Los ojos secos de tanto llorar
Oigo a ese infame nieto del dictador, que se llama igual que él, y me resulta imposible pensar cómo es capaz de seguir hablando en los medios de comunicación con orgullo y sin avergonzarse siquiera de lo que dice, cuando su discurso únicamente hace alusión a la grandeza de un abuelo asesino, que dejó miles de víctimas a lo largo de su vida y que ni siquiera su memoria ha padecido hasta ahora ni un uno por ciento de lo que ellas sufrieron. Me encantaría ver a los descendientes de Franco avergonzados, callados y despojados de todo el patrimonio que aquel régimen nos robó a los españoles y que ellos, sin el menor atisbo de pudor, siguen disfrutando.
Oigo a ese infame nieto del dictador, que se llama igual que él, y me resulta imposible pensar cómo es capaz de seguir hablando en los medios de comunicación con orgullo y sin avergonzarse siquiera de lo que dice, cuando su discurso únicamente hace alusión a la grandeza de un abuelo asesino, que dejó miles de víctimas a lo largo de su vida y que ni siquiera su memoria ha padecido hasta ahora ni un uno por ciento de lo que ellas sufrieron
Desafortunadamente, muchos tuvieron que llorar en silencio y los lagrimales se les secaron de tanta impotencia y tristeza. Como Ricardo Limia. Fue uno de los últimos supervivientes de los campos de concentración españoles, un luchador que pasó media vida atemorizado y ocultando su origen. Tuve la suerte de conocerlo en Dos Hermanas, en la última etapa de su vida, con cerca de noventa años.
Ricardo era, de chaval, secretario general de los socialistas de Riotinto, a tres kilómetros de su pueblo, Salvochea, en Huelva. Así que se echó al monte como tantos otros y fue capturado y condenado a cadena perpetua en 1937. Más tarde se la conmutaron por trabajos forzados y pasó varios años en el campo de Los Merinales. Verán, para aquellos que no sepan mucho del franquismo, el dictador era tan amigo de Hitler que hubiera ido con él a la guerra mundial si el país no hubiera estado devastado por la nuestra propia. Como contrapartida, le permitía licencias como experimentar con sus aviones, en bombardeos como el de Gernika, dejando cientos de víctimas civiles, o planificando los campos de concentración sobre modelos españoles. Los Merinales tenía una estructura y diseño muy similar a la de Autzwich y otros famosos centros de exterminio alemanes y miles de españoles pasaron por allí entre 1940 y 1962. Ricardo residió allí años enteros, una vez acabada la guerra, dedicado a trabajar en el canal del Bajo Guadalquivir, que convirtió unas tierras estériles e inservibles en fructíferas y abundantes en cultivos gracias a esa agua. ¿Y a quién pertenecían esas fincas? Curiosamente, a familias como los Alba, que engrosaron de forma importante su fortuna gracias a la labor de estos hombres que fueron esclavos al servicio del régimen para luego llamar vagos a los andaluces sin que se les caiga la cara de vergüenza.
Ricardo se emocionaba ante mí cada vez que recordaba los malos tratos que recibían todos sus compañeros, la facilidad con la que se les castigaba. Me hablaba de cómo dormían revueltos en camastros sobre el suelo, rodeado de infecciones y de soledad, la soledad más intensa que se puede llegar a experimentar cuando la vida vale tan poco y ni siquiera te puedes fiar de unos compañeros que están centrados únicamente en seguir respirando un día más. Con un brillo en los ojos, este entrañable abuelo me aseguraba que dormía cada noche escondido detrás de un árbol porque a sus veintidós años temía a todo el mundo.
Vio morir a compañeros de hambre, de enfermedades y de desproporcionadas palizas. Se libró del paredón por ayudar a unos presos a escapar, gracias a la intercesión de un alto mando que se apiadó de él
Vio morir a compañeros de hambre, de enfermedades y de desproporcionadas palizas. Se libró del paredón por ayudar a unos presos a escapar, gracias a la intercesión de un alto mando que se apiadó de él. Y pese a que no cargó peso, porque sabía leer y escribir y ayudaba con la contabilidad, recuerda emocionado cómo veía a muchos colegas arrastrar pedruscos enormes y caer desfallecidos del esfuerzo.
Cuando Ricardo salió de Los Merinales pasó años asustado, despertándose a media noche con pesadillas terribles en las que un despiadado vigilante le sacaba arrastras al paredón para fusilarle. La familia del ex presidiario sufrió durante décadas la persecución del régimen que le vigilaba de cerca hasta casi la década de los setenta. Su hijo, con el que residía en Dos Hermanas cuando le conocí, aseguraba que todos sus hermanos habían tenido que callar su origen, habían sido apestados y marginados por un pasado antifascista, por ser rojos, socialistas, pese a que nunca osaron destacar por su ideología política ante una vigilancia tan extrema.
En su pueblo le hicieron un homenaje y él se volvió a emocionar, como cada vez que recordaba aquella historia, pero no tanto por restituir el honor perdido sino por la cantidad de compañeros que perecieron en el camino, que no tuvieron la oportunidad de conocer una sociedad libre o los que sufrieron aislados por compartir una ideología política distinta de la franquista.
Y mientras los descendientes de Ricardo Limia prefieren olvidar el deshonor que les arrojaron a la cara, Francis Franco y el resto de sus hermanos siguen viviendo del patrimonio familiar y quejándose a voz en grito de que el féretro de su abuelo se mueva a otro lugar en el que, por lo menos, no sirva para que lo puedan homenajear diariamente
Solo en Sevilla había cuatro campos de concentración similares a Los Merinales y eso significa que a los presos de Franco les debemos importantes infraestructuras de las cuales seguimos beneficiándonos. A cambio de nada. Trabajo, esfuerzo, dolor, sufrimiento, lágrimas, vidas enteras destrozadas sin más contraprestación que el desprecio de todo un régimen liderado por un hombre que sigue teniendo adeptos a día de hoy. Y mientras los descendientes de Ricardo Limia prefieren olvidar el deshonor que les arrojaron a la cara, Francis Franco y el resto de sus hermanos siguen viviendo del patrimonio familiar y quejándose a voz en grito de que el féretro de su abuelo se mueva a otro lugar en el que, por lo menos, no sirva para que lo puedan homenajear diariamente.
Unos cadáveres siguen enterrados en cunetas, desaparecidos y mezclados con otras osamentas sin que puedan recuperarse, mientras la momia del dictador es alabada por miles de personas.
Unos cadáveres siguen enterrados en cunetas, desaparecidos y mezclados con otras osamentas sin que puedan recuperarse, mientras la momia del dictador es alabada por miles de personas
No me vale eso de que los dos bandos perdieron a mucha gente porque uno de ellos tuvo 30 años para ensalzar los méritos de los suyos mientras que el otro vivió vilipendiado y despreciado durante todo ese tiempo.
Las lágrimas de Ricardo se me quedaron clavadas porque parecían fosilizadas, como si fueran incapaces de abandonar el propio ojo por miedo o por la fuerza de la costumbre. Por él, por su familia y por tantos otros, solo puedo alegrarme de que los seguidores de la momia empiecen a esconderse, a ocultar el orgullo que sienten por ella. Por cierto, que hubiera estado bien que fuera la propia familia a la que le hubieran obligado a pagar el traslado. Ahora solo queda que empecemos a quitar galones a sus descendientes.