Primarias, primos y primates
No nos representan. Que no. Ese era uno de los gritos de guerra más poderosos del 15-M. El mensaje estaba claro: la clase política no representaba a la ciudadanía por dos razones: primero porque al no cumplir sus promesas y mentir sistemáticamente, se alejaban del programa electoral, del contrato suscrito con los ciudadanos, y terminaban complaciendo otros intereses, dejando huérfanos de representación a aquellos que habían confiado en la palabra dada. Y, por otro lado, porque la elección de los representantes tenía que pasar necesariamente por el filtro de los aparatos de los partidos, para lo cual el aspirante de turno debía haber hecho antes méritos suficientes, es decir, tendría que haber mostrado obediencia ciega a la cúpula, disposición absoluta a mentir en el nombre de los suyos y renuncia de cualquier idea propia por brillante que fuera. Así, el representante de los partidos no podía ser el de los ciudadanos.
Para acabar con este divorcio entre los representantes y los representados, en los inicios de esta revolución, dos ideas emergieron entre el lodazal: en primer lugar, la idea de abrir las listas para que parte de los electos tuvieran una legitimación extra proveniente directamente de la militancia y de los votantes y, en segundo lugar, intentar implantar de forma generalizada el sistema de primarias, de tal modo que los elegidos tuvieran ese refuerzo de legitimidad frente a los aparatos de los partidos al que aludía arriba. Se trataba, en definitiva de restar algo de poder a la partitocracia, que solo se nutría de gregarios, y de permitir vías de refresco en la representación con el fin de mejorar a nuestra clase política y acercarla a la gente.
Empoderar fue un verbo que empezó a conjugarse con inusitada frecuencia. Ay, qué tiempos aquellos! Un lustro después, nos encontramos con que sigue sin haber listas abiertas ni nadie que las defienda; se montan teatrillos de primarias y se llegan a elegir a personas bajo este modelo pero se les despoja de todo poder y competencia, cuando no se manipulan los procesos directamente. Paradigmático y esperpéntico llega a ser el asunto en Ciudadanos, donde se nombra, por ejemplo, un candidato a la Alcaldía pongamos de Granada, y luego cualquier pacto lo decide Rivera en Barcelona. Para ese viaje no necesitamos estas alforjas. Un lustro después, sigo, hemos pasado de los virtuosos y participativos círculos en los que todo se decidía a que el poder absoluto recaiga en un secretario general y de empoderar a la gente a empoderar a la cúpula. Se vuelve a cumplir el axioma político: la primera preocupación de una dirección política es mantenerse en el poder. Un lustro después, ya no urge acabar con ese nido de enchufados en que se han convertido las diputaciones, ni con las subdelegaciones del Gobierno, instituciones más propias de un modelo centralista que autonómico. Un lustro después, en definitiva, hemos pasado de estar ilusionados por esos cambios y esas primarias a quedarnos con cara de primos al ver que nos tratan como a primates. Eso es lo que ha pasado un lustro después. Y esto todavía no ha terminado...