'Stuart Mill y la polémica de los contagios entre los jóvenes'
John Stuart Mill, 'Sobre la libertad'.
La polémica está servida, y como no podría ser de otra manera, todo se ve en blanco o negro. Por un lado, aquellos que proclaman que los jóvenes son unos irresponsables egoístas que solo piensan en sí mismos. O bien, que los culpables son los adultos, igualmente irresponsables, familiares o tutores, que les han educado mal y han permitido los viajes en plena pandemia. Algo de razón tienen. También tenemos, entre los que participan en la polarizada opinión, los que optan por defender a unos y otros, padres e hijos, hijos y padres, y acusan a los medios de comunicación, y a la ceguera de las redes sociales de criminalizar a los jóvenes, sin discriminar, destacando que sus hijos llevan meses sufriendo las consecuencias de la pandemia, con estrictos confinamientos, burbujas sociales y mengua en la calidad de la enseñanza, y lo único que desean es disfrutar un poco de su juventud, como todos hicimos en su momento. Y también algo de razón tienen. Especialmente, si admitimos que es hipócrita acusarles de lo mismo que mucha gente mucho mayor está haciendo hace meses, con el beneplácito de las autoridades, como cuando vemos todos los días a adultos mayores, que han pasado la treintena y la cuarentena, llenar los bares de copas en los habituales “tardeos”, o hasta las tantas de la madrugada. Socializando con el mismo poco respeto a las normas sanitarias que estos jóvenes. Lo cierto, es que como suele suceder, ni es bueno generalizar, ni opiniones que no admiten matices son acertadas para analizar lo ocurrido, y lo más importante, aunque menos probable; se trata de aprender y sacar conclusiones para no repetir errores. Que en general, en ética, y en la vida, es de lo que se trata.
También nos encontramos con aquellos que aprovechan para recordarnos las conspiraciones mundiales de Bill Gates y compañía, lo malos que son los gobiernos que nos quieren controlar y vacunar para no se sabe qué pérfidos planes, y demás mamarrachadas, pero por salud mental y ética no los incluiremos en el desbroce del problema
Probablemente, como decíamos, todas estas opiniones tienen una pizca de razón, aunque esto no quiere decir que unos no tengan más razón que otros, y otros tengan un poco menos de razón que éstos, en sus críticas. También nos encontramos con aquellos que aprovechan para recordarnos las conspiraciones mundiales de Bill Gates y compañía, lo malos que son los gobiernos que nos quieren controlar y vacunar para no se sabe qué pérfidos planes, y demás mamarrachadas, pero por salud mental y ética no los incluiremos en el desbroce del problema. Trataremos todas las opiniones desde el respeto que éstas merecen.
Primero trataremos de contextualizar y luego de desgranar motivos racionales para opinar, ajenos a las sobredosis emocionales que con razón, en muchos casos, dirigen nuestras opiniones. Pensemos, por un lado, en lo mal que muchas personas lo han pasado o lo están pasando, con pérdidas familiares o de amistades debido a la pandemia, o con duras hospitalizaciones, y lo duro que les resulta ver imágenes que destilan irresponsabilidad. Y por el otro lado, las dificultades de estos jóvenes que han sufrido mucho, y se les ha criminalizado muchas veces sin razón, en momentos muy duros de la pandemia. Hace pocos días se publicaban estadísticas de sanidad preocupantes, acerca del elevado número que han necesitado ayuda psicológica. Lo primero que hemos de hacer, como hemos insistido, opinemos una cosa o la contraria, es evitar el trazo grueso, que no beneficia a nadie.
Estamos en una carrera contrarreloj, pues solo la inmunización con las dos dosis de más de un setenta por cien de la población nos permitirá respirar tranquilos. Y ésta no se alcanzará hasta finales del verano, por lo que más nos valdría pararnos un poco a pensar, y disfrutar de los últimos meses de pandemia con el freno puesto
Recapitulemos para centrar un poco el debate; hace unas semanas saltó la polémica porque un brote entre jóvenes que habían ido de viaje de estudios a Mallorca ha terminado por afectar a miles de ellos, con consecuencias pandémicas en casi una decena de Comunidades Autónomas, con más de mil positivos y creciendo continuamente la cifra, algunos de ellos hospitalizados, y cientos confinados en hoteles, miles en sus casas. A eso se añaden las quejas de padres que han denunciado a las autoridades sanitarias, con el apoyo de la fiscalía, por considerar que no se están respetando sus derechos. No ayuda a la imagen de los confinados, en hoteles en las Baleares, que hayan tenido que intervenir las autoridades ante la venta no autorizada de alcohol por parte de establecimientos hosteleros cercanos, para que puedan evitar que éstos celebren fiestas en las habitaciones. Mientras, sus padres gritan indignados y la polémica de los que les culpan, o los que les defienden, va creciendo. Todo está sobredimensionado, como no podría ser menos en nuestro país. En Granada lo hemos visto también con otros jóvenes que han ido a otros destinos de viaje de fin de estudios. El mismo problema y las mismas consecuencias. Es inevitable, a medida que se relajan las restricciones, que a más contacto social, más contagios. El virus sigue aquí, y las variantes, cada vez más contagiosas se abren paso. Estamos en una carrera contrarreloj, pues solo la inmunización con las dos dosis de más de un setenta por cien de la población nos permitirá respirar tranquilos. Y ésta no se alcanzará hasta finales del verano, por lo que más nos valdría pararnos un poco a pensar, y disfrutar de los últimos meses de pandemia con el freno puesto. Para evitar disgustos, cada vez menos, porque cada vez habrá menos muertes, menos gente en Cuidados Intensivos y menos hospitalizaciones. Pero cada tragedia, es una tragedia que podríamos haber evitado.
Cuando en lo más duro de la pandemia algunos políticos descerebrados, de diferentes países, alegaban que por unos pocos (los mayores vulnerables) no se podía detener la actividad del resto, enarbolando la bandera de la libertad, esto hubiera puesto la piel de gallina a nuestro pensador
El pensador Stuart Mill, que es una autentico referente para aquellos que creen en la libertad, la razonada, no en la perversión de la misma convertida en eslogan, que hemos visto utilizar por parte de algunos dirigentes políticos como Isabel Ayuso, cree que nadie tiene derecho a decirnos qué hacer con nuestro cuerpo, o con nuestras ideas, especialmente las autoridades. Lo que sorprendería al pensador británico es que esta doctrina se aplicara para poder ir de cañas, y no para defender derechos como la diversidad sexual o el aborto, o la igualdad entre sexos, u otros que dependen de la libre elección de cada uno. Stuart Mill introduce una serie de matizaciones al grueso de sus afirmaciones, que delimitan el verdadero valor de la libertad bajo el prisma de la responsabilidad con los otros. Principalmente con los indefensos. Lo primero es que los niños y los adolescentes no son, ni pueden ser responsables, pues todavía no han desarrollado la madurez necesaria para tomar decisiones que afecten significativamente a su vida. Y eso incluye que los que son responsables de ellos, las tomen, los adultos. No vale mirar a otro lado, no vale culpar a los demás por malas decisiones o por decisiones precipitadas por no querer disgustar a los adolescentes. Otra matización esencial del pensador es que nuestras acciones han de tener el límite de proteger de ellas a los más débiles y a los indefensos. Cuando en lo más duro de la pandemia algunos políticos descerebrados, de diferentes países, alegaban que por unos pocos (los mayores vulnerables) no se podía detener la actividad del resto, enarbolando la bandera de la libertad, esto hubiera puesto la piel de gallina a nuestro pensador. Uno puede hacer lo que quiera con su vida, pero eso no significa que puedas llevarte por delante la vida de los demás: aquellos que aún permanecen indefensos y requieren la ayuda de otros, deberán ser protegidos contra sus propias acciones tanto como contra los daños que otros puedan inferirles (Sobre la libertad).
El filósofo insistía mucho que a mayor libertad mayor felicidad para la mayoría, pero que el límite se encuentra en no tener derecho a utilizarla para dañar la de los demás
El filósofo insistía mucho que a mayor libertad mayor felicidad para la mayoría, pero que el límite se encuentra en no tener derecho a utilizarla para dañar la de los demás. Tampoco podrás argüir que te ofende la forma de vida de otra persona, porque no te guste o no comparta tus creencias. Stuart Mill se escandalizaba de que nos escandalicemos y pretendamos negar a cada uno la libertad de ser cada cual como quiera, sexual o moralmente, en base a que no comparten nuestra moral o religión o cultura. Perdón por la digresión moral, volvamos al problema de los jóvenes y los contagios; una vez establecido que no se les puede culpar solo a ellos, sino a los que deben ser responsables de ellos, también recalcar lo hipócrita que es, que los que sí saben plenamente lo que hacen, critiquen a los jóvenes por hacer exactamente lo mismo que ellos llevan haciendo meses, en mayor o en menor medida. La clave del problema es que la libertad se aprende, y todo lo que se aprende cuesta tiempo, esfuerzo, voluntad y cometer errores. Y eso te lleva a aprender cuáles son sus límites. Irresponsables son esos jóvenes (y adultos) que quemaban sus mascarillas a las 12 de la noche del primer día que se permitió no llevarlas al aire libre, bajo determinadas condiciones, esos jóvenes que celebran botellones masivos o fiestas en los hoteles, o que se quejan de estar prisioneros, cierto, pero no son ni de lejos la mayoría. La mayoría ha aguantado meses durísimos, ha cuidado a sus mayores sacrificando sus placeres por responsabilidad. Y los inmaduros, que los hay, y es normal que lo sean, no son muchos más que los inmaduros adultos que poca responsabilidad han mostrado. Y no por ello criminalizamos a los veinteañeros, a los treintañeros, a los cuarentones o a los cincuentones.
Podrán estos jóvenes ser irresponsables, inmaduros y perdón por decirlo, un poco descerebrados, pero eso no debe ocultar que les hemos fallado todos los que deberíamos haber velado por que tuvieran las herramientas adecuadas para comprender cómo aplicar su libertad, cómo aprender a ser libres
Michel Onfray en un pedagógico libro dirigido a los adolescentes llamado Antimanual de filosofía, trata el problema de la libertad y sus límites, de qué manera el contexto es esencial para poder decidir qué es lícito hacer y qué no, lo permita la ley o no; cada caso depende de una situación particular. Supone, en la medida de lo posible, el conocimiento de la situación, la comprensión de lo que está en juego, la discusión, el intercambio, la propuesta contractual. La libertad se construye, se crea, y no puede proceder de una decisión univoca y unilateral. Al nacer, el niño no dispone de ningún medio para captar la naturaleza de los desafíos de la libertad. La educación debe perseguir la emancipación de la necesidad con el fin de hacer posible una autodeterminación, ella misma creadora de libertades para otros. Entonces, y solamente entonces, la vida en común, no parece una jungla y pasa a ser un terreno de juego ético y político.
Podrán estos jóvenes ser irresponsables, inmaduros y perdón por decirlo, un poco descerebrados, pero eso no debe ocultar que les hemos fallado todos los que deberíamos haber velado por que tuvieran las herramientas adecuadas para comprender cómo aplicar su libertad, cómo aprender a ser libres. Les ha fallado una sociedad que debería haber sido capaz de inculcarles una noción ética de la responsabilidad, que siempre ha de ir acompañada de la libertad para hacer lo que a uno le dé la gana. Antes de culpar a estos jóvenes, busquemos en qué somos responsables, en qué les hemos fallado. Y luego, ver si aún estamos a tiempo de hacer las transformaciones que necesita nuestra sociedad para ayudarles a construir una verdadera noción de la libertad, más cercana a la de Stuart Mill, y a la de Michel Onfray, que a la de Díaz Ayuso y sus cañas.