Nadie te puede salvar
Dentro de unas semanas seguramente conoceremos con exactitud lo que le ocurrió a la joven Diana Quer durante la madrugada del 21 al 22 de agosto de 2016 en la localidad coruñesa de Puebla Do Caramiñal, pero lo que ya tenemos todos claro es que la chica estaba destinada al éxito, tenía todo lo necesario para que la suerte la acompañara, y fue asesinada lejos del ambiente de seguridad que se respiraba en su hogar, según todos los indicios a manos de un delincuente común, como nos podía haber ocurrido a cualquier mortal de clase obrera o media.
José María Aznar, Ana Mato o Ángel Acebes son algunos de los nombres de los vecinos que la chica de 18 años tenía cuando desapareció, en el chalé de la urbanización Monte Alina, de Pozuelo de Alarcón, donde vivía desde que nació. Un entramado de lujosas viviendas unifamiliares al que se accede únicamente a través de un paso con garita donde los vigilantes de seguridad evitan cualquier visita no solicitada.
Vecinos con increíbles posibilidades económicas, futbolistas, empresarios o políticos, coches privados conducidos por chóferes particulares que se encargan de llevar a la guardería o al colegio a los pequeños de la casa.
Se trata de urbanizaciones ubicadas en los alrededores de la capital madrileña donde quienes viven allí consideran que tienen garantizada no solo una vida más segura para sus familias sino el contacto de sus hijos con los herederos de algunas de las fortunas más abultadas del país o con los sucesores de los políticos más poderosos. Está claro: si tu pequeño tiene la suerte de ser amigo desde la infancia del hijo de José María Aznar, que probablemente conseguirá un puesto de alto nivel en la futura escala social, ya tiene garantizada la mitad de su fortuna. Es como una microsociedad al margen del resto, donde degustan una realidad paralela muy diferente de las familias obligadas al pago de hipotecas y gastos excesivos de luz. Son chavales que viajan para estudiar idiomas, que juegan al paddle, al golf y al tenis de forma prioritaria, que disfrutan de sus inviernos de esquí en Suiza, que acostumbran a comer en restaurantes de prestigio y que jamás se plantearán la posibilidad de buscarse un trabajillo para pagar sus gastos, que reciben un coche como regalo de su 18 cumpleaños, con problemas surrealistas que nosotros jamás nos plantearíamos. Un espacio de convivencia donde los vigilantes de seguridad impiden robos externos, donde todo se produce bajo secreto de sumario y no hay más ladrones que aquellos que residen en el interior y se llevan el dinero de los que habitamos fuera de allí: banqueros que engañaron a pobres abuelos para que firmaran las preferentes, empresarios que no pagan a la Seguridad Social porque tienen amigos que les cubren las espaldas para no ser investigados, etc.
Y ese mundo tan extraño para los mortales, probablemente, los padres de Diana consideraron que era el espacio idóneo para que sus dos hijas evolucionaran como personas.
Diana creció rodeada de lujos pero, al parecer, con algunas carencias afectivas. Según algunos amigos, sus discusiones con la madre se sucedían a diario. Tal vez por eso, pocos días después de su desaparición, el padre de la chica, un importante abogado que se había separado de ella, pidió la custodia de la hija pequeña, animando a que sobrevolara en la consciencia colectiva la sospecha de cierto aire de culpabilidad hacia la madre.
La policía tenía dos líneas de investigación abiertas y una de ellas se centraba en la posibilidad de que Diana se hubiera escapado. Su entorno hablaba de infelicidad, de tristeza…y es que el dinero nunca evita el dolor, ni la amargura, ni la desdicha, ni el miedo.
Y la paradoja es que los padres de la muchacha crearon enormes muros a su alrededor para evitar que nada le ocurriera, que acabara brillando con luz propia, en función de todas las alternativas que esa vida lujosa le proporcionaba, pero siempre hay algún detalle que se olvida, como cuando, pese a la profecía y a los esfuerzos del rey para evitarlo, Blancanieves sufrió el pinchazo de la rueca al cumplir 18 años.
Tal vez si Diana Quer hubiera sido una chica de barrio, acostumbrada a desconfiar de los desconocidos en plena noche, habría echado a correr y se habría salvado, o quizás hubiera sido capaz de dejar alguna pista. O quizás no. El hecho es que ni el dinero de su familia, ni el poder de sus amistades políticas o empresariales ha podido impedir que la chica haya perdido la vida de una forma similar al de decenas de otras económicamente más desfavorecidas.
Da qué pensar. Es imposible que ningún padre pueda garantizar la seguridad de su hijo durante las 24 horas al día de todas sus semanas de meses y años completos. Ni siquiera teniendo todo el dinero del mundo sería posible; sin embargo, los más ricos continúan levantando muros a su alrededor temerosos de que el resto de la sociedad seamos capaces de alzarnos siquiera para acceder por encima de esos ladrillos a ser testigos de la forma en la que viven.
Y el desmedido gasto económico en seguridad solo evidencia un temor a ser atacado, una preocupación excesiva que no puede favorecer el bienestar de quienes dedican más tiempo a protegerse que a relacionarse con el resto de la sociedad.
Desgraciadamente, Diana Quer ya no podrá cambiar el mundo y sus padres se pasarán el resto de la vida añorándola, buscando explicaciones inexistentes, fallos de seguridad que casi con total seguridad intentarán no repetir con su hija pequeña, a la que constreñirán, vigilarán más de cerca, en definitiva, restringirán aún más su libertad de movimiento como si ellos fueran culpables de no haber estado suficientemente pendientes para evitar la muerte de su hija. Nada más lejos de la realidad. Lo que tiene que ocurrir, acabará sucediendo, así que quizá sería más sabio dejar de vivir con temor, disfrutar del amor de la familia y comprender que nada dura para siempre y que cuando deja de ser, es imposible hacerlo regresar. El amor hacia una hija no necesita de vigilancia de seguridad, ni de regalos caros, ni de coches, vestidos o I Phones; y es que el amor hacia una hija perdura por sí mismo, de forma natural, sin que tengamos que hacer nada más que amarla, y por lo tanto, nunca puede ser asesinado.