Es uno de esos temas que me mantuvieron siempre alerta durante el tiempo que trabajé en televisión. Un 18 de agosto de 2000 la joven María Teresa Fernández se apeaba del coche de su padre en una céntrica parada de autobús y le enviaba a su novio a través del teléfono móvil el mensaje de que iba a llegar tarde a su cita con él, en plena feria de Motril. Desde entonces, nada se sabe. Y esta semana el ayuntamiento de la ciudad costera ha decidido dedicarle un monolito que recibirá a los visitantes en el parque de los pueblos de América, con la presencia de Paco Lobatón, el cantante Javi Mota, el presidente de la Fundación Osdglobal de personas desaparecidas José Antonio Lorente, la alcaldesa y los padres de la joven entre otras personas.

Veintiún años sin noticias de una hija que no han olvidado esos padres que siempre estuvieron al pie del cañón

Veintiún años sin noticias de una hija que no han olvidado esos padres que siempre estuvieron al pie del cañón. Recuerdo cómo Teresa madre y Antonio padre nos atendían con suma amabilidad cada vez que les decíamos que íbamos a entrevistarles para que el caso no quedara en el olvido. Un despropósito de investigación policial en las primeras horas de la desaparición de la motrileña dificultó el hallazgo de pruebas que condujeran al culpable y sus progenitores se desvivían por tratar de que las autoridades se esmeraran para esclarecer los hechos.

Está bien que se recuerde la memoria de una chica que no llegó a conocer la edad adulta en su ciudad, pero quienes merecen todos los aplausos y apoyos son esos padres que nunca han cejado de buscarla. Y lo sé de primera mano porque los primeros diez o quince años estuve junto a ellos en infinidad de ocasiones. Al principio, tuvieron que lidiar con la falta de escrúpulos de algunas personas, charlatanes carroñeros al olor del miedo y de la máxima vulnerabilidad en que se quedaron, autodenominados videntes y que estafaron al matrimonio mucho dinero y, en especial, muchas ilusiones aprovechándose de su desesperación.

Siempre mantuvieron que alguien tuvo que ver algo, que estaban seguros de que había uno o varios testigos que se encontraron con el vehículo que se llevó a su hija y que, al no contarlo a las autoridades en esos primeros días, habían optado por callarlo para siempre

Se entrevistaron con Tony Alexander King en prisión y no sacaron nada en claro, aunque el desalmado les señaló a su amigo Robert Graham como el asesino de la chica, a la que después arrojó a un barranco, pese a que la Policía no llegó a localizarla. Siempre mantuvieron que alguien tuvo que ver algo, que estaban seguros de que había uno o varios testigos que se encontraron con el vehículo que se llevó a su hija y que, al no contarlo a las autoridades en esos primeros días, habían optado por callarlo para siempre.

Teresa y Antonio pasaron muchos años sin tocar las cosas de su hija, cuando les visitábamos para grabar un reportaje, no tenían inconveniente en mostrarnos su habitación, que  parecía haber sido ocupada por la chica el día anterior a nuestra visita, todo limpio, todo tal cual lo dejó ella.

Es difícil sino imposible ponerse en la piel de unos padres que jamás han podido certificar la muerte de su hija y tampoco han contado desde el principio con el apoyo de las instituciones. Han pasado enfermedades que cualquiera achacaría al profundo sufrimiento que deja el surco y el vacío de una ausencia tan notoria y ahí siguen, presentándose en cada acto de recuerdo a su pequeña, ocultando tras cada arruga el drama de una falta de desenlace.

Teresa y Antonio pasaron muchos años sin tocar las cosas de su hija, cuando les visitábamos para grabar un reportaje, no tenían inconveniente en mostrarnos su habitación, que  parecía haber sido ocupada por la chica el día anterior a nuestra visita, todo limpio, todo tal cual lo dejó ella

Incluso llegaron a enfrentarse a los rumores absurdos de algunos malintencionados que les señalaban a ellos mismos como culpables, cuando lo único de lo que se podían responsabilizar era de entregarse en cuerpo y alma a la investigación policial, a la prensa, a conocer lo que realmente había pasado, desatendiendo parcialmente a sus otros hijos, que tuvieron que repartir el tiempo de sus padres con las consecuencias de dicha desaparición.

Han pasado más de veintiún años y el paradero de María Teresa se desconoce, igual que lo que le sucedió justo después de que el padre la dejara frente a aquella parada de autobús a una hora que, en pleno verano y durante la feria, es difícil de creer que se encontrara completamente vacío.

Si en 2020 el número de menores de dieciocho años desaparecidos en España era de 4600, en 2021 superaba la cifra de los 5500, con cerca de 30.000 denuncias. No es algo para tomárselo a la ligera. Es cierto que hay muchas de ellas que son huidas de los chavales o enfados con la familia, pero aun así quedan demasiados casos sin resolver, pese al avance experimentado en las pesquisas policiales que son cruciales especialmente en las primeras cuarenta y ocho horas después de detectar la desaparición del menor.

Merecido monolito para María Teresa, en el que yo incluiría un homenaje a sus padres, tan llenos de ternura y exentos de odio hacia nadie, a pesar de los pesares. ¡Ojalá un día tengamos la información completa de lo que sucedió aquella noche de verano en pleno centro de Motril para que una chica preciosa e inocente se volatilizara sin dejar huella!