El pasado verano
Que sí, que soy muy optimista y siempre veo el vaso medio lleno, no me achanto por nada y soy de esos que siempre echan los pelillos a la mar para que se pierdan en la lejanía y se alegra de lo bueno y no pone atención a lo malo.
Por eso, a pesar de todo, tengo un recuerdo extraordinario de mis últimas vacaciones. Verán, se nos ocurrió la brillante idea de buscar un hotelito de esos junto a la playa con muchas actividades infantiles para que nuestros hijos se distrajeran al máximo y también nosotros pudiéramos descansar. Lo encontramos muy cerca, en Salobreña, para qué irse lejos si aquí también se puede pasar bien. Así que contratamos una semana y tiramos la casa por la ventana… ¡Solo se vive una vez! Pagamos pensión completa.
Claro que no calculamos que la fecha de salida era el 1 de agosto, operación salida. Aquel viaje en coche fue interminable, de esos que cuando llegas ya piensas que estás volviendo, de tanto que tardas…Mira que ya hay autovía, pues se ve que toda España decidió ir a Salobreña ese día porque ya en la carretera, hasta llegar a la rotonda de Motril y Salobreña, se había producido el mayor atasco de la historia, digo yo, porque tardaríamos algo más de hora y media en hacer apenas 5 kilómetros. En serio, que creo que la misma cucaracha nos adelantó 3 veces en el trayecto. Nosotros elegimos un lugar cercano para que los niños no se agobiaran en el coche y durante las más de dos horas que tardamos en llegar, no pararon de pelearse y gritar. Estuve a punto de bajarme y poner una tienda de campaña allí mismo.
¿Ustedes creen que me desesperé? ¡Qué va! Como he dicho, mi talante es el de aceptar lo que llega, así que cuando vi el cielo azul de la costa tropical y la amabilidad de la recepcionista del hotel se me pasó todo el agobio del viaje. Habíamos elegido una habitación doble para nosotros y otra con dos camas, junto a la nuestra, para los pequeños. Desafortunadamente, debió de haber un error: por algún motivo nos habían reservado únicamente la habitación de los niños y una sencilla para los dos y ni siquiera estaban juntas. ¿Una cama de 90 para dos durante una semana? ¿Y si la cambiábamos con los niños? Ni hablar del tema, antes nos acababan comiendo ellos. ¿Y qué hacer? Salobreña estaba al 100 % en esa época, así que…sobreviviríamos en la cama pequeña… ¡Sonríe a la vida!
Menos mal que nos quedaban las actividades. Habíamos elegido ese hotel porque tenía monitores y estaba muy bien organizado para que los niños no pararan desde la mañana hasta la noche de forma que acabaran tan exhaustos que cayeran rendidos prontito para que los adultos disfrutáramos. Sólo surgió un pequeño inconveniente: sus nombres no aparecían en la lista. ¡No podía ser! Lo hice todo por Internet pero mirando muy bien cada detalle. ¿Seguro que los apuntaste? Me cortaría un dedo de la mano para asegurarlo, pero allí no estaban inscritos.
¡Qué más daba! Que los apuntaran en ese momento. Pues no. No podía ser porque cada monitor tenía un máximo de 15 criaturas y ya estaban a tope…pero dentro de 5 días, sí que podrían empezar. ¡Sólo los 2 últimos días! En fin, en vacaciones, hay que respirar hondo 3 veces y darse cuenta de que la vida es maravillosa.
Todavía podíamos ir a la playa, a la piscina, al Acuatropic, en Almuñécar, al cine de verano, a pasear…todas esas cosas que hacen que el verano se te pegue a la piel y no te quieras liberar de él.
¿Os creéis que caí en depresión? ¡Qué va! Seguí tratando de verlo por el lado positivo y… ¡Mira que me costó! Porque quemarte, como positivo, positivo, tampoco es que tenga mucho.
La comida del hotel era sencillita, ensalada, macarrones o gazpacho y pollo con patatas o calamares fritos. Todos los días el mismo menú. Ni un cambio. Yo creo que acabaron saliéndome rizos en el pelo de la cantidad de macarrones que llegué a comer. No he vuelto a probarlos desde entonces. ¿Qué si nos quejamos? Claro que pusimos la correspondiente reclamación y nos respondieron a los 3 meses algo así como: “Es cuestión de gustos”.
Bueno, pues todo eso hubiera sido pecata minuta y lo hubiera obviado si no me hubiera encontrado en el mismo hotel, el primer día, a mi jefe, quién, además, se emocionó tanto al verme como si lleváramos 3 años separados, cuando nos habíamos visto hacía un par de días. ¡Me cago en la leche! Mira que hice una pequeña encuesta para no encontrarme a nadie del trabajo, pero claro, al jefe era más complicado preguntárselo. Y no es porque sea el que manda, es que es un pesado como la copa de un pino de grande. Así que me vi obligado a seguir su ritmo, a gastar tanto como él, a acompañarle en el hidropedal, a escuchar cómo me restregaba su plan de viaje a Tailandia para la siguiente semana…¡Un horror!
Al quinto día ya olvidé eso de respirar hondo y ver el lado positivo de las situaciones y solo quería volver a mi casa a sentarme en el sofá para ver la televisión y no hablar con nadie.
El último día, con los niños a su aire y el jefe de escapada para tirarse en paracaídas, por fin pudimos estar juntos mi mujer y yo. ¡Ese sí que fue un buen día! El mejor de las vacaciones.
Así que este año ya lo he decidido: los niños se van de campamentos 15 días y nosotros nos quedamos solos y en casa, con el aire acondicionado y haciendo lo que nos salga de las narices, comiendo tapas y yendo a la piscina del barrio, que si allí veo a mi jefe o a cualquier otro, solo tengo que aguantarle unas horas. Que ser positivo tiene sus límites y yo ya los rebasé el año pasado.