Orgullo de ser andaluz
Hace unos días, Pablo Motos en El Hormiguero recibió a un investigador granadino y, ante la sorpresa del público, le espetó:
—¿Hablas así porque quieres o hablas así porque hablas así?
—No, es nuestro acento —respondió el chico, provocando las risas del público.
Lo cierto es que el presentador trató de excusarse con una frase igual de poco acertada que la primera pregunta:
—Pero como es igual que el suyo… Realmente son como hermanos.
Lo que no esperaba Motos, con su gracia intrínseca y un desparpajo tan incuestionable que le da derecho a reírse de cualquiera que osa pisar su plató, especialmente cuando se trata de alguien no famoso, era que las críticas le lloverían a través de las redes sociales. ¡Seamos serios! Ni la inoportuna gracieta es tan grave, ni creo que quisiera ofender a los granadinos ni siquiera entiendo como, por las dos palabras que había pronunciado el joven hasta ese instante, Motos fue capaz de deducir que hablaba de una manera concreta. Lo que sí es cierto es que, probablemente, el conductor de ese programa sintió que podía hacer reír a su público utilizando el acento del granadino, pese a que a un valenciano cerrado jamás se hubiera atrevido a soltarle un chiste semejante.
Motos fue capaz de deducir que hablaba de una manera concreta. Lo que sí es cierto es que, probablemente, el conductor de ese programa sintió que podía hacer reír a su público utilizando el acento del granadino, pese a que a un valenciano cerrado jamás se hubiera atrevido a soltarle un chiste semejante
Es cierto que nací en Euskadi y no tengo, por tanto, acento granadino, pero esta tierra es mi segunda casa, mis padres eran de aquí y mi hijo, también, así que me duele igual. Y ya estoy harto de corregir a madrileños, catalanes, valencianos, gallegos o vascos sobre el mismo tema. Señores, «hablar con acento andaluz no es hablar mal, es hablar con acento andaluz». Igual que los argentinos, los colombianos, los mejicanos o los venezolanos tienen su propia forma de pronunciar, así también los andaluces contraen algunas sílabas o soslayan algunas letras, pero después, al escribir recuperan cada una de ellas. Nadie escribe «sabemoh» en vez de «sabemos».
Y pese a que me haya cansado de repetir una y otra vez que utilizar el acento andaluz no significa hablar mal, siempre hay visitantes de fuera de esta comunidad que se ríen de él, que dicen que no lo entienden, que lo menosprecian.
Como aquel catalán cerrado que trataba de explicarme con evidente altanería y bastante carga de menosprecio que en Granada no entendía a la gente cuando le hablaba, ni siquiera al conductor del autobús y, yo mismo, al escucharle tenía que agudizar el oído para deducir lo que el payés me contaba, porque su acento era tan obtuso que no tenía muy claro si me hablaba en catalán o en castellano.
¿Acaso alguien duda de que Lorca, Machado, Juan Ramón Jiménez, María Teresa Campos, Antonio Gala, Joaquín Sabina o Felipe González hablen bien?
Hay una parte de los andaluces que estamos hartos, y permítanme incluirme en ella, de que, cuando viajamos, siempre haya alguien que se ría de nuestra forma de hablar. ¿Cuántas veces he tenido que impostar mi sonrisa, por no sacar las cosas de quicio, al escuchar a alguien decir que mi hijo de 7 años es muy gracioso porque se come las letras al hablar y no lo hace bien? Pues no, señor, es su forma de expresarse, su acento andaluz, el de la tierra que le vio nacer, y no tiene ni puñetera gracia que se rían por eso de él ni de nadie.
¿Acaso alguien duda de que Lorca, Machado, Juan Ramón Jiménez, María Teresa Campos, Antonio Gala, Joaquín Sabina o Felipe González hablen bien?
¿Pero es que somos víctimas de las calificaciones externas? No. No nos engañemos, no son los demás los que más nos perjudican, todavía hay una buena parte de andaluces que no tiene ningún pudor en mofarse de sí mismos, en corroborar lo que piensan fuera e incluso en enfatizar «si es que es verdad, los andaluces hablamos muy mal». Ahí está el verdadero escollo del asunto. No es posible que el mundo deje de vernos como ignorantes, graciosos y perezosos si somos nosotros mismos los que nos enorgullecemos de extender esas ideas como parte de nuestra idiosincrasia.
Cada vez que un granadino asiente cuando un cántabro le acusa de no saber hablar bien se está infravalorando a él y a todos sus compatriotas, cada vez que un sevillano trata de hacerse el gracioso ante un burgalés soltándole que «estoy de acuerdo, hablamos muy mal y es normal que no nos entendáis, ni falta que hace», hace un flaco favor a todos sus paisanos; cada vez que un gaditano se esfuerza sobremanera en colocar cada ese en su lugar correspondiente, con más intención que acierto, enfatiza los errores del resto de andaluces; cada vez que un almeriense reniega de ser andaluz porque no se identifica con esa imagen, daña a todos sus vecinos.
Da la impresión de que Andalucía tiene la etiqueta de «chistosa» y eso legitima a todo el mundo a reírse de su gente, de sus costumbres, e incluso de su manera de pronunciar, aprovechándose de que somos personas de buen talante, generosas y abiertas y que huimos de las confrontaciones
El Día de Andalucía no es solo una excusa para sentirse orgulloso de ser de esta tierra, es un recuerdo de nuestro origen común, de los rasgos que nos identifican, de las cualidades y los defectos, del honor de vivir en un lugar que todo el mundo quiere visitar y que muchos eligen para jubilarse y para morir.
No es demasiado importante que alguien como Pablo Motos, murciano, por cierto, y que eligió perder el acento con el que nació, el de sus paisanos, quién sabe por qué, encuentre motivo de burla en el acento de un granadino; lo realmente trascendente y donde tendríamos que poner toda nuestra energía es en conseguir que ni un solo andaluz vuelva nunca a sentirse acomplejado por dicho acento, que ningún granadino vuelva a considerar que habla mal por comerse las eses u otras letras, y que seamos nosotros mismos los que hagamos proselitismo para la causa de hacer entender al mundo que ser divertidos es totalmente compatible con tener cultura, no en vano van de la mano el sentido del humor y la inteligencia.
Cuando a nadie se le ocurra siquiera pensar en un solo chiste con el acento andaluz porque no haga ninguna gracia, habremos avanzado socialmente, nos habremos hecho escuchar, habremos dejado de viajar en el vagón de cola para instalarnos en la locomotora de una sociedad en la que históricamente Andalucía ha hecho aportaciones tan incuestionables como impagables.