El rincón de pensar

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 5 de Julio de 2020
'El pensador', de  Auguste Rodin.
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'El pensador', de Auguste Rodin.
'Lo peor es educar por métodos basados en el temor, la fuerza, la autoridad, porque se destruye la sinceridad y la confianza, y solo se consigue una falsa sumisión'. Albert Einstein

En las guarderías, en las escuelas infantiles, se puso de moda hace unos años una estrategia, digamos que discutible, a la hora de reaccionar pedagógicamente al mal comportamiento de los niños. En una edad tan esencial, en la que están aprendiendo a convivir con otros niños, y a descubrir que el mundo entero no gira en torno a sus naturales deseos e inclinaciones, sino que uno ha de aprender a cooperar y respetar a otros niños y niñas con los que comparten vivencias y espacios, a aquellos que se comportaban mal se les castigaba haciéndoles ir al rincón de pensar. Allí se pretendía que el niño recapacitara sobre su mal comportamiento en solitario, aislado del resto. Podía ser fuera de la clase, en alguna habitación colindante, o si había cierta propensión pedagógica al dramatismo en la misma clase, en una solitaria silla, donde de cara a la pared la criatura castigada rumiaba sobre aquello que habría hecho mal. Un paso adelante preferible a la barbaridad del castigo físico, o a dejarse llevar por la ira y gritar desaforadamente al infractor, pero no dejaba de ser una herramienta educativa más que dudosa, que afortunadamente no tuvo mucho éxito.

Más allá del absurdo de esa estrategia para niños pequeños, que por su propia naturaleza y nivel de madurez no están capacitados para reflexionar sobre la moralidad de sus acciones, por sí mismos, ni son capaces de prestar atención a lo que han hecho más haya de escasos minutos, existen otras estrategias alternativas antes que castigarles y hacerles sentir aislados por comportarse mal

Más allá del absurdo de esa estrategia para niños pequeños, que por su propia naturaleza y nivel de madurez no están capacitados para reflexionar sobre la moralidad de sus acciones, por sí mismos, ni son capaces de prestar atención a lo que han hecho más haya de escasos minutos, existen otras estrategias alternativas antes que castigarles y hacerles sentir aislados por comportarse mal. La mayoría de maestros, buenos maestros, con pasión por su labor, saben de lo importante que es para nuestro futuro educar en valores desde la más temprana edad, de ahí que opten por una estrategia divergente; les ayudan a que encuentren cierta serenidad concentrándose en alguna tarea que les haga sentir útiles y parte de un propósito común, parte  de un grupo donde lo que importa es disfrutar y aprender juntos, y más tarde, en diálogo con ellos, ayudarles a comprender qué han podido hacer mal, y hacerles sentir bien cuando corrigen su actitud. Qué diferente sería nuestra sociedad si siguiéramos una estrategia similar en nuestra convivencia social y política, y no nos dejáramos arrastrar por polémicas tan estériles o por espectáculos tan lamentables, que ponen a prueba nuestra convivencia.

 En un mundo normal, alejado de la inmadurez y del egoísmo desaforado que nos inunda, deberíamos seguir esa misma estrategia de los buenos maestros, y cada cual en su papel, reflexionar, conjugando el verbo pensar en plural y no en singular

La tentación por la salida fácil en la educación, y qué decir en la política, siempre está presente. Preferimos castigar al otro en lugar de ayudar a corregir, si creemos que se ha equivocado. Practicamos el estéril arte del soliloquio, en lugar del más provechoso del diálogo. Una de las características principales del pensamiento es que siempre es más fructífero construido en diálogo con otros, y no rumiando en soledad, donde es más probable que te dejes llevar por las vertientes más paranoicas de tus pensamientos, te centres solo en tu propio ombligo, o cultives la ira ante los golpes del destino, en lugar de aprender de los errores.  En un mundo normal, alejado de la inmadurez y del egoísmo desaforado que nos inunda, deberíamos seguir esa misma estrategia de los buenos maestros, y cada cual en su papel, reflexionar, conjugando el verbo pensar en plural y no en singular, y así aprender de los errores cometidos, prepararnos para evitarlos en el futuro, y disfrutar juntos de todo lo que puede ofrecernos una vida en sociedad basada en la solidaridad, y no en el sálvese quien pueda.

Pero aquí nos encontramos, viviendo en un mundo anormal, con personajes psicóticos como Donald Trump, alabado por sus correligionarios de Vox en España, y algunos que otros más,  atraídos por el populismo de la derecha extrema, alimentando el caos. Estos personajes solo pueden sobrevivir alimentando esa desolación, serían incapaces de gestionar nada que no se alimente del caos. El principal trabajo de un gobernante no es otro que cuidar de sus ciudadanos, de proteger a aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos, de ofrecerles un escudo social ante la enfermedad y el infortunio. Todo gobernante que no tenga este principio como axioma de la política, no puede ser sino nefasto para la sociedad en su conjunto. El fracaso de Trump, como lo sería de todos aquellos que le admiren o le sigan, es que en la peor catástrofe de los EEUU desde la Segunda Guerra Mundial, les ha fallado a sus ciudadanos, incapaz de gestionar con todo su poderío económico un escudo que proteja a su población, ni de los efectos más crueles para su salud, ni de protección social ante las consecuencias económicas.

Lo más importante es el bienestar de la gente que necesita ese escudo social, ayudar a pensar alternativas a lo que ha fallado, a corregir errores del que gobierna, ofreciendo alternativas y arrimando el hombro

Pareciera lógico, en un mundo cuerdo, que igualmente este fuera el principio rector que ha de desempeñar la oposición en política, ya que también tiene su cuota de responsabilidad, aunque no gobierne. Lo más importante es el bienestar de la gente que necesita ese escudo social, ayudar a pensar alternativas a lo que ha fallado, a corregir errores del que gobierna, ofreciendo alternativas y arrimando el hombro. Cada uno tiene su responsabilidad, y si te ha tocado estar al otro lado, en la oposición, sea en el Gobierno del país, sea en una Comunidad Autónoma, sea en un Ayuntamiento, o en la república independiente de tu propia casa, pareciera que lo más útil, por no hablar de lo más ético, es seguir esta fértil estrategia, y no la de tierra quemada que algunos parecen practicar.

Si a estas alturas no hemos aprendido que así nada se soluciona, no tenemos solución. Por qué no optar entonces por la misma estrategia de esos dedicados maestros que corrigen y educan a nuestros niños y niñas, y en  lugar de optar por darnos la espalda, construimos espacios, rincones para pensar compartidos; allí donde se desea crear confrontación, responder con diálogo

Si a estas alturas no hemos aprendido que así nada se soluciona, no tenemos solución. Por qué no optar entonces por la misma estrategia de esos dedicados maestros que corrigen y educan a nuestros niños y niñas, y en  lugar de optar por darnos la espalda, construimos espacios, rincones para pensar compartidos; allí donde se desea crear confrontación, responder con diálogo; allí donde se desea esparcir odio, responder con tolerancia; allí donde otros solo piensan en sus intereses;  responder con generosidad; allí donde otros gritan y mienten, responder con la mesura de la razón, descartando dogmas, y ofreciendo argumentos; allí donde otros pretenden ganar por intimidación, insultando, responder con una sonrisa, con la seguridad  que nos da saber que nada, ni nadie, puede ofendernos si no dejamos que lo hagan. Qué mejor respuesta a la intimidación del insulto, que responder con buena educación y buen talante, algo que tanto les descoloca. Y siempre está la posibilidad de que nos hayamos equivocado, en todo o en parte, y no nos hace parecer más débiles ceder cuando ese sea el caso. Recapacitar, y rechazar aquello que no hemos hecho bien, y reforzar aquello que sí, en nuestro propio rincón de pensar, no es mala estrategia, dado que, se supone, tenemos mayor madurez que unos críos en un jardín de infancia.

Si en lugar de emplear tanto tiempo discurriendo cómo injuriar, cómo fastidiar al que no piensa, es, viste, siente, o vive como nosotros, lo pasáramos reflexionando sobre qué nos convierte en una sociedad prospera, otro gallo nos cantaría. Una sociedad próspera es una sociedad rica; no en capitales financieros, no en tópicos manoseados sobre grandezas e imperios pasados, no por el incremento de personajes  famosos nacidos al albur de aprovecharse de miserias ajenas, no por poner ladrillos al último terreno virgen que nos que queda por arrasar, para que cuatro favorecidos por la especulación se hagan aún más ricos, no por incrementar la miseria de unos muchos para que unos pocos puedan ostentar más y más, y ocasionalmente, dar alguna dádiva con la que distraer del abismo que cada vez separa más a los más ricos de los más pobres.

Una sociedad próspera es una sociedad rica en redes solidarias que permiten que nadie quede atrás, por origen social, por sexo, o por malas venturas de la vida, y sin esa garantía social no hay dignidad posible. Una sociedad próspera es que la que cuida de la salud sin importar el documento de identidad, ni orígenes, ni edades, ni posiciones sociales

Una sociedad próspera es una sociedad rica en redes solidarias que permiten que nadie quede atrás, por origen social, por sexo, o por malas venturas de la vida, y sin esa garantía social no hay dignidad posible. Una sociedad próspera es que la que cuida de la salud sin importar el documento de identidad, ni orígenes, ni edades, ni posiciones sociales. Una sociedad próspera es la que comprende que la educación y la cultura, al igual que la salud, han de estar al alcance de cualquiera, para que cualquiera pueda aportar a la sociedad, y a su vez tenga oportunidad de alcanzar un mínimo de felicidad. Una sociedad próspera es la que se preocupa por el bienestar de quienes la componen, y comprende que nadie puede ser del todo feliz, mientras a parte de esa sociedad se le niegue el derecho a ni siquiera intentarlo. Qué otro sentido puede tener hablar de una sociedad digna, si a una sola persona se le niega el derecho a vivir con dignidad.

Una sociedad próspera es aquella que comprende que todo comienza y todo termina en la educación, porque somos resultado, en gran parte, de cómo nos educaron. Si como decía Albert Einstein te educan en el temor te volverás una persona miserable, temerosa de lo que no comprendes, y educando a su vez en el temor a aquellos que de ti dependen, en un interminable circulo de errores. Si te educan haciéndote creer que ostentar la fuerza te da la razón, nunca la razón tendrás, ni el cariño o la lealtad encontrarás. Si te educan creyendo que el conocimiento depende de la autoridad, nunca la cuestionaras, y ningún conocimiento podrás alcanzar, porque nunca te enseñarán a pensar por ti mismo. Podrán crear sumisión en aquellos que pretenden educar, sin comprender que educar gira en torno a dos valores intrínsecamente unidos; la sinceridad y la confianza. Confianza en que te dan herramientas para que construyas tus valores y tu personalidad. Sinceridad de quienes te enseñan para ayudarte a comprender que no hay conocimiento que sobreviva a la soberbia, y que admitir este principio es el único camino a la sabiduría. Sinceridad y confianza para incorporar en el ADN de tus valores que es mejor una comunidad de personas ricas en valores, donde importe más el bien común, y menos competir por ver quien llega antes a una cima construida sobre la miseria de todos aquellos que dejaste atrás. Necesitamos muchos más rincones de pensar,  no aquellos donde se alimenta el soliloquio de cada cual, sino de rincones para pensar compartidos, a pesar de nuestras diferencias, o precisamente a causa de ellas.

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”