Sierra Nevada, Ahora y siempre.

La muerte de Sócrates y la Ley Mordaza

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Jueves, 16 de Julio de 2015
Manifestación en Granada contra la Ley Mordaza.
Manifestación en Granada contra la Ley Mordaza.
Pocos personajes históricos han captado el interés a lo largo de la Historia como el filósofo griego. Moverse entre el mito y la realidad histórica es como intentar coger una copa de cristal con los dientes, posiblemente termines sangrando. Y Sócrates, que al igual que Jesús de Nazaret no dejó nada escrito por su propia mano, siempre se moverá en la nebulosa de la interpretación humana, de los horizontes de comprensión que cada época nos marca. Y eso mismo trataremos de hacer trayendo su recuerdo a los tiempos actuales marcados por  la polémica ley “mordaza” aprobada recientemente por el democrático gobierno popular presidido por Mariano Rajoy. 
 
Su muerte, la de Sócrates, no la de Mariano, a quien le deseamos prospera vida aunque breve estancia en el poder. O por decirlo más claramente, el significado de su muerte, no ha estado exento de polémicas para los historiadores y filósofos. Quizá,  porque ese final de su vida, esa dignidad de sus momentos finales, aunque no hubieran cambiado nada de todo lo acontecido, ni de sus enseñanzas, sií nos dice mucho del sentido de su filosofía.
 
Hagamos un poco de historia y recapitulemos para entender el significado de su muerte, y qué nos puede decir hoy día.
 
Atenas sufrió una fuerte derrota en la guerra del Peloponeso, los espartanos entraron en la ciudad y el gobierno democrático fue reemplazado por un gobierno oligárquico  de treinta aristócratas atenienses simpatizantes del régimen espartano. Durante ocho meses el pueblo ateniense sufrió persecuciones, rapiñas, violencia, hasta que el exiliado Trasíbulo acabó con este régimen y reinstauró la democracia en el 403 a. C. De hecho, durante el régimen tiránico, Sócrates fue requerido para ir junto a otros cuatro ciudadanos a apresar a Salamina a un general filodemocrático, algo a lo que se negó, no así el resto. Al fin y al cabo, como todo régimen dictatorial y opresivo, de lo que se trata es de hacer a los ciudadanos cómplices de sus iniquidades. Probablemente si el gobierno de los treinta tiranos no hubiera sido derrocado, Sócrates habría sido ajusticiado.
 
¿Cómo explicar pues que el gobierno democrático recientemente restaurado pretendiera acabar con Sócrates? De hecho, se había decretado una amnistía de los atenienses colaboradores del régimen de los treinta tiranos, algo que como hemos visto nunca hizo Sócrates, sino que resistió las intimidaciones de ese régimen con riesgo de su propia vida. 
 
En realidad, el régimen de Trasíbulo, tenía detrás un movimiento conservador que culpaba a los cambios culturales de la época de Pericles de la decadencia de Atenas. Pensaban que dándole una “lección” a Sócrates, podrían dispersar a sus discípulos y que algunos ciudadanos pudieran dejar de hacerse preguntas, digamos que “incómodas”. El significado político del juicio era evidente, más allá de las acusaciones de perversión de la juventud, porque la principal acusación era la impiedad de su comportamiento con la religión griega. Algo ridículo, incluso para los mismos griegos de la época, pues la religión griega  no consistía ni mucho menos en un sistema tan dogmático de reglas, como las religiones actuales. ¿Nos suenan de algo esos planteamientos hoy día?
 
No cabe duda de que Sócrates hubiera podido exiliarse (sus discípulos sobornaron a los guardias y nadie del gobierno ateniense iba a mover un dedo por evitar la huida, eran conscientes de que tal y como Sócrates había llevado el juicio posiblemente le convertirían en un mártir dañino para sus intereses) . Sin embargo, posiblemente como muestra final de la coherencia de sus enseñanzas, eligió la dignidad de aceptar la condena y beber la cicuta que le mató. Su muerte fue la condena de aquellos que le habían juzgado.
 
Y así nos encontramos veinticinco siglos después con un gobierno democrático, que promulga leyes que pretenden hacernos a todos cómplices del silencio, asustándonos con castigos ejemplares que eviten la resistencia pasiva, la crítica, la libertad de opinión, incluso en su radicalidad, elementos que han sido consustanciales al nacimiento de nuestro sistema de convivencia. Aceptar la diversidad, incluso en su disonancia.
 
No es que pretenda que todos los ciudadanos arriesguemos nuestras vidas hasta el final tal y como hizo Sócrates, pero sí aprender de su ejemplo, y estar dispuestos a aceptar beber la cicuta del veneno de una ley que creemos injusta. Mostrar nuestro compromiso y nuestra solidaridad con los perseguidos y amordazados, no estar dispuesto al silencio cómplice. Mejor sufrir la iniquidad de la injusticia, por muy legal que sea la ley, que aceptar el silencio y el miedo. Bebamos la cicuta, neguémonos a ser cómplices de la injusticia.
 
 
 
Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”