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'Pitágoras: vida, milagros y una pizca de filosofía'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 20 de Junio de 2021
Pitágoras.
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Pitágoras.
'Cultivad asiduamente la ciencia de los números, porque nuestros crímenes no son más que errores de cálculo'. Pitágoras

Pitágoras no fue un santo, al menos no uno consagrado por la iglesia católica o cualquier otra religión que sobreviniera a los tiempos de las culturas clásicas, pero en su época se forjaron igualmente leyendas sobre supuestos milagros que acompañaron su deambular vital. Un velo de misterios esotéricos ha acompañado su legado filosófico, a veces alabado como sabio, a veces criticado como fundador de una secta. Nunca llegaremos a conocer el grado de certeza de una u otra opinión, aunque seguramente haya algo de verdad, en ambas visiones, de uno de los personajes más peculiares de la filosofía antigua. En esta breve semblanza de su vida, filosofía y “milagros” nos moveremos a través del velo de la historia que deviene leyenda, inevitable y bastante común, cuando el paso de los años desdibuja lo que realmente sucedió en la vida de personajes que dejaron tan marcada huella a lo largo de los siglos. Quién sabe si la historia de la civilización de la Grecia clásica hubiera sido otra, y no hubiera sucumbido a la voracidad del primigenio cristianismo, si hoy no nos encontraríamos altares e iglesias donde rezaríamos a San Pitágoras. Resumamos algunos de los aspectos más llamativos de la vida, filosofía y milagros del antiguo filósofo griego nacido en la isla de Samos, cerca de la ciudad de Mileto.

Tras cuarenta años en su patria natal decidió trasladarse a las colonias griegas en Italia, la Magna Grecia, en concreto a Crotona en Mileto. Lugar del que salió a toda prisa expulsado por los demócratas debido a su alianza con los partidos aristocráticos de la ciudad

Diógenes Laercio, en su Vidas de los filósofos narra cómo Pitágoras, con el ego algo elevado, se consideraba a sí mismo una reencarnación de Hetálides, hijo del dios Hermes (o de Apolo, según otras fuentes), al que su padre le concedió el don de recordar todas sus vidas pasadas. No satisfecho con tan insigne pasado también recordaba haber sido un héroe de la guerra de Troya, herido por Menelao, y todo hay que decirlo, también se acordaba de haber sido un humilde pescador de la isla de Delos, entre otras tantas reencarnaciones, algunas más venturosas que otras. Tras cuarenta años en su patria natal decidió trasladarse a las colonias griegas en Italia, la Magna Grecia, en concreto a Crotona en Mileto. Lugar del que salió a toda prisa expulsado por los demócratas debido a su alianza con los partidos aristocráticos de la ciudad. Tanto el maestro como sus discípulos nunca dejaron de tratar de medrar políticamente en aquellas ciudades donde se instalaban, con mayor o menor fortuna. A partir de ahí, se sabe que hubo una diáspora en su escuela, que diseminaría las semillas de sus enseñanzas a lo largo de toda el área de influencia helénica. Recordemos la fuerte influencia de una de estas escuelas, la de Arquitas en Tarento, en otras de las estrellas filosóficas de la antigua Grecia, Platón.

Puede que también influyeran manías personales, por ejemplo, en el odio a las habas, que estaba prohibido hasta nombrarlas en su presencia. Según algunas maliciosas fuentes de la antigüedad, por una alergia hacía ellas que padecía desde niño

La escuela, o secta, según a quién preguntes entre historiadores antiguos y modernos, destacaba por aplicar una estricta disciplina, con algunas reglas algo peculiares, entre ellas por ejemplo: no comer habas, no partir el pan, no atizar el fuego con hierro, no tocar un gallo que fuera blanco,  no comer corazones (literalmente, no figuradamente), no mirarse al espejo junto a la hoguera, no dejar huellas en la cama al levantarte (o sea no holgazanear y remolonear para no hacer la cama) y remover las cenizas al quitar la olla del fuego. No sabemos si lograría inculcar disciplina en sus discípulos, pero desde luego algún trauma obsesivo-compulsivo seguro que sí. No hay que buscar más lógica en estas, u otras prohibiciones y rituales, que el deseo de control. Así funcionan las sectas, iglesias, o similares lugares, donde se cree que la disciplina de mandamientos más o menos absurdos forja el control de los dominados. Puede que también influyeran manías personales, por ejemplo, en el odio a las habas, que estaba prohibido hasta nombrarlas en su presencia. Según algunas maliciosas fuentes de la antigüedad, por una alergia hacía ellas que padecía desde niño. Al acostarse, todos debían examinar su conciencia y preguntarse qué habían hecho mal, qué bien, y qué no habían hecho de lo debido, dando gracias al tetraktýs, o sea, al número diez, que era divino para los pitagóricos. Muy demócrata, como ya hemos visto, y como cualquier patriarca de una secta, no era; a los pocos privilegiados que admitía en su presencia, aunque escondido detrás de una cortina, les advertía: Por el aire que respiro, por el agua que bebo, no tolero ninguna objeción a lo que voy a decir.  Al igual que con el puesto privilegiado que se concede al número diez, y se mantiene en nuestra cultura, esta manera de entender la educación tan autoritaria, aún perdura en algunos resquicios de nuestro sistema educativo, cada vez menos, afortunadamente.

También parecía poseer el don de la ubicuidad, y se registró que se le había visto a la vez en Crotona y en Metoponto. A quién no le gustaría disponer de ese don para sobrevivir al estrés de la vida moderna

Antes de entrar a vislumbrar, brevemente, alguna de sus aportaciones filosóficas, y a pesar de su excentricidad hubo algunas más que notables, recordemos por el mero placer de la malsana curiosidad, algunos milagros atribuidos, que competirían con los de cualquier santo católico; mató a una serpiente venenosa mordiéndola, para veneno el que poseo yo, debió pensar; convenció a una becerra de seguir su mandamiento de no comer habas (imaginamos que no a palos, sino conversando), le gustaba hablar  a menudo con una osa, si fue capaz de convencer a un becerro, por qué no iba a hablar con una osa. El río Neso le saludaba cuando paseaba por sus orillas, y un águila blanca bajó expresamente del cielo para saludarle. También parecía poseer el don de la ubicuidad, y se registró que se le había visto a la vez en Crotona y en Metoponto. A quién no le gustaría disponer de ese don para sobrevivir al estrés de la vida moderna. No sabemos exactamente a qué edad falleció, pues este dato también está envuelto en la leyenda; según algunas fuentes a los setenta tomó la decisión de morir de hambre en el templo de las Musas, cansado de la vida, o según otras, a los noventa, a los ciento siete o a los ciento cincuenta, cualquiera sabe.

Según nuestro comportamiento nos reencarnaremos en seres superiores (atletas, comerciantes o espectadores) o retrocederemos y nos reencarnaremos en algún animal o incluso en árboles u otros elementos de la naturaleza. Nuestra vida mortal por tanto es una prueba, que de aprobar, éticamente, nos eleva, de suspender, hemos de repetir en peores condiciones

En la historia oficial de la filosofía se suele atribuir a Pitágoras la asunción de aplicarse en primera persona el pomposo título de filósofo, amante de la sabiduría. Entre sus doctrinas destaca la metempsícosis, que era la creencia, probablemente influencia de sus viajes por el Extremo Oriente, en la reencarnación del alma, al estilo del hinduismo. Según nuestro comportamiento nos reencarnaremos en seres superiores (atletas, comerciantes o espectadores) o retrocederemos y nos reencarnaremos en algún animal o incluso en árboles u otros elementos de la naturaleza. Nuestra vida mortal por tanto es una prueba, que de aprobar, éticamente, nos eleva, de suspender, hemos de repetir en peores condiciones. Un chiste que circulaba desde la antigüedad, recogido por Leonardo Da Vinci en sus Cuadernos de notas nos muestra que esta doctrina era motivo de alguna que otra burla; Dos hombres discutían sobre la creencia de uno de ellos de ser un alma reencarnada; para ello trataba de disuadir al escéptico a través de los argumentos pitagóricos. Para convencer a éste le espetó: la prueba de que yo viví otra vida antes que ésta es que recuerdo que en ella tú eras un molinero. A lo que su contrincante, que no debió gustarle mucho el oficio, le respondió: Sí, llevas razón, porque ahora recuerdo que tú eras el burro que me llevaba la harina para moler.

La Armonía establece la distancia adecuada entre todas las cosas. Si se salta la Armonía, el universo se resquebraja. Todo depende de ello; salud, amigos, amor, arte, virtud, música, justicia…todo debía ser estudiado bajo el prisma de los números y la armonía requerida

A pesar de los merecidos reproches a Pitágoras, en otros aspectos de sus creencias, comportamientos o doctrinas, si esta creencia sirve para tratar con mayor respeto a los animales y a la naturaleza, bienvenido sea. Siguiendo con las burlonas reacciones a la metempsícosis, Jenófanes,  dramaturgo griego,  se hacía eco con ironía de las creencias del filósofo narrando como éste agarraba a un hombre que pegaba a un perro gritándole: Por favor, no pegues a tu perro porque he reconocido que en él se encuentra el alma de un amigo mío, éste sorprendido le respondió: ¿Y cómo lo sabes? He reconocido su voz respondió. El punto central de su filosofía son, para alegría de los matemáticos del mundo, los números. Estos de hecho tenían cualidades físicas; en Acerca de los números pitagóricos, Espeusipo afirma que el Uno es un punto, el Dos una recta, el Tres un plano, y el Cuatro un sólido. Y dado que en este mundo todas las cosas tienen una forma, todas ellas son susceptibles de ser convertidas en números, al poder descomponerse en puntos o líneas. Al igual que a los matemáticos, a los músicos les debe encantar el énfasis que Pitágoras puso en el descubrimiento de la existencia de una relación constante entre la longitud de las cuerdas de una lira y los acordes fundamentales de la música (1/2 para la octava, 3/2 para la quinta y 4/3 para la cuarta). La deidad suprema era una especie de matemático supremo y la armonía en base a ella dirigía el cosmos. Primero tuvimos el Caos, después la Monada (Uno) que creó el resto de números, convirtiéndose en puntos y líneas que darían lugar a todas las formas que componen el mundo. La Armonía establece la distancia adecuada entre todas las cosas. Si se salta la Armonía, el universo se resquebraja. Todo depende de ello; salud, amigos, amor, arte, virtud, música, justicia…todo debía ser estudiado bajo el prisma de los números y la armonía requerida.

Los números, aparte del 10, más divinos eran 1, 2, 3, 4, dado que sumados formaban el 10                                                                        

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Su pasión por la aritmogeometría sufrió un duro golpe con el descubrimiento de los números irracionales, que el traidor Hipaso trató de desvelar para hundir a sus antiguos correligionarios

Su pasión por la aritmogeometría sufrió un duro golpe con el descubrimiento de los números irracionales, que el traidor Hipaso trató de desvelar para hundir a sus antiguos correligionarios. Nada nuevo en la historia de las sectas. Las figuras geométricas están constituidas no por un número finito, sino por una infinidad de puntos. Sin enredarnos en un problema que ha traído de cabeza a matemáticos durante milenios, el conflicto entre la geometría ya desgajada de la aritmética, como estudio de lo continuo, y la aritmética como estudio de lo discontinuo, que se intuyó  en aquella época, supuso un avance sustantivo a la hora de tratar de resolver un problema nada sencillo. Para conocer en profundidad algo más de sus avances en matemática, nada mejor que leer Pitágoras y la magia de las matemáticas.

Y al final de eso trata, con todos los caminos erróneos, con todos los callejones sin salida, con todos los laberintos, a los que nos lleva amar la sabiduría; la filosofía en su sentido más puro es no cejar en resolver los problemas en ciencia, matemática, ética, política, arte, o en cualquier ámbito de la vida, por muy abstrusos que nos parezcan. Y Pitágoras es uno de esos puntos esenciales de nuestra historia para comprender esa virtud, sin importar lo ridículo que hoy día suena algunas de sus doctrinas, o lo valiosas que aún siguen siendo algunas de sus intuiciones, en especial las matemáticas, aunque sea solo como punto de origen de maravillosos descubrimientos posteriores.

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”