'La química del amor'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 30 de Octubre de 2022
'El Cumpleaños', 1915, de Marc Chagall.
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'El Cumpleaños', 1915, de Marc Chagall.
'Todo nuestro razonamiento se reduce a ceder al sentimiento'. Blaise Pascal

Todo nuestro razonamiento se reduce a la interacción en nuestro cerebro de las sustancias químicas que segregamos, le respondería unos cuantos siglos después cualquier neurólogo que se precie. A pesar de las enormes diferencias históricas y de contexto, entre ambos principios tan firmemente declarados, el fondo de la cuestión sigue siendo el mismo, nuestra dependencia de nuestras pasiones y sentimientos que acorralan, cuando no dirigen, nuestros razonamientos hasta puntos insospechados. Es indiferente que encontremos el origen en alguna cuestión metafísica de nuestras afecciones del alma como afirmaba Blaise Pascal, o profundicemos, a través de la ciencia en las complicadas interacciones de las autopistas químicas que unen nuestras neuronas, en el cálido hogar del cerebro humano. Allí se encuentra la explicación de nuestros comportamientos al albur de nuestras pulsiones, sean pasiones, sentimientos, deseos o cómo queramos llamarlas.

Cómo llegamos a sentir lo que sentimos es importante, y es un debate delicado que atraviesa las fronteras de la religión, la filosofía y la ciencia, al igual que otras cuestiones trascendentales, que atañen al núcleo existencial de aquello que somos

La vida es básicamente química afirmaba el ganador del Nobel Roger Kornberg; Químicamente el cerebro es una colección de cables e interruptores. Todos los cerebros humanos son más o menos iguales y las pequeñas diferencias son el resultado de distintos patrones en los interruptores, basados en una combinación de nuestra genética y de nuestras experiencias. Pero, al final, es química, nada más y nada menos, aunque la gente se resiste a la idea. Muchas personas quieren asociar a sus propias experiencias algún significado especial, como la religión, pero es química. Cómo llegamos a sentir lo que sentimos es importante, y es un debate delicado que atraviesa las fronteras de la religión, la filosofía y la ciencia, al igual que otras cuestiones trascendentales, que atañen al núcleo existencial de aquello que somos. Pero, por mucho que debatamos, la verdad es incuestionable y mientras mejor comprendamos cómo nos sentimos y porqué, mejor aprenderemos a comportarnos. Y ahí nos valen las antiguas lecciones de la ética y la filosofía, que nos ayudan a crear y gestionar hábitos que nos lleven a comportarnos en la dirección adecuada. Y si, como parece, se debe a que a través de esos hábitos cambiamos la comunicación química entre nuestras neuronas y las optimizamos, o bien, optamos por dejar a la imaginación libre, y creer que alguna materia indetectable llamada alma ya no es tan prisionera de nuestras pulsiones carnales, lo importante es que en nuestra mano se encuentra manejar mejor las emociones que nos acosan cada amanecer, y nos agobian cada vez que nuestros ojos cansados y hartos se cierran y sucumben a nuestra fértil imaginación,  al albur de las pulsiones y emociones desatadas durante el día.

Y pocos precipicios, por mucho anclaje racional y control que queramos poseer, dejan volar nuestra imaginación más que la pulsión del deseo de amar y ser amado

Emile Cioran, con su habitual escéptico sarcasmo, nos advertía que por mucho que nos creyéramos libres de las ataduras de la pasión del amor, siempre íbamos a correr el riesgo de dejarnos atrapar por ella. No hay humano capaz de librarse de las sustancias químicas que nos encienden y nos atrapan en una confusa espiral de contradictorios comportamientos, alentados por esa dosis de locura transitoria, o no tanto, llamada pasión, sexo, deseo, o todo ello junto, tal y como denominamos al amor. Pocos dudan que la imaginación desbocada es uno de los resortes que la química del amor desata, y Pascal profetizaba, confirmando la advertencia del filósofo rumano que, hasta el mayor filósofo del mundo de pie sobre un tablón más ancho de lo necesario, si tiene debajo de él un precipicio, aunque su razón le convenza de su seguridad, su imaginación lo dominará. Y pocos precipicios, por mucho anclaje racional y control que queramos poseer, dejan volar nuestra imaginación más que la pulsión del deseo de amar y ser amado.

Lo importante, sea una u otra la motivación para desear/amar con mayor o menor “lujuria”, es acentuar hábitos que nos dirijan en la dirección emocional más sana posible: no hacerte daño a ti mismo, no hacer daño al otro

A qué se debe, químicamente hablando, que creamos que esa pulsión llamada amor nos hace superar obstáculos que nuestra razón creería imposibles de vencer. Hay gente que atrapada por la química del amor cree ser capaz de tener una relación exitosa con una persona que se encuentra en otro punto del mundo, sin tener recursos para viajar, o que sigue fielmente las doctrinas de una religión antagónica a la suya, o si viviéramos en el trágico mundo Shakesperiano, el amor imposible de Romeo y Julieta procedentes de dos familias que se odian profundamente. El antropólogo Ted Fischer distingue entre la pasión desatada por el amor y el mero deseo sexual de posesión o lujuria, que considera mucho más elusivo y que no dura mucho una vez satisfecho. Cree que la intensidad de la pulsión del amor, aunque la origine el deseo, es menor, y por tanto más sana, al proyectarse hacia el futuro. En cualquier caso, ambas pulsiones, el amor sin apellidos, o la pulsión pasional, entendida como deseo exacerbado por poseer a otra persona (lujuria), pueden tener el mismo origen químico inicial, aunque luego seamos capaces de alterar la química que los dirige. Lo importante, sea una u otra la motivación para desear/amar con mayor o menor “lujuria”, es acentuar hábitos que nos dirijan en la dirección emocional más sana posible: no hacerte daño a ti mismo, no hacer daño al otro.

La abstinencia de no beber alcohol o tomar drogas, si estás habituado, es químicamente hablando, similar al deseo por la persona por la que sientes tanta pasión

La neuróloga Gail Saltz establece la diferencia química entre un amor más sereno, como el maternal, y el despertado por la pasión y el deseo por otra persona. Diferentes áreas de nuestro cerebro se activan, y diferentes sustancias y neurotransmisores por tanto entran en acción. Al pensar en la persona amada o tener sexo, generalmente segregamos dopamina, que domina nuestro cerebro cuando se siente recompensado. La dopamina, que también segregamos además cuando extasiados jugamos, y ganamos, o consumimos drogas del tipo de la cocaína, es una sustancia muy adictiva, a la que es fácil engancharse. La enfermedad obsesiva compulsiva está asociada a esta sustancia, aunque es otra, la serotonina, la que puede estar presente en la obsesión. Y es la causante de que tus pensamientos, tu imaginación, a la que rara vez puedes poner freno sin la voluntad adecuada, se dedique a darle vueltas una y otra vez a la persona que tienes en mente. Estas sustancias, si no las controlamos, no medicamente en el caso del amor, sino a través de hábitos que nos ayuden a mantener equilibradas muestras emociones, pueden ser causa de trastornos como la depresión. También habitual en las pasiones no bien llevadas. La abstinencia de no beber alcohol o tomar drogas, si estás habituado, es químicamente hablando, similar al deseo por la persona por la que sientes tanta pasión.

De ahí la complejidad, y la necesidad de aprender a gestionar el amor, como una de las pasiones más enriquecedoras, pero también más peligrosas que los seres humanos y su química, experimentan

Otro neurotransmisor que está presente es la oxitocina, que se desboca por nuestras neuronas cuando sentimos la calidez del abrazo y la presencia de una persona querida. Es la sustancia que más se segrega durante el clímax sexual y es causante del sentimiento cálido hacía la otra persona que sentimos en ese instante. A eso hay que añadir la presencia, en este complejo cóctel químico que produce la pasión del amor, de la vasopresina, que suele estar presente en las situaciones de estrés y exceso de presión. La química del amor es muy compleja porque, debido a la presencia de todos estos neurotransmisores u otros, sentimos adicción, nos obsesionamos, aparece la necesidad de seguir sintiendo esas placenteras y adictivas sustancias segregadas, y también amar nos causa estrés. Todo ello junto. De ahí la complejidad, y la necesidad de aprender a gestionar el amor, como una de las pasiones más enriquecedoras, pero también más peligrosas que los seres humanos y su química, experimentan.

Hablando claro, que cegados por esas etapas iniciales de la pasión, somos mucho más proclives a hacer estupideces

Helen Fisher, antropóloga y bióloga, nos explica que uno de los problemas de las etapas iniciales, primeros días, de la pasión del amor, es que estas sustancias provocan que unas partes de nuestro cerebro, las menos racionales por así llamarlas, se activen, mientras otras se apagan, las más vinculadas con la planificación racional de nuestros actos. Hablando claro, que cegados por esas etapas iniciales de la pasión, somos mucho más proclives a hacer estupideces. A medida que superamos esa etapa inicial, esas zonas de nuestro cerebro apagadas por la excesiva presencia de neurotransmisores que nos estresan o anulan, se van activando y equilibran tu pasión. Es uno de los motivos, explica, por el cual el porcentaje de fracasos en parejas que nunca han vivido juntas es tan amplio, mientras que aquellas que se van conociendo poco a poco tienen más probabilidades de éxito, a través de lo que la científica llama amor pausado. Así, según Fisher, domamos la segregación de sustancias incontroladas, y mantenemos mayor equilibrio entre las áreas que únicamente despierta la pasión, menos dadas a la planificación, y las áreas que son capaces, no solo de gestionar el presente inmediato, sino de valorar la gestión de lo que ha de venir.

Igualmente sucede con la amabilidad y la empatía hacia la persona por la que sentimos amor, deseo, pasión, o cómo queramos llamarlo, activamos sustancias que nos ayudan a eludir el estrés y por tanto mejoran nuestra salud y la ajena

Un buen uso de la oxitocina que segregamos, que también activa la testosterona, causa una sana pasión que a su vez nos sana física y mentalmente. Ayudados por una dopamina que no se desborde. El sentimiento placentero de una buena compañía es indispensable para el éxito, químico, y añadiremos espiritual, de una reconfortante pasión amorosa. Fischer cree en los beneficios químicos de introducir el humor, al igual que salir de la rutina, en el amor o en el sexo, ya que estas novedades añaden la segregación de sustancias que nos reconfortan y nos ayudan a buscar nuevas metas y nos espabilan emocionalmente. Y por tanto, establecen equilibrios en nuestro cerebro y puentes entre las químicas tan diferentes de dos personas unidas por la pasión. Tan difíciles de armonizar a menudo. Igualmente sucede con la amabilidad y la empatía hacia la persona por la que sentimos amor, deseo, pasión, o cómo queramos llamarlo, activamos sustancias que nos ayudan a eludir el estrés y por tanto mejoran nuestra salud y la ajena.

 Lo queramos o no, lo deseemos o no, nuestro cerebro y la química que lo sustenta necesita el amor en sus más variadas formas para segregar sustancias que mejoren nuestra salud mental. En nuestra mano se encuentra que segreguemos sustancias sanas y equilibradas, o que lo inundemos con sobredosis que nos perjudican, a nosotros y a la persona que decimos amar. Los beneficios químicos de un amor sano son incontables, pero también lo son los daños de una química del amor mal llevada.  Como suele suceder, el mejor consejo para la química del amor es usar el sentido común, dejarse abrazar por la pasión, el deseo, la lujuria, el cariño o el amor, lo definamos como lo definamos, cuando toque, pero siempre ponderando con otras emociones y razones cuando sea adecuado para equilibrar(nos).

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”