Plasma y pueblo
Dos maneras de estar con la gente, de sentirse ciudadano o ciudadana; dos maneras de trasladar ideas y pensamientos, de mostrar talante y talento; en definitiva, de relacionarse con el entorno, de ser permeable a lo que dice y siente la gente. Siendo figura del plasma o siendo parte del pueblo. Es decir, relacionarse con la gente a través del plasma televisivo, lo que precisa de disponer de un plató más o menos permanente para lanzar los mensajes. O hacerlo a través del contacto directo, constante y sincero, poniendo voz y cara a cada necesidad y cada anhelo, escuchando lo que gusta y lo que no gusta oir y tocando la realidad cotidiana, casa a casa, calle a calle.
Ninguna manera es rechazable, es más, la justa y ponderada existencia de ambas seguramente sea lo ideal. Pero el uso exclusivo del plató televisivo acaba convirtiendo a los actores políticos en seres inanimados, proclives al monólogo auto-halagador y repetitivo, que huye del contraste de pareceres y que convierte lo que se dice en una suerte de verdad verdadera incontestable. Es la fórmula que emplean quienes carecen de implantación territorial, pues el plasma no la demanda, y por tanto de referencias personales que mostrar en cada lugar. No son pueblo. Todo se fía a la telegenia y la capacidad seductora (sin posibilidad de réplica) del actuante. Es una manera.
Sin renunciar a la inmensa capacidad que hoy ofrecen los medios de comunicación, existe otra manera de relacionarse con la ciudadanía. Sin intermediarios, cara a cara, asumiendo el riesgo de que te la partan, abriendo las posibilidades de debate y discusión; de aclaración sobre la marcha y de explicación a pie de calle. Es menos “glamourosa”, ciertamente, se emplea mucho más tiempo, cansa más y obliga a un permanente ejercicio de humildad y de ponerse en el lugar y las circunstancias de la persona o colectivo interlocutor. Pero enriquece la política y su percepción ciudadana, humaniza a los responsables públicos, que son pueblo, y aleja el fantasma de la desafección y el rechazo a la cosa pública.
Por más teóricas que parezcan estas reflexiones, nos encontramos inmersos en un escenario de lucha entre ambas maneras. El 20 de diciembre es un buen momento para empezar a situar a cada manera en su sitio.