'El negocio de las mujeres'

Blog - Punto de fuga - Cristina Prieto - Jueves, 27 de Febrero de 2025
Intervención policial en un piso donde se ejercía la explotación sexual.
Policía Nacional/archivo
Intervención policial en un piso donde se ejercía la explotación sexual.

Ser mujer siempre ha significado estar en desventaja, pero, lejos de mejorar la situación para más de la mitad de la población, la realidad parece colocarnos cada vez en peores lugares. Mientras la tecnología avanza, la educación ofrece posibilidades para las capas sociales más desfavorecidas y las diferentes leyes han mejorado las condiciones laborales para poner coto a las prácticas esclavistas (aunque aún quedan sectores como la hostelería donde hay que seguir trabajando), las mujeres no se libran de las opresiones de género y sus cuerpos son cada vez más codiciados para negociar con ellos.

Obviamente, estos mensajes eran, principalmente, imágenes y fotografías y, obviamente también, las principales víctimas eran chicas jóvenes o menores a las que se les ofrecía la posibilidad de hacerse cliente ‘premium’ para acceder a los comentarios y conocer su autoría

Sorprendía hace unos días la noticia de la investigación abierta a unos menores en Manacor (Islas Baleares) que se dedicaban a gestionar varios canales de chat en una plataforma de mensajería instantánea como un negocio en el que vejaban e insultaban a jóvenes para cobrarles después por ver los comentarios publicados a los mensajes iniciales. Obviamente, estos mensajes eran, principalmente, imágenes y fotografías y, obviamente también, las principales víctimas eran chicas jóvenes o menores a las que se les ofrecía la posibilidad de hacerse cliente ‘premium’ para acceder a los comentarios y conocer su autoría.

Los menores, a los que se investiga como presuntos autores de los delitos contra la integridad moral y revelación de secretos a través de canales de chats, más allá de poder ser calificados como delincuentes en ciernes, dejan un mensaje aterrador. Desde muy jóvenes consideran que los cuerpos de las mujeres son susceptibles de ser utilizados para generar dinero sin importar el daño que pueda causarse a las víctimas. Según fuentes policiales, al menos medio centenar de personas podrían estar involucradas y muchas de las jóvenes que pagaron para ver esos comentarios no denunciaron por miedo o vergüenza.

Es aterrador observar cómo las mentalidades no cambian y sólo lo hacen los instrumentos utilizados para conseguir que muchos se diviertan con el sufrimiento de unas pocas

Es la ‘cultura emprendedora’ de los menores que, desde edades muy tempranas, saben de dónde se puede obtener dinero poniendo en práctica los conocimientos adquiridos con las nuevas tecnologías y utilizando los cuerpos de las mujeres. Es aterrador observar cómo las mentalidades no cambian y sólo lo hacen los instrumentos utilizados para conseguir que muchos se diviertan con el sufrimiento de unas pocas. Porque no se trata de juegos donde el grupo -con chicas y chicos- se divierte sino de un selecto club compuesto sólo por varones que se lo pasa en grande humillando a varias mujeres. De nuevo nos encontramos con las dinámicas de siempre, las que subyacen en una cultura machista tan profundamente arraigada en las estructuras de poder patriarcales que afloran entre los jóvenes casi al mismo tiempo que perciben cómo se elevan los niveles de testosterona.

Que se lo cuenten a las casi 100 tailandesas que mantenían encerradas en una ‘granja de óvulos humanos’ en Georgia liderada por una mafia china

Luego, con la edad, el negocio crece y se obtienen pingues beneficios. Los avances tecnológicos vuelven a estar en el centro pero la materia prima no cambia. Siguen siendo los cuerpos de las mujeres. Que se lo cuenten a las casi 100 tailandesas que mantenían encerradas en una ‘granja de óvulos humanos’ en Georgia liderada por una mafia china. Durante medio año fueron hormonadas sin su consentimiento para, mensualmente, extraerles todos los óvulos posibles y venderlos, posteriormente, en el mercado negro. Todas fueron engañadas y atraídas con una oferta de trabajo publicada en una red social.

Miremos donde miremos, los cuerpos de las mujeres continúan siendo el gran negocio de quienes trabajan para destruir los derechos humanos de más de la mitad de la población

Es el esclavismo moderno. El de las empleadas domésticas sin horarios, el de las mujeres prostituidas en pisos donde deben estar disponibles para los puteros las 24 horas, las atraídas con falsas promesas de trabajo a las que se extraen sus óvulos para satisfacer los deseos de quienes deciden ser padres o madres a costa de otras y a las que también debemos sumar las víctimas chantajeadas con las nuevas tecnologías. Miremos donde miremos, los cuerpos de las mujeres continúan siendo el gran negocio de quienes trabajan para destruir los derechos humanos de más de la mitad de la población.

Sólo desde el lado del feminismo se ve con claridad que nada ha cambiado, que los avances tecnológicos se utilizan para seguir explotando a las mujeres

Sólo desde el lado del feminismo se ve con claridad que nada ha cambiado, que los avances tecnológicos se utilizan para seguir explotando a las mujeres y que las nuevas corrientes de pensamiento quieren borrarlas bajo muchas capas de definiciones confusas y vacías para enterrar las realidades diarias que siguen colocando a las humanas de sexo femenino en el centro de diana para ser atravesadas con dardos multicolor y multifunción.

Es insoportable ver las imágenes de las niñas vendidas en Afganistán para ser casadas con hombres que podrían ser sus abuelos o la indolencia de los líderes talibanes en Irak que acaban de aprobar una ley que permite casar a niñas de tan sólo nueve años. Esta es la realidad del mundo. Y, principalmente, la de las mujeres y niñas.

 

 



 

 

Imagen de Cristina Prieto

Madrileña afincada en Andalucía desde 1987, primero en Almería y posteriormente en Granada donde he desarrollado mi carrera profesional como periodista. Me licencié en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, cursé mi suficiencia investigadora en la Universidad de Granada dentro del programa Estudios de la Mujer y leí mi tesis doctoral en la Universidad de Málaga.