Sierra Nevada, Ahora y siempre.

El ruido agradable

Blog - El camino equivocado - Guillermo Ortega - Jueves, 22 de Octubre de 2015
areacromatica.wordpress.com
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Me ha costado, pero acabo de terminar El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música, un ensayo de Alex Ross que, como su nombre sugiere, repasa la música que se hizo en el planeta Tierra mientras ocurrían cosas sin importancia como dos guerras mundiales, un régimen soviético, el maoísmo, el nazismo, la carrera armamentística, el creciente auge del capitalismo y, como consecuencia, la colonización cultural por parte de Estados Unidos… En fin, fruslerías.

Si se me ha atragantado un poco ha sido porque es una obra realmente densa (casi 700 páginas, sin contar las miles de notas explicativas, la bibliografía recomendada y el índice onomástico) y porque se centra en compositores de lo que, con todas las comillas del mundo, podríamos llamar música clásica. Habla muchísimo más de Stockhausen, Schoenberg, Bartók, Cage o Stravinsky que de Costello, Lowe, Lambchop, Marley o Harvey, a los que de hecho ni siquiera nombra. Sólo menciona, y muy de pasada, a Beatles, Dylan, Bowie, Brown o Talking Heads.

Pero en fin, que no es a eso a lo que iba sino al nombre en sí del libro. Me gusta la idea de concebir la música como el ruido eterno, como eso que está siempre ahí, como fondo, acompañándote en todos tus actos. Porque nunca estorba, porque nunca está de más. Porque, como dicen que afirmó Napoleón Bonaparte, la música es el menos desagradable de los ruidos.

“Por la mañana, lo primero que hago nada más levantarme es poner música”, me confesó una vez mi amigo Salvador Catalán, con seguridad uno de los mayores expertos en rock que hay en Andalucía. Me encantó escuchar eso porque me pasa exactamente lo mismo, que me despierto pensando en la música. Si estoy en la casa que conservo en Algeciras, que a estas alturas es una especie de almacén cultural porque en la de Granada ya no cabe un chisme más, me voy directo al salón y medito unos instantes qué poner, si decantarme por algo de soul suave (digamos Curtis Mayfield) o por rock americano con un toque de country, en plan Richmond Fontaine. Y me entusiasman esos dilemas, es ese el tipo de dudas que acepto tener.

Lo mismo ocurre cuando viajo. A principios de 2013 recorrí en solitario buena parte de España (y Portugal) a bordo de Silver, que hace poco se fue al cielo de los coches extraordinarios. Antes de abandonar la ciudad en la que me había alojado la noche anterior y meterme en carretera, seleccionaba los discos que iba a escuchar mientras conducía y los sentaba a mi lado, en el asiento del copiloto, para ir poniéndolos uno detrás de otro. Por la noche, antes de acostarme, apuntaba lo que había oído para acordarme de la banda sonora de cada día.

Así he sido siempre, así sigo siendo. Todavía hay gente que me recuerda que cuando tenía 16 años o así era difícil verme por la calle sin uno o varios discos debajo del brazo y con la felicidad pintada en la cara. Entonces no se hablaba de vinilos, porque el formato cedé no existía siquiera. Iba de un lado a otro con ellos para grabarlos en casa del amigo Tinín, o puede que en la de Andrés, o eran discos que me había prestado mi primo Juanjo (del que podría decir lo mismo que de Salvador Catalán) o que yo iba a pasarle a Jesús. Ahora no hago eso, el pendrive nos ha quitado peso de encima, pero en esencia la cosa sigue siendo parecida. De vez en cuando voy a donde vive Manu y mientras degustamos un whisky, hacemos unos intercambios culturales de categoría. Tiramos de ordenador y tostadora, no de las cintas de 90 minutos de antaño, aunque la diferencia se reduce a eso.

Casi al final de El ruido eterno, Alex Ross cuenta que Dimitri Shostakovich le dijo una vez a Sofía Gubaidulina: “Quiero que continúe por su camino equivocado”. Me fascina la frase, me habría encantado que alguien me la soltara a mí. Aunque en el fondo no me hace falta, porque, en cualquier caso, lo voy a seguir transitando.

Imagen de Guillermo Ortega

Guillermo Ortega Lupiáñez (Algeciras, 1966) es licenciado en Periodismo. Empezó a trabajar en 1990 en el desaparecido Diario 16 y después pasó a Europa Sur y Granada Hoy. También lo hizo durante un breve periodo en la Ser y colaboró en El Mundo, Ideal y ABC. Durante algo más de un año fue columnista en Granadaimedia. Ha sido encargado de prensa en los grupos municipales de UPyD y Ciudadanos en Granada y ahora trabaja en prensa del PP. Ha publicado cuatro libros: Cuentos de Rock (2008), Los Cadáveres Exquisitos (2012), Horas Contadas (2014) y La vida sí que es una pelea (2016).