El mundo llora a Kobe Bryant
Yo creo que en Estados Unidos la venta de velas se ha disparado en los últimos días, tras la muerte del jugador de baloncesto Kobe Bryant, mientras que en el resto del mundo los homenajes en su recuerdo no han cesado, con velas o con minutos de silencio.
Lo confieso. Cuando me enteré de que había fallecido no sentí ni frío ni calor. No por nada, es que estoy muy al margen del deporte y no lo conocía. Podéis llamarme inculto e ignorante y me lo tendré que tragar, porque es cierto. Muchos de mis amigos podrían recitar decenas de nombres de jugadores de la NBA y para mí son todos unos desconocidos. De hecho, si hubiera estado esta semana entera alejado de los medios de comunicación, jamás hubiera echado de menos a ese hombre.
Seguramente debía de ser el único que no supiera nada de su existencia, porque en todos los medios de comunicación se ha desplegado un derroche interminable de lágrimas, homenajes y halagos hacia el deportista, especialmente en Estados Unidos, pero también en el resto del mundo, España incluida. De hecho, su amistad con Pau Gassol parece que le llevó a estrechar más sus lazos con nuestro país, al que, según decían, tenía un cariño especial, solo superado por el que procesaba a Italia, donde vivió varios años
El caso es que al saber que había sufrido un accidente no podía yo imaginar los ríos de tinta que se derramarían en los días posteriores. Y así me enteré de que había sido el cuarto máximo anotador de la historia de la NBA, que había jugado nada menos que veinte temporadas en Los Angeles Lakers, que era hijo de otro jugador profesional y que incluso había ganado un Óscar por el corto de animación «Dear Basketball» en el que se relata, en imágenes, la carta que Kobe escribió a un periódico para anunciar su retirada. Y entonces me volví a mirar al espejo y me sentí el hombre más ignorante del mundo por desconocer todo eso.
Seguramente debía de ser el único que no supiera nada de su existencia, porque en todos los medios de comunicación se ha desplegado un derroche interminable de lágrimas, homenajes y halagos hacia el deportista, especialmente en Estados Unidos, pero también en el resto del mundo, España incluida. De hecho, su amistad con Pau Gassol parece que le llevó a estrechar más sus lazos con nuestro país, al que, según decían, tenía un cariño especial, solo superado por el que procesaba a Italia, donde vivió varios años.
Así que el mundo se ha paralizado conmocionado, casi más que por el Coronavirus chino, por un accidente del que no están muy claras aún las causas.
Al día siguiente falleció mi tía, esposa de agricultor, sencilla, bondadosa y siempre con una sonrisa en la cara. Y, como es lógico, su muerte me produjo un dolor extraordinario, por la cantidad de vivencias que retornaron a mi mente en ese instante. Nada que ver con lo que sentí por Bryant. Eso sí, ni hubo homenajes televisados ni flores por todos los rincones del país, ni falta que nos hacía a su familia y amigos.
Y no es mi intención comparar ambas muertes. Es lógico que un popular deportista, admirado por millones de fans, despierte unas pasiones superiores a las de una persona anónima. Ocurre cada cierto tiempo. De hecho, yo mismo, después de escuchar su historia, de ver el entusiasmo que despertaba el deportista y la forma tan trágica de morir me he sentido compungido y triste. Al fin y al cabo, se trata de un personaje con adeptos y sin detractores, porque no tuvo enemigos públicos. Así que entiendo perfectamente ese dolor; sin embargo, hay algo que me chirría y es la cuestión de que la sociedad al completo dé por hecho que hay personas que valen más que otras, que merecen más que otras, que no todos somos iguales.
Lo repetimos mucho, hasta las principales Constituciones mundiales recogen esa supuesta igualdad social; sin embargo, a la hora de la verdad, miramos al frente y decidimos que tal científico, esa artista, un deportista o aquel rey son más importantes que nosotros, que hay que darles más, que están por encima, que deberían salvarse antes que el resto. Y, sin darnos cuenta, todo eso lo que implica es auto minusvaloración, es decir, nos reducimos, nos sentimos más pequeños
Lo repetimos mucho, hasta las principales Constituciones mundiales recogen esa supuesta igualdad social; sin embargo, a la hora de la verdad, miramos al frente y decidimos que tal científico, esa artista, un deportista o aquel rey son más importantes que nosotros, que hay que darles más, que están por encima, que deberían salvarse antes que el resto. Y, sin darnos cuenta, todo eso lo que implica es auto minusvaloración, es decir, nos reducimos, nos sentimos más pequeños.
Deberíamos considerar que todos los seres humanos tenemos el mismo interés, ya seamos un agricultor senegalés o la princesa de Asturias, un presidente de Estados Unidos o la maestra de un pueblo perdido de Colombia. Todos realizamos una función, todos hemos llegado de la misma manera, es decir, de un ovulo fecundado, y todos acabaremos muriendo por el mismo motivo, porque nuestro corazón dejará de latir y los pulmones, de respirar. Lo que sucede entre uno y otro momento es lo que llamamos vida y en función de las características sociales de la familia, el entorno y el país que nos haya tocado será más fácil o difícil, más placentera o desagradable, más rica o pobre, con más posibilidades o con menos. Hay personas que nacen en un lugar humilde y alcanzan el máximo de riqueza y hay otros que nadan en la abundancia siendo niños y se convierten en adultos empobrecidos, en función de las millones de decisiones y posibilidades que surgen a nuestro alrededor.
Así que, el valor de un ser humano no lo determina lo que consiga; de hecho, si Bryant no hubiera sido hijo de un jugador de la NBA… ¿Habría llegado a tal éxito en la cancha? No lo sabremos, cualquier respuesta sería una de varias hipótesis; imposible de determinar su veracidad.
Hay demasiados momentos en los que nos despreciamos a nosotros mismos, nos infravaloramos, nos consideramos menos que el resto, y cuando adoramos a un ídolo como este jugador o cualquier otro deportista, cantante o pintor, lo que hacemos es poner de relieve que tenemos un mérito inferior y eso nos conduce a hacernos más pequeños.
No es malo llorar la ausencia definitiva de quienes apreciamos, aunque los conozcamos únicamente a través de la televisión, pero sin olvidar que cuanto más nos queramos a nosotros mismos menos buscaremos ese cariño fuera, en ídolos de barro.