Observando, que es gerundio
Observar ha sido siempre una grata actividad humana. Mediante ella, el ser humano percibe o capta todos los matices de una cosa; el color, el olor, la forma, el contenido, las virtudes y defectos, etc. Observar es, además, una actividad, que puede no tener fin, se observa y se vuelve a observar, así hasta el infinito, pues sólo depende de la voluntad, las ganas o el tiempo del que disponga quien observa, mientras permanezca lo observado.
Cuando la acción de observar se refiere a un problema ciudadano, cómo puede ser el transporte público en una ciudad, pongamos por caso, Granada, y además se pretende extraer conclusiones de la observación, la cosa adquiere otros matices. El proceso ya no puede ser infinito, ni el proceso puede ser observar y volver a observar lo observado. Entre otras cosas, porqué lo ya observado una vez, permanece igual, y constituye una pérdida de tiempo y de esfuerzo, empezar otra vez la observación. Salvo que se pretenda justamente eso, perder el tiempo. Porque la pérdida de esfuerzo será voluntaria y nadie estará obligado a ello.
Llama poderosamente la atención que el problema de la movilidad en nuestra ciudad, decenas de veces diagnosticado en procesos realmente participativos, y plasmadas las conclusiones en decenas de documentos y análisis, igualmente compartidos, necesite, aquí y ahora, un nuevo proceso de observación. Y la llama aún más, que quien ejerce de portavoz de esa necesidad repentina de observación, no sea la persona responsable (¿) de la movilidad en Granada, por otra parte, seguramente ya harta de observar y de que observen por ella y carente de ejecutar lo que otros muchos observadores le han dicho que haga.
Será que a fuerza de observar, alguien pretende que gastemos el tiempo en no hacer. Por mucha verborrea dialéctica, también amplia y sobradamente observada, que se emplee en la tarea.