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Principios para una ética más allá de la especie humana

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 10 de Junio de 2018
P.V.M.

La selección natural no es siempre buena, y depende de muchos caprichos de animales tontos. Mary Ann Evans.

A la hora de escribir sobre la crueldad que la especie más mortífera y depredadora del planeta tierra, la humanidad, ejerce sobre el resto de especies, maltratándolas en gran parte de los casos, llevándolas a extinciones en otros, es fácil identificarse con la escritora de la época victoriana Mary Ann Evans, que escribía bajo el masculino seudónimo de George Eliot, ya que no quería que los estereotipos con los que se juzgaba a las mujeres que publicaban en la época se aplicasen a sus escritos. Generalmente, la literatura escrita por mujeres se consideraba apropiada para lecturas únicamente femeninas, y debían encajar en los clichés románticos y en los prejuicios que los dominantes hombres de la época entendían propios y adecuados al género femenino. Hoy día, si escribes sobre la crueldad contra los animales y abogas por disminuir el desmesurado consumo de carne en nuestra dieta, con los consiguientes perjuicios y maltratos para otras especies con las que compartimos el ecosistema, y para la propia salud medioambiental del planeta, en el mejor de los casos te etiquetan de ecologista o hippie desfasado, y en el peor, de una especie de hipster seguidor de la moda vegana o vegetariana. No dudo que existan esos dos estereotipos, como existe el de aquellas personas a las que el sufrimiento y la crueldad ejercida contra los animales les resultan tan naturales e indiferentes, como la supremacía blanca a los nazis. Y no, no es que de ninguna manera podamos comparar a unos, indiferentes a la crueldad contra sus congéneres humanos con la excusa de la raza, y a otros, para quienes los animales, a veces con la excepción de gatos y perros, están ahí para que hagamos con ellos lo que nos apetezca, pues son seres inferiores, por no decir que no tienen alma, si eres religioso, o no son inteligentes, si prefieres una excusa más racional.

Que no sean comparables ambos casos, y que la vida humana tenga preminencia sobre la vida animal, no evita incomodas preguntas sobre el comportamiento ético que tenemos con ellos. No vamos a hablar de la ética de los animales, vamos a plantear cuestiones que van directas al corazón de lo que significa ser humano, y lo que significa adoptar unos principios éticos que, como todo principio ético que merezca ese nombre, debería aplicarse más allá de nuestros gustos y caprichos, incluso considerándonos como especie, de hecho, especialmente por considerarnos como especie dominante. No se trata de proyectar la naturaleza humana sobre los animales y tratarlos como si fueran personas, no lo son, se trata de descubrir que la ética de la que nos dotamos porque nos define como especie, ha de incluir como uno de sus principios fundamentales el trato al resto de especies con las que coexistimos. Arthur Schopenhauer decía que el hombre es superior a las bestias no porque las pueda hacer sufrir, sino porque es capaz de compadecerlas. Pocas veces demostramos nuestra superioridad moral ejerciendo adecuadamente la empatía y el juicio ético en nuestro comportamiento con los animales. 

No se trata de proyectar la naturaleza humana sobre los animales y tratarlos como si fueran personas, no lo son, se trata de descubrir que la ética de la que nos dotamos porque nos define como especie, ha de incluir como uno de sus principios fundamentales el trato al resto de especies con las que coexistimos

Peter Singer, filósofo, y uno de los principales referentes en bioética de las últimas décadas, escribió en los años setenta un libro, Liberación animal, que levantó muchas ampollas en su momento, aún sigue levantándolas, pero a medida que han trascurrido las décadas,  argumentos que en su momento eran criticados como desvaríos propios de filósofos, han ido calando más y más en los debates éticos que buscan cualificar nuestros comportamientos en el siglo XXI. Lo primero que debemos es centrar el debate: No, abogar por una ética que incluya derechos de los animales no es algo propio de amantes de los animales, especialmente de mascotas. No se trata de que perros y gatos o hámster y sus correspondientes videos despierten nuestra ternura, se trata de una reflexión general, racional, sobre comportamientos éticos en el trato que tenemos con ellos. Es como cuando los racistas pretendían acotar y despreciar a los que defendían los derechos humanos diciendo que eran amigos de los negros, que sentían simpatía por ellos. Igual de absurdo. No es algo meramente emocional. Nos escandalizamos por el trato a perros o gatos, pero sin embargo, somos indiferentes a las torturas a las que someten a los cerdos u otros animales similares en esas granjas factorías donde todo se permite con tal de alimentar nuestra gula, eso es lo absurdo, no defender los principios de una ética que vaya más allá de la especie humana embobada en la contemplación de su propio ombligo.

El filósofo australiano establece cuatro tesis sobre las que establecer los principios de esta ética:

1. La principal obligación ética es evitar el dolor en la medida de lo posible, incluyendo tanto el sufrimiento físico como la angustia. Esto no significa que el dolor siempre sea erróneo; qué más nos gustaría que no tener que ir al dentista, por ejemplo. Castigar al criminal es también necesario para evitar sufrimientos a largo plazo. El placer y la felicidad son el principal objetivo de una vida plena. Todo es legítimo con tal de promoverlos, siempre que no conlleve causar sufrimiento o dolor a otros seres.

2. Los seres humanos no son la única especie que sufre dolor. La mayoría de animales no humanos, especialmente los mamíferos y las aves son capaces de sufrir tanto el dolor físico como la angustia. Alejar a las crías de sus madres o encerrarlos en condiciones infernales no les resulta precisamente indiferente.

3. A la hora de quitar una vida no es el único criterio su pertenencia a la especie humana; valores como sus deseos de seguir vivo o el tipo de vida que es capaz de llevar son esenciales.

4. El criterio de responsabilidad moral debe incluir no solo nuestras acciones, sino también nuestras omisiones. No podemos salvaguardar nuestra moral diciendo que nos responsabilizamos de no matar directamente, e ignorar que no hacer nada, cuando sí que podemos, puede igualmente evitar otras muertes.

Peter Singer destaca que de las dos primeras tesis se debe extraer la conclusión de que es inmoral despojar de derechos a los animales simplemente porque nos gusta el sabor de su carne. La producción masificada les trata como meras cosas sin capacidad para el dolor, la angustia o el sufrimiento, que de hecho tienen.  En principio este argumento no se centra en el sacrificio de animales para el sustento, sino en las condiciones en las que hoy día, con normalidad, se les maltrata desde que nacen hasta que son procesados como alimentos. Otro problema diferente son esas cárceles en las que los encerramos para nuestro ocio, llamadas zoos o la penosa vida, por llamarla de alguna manera, que llevan en los circos.

El pensador australiano es consciente de la dificultad de la tercera tesis, y lo controvertida que puede resultar; si planteamos el tema en el abstracto universal de la ética no habría ningún motivo para considerar que la raza humana tiene más derecho a la vida que cualquier otra que existiera en el universo, cualquiera que sea su nivel de inteligencia, inferior, igual o superior. Si los neandertales hubieran sobrevivido, ¿tendríamos algún tipo de derecho a considéranos superiores? El argumento del alma inmortal mejor no considerarlo, si ese es el motivo con el que justificamos nuestra barbarie. La historia está llena de ejemplos en los que un ser humano se ha considerado con derecho a matar a otro porque no profesa su religión, por no hablar de cuando se ha considerado que las mujeres no tenían alma inmortal.  Lo que quiere plantear Peter Singer no es que no sea preferible la vida de cualquier ser humano a la de un animal, pues ya establece como criterio ético el deseo de seguir vivo, que más allá del mero instinto, siempre será superior en un ser humano, lo que dice es que la especie no es un argumento racional para justificar éticamente matar indiscriminadamente y sin necesidad animales, y menos hacerles sufrir. Del tercer principio también se derivan argumentos en torno a temas igualmente problemáticos, como la necesidad de extender la vida humana a toda costa o la eutanasia, pero es mejor dejar en barbecho estos argumentos para evitar contaminaciones en el imprescindible debate sobre cómo estamos tratando a otras especies no humanas con las que compartimos planeta. La cuarta tesis va directa al corazón de la hipocresía humana, y nuestra falta de compromiso para solidarizarnos activamente, no ya con otras especies, sino con las barbaridades que cometemos con la nuestra, la terrible desigualdad social, las hambrunas, el maltrato a las mujeres en una parte considerable del planeta donde se las considera poco más que seres inferiores al servicio del macho de la especie, por no hablar del abuso y situación desesperada de millones de niños y de niñas.

Los debates sobre una ética humana, que no sea antropocéntrica son muy complejos y llenos de zonas grises, pero son precisamente esas cualidades las que han de obligarnos a salir de la comodidad de instalarnos en prejuicios y conceptos dogmáticos, que repetimos en estas discusiones como mantras, sin profundizar en la enorme complejidad de un debate donde nos jugamos algo más que la simpatía por la vida de un gato o un perro que despiertan nuestra ternura, nos jugamos la propia esencia de lo que significa ser humano.

Nota: En un próximo texto profundizaremos en algunas de las cuestiones particulares del maltrato a los animales, entre ellas las llamadas granjas factoría, el mayor gasto de comida que se produce al crear comida sacrificando animales que la que se obtiene, o la necesidad de experimentar con ellos para el progreso de la medicina.

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”