ningún motivo para seguir manteniendo una tradición que se sostiene gracias a infringir crueldad a un animal antes de matarlo.

¿De verdad alguien es tan ingenuo de creer que el animal disfruta cuando le queman la piel mientras está completamente inmovilizado?

Y es que en las últimas décadas nos hemos hartado de escuchar falsedades relacionadas con el mundo taurino que, a fuerza de repetirse, nos han parecido verdades o, cuanto menos, motivos para no estar en contra de las corridas. Por ejemplo, se dice que el toro vive como un rey en grandes dehesas, muy tranquilo y feliz, hasta que llega a la plaza, a partir de los cuatro años; sin embargo, los defensores de las corridas no detallan que en estas fincas a los becerros de pocos días se les realiza a tijera o a cuchillo y sin anestesia el lañado, consistente en una serie de cortes en las orejas característicos de cada ganadería o que a los siete meses son separados definitivamente de sus madres, lo cual les causa un estrés importante, y se les realiza el herrado, es decir, se les marca con hierro candente en cuatro zonas distintas del cuerpo con el sello de la ganadería. ¿De verdad alguien es tan ingenuo de creer que el animal disfruta cuando le queman la piel mientras está completamente inmovilizado?

Hay quien defiende las corridas apoyándose en que generan mucho empleo y riqueza a infinidad de personas. Lo siento, pero los datos tampoco apoyan esta afirmación. Los festejos taurinos, aunque no hubiera llegado la pandemia, no han dejado de ver cómo disminuyen en número. En 2019 en toda España solo se celebraron 1425 festejos taurinos, un seis por ciento menos que en el año anterior

Hay quien defiende las corridas apoyándose en que generan mucho empleo y riqueza a infinidad de personas. Lo siento, pero los datos tampoco apoyan esta afirmación. Los festejos taurinos, aunque no hubiera llegado la pandemia, no han dejado de ver cómo disminuyen en número. En 2019 en toda España solo se celebraron 1425 festejos taurinos, un seis por ciento menos que en el año anterior, de los cuales 349 fueron corridas de toros, una cifra que supone un 60 % menos que trece años antes. Los profesionales taurinos no llegaban a 10.000 en 2019 y las ganaderías se quedaban en 1339, eso sin que aún tuviéramos conocimiento de la existencia del llamado coronavirus; lógicamente, las cifras este año han mermado espectacularmente. No obstante, estos datos contradicen la aseveración de que genera mucho dinero a muchas personas; en realidad los beneficiados son unos pocos privilegiados que es verdad que nadan en la abundancia.

Continuando la retahíla de afirmaciones cuestionables que intentan apoyar la tauromaquia, una de las más socorridas es que se trata de una tradición y un arte. En primer lugar, lo de arte es tan cuestionable como la persona que lo defiende porque también algún desquiciado puede considerar arte el descalabrado acto de asesinar a un inocente y no por ello tenemos que estar de acuerdo. En cuanto a lo de la tradición, la Real Academia de la Lengua Española define esta palabra en una de sus acepciones como una «doctrina, costumbre, etc., conservada en un pueblo por transmisión de padres a hijos».  Efectivamente, la tauromaquia cumple los requisitos, igual que comer con las manos antes de que se inventaran los cubiertos, que el marido mandara en casa e incluso se permitiera que maltratara a su esposa o sus hijos, quemar a brujas en el tiempo de la Inquisición, o la lucha de gladiadores. El hecho de que algo sea una tradición y que haya llegado a nosotros incluso aunque sea desde tiempos inmemoriales no implica que se deba mantener; al contrario, nuestro raciocinio nos debería llevarnos a cuestionarlo, a pensar en si merece la pena conservar lo que antaño nos parecía una fiesta divertida aunque haya víctimas inocentes en juego.

No tienen en cuenta que el toro bravo no es una especie sino el macho de la vaca, seleccionado genéticamente para producir animales más grandes y de aspecto más impresionante, con el fin de que embistan ante la intimidación y el acoso de presentarse a un público jubiloso con el estrés que ello le genera

Hay individuos relacionados con la tauromaquia que son capaces de proclamarse los mayores defensores del toro bravo porque aseguran que si no se les utilizara para espectáculos la especie acabaría extinguiéndose. No tienen en cuenta que el toro bravo no es una especie sino el macho de la vaca, seleccionado genéticamente para producir animales más grandes y de aspecto más impresionante, con el fin de que embistan ante la intimidación y el acoso de presentarse a un público jubiloso con el estrés que ello le genera. Al igual que sucede con los perros, cuando el toro se educa con cariño y sin intención de que luche para sobrevivir, acaba siendo pacífico. Algo distinto es lo que le ocurre al llamado toro bravo, menos domesticado que otras razas y mucho más sensible al estrés que otros animales salvajes. Y es precisamente esta característica la que los ganaderos y cuidadores aprovechan para incordiarles y prepararles para que luchen contra el hombre.

La mayoría de los toros acaban quedándose ciegos en el mismo coso, antes de morir, por los movimientos bruscos de cabeza y el estrés generado en el festejo

Y, por último, una de las falacias más extendidas es la de que «el toro no sufre en una corrida». ¿Es que no lo vemos o no queremos verlo? Es evidente que lo hace desde el momento en que se le acosa para que suba al camión que le conducirá a la plaza. Ese pánico es semejante al que viviríamos cualquiera de nosotros si, por la fuerza, nos secuestraran y nos llevaran maniatados en un vehículo. Ya no hablemos de la evidencia del sufrimiento en la misma corrida, donde recibe los pinchazos de dolorosas banderillas que se le clavan y le van haciendo perder sangre antes de morir a manos de la espada del torero. La mayoría de los toros acaban quedándose ciegos en el mismo coso, antes de morir, por los movimientos bruscos de cabeza y el estrés generado en el festejo.

¿De verdad alguien es capaz de seguir justificando la existencia de las corridas de toros en base a estos mitos obviamente falsos y sin tener en cuenta que hacer espectáculo del asesinato de un ser vivo solo retrata la crueldad de esa sociedad?

Pues eso, lo dicho: al menos este año se reducirá el sufrimiento de los toros y morirán menos animales en las plazas, eso que hemos ganado.

Imagen de Jesús Toral

Nací en Ordizia (Guipúzcoa) porque allí emigraron mis padres desde Andalucía y después de colaborar con periódicos, radios y agencias vascas, me marché a la aventura, a Madrid. Estuve vinculado a revistas de informática y economía antes de aceptar el reto de ser redactor de informativos de Telecinco Granada. Pasé por Tesis y La Odisea del voluntariado, en Canal 2 Andalucía, volví a la capital de la Alhambra para trabajar en Mira Televisión, antes de regresar a Canal Sur Televisión (Andalucía Directo, Tiene arreglo, La Mañana tiene arreglo y A Diario).