Perpetua
Torres Hurtado ha dicho de repente que no se va, que seguirá en su puesto mientras el fuerte resista, que desobedecerá las capitulaciones de su santa fe y la de sus Ciudadanos y que Sebas, como el cielo, puede esperar.
Aunque habrá entre los lectores personas con más conocimiento que yo de la ley en Enjuiciamiento Municipal, mucho me temo la ciudad ha sido condenada por un Tribunal de Delitos de Conciencia a la pena más dura de nuestro código: la pena de alcaldía perpetua.
Si es así hay que aceptar que lo tenemos merecido. Nuestra existencia omisa y depravada, nuestro empeño en dejar hacer o de confiar reiteradamente en cierta política casposa nos ha conducido a una situación lastimosa de privación de libertad de alcalde. Ni siquiera votando a otro partido podremos deshacernos de nuestra destino (o correctivo) común: el sucedáneo acabará entregando la cuchara del racionamiento a su dueño absoluto.
Eso significa que en lo que nos reste de vida tendremos que soportar un régimen despiadado que ni la oposición podrá menguar; que sólo podremos salir al patio con nuestros compañeros de encierro un rato al día y para ponernos en la cola de las coronaciones canónicas; que la mayor parte del tiempo estaremos aislados en nuestra celda y no podremos disfrutar de régimen abierto; que el único urbanismo permitido será el urbanismo de nuestros dos metros cuadrados de existencia; que los dogmas de la privatización serán obligatorios; que no habrá fiesta de la Mariana sino un largo habeas Corpus Christi, y, en fin, que los vigilantes de nuestra dieta carcelaria sólo nos permitirán una Toma al año.
Solo me cabe una duda: ¿aceptará Sebastián Pérez, segundo alcaide del campo, una condena que también es la suya? ¿Se resignará a permanecer en chirona? ¿O usará, en un rapto de rebelión, la lima que alguien ha escondido en su chusco de pan?