Psicópatas o santos
'Si no hubiera sido inventada la sociedad, el hombre seguiría siendo una bestia salvaje, o, lo que es lo mismo, un santo'. Mijaíl A. Bakunin
Hay días en los que te levantas, oyes las noticias, y te preguntas si no pertenecerás a una especie de animales psicópatas, que debería extinguirse más pronto que tarde. Te preguntas cómo un ser humano, aparentemente sano, sin enfermedad mental que le califique como un psicópata clínico, incapaz de sentir empatía alguna, puede asesinar a una mujer y a sus hijos, tan solo por haber dicho ¡ya basta! a ser un saco de boxeo de sus frustraciones. Entonces, recuerdas la miseria de la historia humana, y que en el presente se sigue escondiendo a la vista del banal lujo de las sociedades occidentales y decides que lo mejor es quedarse en la cama, desolado. Otras veces, oyes el sacrificio que personas en la plenitud de sus vidas, de forma desinteresada hacen por otros, incluyendo dar su propia vida, por salvar a desconocidos, o aquellos, a los que les importa más ayudar a los más débiles, a los que lo necesitan, que la bandera en la que se envuelven o el color de su piel, o el acento con el que hablen, y decides que merece la pena levantarse.
¿Somos psicópatas o somos santos? ¿Nacemos siendo buena gente y la sociedad y las circunstancias nos educan en los peores instintos? o por el contrario ¿somos mala gente que sin el freno de la fuerza coercitiva de la sociedad y del Estado terminaríamos dando rienda suelta a una violencia y una guerra continuada de unos contra otros?
¿Somos psicópatas o somos santos? ¿Nacemos siendo buena gente y la sociedad y las circunstancias nos educan en los peores instintos? o por el contrario ¿somos mala gente que sin el freno de la fuerza coercitiva de la sociedad y del Estado terminaríamos dando rienda suelta a una violencia y una guerra continuada de unos contra otros? Más allá de psicópatas naturales, que existir, existen, es uno de los debates más interesantes de la historia del pensamiento, desde que nació la civilización. Hasta qué punto la convivencia ordenada en leyes, garantizada por la fuerza, fue una necesidad, para evitar que acabáramos los unos con los otros y que los fuertes devoraran al débil. O el nacimiento de ese ser social, fue nuestra expulsión del paraíso, donde convivíamos en paz unos con otros, con nuestros instintos naturales de bondad, y la civilización lo único que hizo fue alimentar lo peor que se escondía en nosotros y que no salía a la luz en ese estado natural. Las fábulas del buen salvaje o la del cruel salvaje, que han alimentado nuestra historia y contaminado debates filosóficos, antropológicos, o históricos. Debates, que según una u otra toma de postura, han tenido sus influencias en el pensamiento político, y en nuestro ordenamiento jurídico; ni el derecho, ni el liberalismo, ni el capitalismo, ni la socialdemocracia, ni el comunismo, ni el anarquismo, serían lo mismo sin esa perspectiva previa que iluminó sus senderos teóricos y prácticos. Vamos a examinar la cuestión, sin dar una única respuesta, pues esa únicamente pertenece al lector, desde dos perspectivas contrapuestas, de dos pensadores claves, Hobbes y Rousseau.
'El Estado, esa creación humana, está destinado a poner fin a la barbarie natural'. (Hobbes)
Para el filósofo inglés, somos una especie de psicópatas, al menos en nuestro estado natural. Habría que empezar por aclarar que ese estado “natural”, tanto en Hobbes como en Rousseau son metáforas, no son tan ingenuos de hacer una extrapolación antropológica de la historia de la humanidad. Somos seres temerosos asegura el pensador inglés, el miedo es nuestra emoción más primigenia. Heredero de Maquiavelo, que aconsejaba a su príncipe elegir el temor por encima del amor: es preferible que te teman a que te amen, le decía al príncipe, porque el poder puede controlar el miedo, pero no el amor. Además éste último requiere reciprocidad, mientras que el otro no depende más que de uno mismo. El miedo, esa emoción tan básica que nos acompaña desde el nacimiento, es lo que permite controlar al psicópata que todos tenemos dentro, a través del Estado, cediendo toda autoridad al mismo, toda libertad, salvo la autodefensa de la propia vida. A través del miedo gobernamos y en un Estado organizado legalmente superamos ese egoísta estado de guerra perpetua en el que conviviríamos, si fuera nuestra naturaleza sin freno la que dominara. ¿De dónde viene ese miedo? Viene de que somos seres primariamente pasionales, dominados por apetitos y aversiones. Por nuestra naturaleza todos queremos lo mismo, pero los recursos son limitados y no todos podríamos obtenerlos.
'El Estado, esa creación humana, está destinado a poner fin a la barbarie natural'. (Hobbes)
Cabría pensar que el ser humano ha renunciado a la felicidad porque de encontrarla ni siquiera sabría qué hacer con ella. La vida abrigada por el miedo siempre primará la seguridad sobre la libertad, y para Hobbes no tenemos otra alternativa que renunciar a la libertad, porque el ser humano es egoísta, despiadado, brutal, ruin y peligroso
Curiosamente para el filósofo ilustrado los sentimientos también priman sobre la razón, como en Hobbes, razón que peca de analítica y contemplativa, en ese estado natural metafórico. El pensador francés sustituye el “pienso, luego existo” cartesiano por “siento, luego existo”. Ese sentir, en su forma natural, responde a un amor a sí mismo, que derivaría no en un egoísmo al estilo de Hobbes, sino en la compasión hacía el otro. Y la razón comete un grave error al intentar analizar y controlar esas fuerzas naturales que encontramos dentro de nosotros y que deberían guiar todas nuestras acciones. Instinto de conservación y piedad son nuestras fuerzas primigenias, nuestra bondad natural, propia del santo, vestigios del paraíso perdido. Pero todo paraíso termina por caer, y nos vimos obligados a exiliarnos al infierno de la sociedad, y lo que era instinto de conservación se torna en amor propio, y en feroz individualismo y egoísmo. De ahí, la necesidad de potenciar el otro instinto natural, la piedad, la compasión, la empatía, que debe guiarnos a causar el menor mal ajeno, incluso en la lucha por nuestro propio bienestar.
Todo paraíso termina por caer, y nos vimos obligados a exiliarnos al infierno de la sociedad, y lo que era instinto de conservación se torna en amor propio, y en feroz individualismo y egoísmo. De ahí, la necesidad de potenciar el otro instinto natural, la piedad, la compasión, la empatía, que debe guiarnos a causar el menor mal ajeno, incluso en la lucha por nuestro propio bienestar
Es posible, a través del clamor de la conciencia, cuya fuerza moral se encuentra en la primacía del sentimiento de piedad, promover la justicia, y aspirar a la libertad e igualdad, y combinar así el interés propio con el colectivo. Rousseau señala que “el error de Hobbes no es establecer el estado de guerra entre hombres independientes ahora socializados, sino presumir este estado natural en la especie, y haberle dado como causa los vicios de los que él es efecto…” Son pues, las leyes y la formación de la sociedad, los causantes de los vicios en el ser humano. Volvamos pues a esos instintos naturales que dan lo mejor de nosotros mismos y desoigamos los cantos de sirena del rugir materialista de la sociedad, que nos obliga siempre a competir los unos contra los otros, a cualquier precio. Hay cierta sabiduría intuitiva en ese pensamiento de Rousseau, sólo basta con observar como los niños y las niñas se tratan de forma natural unos a otros, sin prejuicios de color de piel, estatus social o diferencias por género. Es a través de la “educación” social y familiar donde aprenden a marginar y a maltratar al otro por las “diferencias”. O ese patriarcado terrorista cuya cultura posesiva causa tanto dolor. La voz de la conciencia, la voz del corazón, nos dice el filósofo, nos habla de compasión, de padecer con los demás, buscar el bien común. Sin embargo, la razón, corrompida por los valores predominantes en nuestra sociedad, prima el interés particular, egoísta, por encima de todas las cosas. El amor propio creado por la sociedad corrompe el amor de sí, natural. El primero que valló un terreno, y dijo “esto es mío”, fue el fundador de la sociedad civil. Al compararnos con los demás, a través de los impostados valores sociales, el otro se convierte en enemigo, tiene más riquezas que yo, a las mujeres u hombres que yo deseo, los honores que yo debería tener. Todo por escuchar esos valores corrompidos. Las pasiones desenfrenadas del hombre social asfixian la piedad natural y la sustituyen por maldad, avaricia, ambición. Ante esto, sólo cabe la introspección, recuperar los instintos naturales, y desechar todos esos valores artificiales. Y ahí, la educación a los niños y las niñas, es esencial, pues la virtud y la justicia tienen su arraigo natural en ellos. Si tan solo las cultiváramos desde su más tierna infancia.
Quién sabe quién tiene razón sobre nuestra naturaleza, si somos psicópatas domesticados por la autoridad del Estado o santos corrompidos por la presión y valores egoístas de la sociedad. Lo cierto es, que expulsados del ficticio paraíso, es hora de detener nuestro camino al infierno, y como simples seres humanos, la gran mayoría ni buenos, ni malos, ni psicópatas, ni santos, tomar la responsabilidad de cambiar nuestra naturaleza o nuestra sociedad, o ambas cosas, e ir en la dirección adecuada.