Pezzi
Perder como diputado a Manuel Pezzi no es tan dramático como perder de repente a una madre, desde luego, pero sí como renunciar a una costumbre muy enraizada, a un hábito psicológico como llevarse cada cierto tiempo los dedos a la boca para apurar el último tercio de un cigarrillo o a la cara para supervisar el afeitado del mentón. Pezzi era ya más que un parlamentario: era una de las manías del socialismo granadino que lo crió y lo ha mantenido en puestos de representación institucional desde 1982.
Como toda rutina, Pezzí fundó un estilo propio. Sus comparecencias ante los periodistas para hablar enfáticamente de los plazos incumplidos en las carreteras o en los trenes (cuando gobernaba el PP) o de los que por fin se iban a cumplir (cuando los socialistas mandaban en el Gobierno) forman parte de la memoria profesional de los informadores más veteranos. Y como la memoria tiende a mezclar los recuerdos reiterados con cierta debilidad sentimental, Pezzi emerge en el recuerdo con la misma consideración que un cantante de boleros en una terraza de verano: tan conmovedor como sensualmente impostado.
El despliegue inverosímil de la bandera andaluza o sus gesticulaciones histriónicas desde el escaño lo habían convertido hace ya mucho tiempo en un actor que representaba el papel de diputado o, mejor dicho, que interpretaba el papel de Manuel Pezzi, un personaje que en los anfiteatros de las Cámaras tenía ya la consideración de un rol melodrámatico fijo. Como Sosias o Fausto.
Tanto tiempo llevaba Pezzi haciendo de sí mismo que el otro día, cuando presentó su renuncia ante la dirección del partido en Granada, tuvo que citar a Felipe González y Alfonso Guerra, a Zapatero y Rubalcaba, a Borbolla, Chaves, Griñán e incluso a Franco (muerto).
Tan concentrado ha estado durante los más de 30 años de actividad política en su trabajo de intérprete de un solo papel que no tuvo conciencia de en qué momento el público se levantó de sus asientos y dejó la sala vacía. Ni cuándo sus compañeros de compañía aceptaron que era un actor acabado. Pezzi actuaba y actuaba con una concentración mayúscula pero ya era incapaz ponerse en el lado del espectador, de prever el juicio del público ni de los camaradas.
Hasta que la Alhambra lo despertó de su sueño. Cuando hace unos meses alguien le propuso ocupar la dirección del monumento, Pezzi, que ya no tenía los reflejos que le dieron la fama ni capacidad de anticipación para prever los abucheos, se descubrió solo en el proscenio haciendo de sí mismo ante un público impaciente. De repente descubrió que ya no era Pezzi o, mejor dicho, que su personaje se había acabado.