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Sobre la verdad y el mito de la caverna platónico

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Jueves, 23 de Julio de 2015
Sebastián Pérez, en un programa de TG7.
IndeGranada
Sebastián Pérez, en un programa de TG7.

Hay más verdad en el recuerdo de un aroma de la infancia, en el deseo de un sonido anhelado, en la nostalgia de un sabor perdido, en el anhelo de una caricia imaginada, en la imagen querida de un rostro apenas figurado, que en el irreal instante del presente percibido. Cinco sentidos, mil y una verdades.

La dificultad  de desvelar la verdad de aquello que aparentemente aparece con claridad a nuestro sentidos no es nada nuevo, probablemente el mito platónico de la caverna sea uno de los más antiguos intentos por hacernos reflexionar sobre ello. Nos pide Platón que imaginemos una caverna subterránea que tiene una abertura por la que penetra la luz .En esta caverna los seres humanos viven atados por cuellos y piernas desde la infancia y nunca han visto la luz del sol. En la boca de la caverna, por encima de ellos y entre los mismos y la puerta, existe una hoguera, por la puerta van pasando otros seres humanos llevando una serie de estatuas, representaciones de animales y otros objetos, con la luz de la hoguera ellos ven reflejados en un muro las sombras de esos objetos. Para Platón estos prisioneros venían a representar a la mayoría de la humanidad, solo oyen ecos de la verdad a través de la visión de esas sombras, lo que es más, no tienen ningún deseo de escapar de su prisión, acomodados a ellas y temerosos de lo que podrían ver. Recalca Platón que si de hecho alguno de los prisioneros escapara,  al ser deslumbrado por la luz posiblemente llegaría a creer que las sombras tienen más realidad que lo que se encuentra fuera de la cueva.

No se necesita compartir la metafísica dualista de Platón, ni su deplorable pensamiento político para exportar este mito a nuestra sociedad, como si no hubieran pasado miles de años y no hubiéramos aprendido nada. ¿Acaso  hoy día nuestra sociedad no se encuentra  acostumbrada y adocenada ante la verdad que tan cómodamente nos sirven? Seamos sinceros y reconozcamos que rara vez cuestionamos su realidad, ni su veracidad. Al fin y al cabo pensar, y pensar críticamente nunca fue fácil ¡con lo cómodo que es que otros piensen por ti! Es cierto que hoy día gracias a la “democratización” del saber y la comunicación, todos tenemos al alcance conocer todo de todo. La pena es que desperdiciemos estas posibilidades careciendo de un inquisitivo instinto de contraste y duda ante la multitud de fuentes posibles. Ya nos decía Nietzsche en El Crepúsculo de los Ídolos que en ocasiones el saber debe poner límites al conocimiento.

Lo cierto es que en la naturaleza del conocimiento, de la “verdad”, siempre hay un lado oculto, una inocencia peligrosa. Incluso los más bienintencionados siempre utilizaran la excusa de que no estamos preparados para conocer “toda” la verdad. Siempre habrá una verdad que se nos oculta o maquilla. Porque aquellos que desean controlar nuestra percepción, moldear nuestra realidad siempre querrán ocultarnos los objetos que proyectan las sombras, a veces por malicia, a veces por control, a veces porque no nos creen “preparados”. Al tratarnos como masa, no como individuos, nos tratan como niños, no como adultos.

Se supone que la tecnología, especialmente la de la comunicación ha de hacernos más libres, pero paradójicamente también nos hace más dependientes, esta búsqueda de la comodidad por acceder al conocimiento  es la que a su vez  puede llegar a provocar que seamos  más fácilmente manipulables por el Poder.

Se supone que ya no hay, al menos en las sociedades democráticas, “comisarios políticos”, que controlan la información (o sí, sólo hay que ver lo que ha ocurrido en TG7, la que debería ser la televisión local al servicio de todos los granadinos), aunque quizá simplemente han cambiado de nombre. Lo cierto es que siempre ha habido un deseo de controlar la verdad comunicada. De ahí la importancia de darle la vuelta a la paradoja de la que antes hablaba. Sustituir la comodidad de la verdad oficial por la pluralidad de una verdad critica. El medio es el mensaje, tal y como nos decía Marshall McLuhan,  por eso la pluralidad de medios de comunicación es tan importante, para “desabsolutizar” la verdad oficial, que evite un acomodo acrítico y no dejemos que los demás no sólo piensen por nosotros, sino que también decidan por nosotros mismos. No sólo esa pluralidad es condición necesaria, también ha de haber una exigencia crítica con las fuentes, un permanente contraste, una duda metódica y un sano escepticismo. La alternativa es quedarnos atrapados en la caverna y ver solamente las sombras que aquellos que controlan la luz desean enseñarnos, instalados en una comodidad asesina de la verdad. 

Como corolario final  me gustaría sugerir una pregunta que siempre me ha inquietado: ¿no será  que la mentira que nos hace más daño es aquella que se refugia en las sombras de la verdad, quizá, porque deseamos que sea más auténtica que la propia verdad que pensamos pueda llegar a herirnos?

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”