Oda al periodismo, elegía al periodista

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 10 de Febrero de 2019
El Independiente de Granada, reconocido por su periodismo de calidad.
P.V.M.
El Independiente de Granada, reconocido por su periodismo de calidad.

'Si me fuera dado decidir entre un gobierno sin prensa o una prensa sin gobierno, elegiría lo último sin vacilar'. Thomas Jefferson

'Temo a los periódicos más que a cien mil bayonetas'. Napoleón Bonaparte

Los tiempos cambian, a veces para bien, a veces para mal, a veces aquello que se muere vuelve a renacer, tan cambiado que apenas reconocemos el parentesco con su primogénita encarnación, pero mantiene la esencia original que la definía. En otras ocasiones, lo que sustituye a aquello que se muere ha sufrido tal metamorfosis, en sus principios, en sus objetivos, en su núcleo, que sería una pretensión falaz reivindicar cualquier herencia. El periodismo está cambiando, está desapareciendo, al menos en la  actual encarnación, tal y como la conocemos. Está mutando a la velocidad vertiginosa de los tiempos en los que vivimos, desde hace ya algunos años, y aunque es muy pronto para dilucidar si el cambio será para bien, si los principios y objetivos del nuevo ente que sustituya aquello que llamamos periodismo se mantendrán, las proféticas señales, numerosas, no son precisamente alentadoras. Y la principal señal que marca la deriva de un periodismo, sin el cual es imposible entender el nacimiento de las sociedades modernas y democráticas, cuya épica oda merece ser cantada en estos crepusculares tiempos, para recordarnos su valor, es la elegía, ese canto fúnebre que nos recuerda el valor de aquello que hemos perdido, al oficio del periodista. Un oficio que se muere, y con la pérdida del periodista, de su oficio, se pierde aquello que se encuentra en el núcleo esencial que dota de sentido al periodismo, tal y como fue, tal y como está dejando de ser, y tal y como quizá ya nunca sea.

El periodismo sobrevivirá, de una u otra manera, pero difícilmente las próximas generaciones lo entenderán como una pieza tan esencial del sistema democrático como ha sido en los últimos siglos, para desgracia de la salud de nuestras sociedades

El periodismo sobrevivirá, de una u otra manera, pero difícilmente las próximas generaciones lo entenderán como una pieza tan esencial del sistema democrático como ha sido en los últimos siglos, para desgracia de la salud de nuestras sociedades. Ni siquiera sabremos si seguirá llamándose periodismo o merecerá la pena que le adjudiquemos el valor de ese nombre. Eso que se ha venido a llamar posverdad, ese afán por hacer pasar bulos por noticias, encuentra una de sus principales razones de ser en la devaluación del oficio del periodista, unida a la mercantilización de la prensa. Oficio, el del periodista, cuya supervivencia se antoja, en el sentido más original y esencial, complicada. Ese reportero, inmune a la podredumbre del poder, a un lado u otro del espectro, independiente, se encuentra en un comatoso estado de salud.  Los medios de comunicación, los periódicos, han pasado a ser controlados, en su mayoría, por corporaciones interesadas o bien en sacar rentabilidad económica, o bien en sacar rentabilidad política, que beneficie quién sabe a qué oscuros poderes. Abrir la mayoría de los periódicos, o leerlos en Internet, es desalentador, al ver la información en manos de hooligans, como si de periódicos deportivos se tratara, donde la objetividad se da ya por pérdida. La crítica veraz y honesta al poder, el dar voz a aquellos a los que la política se la tiene vedada, tal y como nació la esencia del periodismo moderno, es algo cada vez más escaso, la pérdida de autonomía, que tan importante era en sus inicios, se acelera año a año.

Aciagas señales que monitorizan sus signos vitales dan fe de ello; desaparición del modelo de pago al gratuito, con el devastador efecto de que cualquiera con afán de notoriedad, un ordenador y capaz de juntar cuatro letras, o no, se considere periodista, independientemente de su formación o de su capacidad. Buscamos en el todo gratuito la panacea de las sociedades modernas, cuando lo que está provocando es la banalización de dos pilares esenciales sobre los que construimos la convivencia: el rigor y la independencia crítica. El  periodismo languidece, dependiendo de poderes políticos que desean manipularlo y controlarlo, denegando sus apoyos publicitarios si no les complace algo de lo que leen en sus páginas. Otro callejón sin salida, al que están empujando al periodismo y a la cultura, es dejar a ambos al albur del capricho de mecenas, cuyos criterios son tan caprichosos como su fortuna. Los desconcertados periódicos están tan preocupados por cambiar el modelo de un negocio que desaparece, por la preocupación por la supervivencia económica a toda costa, que sacrifican la veracidad y neutralidad de la información, y privilegian a aquellos que han renunciado a su integridad, y al oficio de periodista,  en su afán por sobrevivir, proporcionando titulares pretenciosos y explosivos ajenos a la autenticidad de la información de la que supuestamente nos informan.

Firmas periodísticas de opinión o editoriales, contagiadas y envenenadas por el fanatismo de una posición política, más que por la reflexión serena y sensata de una perspectiva informativa. Blogs y similares disfrazados de falso periodismo, llevados por falsos periodistas, preocupados únicamente por esparcir basura sin ningún respeto por la veracidad

Firmas periodísticas de opinión o editoriales, contagiadas y envenenadas por el fanatismo de una posición política, más que por la reflexión serena y sensata de una perspectiva informativa. Blogs y similares disfrazados de falso periodismo, llevados por falsos periodistas, preocupados únicamente por esparcir basura sin ningún respeto por la veracidad. Información destinada a colonizar las emociones más básicas de los lectores y manipularles en un sentido u el otro del espectro político, ya sea por el beneficio económico, por servir a amos dispuestos a subvencionar sus desvaríos para favorecer sus pretensiones de dominio, ya sea por el mero afán de notoriedad, y de creer que son el centro del mundo, y que lo que importa es llamar la atención, y no ser espectadores críticos que informen de aquello que debe llamar la atención, por su importancia, por su valor, por dar voz a aquellos que carecen de ella.  No somos ingenuos, siempre ha existido lo que antaño se llamaba periodismo sensacionalista, con titulares grandilocuentes y con informaciones más dedicadas al despertar el morbo del lector, que a informarles y proporcionar análisis críticos para ayudarles a construir su propio criterio. Como contraposición siempre existía el equilibro de medios de comunicación, de periódicos, más serios, reflexivos, anclados a una ética periodística, más allá de líneas editoriales o de la ideología de aquellos que escribían allí. El problema es que hoy día es complicado diferenciar aquellos periódicos que son de un tipo u otro, pues el populismo, el sensacionalismo, el dogmatismo, ha contagiado al periodismo más serio, al igual que les sucede a los partidos políticos, antaño respetuosos con la ética democrática, que se están viendo obligados a abandonar sus principios, admitiendo sandeces extremistas para intentar evitar que los fagociten.  Sucede en la política, sucede en la prensa.

Desde el nacimiento, a finales del siglo XVIII de las sociedades democráticas liberales, encontramos una estrecha relación, simbiótica, entre la sociedad, en toda su pluralidad, la política, en toda su diversidad ideológica, y la prensa, plural y diversa como el reflejo de la sociedad a la que pretendía dar su voz. Pues de eso se trata, y no de otra cosa, la prensa nunca fue, en sus orígenes, un panfleto destinado a desinformar interesadamente, más que a informar, ni a adoctrinar, salvo en libelos de sectores políticos o sociales minoritarios, fuertemente dogmatizados. El principal interés del periodismo, de cada periódico desde su propio espectro ideológico informativo, que no es lo mismo que sumisión a esa ideología,  era ser la voz de un sector de la sociedad, ser ese cuarto poder que equilibrara a los otros tres poderes institucionalizados de una sociedad democrática: el legislativo, el judicial, y el ejecutivo. Un triángulo equilátero conformaba los vértices que median la salud democrática; arriba la sociedad, necesitada de organizarse pluralmente y gobernarse a sí misma a través de la política, otro de los vértices, políticos que fueran sus representantes, y velaran por sus intereses. El último de los vértices, la prensa, que era la voz de aquellos que carecían de ella.

El periodismo más auténtico, con sus cantos de cisne, buscando la dignidad de  la información y la opinión crítica, en oasis cada vez más asediados por la miseria de los bulos que pretenden pasar por noticia. Oasis de verdadero periodismo, aquí y allá cercados, desprestigiados, por un lado por los gerifaltes que les controlan, que quieren hacer pasar entretenimiento y morbo por periodismo, o callarnos la boca con espectáculos que nos idiotizan.  Por el otro lado, apuñalados por la política, en su interés por controlar a la prensa, a cualquier precio

Es complicado saber cuál de los tres vértices se desequilibró antes, ya que su simbiosis y dependencia provoca que efectos y causas contaminen a los tres;  la sociedad, cada vez más fragmentada, idiotizada y fanatizada. La política, fiel reflejo de la fragmentación, idiotización y fanatización de la sociedad. El periodismo más auténtico, con sus cantos de cisne, buscando la dignidad de  la información y la opinión crítica, en oasis cada vez más asediados por la miseria de los bulos que pretenden pasar por noticia. Oasis de verdadero periodismo, aquí y allá cercados, desprestigiados, por un lado por los gerifaltes que les controlan, que quieren hacer pasar entretenimiento y morbo por periodismo, o callarnos la boca con espectáculos que nos idiotizan.  Por el otro lado, apuñalados por la política, en su interés por controlar a la prensa, a cualquier precio. El periodismo, el periodista, siempre escéptico ante la brutalidad del poder político o financiero, que pretendía someterlo y domeñarlo, siempre cínico ante esas verdades que le susurraban los políticos interesadamente para manipularlos, siempre intolerantes al silencio al que se sometía a los olvidados por unos y otros, prestando su voz hasta quedarse afónico para defenderles, agoniza. Ese tipo de periodista merece una buena elegía, que cante a su resistencia, pues ese periodismo, a pesar de estar herido de muerte, se niega a morir.

Qué tiempos aquellos en los que un personaje tan autoritario, de tanto poder, como el auto proclamado emperador de Francia, Napoleón Bonaparte, con todo su poder, temía más al periodismo que a las bayonetas enemigas, tiempos aquellos en que los arquitectos de las revoluciones francesa y americana elogiaban al periodismo, en tanto voz del pueblo, voz de esa ciudadanía en la que residía el verdadero poder, como parte esencial del equilibro de una sociedad unida en su discrepancia, plural, democrática, libre, justa. Es difícil,  viendo como el periodismo se encuentra colonizado por el morbo, donde se nos cuenta al minuto, como si fuera un espectáculo al que asistir con palomitas y coca cola, el rescate y la desgracia de un pobre niño, con cada centímetro de pared excavado, y donde todos entramos al trapo del espectáculo, reconocer el noble oficio del periodista, que se preocupa más por contarnos aquello que no quieren que veamos, que aquello con lo que desean cegarnos.

Entre todos estamos cambiando al periodismo, hasta dejarlo irreconocible, y llevando a la extinción al periodista. Quizá en unos años nos sorprendan en la calle esos jóvenes voluntariosos tratando que donemos algún céntimo para alguna nueva ONG dedicada a salvar del naufragio el periodismo honesto. Hay profesiones; médicos, policías, periodistas, que necesitan de la confianza de la gente a la que ayudan, si eso falla, si el estricto código deontológico que deben cumplir se convierte en papel mojado, todos fracasamos, y el nuestro se convierte en un mundo peor. Aún estamos a tiempo de  conjugarnos para evitarlo, contribuyendo y apoyando a aquellos periódicos, a aquellos periodistas, que a pesar de todo, defienden los valores esenciales que les llevaron a querer ser ese cuarto poder que equilibrara los desvaríos de los otros, de ser esa voz de aquellos afónicos por gritar su desesperación sin ser oídos, de ser la pluma que nos cuenta lo que no quieren que sepamos.

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”