Pin, pan, pun
Mira que son cachondos nuestros políticos. Cuando escuché hablar de un pin parental me dije: «Yo lo quiero». Y es que soy muy de pins: contra el maltrato animal, contra la violencia de género, a favor del medio ambiente o por los derechos de las aves de Groenlandia. Me da igual, que todos tienen su puntito, porque sean del color que sean adornan tu vestimenta y te otorgan un aire de distinción.
Después me enteré de que eso del pin parental no se coloca en ningún sitio, ni es físico, que es algo simbólico, y me decepcioné un poco, la verdad. «Tal vez sea una nueva modalidad de pin, ¡Yo qué sé!», pensé. Pues…tampoco. Con la ganas que tenía de defenderlo y voy y me entero de que se trata de una solicitud escrita dirigida a los directores de los centros educativos públicos en la que los padres piden que les informen previamente, a través de una autorización expresa, sobre todas las materias, charlas, talleres o actividades que afecten a cuestiones sobre identidad de género, feminismo o diversidad LGTBI+, de manera que los progenitores se vean obligados a dar su consentimiento para que sus hijos acudan a dicha actividad.
¿De verdad ocurren esas cosas en los colegios de nuestro país? Pues, rotundamente no. Es muy sencillo comprobar que las instantáneas mostradas por el erudito candidato a alcalde de Logroño son, en realidad, parte de una actuación artística representada en la ciudad brasileña de Sao Paulo, titulada La Bête y data de 2005. La segunda fotografía publicada por el del nombre rimbombante forma parte de un taller de salud sexual impartido hace cinco años en Ontario, Canadá, por una asociación LGTBI+
Mira que soy gay, pero mi cara se volvió del revés cuando vi las fotos que publicó en su twitter Adrián Berlaza Hernáiz, candidato de Vox a la alcaldía de Logroño, donde una mujer supuestamente ordena a una niña que toque la mano de un hombre desnudo tumbado en el suelo, aparentemente en un aula y rodeado de otras niñas acompañado del comentario: «¿Por qué es necesario el pin parental que Vox propone? Para que los padres puedan negarse a que sus hijos les enseñen este tipo de burradas».
Luego me topé con otras instantáneas retwitteadas por Iván Espinosa de los Monteros, donde se veía a una mujer sobre un pupitre mostrando un juguete erótico y con un texto lleno de sabiduría: «Hay dos futuros: el de estas imágenes o el del pin parental»
¿De verdad ocurren esas cosas en los colegios de nuestro país? Pues, rotundamente no. Es muy sencillo comprobar que las instantáneas mostradas por el erudito candidato a alcalde de Logroño son, en realidad, parte de una actuación artística representada en la ciudad brasileña de Sao Paulo, titulada La Bête y data de 2005. La segunda fotografía publicada por el del nombre rimbombante forma parte de un taller de salud sexual impartido hace cinco años en Ontario, Canadá, por una asociación LGTBI+.
A pesar de todo, hice el esfuerzo de consultar al profesorado por si veían que realmente estábamos convirtiendo a nuestros hijos en depravados sexuales, pedófilos y futuros monstruos por darles charlas sobre la igualdad sexual, sobre la importancia del respeto a la mujer por parte del hombre, acerca del hecho de que los homosexuales no somos enfermos ni viciosos y de que si en esos colegios hay pequeños con esa inclinación, pese a que sus padres sean homófobos, puedan saber que tienen los mismos derechos reconocidos en la Constitución que el resto de personas. Y distintos profesores de diversos colegios me respondieron que, por desgracia, apenas se desarrollan talleres de este estilo y que cuando se organizan, nunca hay ningún problema, ni padres que se oponen, ni quejas al respecto.
Así que es obvio que hay una formación política empeñada en crear polémicas estúpidas que no preocupan a nadie con el fin de soliviantar a la población, exagerando todo lo posible para conseguir un retroceso social, a ser posible hasta la época de la dictadura de Franco, donde a muchos de ellos les parece que todo iba mejor.
Es absurdo entrar a rebatir semejantes estupideces, entre las que destaca cómo responder a una pregunta tan burda como si los hijos son de los padres o del Estado. ¿Es que alguien ha pensado por un segundo siquiera que por pagarle su educación, su ropa o su comida, tienes derecho a hacer con tu hijo lo que quieras?
Sólo diré a ese respecto, que los progenitores no somos nadie para quitarles a nuestros pequeños sus derechos como seres humanos, ni tampoco podemos atentar contra la educación por la igualdad de todas las personas
Sólo diré a ese respecto, que los progenitores no somos nadie para quitarles a nuestros pequeños sus derechos como seres humanos, ni tampoco podemos atentar contra la educación por la igualdad de todas las personas. En caso contrario, los padres decidiríamos si enviar o no a los hijos al colegio o si permitir que recibieran charlas racistas u homófobas y no lo hacemos porque no estamos capacitados para ello, como tampoco podemos infringirles malos tratos o matarles. Todo ello es así porque no son nuestros, ni del Estado. No tienen dueño, son libres y nosotros únicamente les acompañamos para ayudarles a que su vida sea mejor.
Verán, cuando yo era un niño, jamás nadie me explicó lo que era ser homosexual, ni en el colegio ni fuera de él. No conocía a nadie a quién le gustaran los de su mismo sexo como a mí, aunque tampoco me disgustaban las chicas. Así que, con unos diez años creía que a todos les pasaría lo mismo y que llegaría un día en que dejarían de sentir atracción hacia las personas de su mismo sexo y se enamorarían únicamente de las del otro. Esperé a que ocurriera, mientras soportaba con estoicismo los insultos de mis compañeros de colegio y la soledad durante los recreos por evitar tener que elegir entre jugar a fútbol con los chicos, algo que detestaba, o quedarme con las niñas y sentir el dedo acusador de cuantos me rodeaban. La solución que encontré fue disimular cuanto pude mis ademanes femeninos, cada gesto, cada movimiento, hasta que conseguí ocultarlos por completo. Tal vez de esa forma, llegaría antes a dejar de desear a otros niños. Ningún profesor se acercó jamás a mí para apoyarme, ni me insinuó nada al respecto. Era como si fuera un espécimen único en el mundo.
Un día, a los doce años, vi en una serie de televisión un personaje gay y me sorprendí descubriendo que quizás así era yo mismo, pero todavía recuerdo que, por iniciativa propia y sin consultarlo con nadie de mi entorno, a los diecisiete años todavía seguía despistado y acudí a una psicóloga para explicarle lo que me ocurría. Su respuesta fue tan tajante como sorprendente: «Tú no eres gay, únicamente estás confundido». Y salí de aquella consulta más hundido y desconcertado todavía
Un día, a los doce años, vi en una serie de televisión un personaje gay y me sorprendí descubriendo que quizás así era yo mismo, pero todavía recuerdo que, por iniciativa propia y sin consultarlo con nadie de mi entorno, a los diecisiete años todavía seguía despistado y acudí a una psicóloga para explicarle lo que me ocurría. Su respuesta fue tan tajante como sorprendente: «Tú no eres gay, únicamente estás confundido». Y salí de aquella consulta más hundido y desconcertado todavía.
Afortunadamente, hoy en día la cosa ha cambiado, el profesorado está más concienciado con los problemas de identidad sexual de los menores, pero siempre hay un grupo de personas que no aceptan que los gais tengamos los mismos derechos que los demás y luchan por arrebatárnoslos. Señores de Vox, los que forman el partido, los que les votan: A ver si se enteran de una vez que la homosexualidad no es contagiosa, que nadie se vuelve gay porque le hablen de ello y que por el hecho de tener a sus hijos homosexuales desinformados y coaccionados no van a lograr que se conviertan en heterosexuales, solo van a hacerles infelices.
Y una cosa más: muchos compañeros gais murieron con Hitler, fueron encarcelados con Franco, perdieron la vida en este y otros países para que se les reconocieran los mismos derechos y dejaran de ser únicamente motivo de burlas y chistes; miles de personas transexuales se vieron abocadas en España a la prostitución durante décadas porque nadie les daba una oportunidad. Gracias a ellos, a su fuerza, a su resistencia, a su lucha, hoy tenemos unos derechos que no estamos dispuestos a regalar a quienes siguen tratando de imponernos sus creencias religiosas y retrógradas. Lo siento por ellos, no vamos a ceder ni un paso, nos cueste lo que nos cueste.