¿Las playas de Granada son una mierda?
Abre las ventanas y mira al cielo: ya se huele, por fin ha dejado de llover. El aire sabe a limpio, el paisaje es verde por primera vez en años a estas alturas del mes de junio, el cielo es azul intenso y el calor empieza a apretar pese a que aún es posible hundirte en barro húmedo cerca de los ríos. La mayoría de la gente está más alegre, excepto Luis, un amigo mío tan pesimista que siempre ve el vaso medio vacío: durante los meses pasados de abundancia de lluvia, estaba harto porque decía que por culpa del agua no podía hacer nada, ni salir a la calle; ahora que empieza el sol no está más contento porque asegura que “ya verás, en unos días ni se puede dormir, ni se puede soportar el asfixiante calor del verano”.
Esa negatividad tan pronunciada generalmente me hace reír, pero ayer entablamos una conversación sobre la costa de Granada y me enfadó escuchar cómo decía que “las playas de aquí son una mierda”.
Y seguramente me afectó más de la cuenta porque soy consciente de que es una afirmación extendida entre los propios granadinos porque yo mismo la he escuchado muchas veces
Y seguramente me afectó más de la cuenta porque soy consciente de que es una afirmación extendida entre los propios granadinos porque yo mismo la he escuchado muchas veces. Tanto, que cuando nos juntamos en un bar granadinos y turistas, siempre hay un momento en el que alguno de los primeros acaba compungido reconociendo eso de que “vale, que sí, que las playas de Granada son muy malas, pero tenemos la Alhambra”.
Y cuando alguien interviene porque no está de acuerdo, entonces, el crítico despliega todos sus argumentos: “Están llenas de piedras, tierra y rocas, no hay arena, y al entrar en el agua hay escalones naturales que te hunden cuando has dado tres o cuatro pasos”.
Y a mí, que me considero granadino de adopción aunque proceda de San Sebastián, no deja de chocarme, porque no conozco un solo donostiarra que no ponga La Concha en el pódium como una de las mejores playas del mundo, lo mismo que los vecinos de Zarautz, Hondarribia, Getaria, Orio o en Vizcaya, Lekeitio o Algorta. No es algo que suceda únicamente en el País Vasco. He viajado por Galicia, Valencia, Cataluña o incluso Almería o Huelva y en todos esos lugares, los lugareños aplauden con las orejas cuando hablan de sus playas; sin embargo, muchos granadinos están convencidos de que no hay nada que valorar en las suyas.
No es cierto que todas las playas granadinas sean de tierra o piedras, las hay también de arena, como Cabria o La Joya, dos rincones preciosos con vistas increíbles. Tampoco el hecho de que haya piedras en la costa tiene que significar que sean de peor calidad, de hecho, tiene ventajas, como que al caminar sobre piedras no te ensucias tanto o que el mar es transparente desde la misma orilla porque no se tiñe con el color de la arena
Es cierto que este año, como el pasado, únicamente 2 de ellas han obtenido la bandera azul que pone de relieve su calidad, Torrenueva y Granada, en Motril. Muy pocas comparadas con las 30 de Cádiz, las 29 de Almería o las 25 de Málaga; vale, pero al menos hay dos a las que objetivamente no se les califica como malas, ni tampoco buenas, sino como excelentes. Además, yo me pregunto: ¿Hay pocas banderas porque las playas no están en condiciones óptimas? ¿O será alrevés, que no están en condiciones óptimas porque hay pocas banderas azules y eso hace que tiremos la toalla antes de empezar a trabajar en su mejora?
Siempre hay dos caras de la misma moneda, dos formas de ver una misma cosa. No es cierto que todas las playas granadinas sean de tierra o piedras, las hay también de arena, como Cabria o La Joya, dos rincones preciosos con vistas increíbles. Tampoco el hecho de que haya piedras en la costa tiene que significar que sean de peor calidad, de hecho, tiene ventajas, como que al caminar sobre piedras no te ensucias tanto o que el mar es transparente desde la misma orilla porque no se tiñe con el color de la arena. De hecho, los cruceros por las islas griegas te conducen a espacios rocosos, verdaderamente únicos, donde solo es posible sentarte sobre las piedras, porque no hay ni tierra ni arena y desde ellas se accede al mar a través de unas escaleras colocadas para tal fin. A nadie se le ocurre allí quejarse porque no haya arena, al contrario, los vecinos del pueblo están encantados con sus playas rocosas.
Cantarriján, Los Muertos, la playa del Peñón de Salobreña, La Rijana… son parajes espectaculares pero, por algún motivo, los granadinos más orgullosos de serlo son los primeros que critican una costa que disfruta de grandes ventajas con respecto a otras, por una menor masificación.
Tal vez la verdadera razón haya que buscarla en lo poco que nos valoramos los mismos granadinos, como si sintiéramos que nos merecemos menos que otros. Afortunadamente, algo está cambiando porque en los últimos años por fin hemos visto a la masa de la población movilizarse por una salud pública de calidad o por la llegada del AVE soterrado y eso ya implica dar pasos hacia adelante para obtener lo que uno quiere y una seguridad de que nos merecemos más.
Contamos con más de 70 kilómetros de costa, distribuidos en municipios donde los turistas multiplican la población invernal, como Almuñécar, Motril o Salobreña, y otros paradisíacos, donde solo los más aventureros se arriesgan a acceder a playas casi salvajes, alejadas de la civilización, vistas preciosas desde cualquier acantilado, aguas cristalinas y más templadas que las de un océano, chiringuitos donde con una cerveza te regalan la tapa, en plena playa…
No obstante, todavía queda mucho por hacer en Granada y una de las primeras cosas imprescindibles para conseguir el resto es sentirnos orgullosos de lo que tenemos. Contamos con un clima envidiable, diferenciado en cada estación, que nos permite pasar fresquito en pleno mes de julio en Sierra Nevada, a media hora de la capital, e incluso jugar con la nieve algunos años en esa época y después bajar a tomar el sol en la playa en un trayecto por autovía que no excede de 45 minutos. Contamos con más de 70 kilómetros de costa, distribuidos en municipios donde los turistas multiplican la población invernal, como Almuñécar, Motril o Salobreña, y otros paradisíacos, donde solo los más aventureros se arriesgan a acceder a playas casi salvajes, alejadas de la civilización, vistas preciosas desde cualquier acantilado, aguas cristalinas y más templadas que las de un océano, chiringuitos donde con una cerveza te regalan la tapa, en plena playa…y pese a que todo eso está al alcance de nuestra manos, seguimos envidiando las costas de Almería, de Cádiz, de Alicante o las de San Sebastián y comparando todas ellas con las nuestras para dejarlas en evidencia y condenarlas a la marginación.
¿Qué hay mucho por hacer para mejorarlas?, por supuesto; ¿Qué hay que ampliar servicios y accesibilidad en todas las playas granadinas?, sin duda alguna; ¿Qué hay que controlar fraudes y ofrecer un abanico más completo de actividades estivales en los municipios costeros?, totalmente de acuerdo. Sin embargo, para empezar a caminar en esa dirección hay que partir del cariño hacia nuestro propio patrimonio, tenemos que amar lo que nos ha tocado en suerte disfrutar, porque si consideramos que las playas granadinas son muy malas, entonces, seguramente creeremos que es inútil hacer nada por ellas, que es preferible olvidarse de que existen y marcharse a las de Almería o las de Málaga.