'¡Que tarde-noche la de aquel día!'
Aquel 23F, hace ya 40 años, cerca de las seis y media de la tarde, yo acababa de salir de la Facultad de Ciencias y viví la entrada de los golpistas en el Congreso de los Diputados en riguroso directo radiofónico. Recuerdo que acababa de salir de prácticas de Químicas esa tarde y nada más arrancar el coche en Gonzalo Gallas, junto al ‘Manjón’ escuché los disparos y pensé que había conectado con alguna novela en lugar de los informativos que buscaba. Pero lo que estaba ocurriendo era una historia real, una historia negra, que aún pesa como una de los episodios más oscuros y tristes vividos desde la restauración de nuestra democracia.
La televisión (la única que había) cambió su programación, Radio Nacional de España programó marchas militares (esas que nunca me supieron levantar) y nos enganchamos a la Cadena Ser que había dejado una conexión abierta, un hilo que nos mantenía el contacto con lo que estaba ocurriendo en el interior del Palacio de la Carrera de San Jerónimo, y en otros lugares de España
La televisión (la única que había) cambió su programación, Radio Nacional de España programó marchas militares (esas que nunca me supieron levantar) y nos enganchamos a la Cadena Ser que había dejado una conexión abierta, un hilo que nos mantenía el contacto con lo que estaba ocurriendo en el interior del Palacio de la Carrera de San Jerónimo, y en otros lugares de España.
Me dispuse a hacer unas llamadas telefónicas a compañeros de las Juventudes Socialistas, en las que acababa de ingresar unos meses antes, (a escondidas de mis padres), a ver si se sabía algo más y si había instrucciones. También hice unas cuantas llamadas de teléfono para intentar conectar con familia y amigos. Especialmente estuvimos en contacto durante aquellas horas posteriores al golpe con dos lugares: Valencia y Andorra
Me dispuse a hacer unas llamadas telefónicas a compañeros de las Juventudes Socialistas, en las que acababa de ingresar unos meses antes, (a escondidas de mis padres), a ver si se sabía algo más y si había instrucciones. También hice unas cuantas llamadas de teléfono para intentar conectar con familia y amigos. Especialmente estuvimos en contacto durante aquellas horas posteriores al golpe con dos lugares: Valencia y Andorra
Con la capital del Turia, porque vivía mi tío, por entonces sargento de la Policía Nacional (los grises se habían hecho ‘maderos’ al cambiar su uniforme al marrón), y aunque estaba de descanso fue movilizado en la Comisaría en virtud de lo que estaba ocurriendo en esa Región Militar con el teniente general Milans del Bosch entre los cabecillas de los sublevados.
Con Andorra, porque allí vivía otro tío mío con el que yo había empezado a trabajar el verano anterior para pagar mis estudios y fue el lugar que se me vino a la cabeza como posible escapada o exilio si la cosa se ponía chunga, aprovechando que me había pateado esa parte del Pirineo meses atrás. Así de crudo pintaba el asunto en aquellos momentos.
La tarde y la noche avanzaban y nos debatíamos entre ir preparando maleta, esconder o destruir ‘papeles’ y buscar información nacional o internacional sobre las reacciones y el alcance que estaba teniendo el asalto al Congreso de los Diputados. La verdad es que (casi) todo lo que ocurrió aquel 23F lo hemos sabido a posteriori porque las limitaciones de comunicaciones de la época y el apagón informativo impidieron seguir la actualidad directamente lo que generó una gran angustia e incertidumbre que no se explica y que años después mucha gente no acierta a comprender en función de la ‘rápida’ solución que tuvo el levantamiento.
La tarde y la noche avanzaban y nos debatíamos entre ir preparando maleta, esconder o destruir ‘papeles’ y buscar información nacional o internacional sobre las reacciones y el alcance que estaba teniendo el asalto al Congreso de los Diputados
Bien es cierto que la comparecencia del rey Juan Carlos, ya entrada la madrugada, con el traje militar y como jefe de las Fuerzas Armadas, supuso un gran alivio y, aunque quedaba mucho hilo que desliar y mucha trama que desenmascarar como hemos podido saber después, aquella aparición en la tele (por entonces esta afirmación era globalizadora) tranquilizó al país. Aquella breve alocución (apenas minuto y medio) en la que informaba que había ordenado a los tres ejércitos “que se estuvieran quietos” y en la que manifestaba el apoyo de la Corona a la democracia y al ‘orden constitucional’, fue el mensaje que frenó las intoxicaciones entre los uniformados y sirvió de bálsamo para una sociedad que había pensado a temer que la inestabilidad política y social fuera aprovechada (una vez más) por los militares y las fuerzas reaccionarias nostálgicas del Régimen para poner freno a la apenas recién estrenada democracia.
Aquella comparecencia sirvió, en primera instancia, para que pudiéramos irnos a dormir, no tranquilos del todo desde luego, y le serviría al rey para acumular un capital y un crédito inconmensurable que luego ha ido perdiendo, dilapidando, yo diría que derrochando, con su comportamiento posterior, hasta haber situado a la monarquía en el momento actual de debilidad y pérdida de legitimidad, especialmente entre los que no vivieron (afortunadamente) aquella tarde-noche de aquel 23 de febrero de hace 40 años.
Aquel mismo año, meses más tarde, al final del verano en mi visita a Valencia, mi tío Pepe me contaría, hasta donde creyó conveniente y prudente, qué pasó durante aquellas horas en la Comisaria Centro de la Policía Nacional de Valencia en una ciudad que vivió durante unas horas el estado de excepción con medio centenar de tanques ‘apatrullando' las calles'
Aquel mismo año, meses más tarde, al final del verano en mi visita a Valencia, mi tío Pepe me contaría, hasta donde creyó conveniente y prudente, qué pasó durante aquellas horas en la Comisaria Centro de la Policía Nacional de Valencia en una ciudad que vivió durante unas horas el estado de excepción con medio centenar de tanques ‘apatrullando' las calles', y cómo lo vivió, con gran miedo en lo personal y en lo colectivo.
Yo había vuelto ese verano a Andorra, a mi estancia veraniega para aprender francés (era el eufemismo que utilizaba para decir que pasaba el verano de camarero), pero ese año y los siguientes mis paseos dominicales por las cumbres que unen el Principado andorrano con Francia, los realizaría acompañado de cartografía de detalle que me había agenciado para memorizar todos aquellos rincones ‘por si las moscas’. Oficialmente subía a ver mariposas y escarabajos cuestión que me sirvió en todo caso también para mis estudios de Biología.
Granada, en esta ocasión, no estuvo con los golpistas como en el 36. El capitán general de la novena región militar, con sede en Granada, se mostró firme y leal al Rey a la Constitución, no ‘como otros, como el de Sevilla mismo que anduvo renqueando varias horas, deshojando la margarita.
Granada, en esta ocasión, no estuvo con los golpistas como en el 36. El capitán general de la novena región militar, con sede en Granada, se mostró firme y leal al Rey a la Constitución, no ‘como otros, como el de Sevilla
Yo siempre recordaré también aquel 23F ligado a la figura de mi maestro y amigo Pepe Vida, fallecido hace apenas ahora dos años. Vida Soria había tenido un gran protagonismo en la redacción de la Constitución como senador socialista y luego había sido elegido en el 79 como diputado por nuestra provincia. Aunque ya había decidido abandonar el cargo y emprender la ‘aventura’ que le llevaría a ser el primer rector democrático de la Universidad de Granada, ese día no se encontraba en el interior del hemiciclo pues no había querido participar en la investidura de Calvo Sotelo, pensando que era un puro trámite en el que su presencia no era decisiva.
Cuando se enteró del asaltó al Congreso se va para Madrid y se dirige al Palacio del Congreso. Pese a la resistencia inicial de los guardias civiles, me imagino que extrañados de que alguien quisiera entrar en aquella situación, en lugar de escapar de allí, logró que lo dejaran pasar y llegó a sentarse en su escaño con el resto de diputados (la inmensa mayoría) y de diputadas (apenas una veintena). En la misma puerta un general de la Guardia Civil le había dirigido una advertencia amenazante: "Entra si quieres, te van a matar igual". Pero no se amedrentó y afrontó aquel momento histórico “más por sentido de la obligación y del deber que por solidaridad”, según sus propias palabras.