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Rock para las Grandes Masas

Blog - El camino equivocado - Guillermo Ortega - Jueves, 2 de Junio de 2016
Coldaplay.
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Coldaplay.

El otro día, el gran Álvaro Calleja me pasó un enlace a la crónica que El País hizo del reciente concierto de Bruce Springsteen en Madrid y fueron varias las cosas que me llamaron la atención, pero fundamentalmente dos: que la gente estaba extasiada viendo a su ídolo a pesar de que aquello sonaba, y cito palabras casi textuales, peor que el radiocasete que tenía tu padre en su Seat 127, y que es un alivio que el Boss, a sus 66 años, siga tan vigoroso y carismático como siempre, porque es uno de los máximos exponentes de un género para el que no se vislumbran herederos.

Me gustaría hablar de lo primero, de la gente que sigue como borregos a los líderes y que le perdonarían hasta que hiciera play-back, porque para ellos los conciertos son simple y llanamente la oportunidad de ver a sus dioses, ahí no hay un ápice de capacidad crítica. De hecho, esas actuaciones suelen ser una suerte de karaoke masivo, de manera que el que vaya con la intención de escuchar al artista lo lleva claro, porque lo único que oirá será a la masa enfervorizada (des)entonar decenas de canciones una detrás de otra.

Ya tocará hacerlo otro día; vamos mientras tanto a la segunda cuestión, a la falta de relevo para eso que los anglófilos llaman Stadium Rock o Arena Rock, que de las dos maneras lo he visto escrito. En nuestra lengua, eso querría decir rock de estadios, o lo que viene a ser lo mismo, el que se escucha en recintos de gran capacidad, en plan Santiago Bernabéu, Nou Camp o Vicente Calderón (menciono los tres y así no peco de futbolísticamente incorrecto). Sitios donde cabe mucha gente y que, por tanto, sólo unos pocos elegidos son capaces de llenar.

Sus nombres son del dominio público, estrellas que todo el mundo conoce, hasta quienes no tienen ni pajolera idea de rock. Springsteen, AC/DC, Madonna, U2, Rolling Stones, Iron Maiden y un corto etcétera. Todos ellos tienen en común un poder de convocatoria descomunal, que llega al punto de que, cuando sus entradas se ponen a la venta, duran lo que un suspiro. Ojo, estoy hablando de España. En países anglosajones hay muchos otros grupos y solistas que logran el sold-out (nuestro “no hay billetes”) sin despeinarse.

Coinciden en varios detalles más, como su gusto por el espectáculo; de ahí que llenen sus directos de fuegos de artificio, coreografías o detalles supuestamente entrañables como sacar a una afortunada espontánea (o hasta a su madre, como ha hecho Springsteen) a bailar al escenario. Son trucos efectivos y diría que hasta fundamentales para sus propósitos. Ese plus lleva a muchísima gente a los estadios.

Todos ellos han vendido una cantidad más que respetable de copias. Los Rolling, a lo largo de su muy dilatada historia. Los demás, fundamentalmente en los años ochenta. Repasen y verán: Madonna se hinchó con Like a virgin, U2 con The Josua tree, Iron Maiden con The number of the beast, Bruce Springsteen con Born in the USA, el fallecido Michael Jackson con Thriller, y así sucesivamente. Sí, vale, despacharon muchísimas copias de otros trabajos, pero sólo he citado los que probablemente les dieron más regalías.

Porque en los ochenta, por si los más viejos del lugar no lo recuerdan, se vendían discos a cascoporro. Millones de ejemplares de un elepé. Hasta decenas de millones, en algunos casos. Y coleccionar números uno es algo que después influye muchísimo a la hora de las giras. Influye hasta el punto que, pasados treinta años, esos superventas siguen llenando grandes espacios.

Ellos, no los de ahora. Por varios motivos pero fundamentalmente por éste: ahora se vende muchísimo menos que entonces. Según las estadísticas más recientes, mantienen el tipo estrellonas como Beyoncé, grandes voces como Adele o herederos de la épica de U2 como Coldplay o Muse, además de ídolos juveniles como Justin Bieber, al que incluyo en este blog con todo el dolor de mi corazón.

Sin embargo, e insisto en que seguimos en España, ninguno ha actuado en grandes estadios de aquí. Coldplay, según tengo entendido, no ha tenido problemas para llenar el Palau Sant Jordi de Barcelona dos días seguidos, pero no tengo claro si su público daría como para llenar tres estadios en otras tantas ciudades del país. Porque eso significaría más de 200.000 asistentes: mucha tela. Y lo mismo se lo aplico a los demás.

Así que, volviendo al principio, me parece que la cuestión no es ya si se vislumbran herederos, sino si se vislumbrarán en el futuro. Tal como está la industria musical, es más que dudoso. Seguirán existiendo conciertos para multitudes, obviamente. Sin ir más lejos, los festivales veraniegos. Pero saliendo de eso, entiendo que el formato más probable es el del recinto de media capacidad. Lo cual no es bueno ni malo: es y ya está. 

Imagen de Guillermo Ortega

Guillermo Ortega Lupiáñez (Algeciras, 1966) es licenciado en Periodismo. Empezó a trabajar en 1990 en el desaparecido Diario 16 y después pasó a Europa Sur y Granada Hoy. También lo hizo durante un breve periodo en la Ser y colaboró en El Mundo, Ideal y ABC. Durante algo más de un año fue columnista en Granadaimedia. Ha sido encargado de prensa en los grupos municipales de UPyD y Ciudadanos en Granada y ahora trabaja en prensa del PP. Ha publicado cuatro libros: Cuentos de Rock (2008), Los Cadáveres Exquisitos (2012), Horas Contadas (2014) y La vida sí que es una pelea (2016).