Sierra Nevada, Ahora y siempre.

'Un mundo infeliz'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 12 de Junio de 2022
'1984' y un 'Mundo feliz', de Orwell y Huxley, respectivamente.
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'1984' y un 'Mundo feliz', de Orwell y Huxley, respectivamente.
 'La civilización es, entre otras cosas, el proceso por el que las primitivas manadas se transforman en una analogía tosca y mecánica, de las comunidades orgánicas de los insectos sociales'. Aldous Huxley

Si nos preguntáramos por el sentido del ser humano, más allá de transitar por la vida sin darnos cuenta de lo extraordinario que es dicho tránsito, la respuesta moral más lógica sería el deber de perfeccionarnos. Como individuos a lo largo de nuestra vida, mejorando lo mejorable, impidiendo que aquello que puede empeorar lo haga, y siguiendo el saludable consejo del escritor británico Aldous Huxley y buscando la felicidad propia sin causar desgracias ajenas: El bien de la humanidad debe consistir en que cada uno goce al máximo de la felicidad que pueda, sin disminuir la felicidad de los demás. Más allá de lo que hagamos con nuestra vida debiera existir el afán de avanzar como especie, tratando de dejar una sociedad más afable y cálida a nuestros descendientes, y un hogar, eso que llamamos planeta tierra, que no termine por convertirse en un vertedero inhabitable.

Lo trágico es la facilidad con la que la historia de nuestra especie nos muestra como lo más puro de ese anhelo termina por transformarse en todo su contrario

Las utopías, imaginar un mundo donde la búsqueda de la excelencia personal vaya acompañada de la armonía social, son poderosas armas de la imaginación humana para alentarnos en ese doble objetivo, perfeccionarnos como individuos, armonizarnos como sociedad. Lo trágico es la facilidad con la que la historia de nuestra especie nos muestra como lo más puro de ese anhelo termina por transformarse en todo su contrario. El siglo XX y su secuela, las primeras décadas del XXI, nacidos bajo la estela de las utopías ilustradas de siglos anteriores, nos han mostrado que las distopías se pueden convertir también en realidad, la amarga denuncia de que todo intento por perfeccionarnos termina por revertir todo lo bueno conseguido en malo. Debido a la obsesión compulsiva por el poder, y la tentación permanente de la avaricia que desea mantenerlo una vez conseguido, a toda costa.

El sistema gris ha triunfado sobre sus pasiones tan propias de seres humanos

Orwell y Huxley en dos obras, 1984 y un Mundo feliz (Brand New World) que debieran ser de obligada lectura en la actual adolescencia, obsesionada por las nuevas tecnologías, nos ayudan a comprender los peligros que supone buscar la gratificación inmediata que produce la dependencia tecnológica. En 1984 los protagonistas sometidos a un régimen brutal, donde la propaganda controla no solo lo que piensa, sino también lo que siente la ciudadanía, creen poder resistir a la tortura, pues nada cambiará el amor que sienten el uno por el otro. Cuando se reencuentran, condicionados tras la prisión y la tortura que han sufrido debido a su amor prohibido, se dan cuenta que esos sentimientos han desaparecido. El sistema gris ha triunfado sobre sus pasiones tan propias de seres humanos. Su heterodoxia no ha podido vencer la ortodoxia de un sistema que sabe que la mejor manera de controlar lo que piensa la gente es controlar lo que sienten. Y este control solo es posible por la dependencia tecnológica.

O nos damos cuenta de lo que peligroso que es renunciar a tu propia manera de ser y pensar, arrastrados por una pasión, sea cual sea ésta, o renunciamos a tener control sobre nuestras decisiones

En 1984 la tecnología omnipresente es sobre todo opresiva, pues está destinada a una agobiante vigilancia de todo lo que hacemos, pero en la obra de Huxley, al igual que en otras distopías contemporáneas, dicha opresión, dicha vigilancia permanente, destinada a controlar gustos, deseos y por tanto sentimientos, no ejerce el control oprimiendo, sino proporcionándonos gratificaciones. Como perros de Pávlov respondemos condicionados, salivando a estas gratificaciones y hacemos exactamente lo que nos dicen, pensamos lo que nos apuntan que hemos de pensar, y sentimos cómo nos dicen que hemos de sentir. Existe una correlación clara entre la manipulación de pasiones, deseos y sentimientos y el control de las creencias. Es una actividad muy humana, sentir proximidad ideológica para acercarnos a aquello que nuestros impulsos nos piden poseer. Pueden ser sentimientos más generosos o más egoístas, pero es humano sentir afinidad de múltiples y plurales maneras, incluida la manera de pensar, en tanto podamos acercarnos al objeto de nuestra pasión y deseo. O nos damos cuenta de lo que peligroso que es renunciar a tu propia manera de ser y pensar, arrastrados por una pasión, sea cual sea ésta, o renunciamos a tener control sobre nuestras decisiones.

Es lógico que nos preguntemos hasta qué punto hoy día no hemos hecho realidad la advertencia de Huxley, y construimos nuestra personalidad en torno a gratificaciones placenteras

La obra de Huxley pretendía alertarnos del camino que estábamos siguiendo: el concepto de felicidad basada en la gratificación placentera e inmediata, que ha sustituido cualquier aspiración a la búsqueda de la excelencia en tanto seres humanos. Si antaño no podíamos comprender la búsqueda de la felicidad sin esa necesidad de auto realizarnos, de liberarnos a través del arte, la cultura, la reflexión sobre los sentidos de nuestra vida, ahora estamos condicionados por pequeños e inmediatos placeres. La personalidad se construye a través del condicionamiento. Es lógico que nos preguntemos hasta qué punto hoy día no hemos hecho realidad la advertencia de Huxley, y construimos nuestra personalidad en torno a gratificaciones placenteras.

En un mundo donde no hay una opresión explicita y se nos anima a elegir libremente entre cientos de posibles gratificaciones, no somos conscientes de encontrarnos encadenados

El problema de la libertad, del libre albedrío, entra de lleno en la cuestión. En un mundo donde no hay una opresión explicita y se nos anima a elegir libremente entre cientos de posibles gratificaciones, no somos conscientes de encontrarnos encadenados. A cualquier adolescente, o adulto, adicto a las nuevas tecnologías para encontrar cualquier cosa en la vida, desde lo superfluo a lo importante, la libertad supone disponer de alternativas que le ofrezcan el mismo tipo de productos. Si es una app para relacionarse o para ligar, la elección se encuentra en cómo se adecua a tus planes mejor. Si es para comprar cualquier producto, se trata de ver hasta qué punto te conoce y por tanto afina a la hora de darte alternativas que en realidad es la misma, o muy similar. Eso es lo que hoy día entendemos por libertad, elegir entre múltiples opciones que en realidad solo es una. No hay consciencia de que nos están constriñendo nuestra libertad, pues hemos renunciado a ella. Son demasiados los pequeños placeres que nos ofrecen y demasiada la comodidad que nos procura, para darnos cuenta de que seguimos el mismo gris camino sin alternativas ni libre albedrío.

Es uno de los problemas básicos del sempiterno debate de la libertad. Sentimos que no somos dueños de nuestra vida si lo opresivo se hace evidente

El condicionamiento del refuerzo positivo a cada elección que presuntamente haces es la mejor herramienta de adoctrinamiento de una sociedad consumista y absorta por el abusivo uso de la tecnología. Es uno de los problemas básicos del sempiterno debate de la libertad. Sentimos que no somos dueños de nuestra vida si lo opresivo se hace evidente. Podemos juzgarlo en países donde los gobiernos controlan la información, o dónde no puedes expresar tu opinión libremente, o vivir cómo deseas hacerlo, o mil maneras más de privación de libertad en el sentido clásico. Para lo que no estábamos tan preparados en los países con mayor tradición liberal, donde la libertad se mide por que nadie controle opresivamente tus elecciones, siempre que no dañen a otros, es una nueva manera de aprisionarte en un estrecho margen de elecciones. Controlan tus deseos y tus sentimientos, satisfaciéndote si sigues sus reglas del juego, y por tanto controlando tu libertad. De hecho, la paradoja es que te sientes más libre que nunca; hay tantas alternativas que te ofrecen lo que quieres, que cómo no vas a sentirte la persona más libre del mundo.

Ahí radica el problema: ¿qué es lo que quieres? Y la siguiente pregunta: ¿por qué lo quieres? Y apuntillamos con la tercera: ¿para qué lo quieres? 

Ahí radica el problema: ¿qué es lo que quieres? Y la siguiente pregunta: ¿por qué lo quieres? Y apuntillamos con la tercera: ¿para qué lo quieres? Ninguna de las alternativas que te dan te invitan a responder a esas preguntas o tantas otras que podríamos hacernos si en verdad fuéramos libres. Aún más, y la felicidad ¿dónde queda?, no definida por pequeños placeres puntuales al hacer algún clic y poseer aquello que nos gusta, objetos o personas, sino por un afán de auto realización, de sentirnos más completos al alcanzar objetivos que nos perfeccionan, que nos permiten comprendernos mejor y comprender mejor a los demás. Ese es el debate en el que tanto nos jugamos, tan importante como defender la libertad frente a la evidente opresión de los regímenes tiránicos o autoritarios, es comprender hasta qué punto estamos renunciando a la libertad y a la felicidad bajo el embrujo de espejismos que nos hacen creer que somos libres y somos felices, cuando vivimos en un mundo infeliz y encadenados. Un mundo en el que estamos instalándonos a velocidad de vértigo. Mientras menos tiempo tengamos para reflexionar sobre el porqué de nuestras elecciones, más sumisos nos volvemos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”