Sierra Nevada, Ahora y siempre.

Música en la tele, esa cosa del pasado

Blog - El camino equivocado - Guillermo Ortega - Jueves, 30 de Julio de 2015
Silvia Tortosa, en el recordado programa 'Aplauso'.
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Silvia Tortosa, en el recordado programa 'Aplauso'.
Es una práctica que en la actualidad parece casi extinguida, pero en su momento (saquemos el bastón) estuvo muy de moda. Al menos una vez a la semana, el aficionado podía sentarse en su sillón favorito, enchufar la tele y encontrarse con un programa sobre música pop.Y no empecemos con etiquetas, por favor. Utilizo pop en el sentido más amplio posible.
 
El primero que recuerdo, de forma no muy nítida, se llamaba Pop-grama, que no sé si llegó a coexistir con Musical Express. De ese sí retengo en mi memoria las entrevistas que Ángel Casas hacía a talentos emergentes de entonces, como Nacha Pop, y actuaciones en directo de gente de aquí como Mermelada o Burning.
 
No sé si es así ni tengo muchas ganas de comprobarlo, pero me parece que uno de los más longevos fue Aplauso, presentado por un tipo con poco pelo pero con barba, llamado José Luis Fradejas, y que tenía un micro-espacio llamado La juventud baila, al mando del cual estaba un tal Nacho el marchoso. 
 
Da algo de pudor ver lo mal que han envejecido ciertos recuerdos, pero lo cierto es que por el escenario de Aplauso, en riguroso play-back, pasaron prácticamente todos los grupos internacionales que incluían a España en sus campañas de promoción. Thin Lizzy, Ian Dury, The Knack… La lista es enorme.
 
Eso se alternaba (si no es así, que alguien me saque de mi error) con la proyección de vídeos. Era principios de los ochenta, la época del Mundial de fútbol de Naranjito, que hizo que casi todo el mundo se comprara un vídeo, ya fuera VHS, Beta o 2000. Uno de los alicientes de ver Aplauso consistía en tener una cinta en el reproductor y darle al botón rojo para grabar y conservar el clip que acompañaba a la última canción de AC/DC, Iron Maiden, Culture Club, Yazoo, Duran Duran, David Bowie y hasta Neil Young, que por entonces todavía los hacía. He citado esos nombres para dar idea de lo ecléctica que era la cosa.
 
En el ecuador de los ochenta llegó el programa más rompedor y vanguardista: La edad de oro. Le sobraban ínfulas artísticas y petardeo, pero la selección musical, vista con perspectiva, fue memorable: Aztec Camera, Psychedelic Furs o Dream Syndicate debieron flipar ante la idea de que una televisión pública les diera una hora de concierto en directo en pleno prime-time. Y no digamos los más raros, los Residents, Cabaret Voltaire, Psychic TV, Vagina Dentata Organ o Alan Vega. Por cierto, ahí fue donde vi por primera vez a La Fura dels Baus. Su espectáculo consistía en destrozar un coche en el escenario. Lo convertían en chatarra en cuestión de minutos y se iban.
 
El escándalo de Las Vulpess y su audaz adaptación del I wanna be your dog de The Stooges (Me gusta ser una zorra, lo rebautizaron) en La caja de ritmos me pilló sobando, qué quieren que les diga. Era un programa que echaban los sábados a las doce del mediodía, una hora que, para los que estábamos estudiando fuera y saboreando el Madrid nocturno, quedaba consagrada al sueño y la meditación. Pero el programa existió, como después, y ahí hablo más de oído, otros como Rockopop o Tocata.
 
¿Hay alguno ahora? Busquen, busquen… Y si encuentran uno, corran la voz. Puede que queden programas de clips tipo MTV, pero ya no hay ni rastro de ese formato de antaño, el que combinaba actuaciones con entrevistas y reportajes de artistas del momento. No podría poner la mano en el fuego, pero me parece que ya ni siquiera dan esas galas, saturadas de caspa y sólo aptas para las noches de agosto, que sacaban bajo nombres cañí como ¡Murcia, qué bella eres! y otros similares. Espectáculos en plan José Luis Moreno por cuyo escenario desfilaban, mezclados sin más criterio que el de que hubiera de todo, Los Rebeldes, María del Monte o Puturrú de Fua. 
 
Esos últimos son programas que no se añoran, si hay que decirlo todo. Los otros, los nombrados al principio, quizás sí hayan despertado algún sentimiento de nostalgia a algunos de los que estén teniendo el detallazo de leer estas líneas. Lógico, por lo demás. Éramos tan jóvenes y apolíneos…
 
Todo eso se ha acabado por un motivo muy claro: ya no se venden discos. El motivo que impulsaba a rockeros de diverso pelaje a pasarse un día en un plató, amenizando las largas esperas con partidas de mus (así cuentan que trabaron amistad Jaime Urrutia, el de Gabinete Caligari, y Millán Salcedo, el de Martes y Trece, que se daban tal aire que algunos los tomaban por hermanos) y poniendo cara de profesionales cuando por fin grababan con sus instrumentos desconectados, no era otro que ese: vender discos.
 
Por entonces, las giras (promocionales y de conciertos) eran la excusa para colocar un montón de ejemplares de su último disco, el que acababan de sacar al mercado. Los músicos vivían de sus grabaciones y, los más pudientes, se permitían el lujo de perder dinero en giras promocionales y conciertos, sabedores de que después lo recuperarían con las regalías de las muchas copias que despachaban. 
 
Ahora la cosa funciona al contrario: el disco se saca como excusa para promocionar la gira, para que el aficionado escuche esas canciones (escuche, no compre) y se pase por la sala a ver a los artistas en directo. En muchos casos, grabar es hoy en día deficitario y no pocos músicos los sacan rezando para que se oiga un poquito aquí o allá y eso anime a la gente a verles actuar. Porque así, con suerte, les dará para comer.
 
Pero en este contexto, ya me dirán para qué sirve gastar una pasta en producir un programa de televisión. La música, como cualquier otra industria, se rige por criterios económicos. No está en la idea de ninguna cadena privada perder dinero, y la pública, que tampoco está por esa labor, se ha domesticado un montón, hace ya mucho que prescindió de esas ideas tan arriesgadas y que tantas críticas levantaron entre los bienpensantes. Quita, quita, la juventud ya puede buscarse la vida en Youtube si quiere ver los caretos de sus ídolos. 
 
El vídeo mató a la estrella de la radio, cantaron los mediocres Buggles. Ahora ya sabemos quién mató a los programas de televisión. Lo cual puede dar mucha pena o poca, pero es lo que hay. 
 
Imagen de Guillermo Ortega

Guillermo Ortega Lupiáñez (Algeciras, 1966) es licenciado en Periodismo. Empezó a trabajar en 1990 en el desaparecido Diario 16 y después pasó a Europa Sur y Granada Hoy. También lo hizo durante un breve periodo en la Ser y colaboró en El Mundo, Ideal y ABC. Durante algo más de un año fue columnista en Granadaimedia. Ha sido encargado de prensa en los grupos municipales de UPyD y Ciudadanos en Granada y ahora trabaja en prensa del PP. Ha publicado cuatro libros: Cuentos de Rock (2008), Los Cadáveres Exquisitos (2012), Horas Contadas (2014) y La vida sí que es una pelea (2016).