El símbolo Hernando
Desde hace bastantes años, cuando Rafael Hernando aparece en escena termina montándose una gran bronca. Desde aquel intento de agresión a Rubalcaba en los pasillos del Congreso de los Diputados hace ahora algo más de una década, las salidas de tono de este tipo son una constante. Hernando llega hasta donde la política no conviene que llegue. Así, cuando se acaba la política, aparece Hernando. Él y solo él llega a esos lodazales dialecticos de macarra de taberna. Por eso yo creo que, en el fondo, Hernando es un símbolo: si él aparece, podemos dar por concluido el periodo de debate y reflexión para entrar directamente en el barro. Le ha pasado siempre. ¿Que miles de personas sueñan con encontrar en una cuneta o fosa común los restos de un familiar?, pues él les dice que ese empeño existe porque hay subvenciones; ¿que un juez no le gusta porque falla contra sus intereses?, pues le llama "pijo ácrata" como hizo con Santiago Pedraz y debate finiquitado; ¿que en Andalucía no gobierna quien a él le gustaría? –ni a mí, por cierto–, pues nos compara con Etiopía y asunto zanjado; ¿Que Irene Montero, además de portavoz de Podemos, es pareja de Pablo Iglesias?, pues hace un comentario machista sobre su relación con el líder de la formación morada que además de levantar el ánimo de su grupo, caldea el de la oposición y arrastra el debate a su terreno. Ese es Rafael Hernando, el "sucesor" de Martínez Pujalte, una mezcla de Arturo Fernández y Poli Diaz, paracaidista por Almería en sus ratos libres y, por encima de todo, como antes decía, un símbolo. Rajoy, que obviamente lo sabía cuando lo eligió portavoz-cancerbero parlamentario en esta convulsa etapa, saca partido cada vez que su hombre sube al estrado, porque actúa como el más eficaz cortafuegos contra las razones de la oposición, que hoy por hoy caen como por aluvión. Por eso, el otro día, cuando llegó su turno en el debate sobre la moción de censura, supe que en aquel preciso instante moría la discusión y empezaba otra cosa. Así fue. Y además, logró su objetivo, porque el eco mediático de la moción de censura ha tenido como colofón ese estúpido comentario sobre Montero y Iglesias, y le ha valido para eclipsar, en buena medida, aspectos infinitamente más relevantes de la sesión parlamentaria como, por ejemplo, los dos minutos que invirtió Irene Montero en enumerar, uno a uno, todos los casos de corrupción del PP. Dos minutos, que se dice pronto.