Una nueva generación de abuelos

Blog - Andres Cárdenas - Andrés Cárdenas - Miércoles, 31 de Mayo de 2017

La niña, de unos cinco o seis años, jugueteaba desmelenada en el parque urbano: ora se subía al tobogán, ora daba saltos en la cama elástica. ¡Mira abuela, mira! Gritaba para que la mujer que estaba sentada en el banco, justo enfrente de ella, la mirase. La mujer, de unos cincuenta y pico años, sonreía y decía que sí, que lo estaba haciendo muy bien. Luego la niña, una vez cansada de tanto dar brincos e ir de aquí para allá, se acercó a la abuela y le dio un abrazo enternecedor. Entonces me puse a pensar.

Han vuelto los abuelos. Hubo un tiempo en que no los pudimos disfrutar. Muchas personas de mi generación no conocimos prácticamente a los padres de nuestros padres. Algunos porque se habían muerto cuando nosotros éramos niños (la esperanza de vida era mucho más baja que la de ahora) y otros porque no estaban para atender a los nietos, entre otras cosas porque no les habían enseñado. Claro que hay excepciones y quien puede presumir de haber gozado de la compañía permanente de sus abuelos, pero ya digo, son los afortunados. Luego vino esa generación que, de alguna forma, maltrató a sus mayores, bien ingresándolos en los asilos porque no podían ocuparse de ellos o bien sentándolos delante del televisor para que no estorbaran. No estaban impedidos pero se sentían desplazados. Pero ahora conozco a una nueva generación de abuelos que reivindica su condición de tal haciendo lo mejor que sabe hacer: tratar con ternura y experiencia a los hijos de sus hijos. Tal vez porque soy uno de ellos, pero raro es el día en que no salgo a pasear con mi nieto y veo a muchos abuelos que hacen lo propio con los suyos. Los veo que los acompañan al colegio, que se implican en sus juegos, que les hablan con una ternura impresionante y que cuando llega la ocasión les cuentan cuentos o historias que los dejan embobados, costumbre que la generación anterior había perdido, seguramente secuestrada por el poder hipnótico de la televisión. La esperanza de vida de la que hablaba antes ha subido mucho y los que ahora tenemos entre cincuenta y cinco y sesenta y cinco años nos sentimos bien para aguantar a todos los nietos que nos echen encima. Tenemos la suficiente sensibilidad para saber lo que es un niño que lleva nuestra sangre y nos movemos entre la dureza educacional que exigen sus padres y la terneza que nos demanda nuestro propio criterio. Somos sus abogados defensores y los que tratamos de atemperar las regañinas que les echan sus padres. Circula por ahí un chiste en el que se ve a un niño que ha roto una lámpara y la madre espera con las manos en jarras la explicación del desastre. El niño mira desafiante a la madre y dice:

-No hablo si no es en presencia de mi abogada. ¡Abuelaaaaa!

Por eso creo que los nietos de ahora tienen suerte de haber recuperado a los abuelos, de crecer con sus enseñanzas y con su amor asegurado. Tienen suerte de contar con la referencia sólida y asequible de unos abuelos en este mundo tan vacío de valores. Y también creo que han aumentado las posibilidades de que estos nietos sean más felices en el futuro, entre otras cosas porque vienen ya al mundo con la atención y el cariño incondicional de sus abuelos.