'Si no nos salvamos nosotros…'
Es evidente que el odio se está apoderando de algunos sectores de la sociedad y eso siempre acaba afectando a los más vulnerables: mujeres, inmigrantes y en los últimos tiempos, con especial virulencia, a los miembros de la comunidad LGTBI. Interior ha alertado de bandas emergentes a la caza del homosexual y después del asesinato de Samuel, al grito de maricón, se han denunciado decenas de agresiones semejantes en diversos puntos de España. Y con este triste panorama, aparecen formaciones políticas cuya homofobia rebosa por los poros y que tienen la poca vergüenza de ningunear al colectivo LGTBI y considerar que no sirve para nada. Tanto es así que el Gobierno de Madrid ya se está planteando cambiar la ley al respecto con el fin, seguramente, de reducir nuestros derechos, con tal de recibir el apoyo para aprobar los presupuestos de una formación política cuyos dirigentes no tienen pelos en la lengua a la hora de dar su opinión sobre la diversidad sexual: «En España hemos pasado de dar palizas a los homosexuales a que ahora impongan su ley», «¿Por qué los gais celebran tanto el día de San Valentín si lo suyo no es amor, es solo vicio?», «Si mi hijo es homosexual preferiría no tener nietos», «El orgullo gay es una caricatura y una jornada denigrante», «Hasta en Irlanda aprueban el matrimonio gay. Con la firmeza del sonámbulo, Occidente se precipita en el abismo». Así se manifiestan los representantes de una formación que acaba de votar en el Parlamento europeo en contra de reconocer las uniones del mismo sexo en los países de la Unión Europea que aún no lo han hecho.
Y con este triste panorama, aparecen formaciones políticas cuya homofobia rebosa por los poros y que tienen la poca vergüenza de ningunear al colectivo LGTBI y considerar que no sirve para nada
Y uno que asiste impertérrito a esta tormenta no entiende nada. Nací en un país en el que no había democracia y en el que los gais estábamos considerados enfermos mentales e incluso existía una ley franquista que le sobrevivió algunos años más y que permitía encarcelarnos solo por amar a alguien de nuestro mismo sexo. Cuando era un niño nunca tuve un referente homosexual que me permitiera sostener expectativas de una vida respetuosa con mi identidad. No se conocían cirujanos, científicos, periodistas o ministros gais porque todos se apretujaban en un armario enorme que trataba de ocultar la realidad de unas vidas abocadas a la apariencia. La sociedad entera se reía de nosotros alentada por chistes como los de Arévalo que, al parecer, aún sigue fiel a su homofobia. Los únicos homosexuales que yo conocía eran los que se señalaba en el pueblo como mariquitas, aquellos cuyos ademanes femeninos eran tan evidentes que no podían esconderlos y muchos de ellos se veían obligados a disfrazar de humor su drama y por eso incluso colaboraban con la sociedad y se acababan riendo de sí mismos. Durante muchos años, esos gais eran los graciosos y vivían cuidando de sus madres, solteros o solos, admitiendo a duras penas las mofas de sus vecinos y reprimiendo una vida sexual que les hubiera colocado en el disparadero, porque ni siquiera estaba bien visto que se relacionaran con otros iguales que ellos.
Esos grupos sociales que nos consideran contrarios a la ley de un Dios que creen que ama solo a quienes ellos deciden, nos robaron a mí y a generaciones posteriores la posibilidad de vivir con plenitud un primer amor, de sentirnos libres y nos regalaron una culpa que algunos hemos arrastrado durante demasiados años: culpa por no desear al sexo contrario, porque nos hicieron sentir sucios, enfermos o viciosos cuando lo único que pretendíamos era que nos dejaran amar con libertad
Y con ese panorama, quien decidía salir del armario era casi un héroe. Esos grupos sociales que nos consideran contrarios a la ley de un Dios que creen que ama solo a quienes ellos deciden, nos robaron a mí y a generaciones posteriores la posibilidad de vivir con plenitud un primer amor, de sentirnos libres y nos regalaron una culpa que algunos hemos arrastrado durante demasiados años: culpa por no desear al sexo contrario, porque nos hicieron sentir sucios, enfermos o viciosos cuando lo único que pretendíamos era que nos dejaran amar con libertad. Tuve algunos amigos que no pudieron soportar las mofas, los constantes insultos, las vejaciones y las palizas y decidieron que eso no era vida, así que se la quitaron, sin más, con el fin de que aquellos que no soportaban la idea de compartir espacio con un homosexual estuvieran más cómodos.
Un día de junio de finales de la década de los sesenta, antes de que yo naciera, hubo un grupo que harto de redadas policiales en el bar al que acudían con asiduidad por su condición sexual se enfrentaron a las autoridades recibiendo una brutal paliza. Un año después de forma muy sibilina, el mismo colectivo se reunió cerca de Stonewall Inn, en Greenwich Village de Nueva York, para manifestarse en recuerdo de lo sucedido y así nació el Día del Orgullo Gay. Poco a poco, la comunidad acometió lucha tras lucha hasta ir alcanzando los derechos que la sociedad nos había escatimado durante décadas. Gracias a ello, a esos hombres y mujeres valientes que sacrificaron su infancia, su juventud y su integridad por un mundo mejor, en Estados Unidos, en España y en el resto del globo hoy podemos casarnos y adoptar y contamos con el apoyo mayoritario de la sociedad. Así que cuando escucho que el asociacionismo LGTBI no es necesario me rasgo las vestiduras y grito que nadie nos regaló nada, lo tuvimos que expoliar con mucho sudor y sangre en el camino, pero solo lo hicimos porque estuvimos juntos, porque nos asociamos y alzamos nuestra voz unidos.
¿Qué miedo tienen? ¿Cuál es el problema de estos seres que se pasan generación tras generación acotando lo que es amor, lo que es matrimonio, lo que es libertad? Deciden cómo hay que hacer el amor, cuándo y por qué motivos, a quién debemos querer y cómo hacerlo
Y al llegar por fin a una época más calmada reaparecen los de siempre, esos retrógrados que quieren tenernos reprimidos en el armario y volvernos a esclavizar. Y se esfuerzan en banalizar el tema e ironizar con que es algo que está de moda, que una cosa es que haya gais y otra que lo tengan que airear soltando su pluma. Y como la sociedad avanza un paso y retrocede dos, ahora nos vemos obligados de nuevo a sufrir esos comentarios injustos y malintencionados que se convierten en el caldo de cultivo de unas agresiones que, afortunadamente, solo aplauden las minorías más radicales.
¿Qué miedo tienen? ¿Cuál es el problema de estos seres que se pasan generación tras generación acotando lo que es amor, lo que es matrimonio, lo que es libertad? Deciden cómo hay que hacer el amor, cuándo y por qué motivos, a quién debemos querer y cómo hacerlo. Y junto a las formaciones más reaccionarias, algunos de los miembros más influyentes de la religión católica en España siguen mirando para otro lado, dándoles la razón con discursos incendiarios que se traducen en que Dios es Amor, pero solo tal y como ellos interpretan que debe ser y dirigido hacia quienes ellos consideran adecuado.
¡Ya está bien! No necesito que me acepten, solo quiero que se respeten mis derechos y al que no le guste, que mire para atrás. Por fortuna, hoy la mayoría de los ciudadanos así lo entiende, aunque no deberíamos bajar la guardia: lo que se consiguió tras un trabajo de décadas se puede perder en años incluso en meses, si no, fijémonos en cómo la pandemia está limitando derechos en todo el mundo.