'¿Por qué buscar la belleza?'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 30 de Enero de 2022
Retrato de una joven, de Botticelli, (1480-1485)
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Retrato de una joven, de Botticelli, (1480-1485)
'La belleza es una promesa de felicidad'. Stendhal

'Lo bello no gusta ni disgusta, sino que nos detiene'. Alain

Al igual que con la pregunta sobre la sabiduría, esta pregunta pareciera tonta, ¿quién no desea buscar la belleza en su vida?, aunque como con tantas preguntas que nos parecen obvias las respuestas ya no lo son tanto. Habría que comenzar por lo más básico y reconocer que en tanto animales que fuimos, somos y seguiremos siendo durante mucho tiempo, a pesar de las pretensiones transhumanistas de superar a través de la tecnología nuestra naturaleza, el dolor y el placer siguen siendo básicos para explicar nuestro comportamiento. Ambas sensaciones físicas, creadas por estímulos materiales o espirituales, nos inducen a buscar algunas acciones y eludir otras. Esa búsqueda de aquello que nos place, y la elusión de aquello que nos duele, es común a nuestra naturaleza animal. Sin embargo, si en algo nos diferenciamos de los animales es que la evolución de nuestro intelecto ha provocado que más allá de los estímulos físicos que producen placer o dolor, cada ser humano es diferente a la hora de percibir lo que le produce una cosa u otra. Aquello que es común a nuestra naturaleza es a su vez aquello que permite diferenciarnos. Lo que puede producirnos placer a algunos, es indiferente a otros. Lo que causa dolor a otros es indiferente a algunos. Todos somos capaces de reconocer, o casi todos, deberíamos decir en estos tiempos tan líquidos, que la belleza es un estándar subjetivo, aunque cultural o biológicamente compartamos algunos esquemas que inclinan nuestra percepción de la belleza, no determinan exclusivamente la misma.

La sensación que nos trasmite la belleza, sea lo que sea aquello que entendamos por bello, nos produce placer, y por tanto evita, ahuyenta o suspende, el dolor.

La sensación que nos trasmite la belleza, sea lo que sea aquello que entendamos por bello, nos produce placer, y por tanto evita, ahuyenta o suspende, el dolor. Recordemos que desde los epicúreos hasta el pesimismo de Schopenhauer, la huida de aquello que nos produce dolor es un motor esencial del sentido de la vida. Y la felicidad no es sino, al menos para numerosas corrientes filosóficas, aquellos momentos en los que no sentimos dolor ni angustia, esos pequeños oasis de nuestra existencia. Es por tanto natural que deseemos placeres como el que nos alienta la belleza, sea a causa de la peculiaridad humana de crear arte, sea a través de la observación de la belleza natural, o de cualquier experiencia estética capaz de hundirnos en ese sentimiento sublime que arropa cálidamente nuestras emociones. La belleza no es la única experiencia singular, más allá de placeres meramente físicos, que nos transmite bienestar. El orgullo de sentirnos bien por alguna acción realizada, los elogios ajenos por alguna acción propia son capaces de transmitirnos estímulos placenteros muy similares. Nuestro cerebro interpreta de la misma manera experiencias muy ajenas.

El placer que nos produce una actuación moral correcta, aquello que denominamos bueno, sea algo propio o ajeno, sirve igualmente a fines útiles

Más allá de que los estímulos placenteros resultantes puedan ser similares, sin embargo, hay una diferencia básica; En otros casos, aquello que nos resulta agradable sirve a un propósito bien definido: alimentarnos, proporcionarnos un hogar, o una recompensa sexual, con o sin intereses biológicos, entre otros objetivos reconocibles o no a primera vista. El placer que nos produce una actuación moral correcta, aquello que denominamos bueno, sea algo propio o ajeno, sirve igualmente a fines útiles. Permite la convivencia en sociedad, nos permite encajar y que no nos matemos los unos a los otros tanto como podríamos hacer de no existir una brújula moral. La belleza, tal y como es concebida hoy día no parece sin embargo responder a esta utilidad desprendida de una correcta actuación moral, de un trabajo elogiado o de satisfacer nuestras necesidades físicas.

A pesar de que hoy día no mantendríamos esa unión entre lo bueno y lo bello, al menos en la superficie, en sus orígenes etimológicos existe una evidente unión entre ambos conceptos

A pesar de que hoy día no mantendríamos esa unión entre lo bueno y lo bello, al menos en la superficie, en sus orígenes etimológicos existe una evidente unión entre ambos conceptos; Kalos que en griego moderno significa bueno, en sus orígenes es identificado como un término que alude a lo bello, a lo atrayente, o al menos eso indica Platón. Es un término que en el griego clásico está muy ligado a la palabra que traduciríamos por bueno, agathos. Es muy común encontrar la palabra kalokaagathos que se empleaba para destacar la ejemplaridad física y cívica de algún individuo. En latín bellus (bello) parece derivar de bonus, bonulus (bueno). Y en chino el ideograma utilizado para designar lo bello (miei) también está vinculado al ideograma que representa a lo bueno, al bien (shan). Es evidente que en nuestros orígenes el placer que nos otorgaban experiencias tan dispares estaba unido por lo agradable, aunque la evolución haya hecho que la búsqueda de la belleza alcance, como diría Kant, aunque con connotaciones metafísicas diferentes, un interés desinteresado más allá de que algo nos resulte agradable por su utilidad.

No es el único filosofo que produce vergüenza ajena con sus opiniones sobre el arte; Kant solo admitía lo natural como lo propiamente bello, Rousseau renegaba del teatro, y hasta Wittgenstein manifestaba alguna que otra crítica a artistas como Shakespeare

Santayana sin embargo persiste en la idea de identificar bien y belleza en su obra El sentido de la belleza, donde afirma que nada salvo lo bueno de la vida entra en la textura de lo bello. Y en otras obras suyas persiste en la idea original griega de buscar un enlace entre lo bueno y lo bello: entre los griegos la idea de la felicidad era estética y la de la belleza era moral, y esto no porque los griegos estuvieran confundidos sino porque eran civilizados. Claro que, profundizando a través de Platón, algunos de sus planteamientos nos resultarían controvertidos. El filósofo griego une lo bello a lo verdadero y bueno, pero lo artístico que hoy muchos asociamos a la experiencia de la belleza no encajaba en esa categoría. En La República deja bien claro, que en su modelo ideal de sociedad un poeta dramático sería inmediatamente expulsado, destino similar al de otros artistas, incluidos aquellos que se atreven a innovar en determinados estilos arquitectónicos. Por no hablar de la censura del arte que no cumpla con los fines políticos de su sociedad ideal. Los parecidos con algunas censuras actuales del arte, por no hablar de lo sucedido hace no tanto tiempo con los regímenes fascistas o en la Unión Soviética, donde el arte de vanguardia era calificado como degenerado o antirrevolucionario. Motivo de reflexión si estamos dispuesto a ello, cuando tratamos de censurar tan alegremente experiencias artísticas porque no cuadran con lo que consideramos adecuado o correcto. No es el único filosofo que produce vergüenza ajena con sus opiniones sobre el arte; Kant solo admitía lo natural como lo propiamente bello, Rousseau renegaba del teatro, y hasta Wittgenstein manifestaba alguna que otra crítica a artistas como Shakespeare.

Qué hubiera pensado Platón de las obras más grotescas de Goya, y sin embargo, su impacto emocional, su belleza, más allá de cánones y morales, es indiscutible. Y por tanto lo es el placer que nos produce

Detrás de esa crítica furibunda en Platón se encuentra la manía de los artistas de no servir a propósitos mayores que a los de su arte; no tratan de educar moralmente según los criterios políticos vigentes. Prefieren enlodarse con los sentimientos humanos, y en ocasiones mientras más extravagantes mejor. Fantasean e imaginan lo que hay en los extremos de esos sentimientos, incomodando en ocasiones a lo establecido. Incluso en esos extremos el arte es capaz de proporcionarnos placer, no monocromático, como tantos otros placeres que buscamos, sino aliñados con angustia, inquietud, u otros sentimientos que no nos gustan reconocer, pero se encuentran ahí. Qué hubiera pensado Platón de las obras más grotescas de Goya, y sin embargo, su impacto emocional, su belleza, más allá de cánones y morales, es indiscutible. Y por tanto lo es el placer que nos produce.

El arte, la experiencia sublime de su creación o de su vivencia, nos pone en diálogo con nuestra libertad, por mucho que ésta en ocasiones nos arrime a los abismos de nuestra razón de ser

Afortunadamente otros filósofos, incluido Aristóteles, supieron ver el valor del arte, incluso aquel capaz de mostrarnos los extremos de las experiencias humanas. Un arte que tiene el propósito de producir una finalidad, al fin y al cabo, más allá de la mera contemplación estética de algo bello y placentero, de la complejidad humana, aceptando la existencia en todo el arcoíris de colores que posee, y no solo en aquellos que admitimos como correctos, tanto nos guste lo que nos enseña el artista o lo rechacemos por repulsivo o incómodo. Schiller, acorde con su naturaleza romántica, una la desmesura del arte a la búsqueda de la libertad del individuo. Descarta la conexión moral del arte con lo bueno o moralmente correcto, admirando la experiencia estética por su capacidad de poner al hombre, por naturaleza, en situación de hacer por sí mismo lo que quiera, devolviéndole por completo la libertad de ser lo que deba ser. El arte, la experiencia sublime de su creación o de su vivencia, nos pone en diálogo con nuestra libertad, por mucho que ésta en ocasiones nos arrime a los abismos de nuestra razón de ser.

¿Por qué buscar la belleza? Porque es a través de ella, especialmente por el arte, cuando atendemos a aquello que no tiene una utilidad práctica, inmediata, reconocible. Llama la atención sobre aquello que pasaríamos de largo, y que sin embargo forma parte irreductible de nuestra naturaleza. Aprender a disfrutar placenteramente de la belleza, especialmente cuando esta aliñada con un poco de inquietud o incomodidad, nos trasciende de lo cotidiano y nos permite vislumbrar lo extraordinario, mucho más de lo que nunca hará la tecnología. Rilke, el poeta alemán, creía que la belleza es aquel grado de lo terrible que aún podemos soportar. Atrevámonos a buscar la belleza, incluso en aquellas esquinas donde nunca miraríamos hastiados de tantos grises.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”